Mi “Odisea” de Pink Floyd, un viaje por la carrera musical de un grupo decisivo
Lo importante es el viaje, no la meta... si te
has divertido jugando, el resultado es irrelevante
#PinkFloyd “Sumérgete. Porque es un viaje
fantástico si dejas que ocurra”, afirma el líder de Tool. En ese viaje he
estado enfrascada durante meses y este es el (extenso) resultado.
Mi repaso a los álbumes de estudio de Pink
Floyd comenzó un 17 de agosto de 2019. La historia de la banda había empezado
mucho antes. Nick Mason, Rick Wright y Roger Waters se conocieron en 1962 en la
Escuela Politécnica de Regent Street en Londres, donde estudiaban arquitectura.
Enamorados de la música, montaron una banda, Sigma 6, que aún recibió otros
nombres. Finalmente, en 1964 se les unió Roger “Syd” Barrett, un amigo de
Cambridge de Waters. Él les puso el nombre definitivo a partir de dos
desconocidos músicos de blues, Pink Anderson y Floyd Council.
Los comienzos de Pink Floyd no fueron como los
de la mayoría de grupos de la época. Ellos eran chicos de clase media y comenzaron
tocando en un club underground de Londres con lo más granado de la escena
psicodélica. Enseguida lograron llamar la atención de público, medios y
discográficas, consiguiendo un contrato con EMI. Su líder, Syd Barret, se
convirtió en leyenda en apenas un año. Les tocó reinventarse cuando Syd se
rompió de manera tan triste. En la banda se puede decir que convergieron “dos
grupos”. Por un lado, los nacidos o criados en Cambridge (Gilmour, Barrett y
Waters) y por otro, los estudiantes de arquitectura (Waters, Wright y Mason).
En este artículo hablaré de la “odisea” por
la que pasaron de ser “favoritos de la contracultura” a megaestrellas de la
música, lo que originó “Las guerras civiles de Pink Floyd”, una de las disputas
más virulentas de la historia del rock.
Comencé mi escucha en el mes de agosto,
tras haber realizado días antes una primera visita a la exposición dedicada al
grupo. Una empresa complicada pero acometida sin prisa y sin agobios, tomando
el tiempo que hiciera falta, repitiendo discos y canciones, volviendo hacia atrás
tantas veces como ha sido necesario. Esta vez, por encima de un afán de
conocimiento, había sobre todo ganas de disfrutar la música. Al mismo tiempo,
me he lanzado de lleno a buscar todo lo que he podido sobre ellos. Durante el
viaje me han acompañado varios libros, “La odisea de Pink Floyd” de Nicholas
Schaffner (2005), “Dentro de Pink Floyd” de Nick Mason (2007) y “Syd Barrett:
El brillo de la ausencia” de Rob Chapman (2012). Además, he visto las películas
“More” (1969), “Pink Floyd Live at Pompeii” (1972) y “The Wall” (1982) y he
visitado dos veces la magnífica exposición sobre el grupo “Pink Floyd: Their
Mortal Remains”. Completito.
Con Pink Floyd hay unanimidad en que “El
conjunto es mejor que las partes”, los cinco músicos que han pertenecido a la
banda. Roger Waters, el mayor de todos, es enérgico y entregado de manera
obsesiva a su música. Nick Griffiths, ingeniero de sonido de The Wall, le
definió como un “individuo muy competitivo que disfruta de una buena discusión
(…) A veces es muy difícil trabajar con él, pero probablemente sea el tipo más
íntegro que conozco. Cuando cree en algo, lo sostiene hasta las últimas
consecuencias”. Syd Barret fue el primer líder de la banda, cantante,
guitarrista y compositor de todos sus primeros temas. De aspecto imponente y
hermoso, “un genio con pinta de Adonis (…) Era como un modelo, todo le quedaba
perfecto”, por desgracia su terrible historia se ha impuesto por encima de su
faceta como músico. Nick Mason, el batería, fue el encargado de reclutar a Gilmour
para el grupo, se convirtió en el gran aliado de Waters durante muchos años y
finalmente se puso del lado de Gilmour para seguir con la banda en los años 80.
Destaca su fino sentido del humor, nada complaciente, como se refleja en sus
memorias. Técnicamente no es el mejor batería de la historia, pero Pink Floyd
no se puede imaginar sin él detrás de su batería de dos bombos. De Rick Wright,
el inolvidable teclista de la banda, ya fallecido, se dice que tenía un carácter
apacible y en los primeros años fue el más cercano a Syd. Gran parte del
reconocible sonido de Pink Floyd se debe a sus teclados, en especial al Farfisa
Compact Duo, que compró en 1966 y le acompañó durante prácticamente toda su
carrera. David Gilmour pasó de
ser el “sustituto de Syd Barrett” a convertirse en uno de los pilares de la
banda por el sonido de su guitarra, en un proceso laborioso muy adecuado al
carácter de Gilmour, en apariencia templado pero en realidad decidido e
inquebrantable en sus posturas. Mason resume en sus memorias las complicadas
relaciones entre ellos: “Aunque teníamos una enorme habilidad para enfurecernos
y hacernos enfadar unos a otros (...) nunca conseguimos la habilidad de poder
hablar unos con otros sobre asuntos importantes”.
Antes de grabar su primer LP Pink Floyd
alcanzó una gran repercusión con dos singles. Su primer sencillo fue «Arnold
Layne», sobre un hombre que roba ropa de mujer para travestirse. Compuesta por
Syd Barrett, fue producida por Joe Boyd, cofundador de UFO Club, y rechazada
por Radio London debido a su temática. Su segundo sencillo fue «See Emily play»,
también compuesto por Syd Barrett. Según parece estaba dedicada a Emily Young,
una joven aristócrata, hoy reputada escultora, a la que conocían en el UFO Club
como “the psychedelic schoolgirl”. Barret fue además autor del dibujo de la
portada, un tren de trazo infantil que yo tengo estampado en una preciosa camiseta
rosa. David Bowie, gran admirador de Barrett, la incluyó en su álbum de
versiones “Pin Ups”
(1973). En ambos temas los teclados de Richard Wright tienen un papel muy
importante, en especial el órgano Farfisa en «Arnold Lane». En la época del UFO
Club predominaban las largas improvisaciones y las luces psicodélicas, Pink
Floyd aparecían “vestidos con las prototípicas camisas floreadas de volantes
compradas en Granny Takes a Trip, con grandes collares y fluidos pañuelos de
colores”, como contaba Barry Miles en el New Musical Express.
“The
Piper at the Gates of Dawn” (agosto de 1967) está considerado uno de los
mejores discos psicodélicos de la historia. Fue grabado en los estudios Abbey
Road, coincidiendo durante un mes con la grabación del Sgt. Pepper's Lonely Hearts
Club Band de The Beatles. Hay numerosos testimonios que cuentan cómo Paul,
George y Ringo fueron a visitarles al estudio contiguo, donde estaban grabando.
Su nombre está tomado de un libro para niños “El viento entre los sauces” de
Kenneth Grahame. En la portada aparece una foto de sus cuatro componentes en un
efecto caleidoscópico muy acorde con su interior, realizada por el fotógrafo Vic
Singh. El productor del disco fue Norman Smith, que había trabajado como
ingeniero de sonido de The Beatles entre 1963 y 1965.
Son canciones repletas de fantasía, con
letras plagadas de imágenes, en las que destaca la interpretación vocal de Syd.
Música innovadora, brillante, creativa, vanguardista, alejada de los compases
básicos del rock, caracterizada por la disonancia y experimental. Sin embargo,
el disco es diferente a lo que acostumbraba a hacer la banda en directo con
improvisaciones que podían rebasar los veinte minutos. EMI quería éxitos y Norman
Smith tuvo que casar ambas posturas. Es un disco claramente de Barrett. Entre
sus influencias estaban el oráculo chino, los cuentos de hadas infantiles, la
ciencia ficción, Tolkien, la electrónica, la vanguardia, el folclore inglés y
el blues de Chicago. Todo ello pasado por su mente conformaba un sonido muy
original, como una “música de colores”.
Destaco «Astronomy Domine», considerada
como uno de los primeros exponentes del llamado “space rock”, junto con el instrumental «Interstellar Overdrive»,
que recrea una atmósfera espacial a través de los instrumentos, ecos, efectos y
letra; la astronomía era uno de los temas preferidos de Syd.
La maravillosa «Matilda Mother», una
especie de cuento, con raros acordes de guitarra, cambios de ritmo abruptos,
armonías vocales y una letra llena de imágenes extrañas tan del gusto de su
autor, es una canción que me fascina y la llave que me ha abierto este disco.
«Lucifer Sam», pura psicodelia para una
canción con influencias surf y presencia del teclado Farfisa en la que Barrett
canta a Sam, su gato siamés; Love and Rockets, grupo formado por varios ex
miembros de Bauhaus, hicieron una versión del tema en 1986.
«Bike», una canción de letra “infantil”
pero que guarda una frase que me encanta You're the kind of girl that fits
in with my world I'll give you anything, ev'rything if you want things.
«Chapter 24» que incluye otra de las
grandes frases de Barrett Change returns success Action brings good fortune.
Y sin duda «Interstellar Overdrive», cuya
versión en el UFO Club, encontrada en YouTube me ayudó a empezar a adentrarme
en la etapa de Pink Floyd con Barret, ya que yo sólo conocía su leyenda, pero
no su obra.
En los inicios de su carrera todo parecía
ir sobre ruedas para Pink Floyd ya que alcanzaron muy pronto un éxito nada
desdeñable. Habían creado un buen grupo de amigos y seguidores a su alrededor,
y eran una banda respetada musical e intelectualmente. Sin embargo, pronto
llegaría la pesadilla en forma de una conducta cada vez más errática de su
líder. La presión de la incipiente fama, la exigencia de más y más canciones,
la obligación de constantes actuaciones y viajes incluso a lugares donde no entendían
su música y donde eran insultados y agredidos. Y sobre todo el LSD. Puede que Barrett
ya sufriera entonces algún desorden mental, pero el abuso diario de sustancias
alucinógenas probablemente aceleró y agravó su enfermedad. Syd ido por completo,
Syd encerrado durante días, Syd agrediendo a su novia, Syd paranoico en la
visita a un hospital, Syd quieto y sin tocar ni cantar en los conciertos… La
banda entró en pánico, su líder, bello, carismático, talentoso, el compositor
de todas las canciones tocaba fondo. El sueño apenas había durado un par de
años. “El éxito comercial nos atraía a todos excepto a Syd”, afirma Nick Mason
en sus memorias.
Para intentar paliar las ausencias de
Barrett, y mientras esperaban que se recuperara, la banda reclutó a David
Gilmour, un amigo de Syd que había tocado en otros grupos. La idea era que Syd
compusiera mientras que David abordara las actuaciones en directo. No pudo ser.
Como cuenta Mason “David tuvo que dar lo mejor de sí en una situación
embarazosa”. “Aún me sorprende que cualquier tipo de turbación que debiéramos
haber sentido al perder a nuestro principal motor creativo fuese eclipsado por
una sensación de alivio”, remata el batería.
El segundo disco de Pink Floyd se llamó “A Saucerful of Secrets” (junio de 1968).
En él Syd prácticamente no participó y el rock psicodélico del primer álbum empezó
a dar los primeros pasos hacia el rock progresivo que caracterizó los
siguientes discos de Pink Floyd. El grupo estaba intentando recomponerse y
encontrar su camino, mientras todo el mundo los daba por acabados. La portada
del disco es la primera elaborada por Hipgnosis, dúo artístico que sería
responsable de las portadas de varios discos de Pink Floyd y cuyo nombre se
asoció para siempre a ellos, aunque trabajaran con otros artistas como Led
Zeppelin. Se utilizó la superposición de varias imágenes, entre ellas una de la
banda, con las que pretendían reflejar estados alterados de consciencia. Las
letras intentaron imitar la forma de escribir juguetona y de elevado nivel
lingüístico de Syd. Pero al mismo Waters y Wright empezaron a experimentar en
busca de una nueva dirección musical.
Una de mis canciones preferidas del disco es
la preciosa «Remember a day», escrita y cantada por Rick Wright, en ella Syd
Barrett hace un solo de guitarra; como curiosidad la batería fue interpretada
por el productor, Norman Smith, porque Mason no encontraba el ritmo adecuado.
«Let There Be More Light», escrita por
Roger Waters, comienza con una línea de bajo muy chula. La mayor parte de la
interpretación vocal es de Wright, Gilmour canta en un estribillo y Waters
aporta las partes susurradas; en ella aparece el primer solo de guitarra de Gilmour.
«Set the controls for the heart of the sun»
es una larga pieza casi instrumental en la que se dice que hay guitarras de Syd
y Dave, por lo que es la única canción de la banda en la que aparecen sus dos
guitarristas; compuesta por Waters, para la letra cogió partes de un texto de
Li He, poeta surrealista chino del siglo X ya que a Roger, que estaba
comenzando a coger las riendas de la composición, aún le costaba escribir las
letras; curiosamente anda por YouTube una versión en directo en la BBC donde
canta Syd.
«Jugband Blues», el único tema de Syd que
incluye el disco y su última canción grabada con Pink Floyd, es “tan descarnado
como extraño y muy brillante”, en palabras de David Gilmour. En él participaron
ocho miembros del Ejército de Salvación a los que se pidió improvisar. And I’m much obliged to you for
making it clear That I’m not here, dice en su triste letra.
Otra canción curiosa es «Corporal Clegg»,
compuesta por Waters y la primera de Pink Floyd que alude a la guerra, un tema
recurrente del bajista, que perdió a su padre en la Segunda Guerra Mundial; Gilmour
canta, toca la guitarra y el kazoo, una especie de pito metálico.
El plan no salió como esperaban y
finalmente Barrett abandonó/ fue expulsado del grupo antes de que saliera el
disco, en abril de 1968, unos momentos en los que era “una fuerza voladora en
caída libre”. Dave y Roger le echaron una mano en la grabación de su disco en
solitario, que fue bastante complicada. De aquella época es la sesión de
fotografías de Mick Rock para la portada de “The Madcap Laughs” (grabado entre
1968-69 y publicado en 1970). Syd pintó para la ocasión las tablas del suelo de
morado y naranja y una inquietante mujer oriental se paseaba desnuda por la
habitación, apareciendo en varias fotos; se trataba de su novia de entonces,
Iggy the skymo. La sesión se tomó en un piso del barrio de Earl’s Court, donde
Syd vivía en aquellos días. Aún grabaría otro disco, “Barrett”. La marcha de
Syd coincidió con el abandono de los managers de la banda, Peter Jenner y
Andrew King, quienes se decantaron por seguir a Syd, esperando que pudiera
continuar su carrera en solitario, cosa que por desgracia nunca ocurrió. El
nuevo representante fue Steve O’ Rourke, que continuaría con ellos hasta 2003,
año de su muerte. O’ Rourke fue el encargado de negociar la separación de la
banda y Roger Waters en los años ochenta. Pink Floyd lograron sobreponerse a la
falta de Syd a base de mucho empeño y constancia. Comenzaron a avanzar en
innovaciones técnicas, como el espectacular sonido cuadrafónico que empezaron a
llevar en los directos e innovadores efectos visuales. La huella de sus
estudios de arquitectura comenzaría a impregnar sus trabajos.
A partir de ese momento el grupo quedó de
alguna manera dividido entre “los músicos”, Gilmour y Wright y “los
arquitectos”, Waters y Mason, también interesados en el aspecto visual y
escenográfico de los conciertos, en dar a las giras un cierto aire teatral,
primero con efectos y más adelante con muñecos y complicadas estructuras, que
se convertirían en marca distintiva. “El fuerte de Roger siempre ha sido la
arquitectura (…) Es muy estructurado”, afirma Andrew King, ex manager de la
banda; para el periodista Barry Miles, la música de Pink Floyd “siempre suena
profundamente arquitectónica (…) Mason, Wright y Waters han estudiado
arquitectura y aquella visión arquitectónica de la música floreció en grandes
catedrales que ocupan álbumes enteros y llenan grandes anfiteatros”. En sus
memorias Nick Mason recuerda aquel periodo como “especialmente feliz”. “Una vez
más estábamos comprometidos con los mismos objetivos e ideas musicales, y
tocamos juntos de una manera más estructurada. Había vuelto ese sentimiento de ser
una banda al completo”, afirma el batería.
Entre el segundo y el tercer disco, Pink
Floyd buscaron el éxito a través de singles, como era lo habitual todavía en la
época. Uno de ellos fue «It Would Be So Nice» de 1968, compuesto por Richard
Wright (“jodidamente malo”, según Nick Mason), con la delicada «Julia Dream», de
Roger Water, en la cara B. El otro sencillo, de Roger Waters, fue «Point me at
the sky». No gustaron a la crítica, ni al público ni a la propia banda. La
falta de éxito de ambos en un momento en que Pink Floyd seguían explorando qué
camino seguir, les llevó a dejar de intentar ser un “grupo de singles” y
decididamente centrarse en los álbumes, al igual que hicieron Led Zeppelin.
El tercer disco en la carrera de Pink Floyd
fue “More” (junio de 1969), en
realidad una banda sonora para la película del mismo nombre de 1969, primer
trabajo del director Barbet Schroeder. Filmada en Ibiza, es una peli sobre los
estragos de la heroína. Fue el primer disco en el que no aparecía Syd Barrett y
es el único de Pink Floyd donde todas las voces principales corren a cargo de
Gilmour. En el disco hay psicodelia, folk acústico, música progresiva, rock
duro, pinceladas de jazz en las percusiones y efectos de la naturaleza. Un
disco bonito y extraño, en definitiva. La carátula es una imagen solarizada de
una escena de la película, diseñada por Hipgnosis, donde aparece el Molino
Viejo de La Mola, Formentera.
Me han gustado la sorprendente «The Nile
Song», una rareza en la carrera de Pink Floyd, de las canciones más roqueras
que jamás han grabado, de alguna manera en la línea de Black Sabath o de
algunos temas de Led Zeppelin, cuya línea se repite en «Ibiza Bar»;
La preciosa «Cymbeline» es un tema de
Waters cantado por Gilmour, que se mantuvo durante años en las giras del grupo hasta
que comenzaron a realizar versiones tempranas de The Dark Side of the Moon. Su
letra cuenta la historia de una pesadilla y, como curiosidad, la esposa de Nick
Mason toca la flauta.
«A Spanish Piece», compuesto por Gilmour,
de influencia “flamenca”, donde demuestra sus dotes con la guitarra clásica y
donde deja unas frases “beodas” tales como Pass the tequila, Manuel.
«Up the Khyber», nerviosa mezcla de teclados
con psicodelia a lo Barrett.
«Party Sequence», un breve instrumental
“étnico”, con percusiones y flauta.
«Main Theme» es un instrumental donde tienen
un papel destacado un gong y el órgano Farfisa de Wright.
“Ummagumma” (febrero de 1969), cuarto disco de la banda, fue la
respuesta de Pink Floyd al final de la década. Para entonces la banda decidió
centrar su atención en la creación de álbumes en sintonía con el cambio de
gusto musical. El público abandonaba el sencillo por el LP. Libres al fin de
tener que “fabricar éxitos”, se centraron en la experimentación con sus
instrumentos e investigaciones sonoras. Se trata de un disco doble que cuenta
con una reconocida portada de Hipgnosis, en la que juegan con el “efecto
droste”, un cuadro dentro de otro cuadro, en este caso con fotos de la banda colocada
en diferentes posiciones; se trata de la única ocasión en la que el grupo
protagoniza una de sus cubiertas. Debo confesar que en el momento de la escucha
del segundo disco de “Ummagumma” me entró un bajón importante porque me
encontré perdida en medio de un maremágnum de composiciones extrañas. Por
suerte conseguí la tranquilidad necesaria para escucharlo entero y por orden.
El primer disco recoge una serie de temas
en directo, grabados en dos actuaciones en Manchester y Birmingham. El sonido
hipnótico de estas canciones, extraídas de los dos primeros álbumes de la
banda, grabado con excelente calidad, tiene mucho que ver con el éxito que alcanzó
este disco. Destaco pistas
como «Astronomy Domine» o «Set The Controls for The Heart of The Sun». Maravillosa
«Careful With That Axe, Eugene» con aullidos de Waters, mi depredador favorito.
Se incluyen además tres magníficas canciones de sus dos primeros discos.
El segundo disco es experimental y donde
reside la madre del cordero. Cada miembro de la banda compuso una pieza en
solitario (Waters, dos) para desarrollar sus respectivas experimentaciones
sonoras. Sonidos de animales, juegos vocales, largos solos de batería,
improvisaciones con los teclados. En definitiva, un espacio para “hacer música
rara” como lo calificó Wright, que partió de una propuesta de Roger y para el
que no todos estaban igual de capacitados y motivados. Estas son mis impresiones.
«Sysyphus» es una suite instrumental de más
de trece minutos dividida en cuatro partes, compuesta e interpretada por
Richard Wright. Referida al mito de Sísifo, condenado a empujar cuesta arriba
por una montaña una piedra que antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia
abajo, repitiéndose una y otra vez. La música compuesta por Wright representa
musicalmente este castigo, utilizando Mellotron, órgano Farfisa, piano, además
de gran profusión de percusión y timbales.
«Grantchester Meadows», es una composición
pastoral de Waters con guitarra acústica y acompañada por gorjeos de pájaros.
Canción de alabanza al campo inglés, en concreto a los prados de Grantchester,
en los alrededores de Cambridge, de donde son originarios o vivieron Gilmour,
Waters y Barrett.
«Several Species of Small Furry Animals
Gathered Together in a Cave and Grooving with a Pict», con un título casi más
largo y loco que la canción, de cinco minutos, en la que Roger Waters simula
con la voz sonidos de roedores y pájaros jugando con diferentes velocidades y
percusiones en el micrófono, además de lanzar varias frases en exagerado acento
escocés. “¿Es lo bastante vanguardista?” Es rallante, Roger.
«The Narrow Way», fue la contribución
experimental de Gilmour, una canción de doce minutos dividida en tres partes,
en la que él toca todos los instrumentos. La primera parte es de guitarra
acústica adornada con efectos; en la segunda toma protagonismo la guitarra
eléctrica con percusiones y efectos consiguiendo una pieza psicodélica; la tercera
parte, de especial belleza, incluye una interpretación vocal de Gilmour, la
única para el disco de estudio.
«The Grand Vizier’s Garden Party» es la
pieza compuesta por Nick Mason. El título se refiere al gran visir del Imperio
Otomano. Casi nueve minutos de pieza instrumental experimental, dividida en
tres partes. Nick interpreta todos los instrumentos (batería, percusión,
mellotrón y xilófono), excepto la flauta, a cargo de su esposa de entonces,
Lindy.
Pink Floyd inauguró la década de los 70 con
el “Atom Heart Mother” (octubre de 1970). Su quinto álbum, el de la vaca,
debe su nombre a una noticia del periódico sobre una mujer embarazada a la que
se le implantó un marcapasos. En la portada del disco, de nuevo de Hipgnosis, aparecía
la vaca lechera Lulubelle, sin ninguna referencia al nombre de Pink Floyd. Una
osadía que aterrorizó a su discográfica, EMI. En este disco hizo su aparición
Alan Parsons, como ingeniero de sonido. Pese a las diversas opiniones de la
crítica musical, fue el primer disco de Pink Floyd que llegó a número 1.
El disco surgió a partir de una gran pieza
instrumental que dio título al álbum, de unos 24 minutos de duración para la
que contaron con la ayuda del músico Ron Geesin. Fanfarrias, vientos, relinchos
de caballos, explosiones, motores, coros épicos, teclados y magníficos solos de
guitarra de Gilmour. Fue uno de los primeros exponentes del rock sinfónico y
tuvo un gran éxito en Gran Bretaña. Nick Mason cuenta en sus memorias la
pesadilla que resultó la grabación del tema, para el que contaron con una
orquesta, poco dispuesta a trabajar con rockeros y a ser dirigida por Geesin.
La técnica tampoco estaba entonces lo suficientemente avanzada para lo que
pretendían hacer, lo que complicó muchísimo la grabación. Un tema nada fácil,
pero a estas alturas mis oídos están bien entrenados y me he podido limitar a
disfrutarla. Monumental.
«If», canción “confesional” de Waters donde
refleja su “intratable y contradictoria personalidad” en frases como If a
were a good man I’d understand the spaces between friends, con unos preciosos
arreglos de guitarra eléctrica.
En la luminosa «Summer’68», encuentro ecos
de armonías de Beach Boys, una bonita guitarra acústica y gran trabajo de
Wright con algunas notables partes de piano. Escrita y cantada por Rick Wright,
su letra describe el encuentro de Wright con una groupie.
«Fat Old Sun», escrita por Gilmour, es una canción
de alabanza campestre que fue tocada en directo antes de que se publicara en el
disco en versiones más extensas. Como curiosidad fue interpretada años más
tarde por Gilmour, Mason y Wright en el funeral de su representante Steve O'Rourke.
Personalmente, la interpretación vocal me recuerda a Ray Davies. Gilmour,
además de cantarla y componerla toca la guitarra, el bajo y la batería.
El disco incluye una “sobrada”, la pieza
instrumental «Alan’s Psychedelic Breakfast», “la mezcolanza más grande que
hemos hecho”, en palabras de Gilmour.
Según aprecia el biógrafo de la banda,
Nicholas Schaffner, hasta la llegada de “Meddle” en 1971 el grupo no tomó
definitivamente las riendas de su música ni había logrado que se esfumara
definitivamente la presencia/ausencia de Syd. Barrett había participado, aunque
muy poco en “A saurceful of secrets”. “More” era una banda sonora en la que de
alguna manera debían ceñirse a la película. “Ummagumma” era un disco que
alternaba canciones en directo con experimentos solistas de cada miembro. “Atom
Mother Heart” fue un disco realizado en colaboración con Ron Geesin y músicos
de estudio. En el despegue que supuso “Meddle” tuvo mucho que ver el que
Gilmour encontrara definitivamente su sitio en el grupo.
A estas alturas del repaso decido hacer una
nueva visita a la exposición de Pink Floyd, habiendo escuchado todos los discos
principales para entender lo que hay expuesto. Mi decisión pasa por poner el
turbo, escuchar todos los discos que me quedan y retomar después la escucha a
mi ritmo.
El sexto álbum de Pink Floyd “Meddle” (octubre
de 1971) es uno de los más celebrados de la banda y el que se adentra
definitivamente por los caminos del rock progresivo, abandonando
definitivamente la psicodelia. Sólo por esa cara B ocupada por completo por «Echoes»,
una catedral del rock, ya merecería la pena. Pero hay mucho más. La portada es
una de las más recordadas de las que les hizo Hipgnosis, producto de la
superposición de dos fotografías, la de una oreja de cerdo y unas ondas en el
agua. En sus memorias Mason recuerda que es uno de los discos en los que la
banda trabajó más unida en el estudio y está repleto de experimentaciones que lograron
en sus interminables horas de preparación y grabación. Como novedad, el disco
ya no fue grabado en su totalidad en Abbey Road, los míticos estudios propiedad
de EMI, su discográfica, sino que gran parte se grabó en los estudios AIR de
George Martin, que por entonces se había establecido por su cuenta. EMI era aún
demasiado conservadora con respecto a los artistas de rock y sus estudios
necesitaban una modernización urgente. En AIR Pink Floyd encontraron la
tecnología y la libertad para experimentar que tanto buscaban.
El disco comienza con el magnético bajo de «One
Of These Days», una canción absolutamente impresionante. Unos sonidos del
viento dan paso a dos bajos saturados tocados por Waters y Gilmour, entra la guitarra
distorsionada y a continuación Wright ruge el famoso One of these days, i'm
going to cut you into little pieces, dicen que dedicada a un DJ de la radio,
con una apoteósica parte final.
Maravillosa «Fearless», compuesta por
Waters y Gilmour, en la que se incluyen cánticos de los aficionados del
Liverpool F.C, la emocionante «You'll Never Walk Alone», a pesar de que Waters
sea un hincha declarado del Arsenal, como recuerda Nick Mason en sus memorias.
La disfrutona «San Tropez» es un tema que
llevó Waters ya completo al estudio; se sale un poco del tono del disco y se
refiere al tiempo que pasó la banda y sus respectivas familias en una casa
alquilada en el sur de Francia en el verano anterior a la grabación de “Meddle”.
Otro tema “fuera del disco” es «Seamus», un
blues en el que se incluyen los aullidos del perro de Steve Marriot, de los
Small Faces, que David estaba cuidando por entonces.
Sobre la monumental «Echoes», sólo decir
que aprendí a escucharla y conseguí apreciarla durante la elaboración de un
relato futurista que me costó sangre, “No estamos programados para la
felicidad”, en el que este tema juega un papel importante. La maquinaria Pink
Floyd funciona perfectamente engrasada y a pleno rendimiento en un tema sobre
la comunicación y la conexión, convertido en pura historia del rock. No sé si
es el tema más grande de la banda, pero por ahí debe andar.
Poco tiempo después de la publicación de “Meddle”
la banda empezó a incluir en sus conciertos esbozos de temas que aparecerían
más tarde en “The Dark Side of the Moon”.
“Obscured by Clouds” (junio de 1972)
fue el séptimo disco de Pink Floyd, un álbum de nuevo compuesto para la banda
sonora de una película de Barbet Schroeder, “El valle”. La película trata sobre
la búsqueda de un valle escondido, siempre oculto por las nubes y está
ambientada en los Montes Ekuti, de Nueva Guinea. La portada, de nuevo de
Hipgnosis, reproduce una imagen desenfocada vista a través de un bosque.
Se trata de un disco de rock sin apenas
adornos, “un LP sensacional”, según Mason, grabado en Francia. De alguna manera
se aleja del camino sinfónico que habían tomado, pero a la vez se trata de un
disco en el que la banda continuó experimentando con las técnicas de grabación,
lo que desarrollarían más ampliamente en grabaciones posteriores. Una joya escondida entre “Meddle” y “The Dark
Side of the Moon”. En cierta forma una rareza, porque hicieron un rock más
“básico” dentro de la complejidad que estaba tomando su música, de la que
salieron más que airosos, a pesar de componerlo y grabarlo en muy poco tiempo.
Fue un álbum feliz, donde participaron todos.
Destaco temas como la magnífica «Obscured
by Clouds», que empezaron a usar para abrir sus conciertos.
«Free Four», una canción de Waters que me
recuerda a las de T. Rex, primera en la que trata la muerte de su padre tan
presente en álbumes posteriores y que fue lanzada como sencillo.
Hay tres canciones con música de Wright y
letra de Waters, «Burning Bridges», «Mudmen», con un maravilloso solo de guitarra,
y el medio tiempo «Stay», una balada preciosa.
Y me gustan en especial «Childhood's End»,
compuesta por Gilmour, y «The Gold It's in the...», un tema con ecos del rock
que se hacía en la época, en concreto me recuerda a cosas que hacían por
entonces George Harrison o Free.
En anteriores repasos discográficos he
metido discos en directo. En este voy a hacer algo un poco diferente. En lugar
de escuchar un disco en directo de la banda, paso directamente a una peli, la
mítica “Pink Floyd: Live at Pompeii” (1972), grabada en un momento en
que tenían ya un gran estatus pero aún no habían alcanzado el éxito estratosférico
que supuso “The Dark Side of the Moon”. Se trata de un concierto en directo,
sin público, “un anti Woodstock”, acompañados por el Vesubio y bajo la mirada
de piedra de las pinturas, mosaicos y estatuas que decoran el anfiteatro de las
ruinas de Pompeya. Dirigido por Adrian Maben y rodado en cuatro días en octubre
de 1971, la interpretación desnuda de los temas, sin artificios y en un
ambiente tan monumental y sobrio al mismo tiempo es una de las grandes bazas de
una película habitual en muchos cines de sesión continua de hace varias décadas.
Con una versión absolutamente magnífica de «Echoes», y temas como «Careful with
that Axe, Eugene», «A Saucerful of Secrets», la épica «One of These Days», o la
hipnótica «Set the Controls for the Heart of the Sun», con Roger a la voz y
atacando con ganas el gong; destaca el nivel interpretativo de Rick Wright
mientras nos ofrecen imágenes de un volcán en erupción, no en vano estamos en
Pompeya. Entre los temas se incluyen algunas entrevistas con el grupo en los
Estudios Abbey Road.
“The Dark Side of the Moon” (marzo
de 1973), octavo disco de la banda, es uno de los más apreciados por los fans.
Antes de ser grabado en estudio el disco “tuvo tiempo para madurar y gestarse,
y evolucionó con las diferentes actuaciones en directo” durante casi un año,
como explica Nick Mason en sus memorias. Su título provisional fue “Eclipse”.
Consiguió un éxito estratosférico y cifras mareantes de ventas, permaneciendo
más de diecinueve años en las listas. También recibió la aprobación unánime de
la prensa musical. Fue grabado en Abbey Road con Alan Parsons como productor.
Como curiosidad, parte de los beneficios se invirtieron en la producción de “Monty
Python and the Holy Grail”. Los miembros de Pink Floyd eran fans de los Python,
se cuenta que paraban las sesiones de grabación solo para ver Flying Circus, el
programa de televisión de los Monty Python que se emitió entre 1969 y 1974. Ian
Anderson y Led Zeppelin también fueron inversores en la película.
La temática de sus letras incluye la
avaricia, el envejecimiento, la muerte y la enfermedad mental, tema que sería
explorado más a fondo en el siguiente disco. Fue el resultado de cinco años de
arduo trabajo y experimentaciones y su título no tiene que ver con la
astronomía sino, como explicó Gilmour, es “una alusión a la demencia”. Según
Mason el éxito de “The Dark Side of the Moon” se debió a “la idea global que
unía las canciones, las presiones de la vida moderna, tuvo una respuesta
universal, y continúa captando la imaginación de la gente”. Este álbum marca un
punto de inflexión con respecto a la relación entre Waters y los otros tres
miembros, cuyo compromiso absoluto con el grupo comienza a disiparse. Su
biógrafo, Nicholas Schaffner considera que es el álbum en el que Roger Waters
“se apropió de Pink Floyd”.
Hay que destacar la importancia que tienen
en el disco los efectos sonoros: latidos, pasos, explosiones, relojes, monedas
o cajas registradoras. También se intercalan pasajes hablados, que se grabaron
en Abbey Road. Se desecharon frases de Paul y Linda McCartney; sí salieron las
voces del portero de los estudios Abbey Road (suya es la famosa frase There's
no dark side of the moon really, in matter of fact it's all dark), o la
risa de Pete Watts (su road manager, muerto de sobredosis en 1976 y padre de la
actriz Naomi Watts).
Hipgnosis se hizo cargo de nuevo de la
portada, presentando hasta siete propuestas. Finalmente, la elegida fue la del
prisma en forma de pirámide que transforma un haz de luz blanca en un arcoíris,
según parece, diseñada a partir de una idea de Rick Wright. Se trata,
probablemente una de las portadas más míticas de la historia del rock.
Es un disco tan maravilloso que no voy a
descartar ninguna canción, comento todas.
«Speak to Me» la canción que abre el disco
comienza con latidos de corazón. Es en realidad una obertura que incluye breves
fragmentos de todas las canciones del disco. Se trata de una idea de Nick
Mason, batería de la banda, que él calificó como un “montaje de colores y
sonidos”. El nombre se refiere a la petición del ingeniero de sonido, Alan
Parsons, en las grabaciones de voz: “háblame”. Se enlaza con el siguiente tema.
«Breathe». Según se cuenta, la idea
original de esta canción le surgió a Roger Waters durante la realización de la
banda sonora de la película “The Body”. En la misma, el cuerpo es una metáfora
de la existencia humana. «Breathe» es “una invitación a tomarse un respiro, a
detenerse y reflexionar sobre el significado de la vida”.
«On the Run» es un instrumental de Gilmour
y Waters en el que destacan unos alucinantes sintetizadores que tocan ellos
dos, no Wright; parece ser que tiene que ver con el miedo a volar que tenían
los miembros de la banda; destaca la frase de Roger “The Hat” Manifold, live for today, gone tomorrow, that's me,
roadie de la banda que se hizo un hueco en la historia de Pink Floyd por las
frases que reprodujeron en el disco sacadas de una entrevista que le hizo
Waters.
«Time» comienza
con un tic tac y alarmas de reloj y a continuación una larga introducción con
percusión y teclado. En su composición participaron los cuatro miembros de la
banda y ofrece uno de los más espectaculares solos de guitarra de David
Gilmour. Se va convirtiendo en una de mis canciones preferidas a medida que la
escucho; esa mezcla de rock, el estribillo suave y los potentes coros me parece
irresistible.
«The Great Gig in the Sky» es una canción
instrumental de Rick, en la que se invitó a cantar a la vocalista gospel Clare
Torry, a quien instaron a improvisar sobre la música. Hicieron varias tomas y
el resto, es historia. En palabras de Wright, la interpretación de Torry “me
dio escalofríos (…) No tenía letra, sólo los gemidos de ella… pero hay algo muy
seductor en todo aquello”. Convertida en un instrumento más de la canción,
Clare Torry consiguió, tras poner una demanda, figurar como coautora y recibir
ganancias por la canción. Comienza
con la frase de Gerry Driscoll, portero de Abbey Road, And I am not frightened of dying, any time will do I don't mind…
«Money» es una de las canciones más
conocidas de Pink Floyd, en cuanto escucho las monedas que suenan al inicio me
entran ganas empezar a cantarla. Compuesta por Waters y Gimour fue lanzada como
sencillo. Destacan los compases un tanto especiales en los que está escrita y
el solo de saxo de Dick Parry. Mitiquísima.
«Us and Them» es un emocionante tema compuesto por Wright y Waters y cantado por
Gilmour y Wright. Fue compuesta originalmente para la película “Zabriskie Point”
de Antonioni, pero el director la rechazó. Waters la utilizó para dar nombre a
su gira “Us + Them”; estuvimos presentes en uno de sus dos conciertos de Madrid
en mayo de 2018 y literalmente alucinamos. En ese momento fui consciente de que
me estaba perdiendo algo muy grande si seguía pasando de Pink Floyd.
«Any Colour You Like», otro instrumental
con sintetizadores, compuesto por Gilmour, Mason y Wright. Los expertos lo
denominan como una pieza de rock progresivo, rock espacial y atmósfera
psicodélica, que ayuda a crear la guitarra de Gilmour.
«Brain Damage», compuesta y cantada por
Waters. The lunatic is in my head (…) And there's
someone in my head but it's not me. Fue compuesta por Roger Waters durante la gira del álbum “Meddle”,
momento en el que escribió también «Money». Según se cuenta, el título se
refiere a Syd Barrett y su deterioro mental. La canción fue finalmente cantada
por Waters y Gilmour hizo los coros. Como curiosidad, las risas que se oyen en
la canción son de Peter Watts, road manager fallecido en 1976 y padre de la
actriz Naomi Watts.
Mis torpes pasos por la discografía de Pink
Floyd me impidieron diferenciar «Eclipse» en las primeras escuchas del disco.
Por fin, con calma, lo logré. Resultó ser esa maravillosa “coda” que aparece a
continuación de «Brain Damage»; como me dicen “el corte está muy claro... el
Hammond de Rick”. Una pieza
maravillosa. Everything under the sun is in tune, but the sun is eclipsed by
the moon.
El disco finaliza con los latidos de
corazón con los que comenzaba.
Coincidiendo con mi escucha (muy detallada)
de “The Dark Side of the Moon” el diario El País comenzaba el domingo 29 de
septiembre una colección con la discografía completa de Pink Floyd, y lo hacía
precisamente con este disco. Un motivo más para seguir celebrando a Pink Floyd,
convertido en una pequeña pesadilla debido a la dificultad actual para
encontrar kioscos de prensa. La proverbial intervención de mi padre hizo que no
me quedara sin el disco.
Además el 2 de octubre se pasó en cines de
todo el mundo “Us+Them”, documental de Sean Evans que recoge el concierto en
Amsterdam de la gira de 2017-2018 de Roger Waters, precisamente la que pudimos
ver en Madrid en mayo de 2018. El documental fue presentado en el Festival de
Venecia, dentro de la Sección oficial fuera de concurso. Nosotros fuimos a
verlo al Palacio de la Prensa de Madrid y fue una maravillosa forma de celebrar
un aniversario.
Y así llegamos al noveno álbum de la banda “Wish
You Were Here” (septiembre de 1975), considerado para muchos la cumbre que
alcanzó el grupo y su último gran álbum. Su temática explora la aridez de la
industria musical, la codicia, la ambición y también la ausencia, y el desorden
mental. En este disco volvieron a mirar hacia su antiguo compañero, Syd
Barrett. La grabación del álbum se produjo en un momento especialmente difícil
para el grupo, agotados emocional y físicamente tras el éxito de “The Dark Side
of the Moon”. Habían logrado sus sueños de fama y dinero y una vez alcanzada la
cima se sentían vacíos. Aquella época fue descrita por Waters como “una
tortura”, porque el increíble éxito del disco les hizo ser conscientes de que
estaban acabados como “una banda de hermanos”, “ya no lo éramos ni nunca más
volveríamos a serlo”. “Me encanta líricamente, musicalmente. Escucho ese álbum
por placer” declaró Rick Wright, que lo consideraba su disco de Pink Floyd
preferido.
La portada, de nuevo de Hipgnosis,
reproduce la imagen de un hombre de negocios literalmente en llamas, mientras
que otro hombre “trajeado” le da la mano, el lugar de socorrerle. Para hacerla,
entonces no había las herramientas informáticas actuales, recurrieron a dos especialistas.
El “quemado” llevaba “un traje ignífugo debajo de sus ropas, una capucha y una
peluca, se le roció con gasolina y se la prendió fuego”. Tres tomas necesitaron
para conseguir la foto y el especialista Ronnie Rondell quedó algo chamuscado
pese a las medidas de seguridad.
El álbum se inicia con los primeros
compases de «Shine On You Crazy Diamond», composición que me produce un
completo escalofrío y que, dividida en varias partes, abre y cierra el disco.
Se trata de un tema prácticamente instrumental, con un gran trabajo de toda la
banda y en especial unos cuantos solos de Gilmour, ya míticos. Pura emoción y
melancolía. Contiene una de las letras de Waters que más me gustan “Remember when you were Young You shone like
the Sun Shine on, you crazy diamond”, dedicada a Syd Barrett, un “épico
homenaje de Pink Floyd al flautista y profeta, a aquel hombre extraño y
legendario”, de quien Waters dijo: “No podría haber sucedido sin él, pero no
podríamos haber seguido adelante con él”. Es sabida la visita que sucedió
durante la grabación del disco, no está claro si fue cuando estaban grabando
precisamente esta canción, de un hombre grueso, con el pelo y las cejas
afeitadas, una gabardina y zapatos blancos y una bolsa de plástico blanca en la
mano. La banda tardó un tiempo en descubrir que se trataba de Syd Barrett; la
foto que hay de aquel día rompe el corazón, podemos imaginar cómo se quedaron
ellos. Syd se marchó un rato después y nunca más volvieron a verse. Syd, “el
que tocaba esa Fender Squire característica con sus discos reflectantes, el que
tenía un armario lleno de camisetas de Thea Porter e iba acompañado de su
hermosa novia rubia”, recuerda Nick Mason, quien reflexiona que “todos habíamos
tenido que ver con el estado de Syd, ya fuera por no querer reconocer su
situación, por la falta de responsabilidad, la insensibilidad o un egoísmo
descarado”.
«Welcome to the Machine», canción de Waters
cantada por Gilmour (“llorada” me dicen en Twitter) es una crítica a la
industria discográfica que sólo entiende la música como una máquina de generar
dinero. La ambientación industrial del inicio introduce una canción futurista y
un tanto apocalíptica, en la que destaca el excelente tratamiento de los teclados
y la interpretación de David, en un registro vocal diferente del suyo habitual.
Una historia curiosa rodea a la grabación
de «Have a Cigar», de nuevo una crítica a la industria del disco. Recoge la
frase: Oh, by the way, which ones Pink?,
que al parecer les dijo algún ejecutivo discográfico en sus comienzos. Cuando
se dispusieron a grabarla, Waters no se encontraba bien de voz y Gilmour no
quería grabarla él solo, al parecer no se encontraba cómodo con la letra. Se
ofreció a interpretarla Roy Harper, un cantautor folk muy cercano a otra gran
banda, Led Zeppelin. Según se cuenta, Waters esperaba que la cantaran los otros
miembros de la banda y no le sentó muy bien que aprobaran la propuesta. Por
otra parte, Harper tampoco pareció quedar muy satisfecho con el pago por su
intervención.
Y qué decir de «Wish You Were Here»,
compuesta por Waters y Gilmour, una de las pocas canciones que conocía de la
banda y que siempre me ha roto el corazón. Una de las canciones más bellas de
la historia del rock, un tema que trascenderá en el tiempo.
En esta etapa aumentaba la complejidad de
las giras crecían y su “apetito por los efectos escénicos”, que tal vez estaban
llegando a ser “excesivos”, según aprecia Mason en sus memorias. Y, sin
embargo, todavía quedaba mucho más en cuanto a complejidad y espectacularidad
en los montajes, algo que ya nunca abandonaron. Haber crecido tanto en
popularidad y ventas los llevó a grandes estadios, y tocar en esos enormes
recintos conllevaba la necesidad de entretener y asombrar al público. La
formación de arquitectos de tres de sus músicos también tuvo mucho que ver con
este deseo. Así colaboraron con arquitectos, diseñadores, artistas e ingenieros
para crear shows en directo cada vez más ambiciosos y espectaculares. Además de
los efectos de luz que usaron desde sus inicios, trabajaron con estructuras
movibles e inflables.
Pink Floyd había despegado en 1967, en
pleno verano del amor. Sin embargo, el de 1976 fue el verano de la ira, con la
economía británica en plena crisis, huelgas, inflación y desempleo; un momento
de gran tensión y desilusión, del No Future y la llegada del punk. Pink Floyd
era uno de los principales exponentes de los denominados “dinosaurios” del
rock. Aquel estallido musical supuso una especie de revulsivo para Roger, quien
no se achantó por las andanadas recibidas. Preocupado por la situación política
mundial, dio un giro al sonido de Pink Floyd, terminando con “los ritmos
soñadores, los celestiales fondos de órgano y las etéreas armonías vocales”.
Nick Mason tampoco se tomó mal la llegada
del punk y sus ataques. “A algunos les gustas y a otros no”, afirmó. El batería
llegó incluso a producir el segundo disco de The Damned, “Music for pleasure”,
aunque la banda no quedó satisfecha. “Nadie quiere que el mundo esté poblado
sólo por dinosaurios, pero es bueno dejar a algunos vivos”, explicó Mason con
su habitual sorna. En la exposición sobre el grupo que vimos en Madrid, se
recuerda las camisetas de Pink Floyd que lucían Johnny Rotten y los Sex
Pistols, tuneada con un “I hate”. Con los años, Rotten confesaría que sí le
gustaba la banda.
En ese contexto surgió el décimo disco de
Pink Floyd, “Animals” (enero de
1977), el último en que trabajaron en equipo y el particular “grito de
furia” de Roger. Un disco con letras muy comprometidas, la “primera destilación
de altísima graduación alcohólica del veneno sociopolítico de Roger” y calificado
de “intransigente y audaz en su formato”. En palabras de Gilmour, que afirma
haberlo pasado muy bien grabando el disco, “abarca una sonoridad más dura,
directa y agresiva”.
Inspirado de alguna forma en “Animal farm”,
de George Orwell, en el disco Waters divide a los seres humanos en “cerdos” que
son “moralistas, santurrones y tiránicos”, “perros” caracterizados por ser
“pragmáticos y competitivos”, dispuestos a usar sus garras y dientes para
alcanzar sus propósitos, y “ovejas”, que forman un “rebaño sumiso y
masificado”. Un disco plenamente de Roger, que también se incluye en esa
“misántropa” clasificación, haciendo una especie de confesión en «Pigs on the
wing», una de mis canciones favoritas del disco.
La portada, mi preferida, fue diseñada de
nuevo por Hipgnosis a partir de una idea de Roger, en ella aparece la Central
Eléctrica de Battersea, diseñada por Sir Giles Gilbert Scott. Inaugurada en los
años 30 del siglo pasado, fue orgulloso emblema del poderío industrial
británico, aunque en la época en que se grabó el disco la mitad de la central
había dejado de funcionar. La idea de la portada le sobrevino a Waters, que aún
vivía en Londres, al pasar a menudo con el coche por los alrededores de la
central. Encargaron además un gran globo aerostático con forma de cerdo,
“Algie”, que debía sobrevolarla y que generó numerosas anécdotas (y peligro) al
soltarse descontrolado hasta aparecer en un prado de Kent donde lo rescató un
granjero. Como curiosidad, la tipografía que aparece en la cubierta corresponde
a la letra de Nick Mason.
Durante la grabación de este disco Waters
se dejó llevar por su ego, en una deriva que hizo aún más complicada su
relación con el resto del grupo. Tuvo también encontronazos con Storm
Thorgerson (Hipgnosis) a pesar de ser amigos de juventud, con periodistas, con miembros
de la “tripulación” de la banda e incluso con su público (la historia del
salivazo a un fan en un concierto canadiense, que sería posteriormente la
semilla de “The Wall”, resulta bastante reveladora). Roger se convirtió en una
persona aún más complicada de lo que ya era, lo que afectó sin duda a la música
y al desarrollo del grupo. La grabación en los estudios de Britannia Row en
Islington, propiedad de la banda, resultó digamos complicada. “Animals fue un
trabajo duro. No fue un álbum divertido de hacer, pero esto fue en la época en
la que Roger se creía el único compositor de la banda. Pensaba que solo era por
él que la banda seguía adelante”, afirmó Rick Wright que no compuso ninguna
canción para “Animals” y se convirtió en blanco de la ira de Waters, situación
que se agravaría en el siguiente disco.
Se trata de un álbum con tan solo cinco
canciones, tres de ellas superan los diez minutos.
«Pigs on the Wing 1 y 2» Temas que abren y
cierran el disco. Hablan sobre el desencuentro y la falta de empatía entre los
seres humanos, lo que nos lleva a la inseguridad y el desequilibrio, males que
se pueden corregir si las personas se acercan y se preocupan por lo que les
sucede a los demás. El especial sentido del humor de Waters le llevó a decir
que era una canción de amor dedicada a su mujer (en aquella época estaba casado
con Lady Carolyne Christie).
Me pasó algo curioso con «Dogs». Estos
repasos, por mucho que quiera esmerarme, resultan complicados por la cantidad
ingente de canciones que debo manejar. Vi en redes una canción llamada «You
Gotta Be Crazy», que en un principio no identifiqué con este tema. Posteriormente
me explicaron que se trataba de una primera versión de «Dogs», un tema que
había sido tocado en varios directos algún tiempo antes de grabarse, incluso
con una letra diferente. Cantada por Gilmour y Waters, la canción ofrece
diecisiete minutos maravillosos de principio a fin, con una interpretación de
guitarra de Gilmour que parece llevarte en volandas. And when you lose
control You'll reap the harvest you have sown And as the fear grows The bad
blood slows and turns to stone. De lo mejor de Pink Floyd.
«Pigs (Three Different Ones)» es otra de
mis canciones preferidísimas de su carrera. Potente, con un magnífico trabajo
de la sección rítmica y en el tratamiento de la voz de Roger, que suena corrosiva
como pocas veces.
«Sheep» comienza con un suave sonido de
teclado de Wright para ir in crescendo, ganando protagonismo las guitarras de
Gilmour, con solos entrecortados y agresivos. Cantada por Waters, está llena de
rabia y agresividad, como el resto de temas de “Animals”. Como también me
explican, hay versiones previas de «Sheep» con el título «Raving and Drooling».
Coincidiendo con la escucha de “Animals”
voy por segunda vez a visitar la exposición “Pink Floyd: Their Mortal Remains”.
Un viernes 18 de octubre en el que paso tres horas buceando por los objetos,
instrumentos, libros, manuscritos, fotografías, portadas y videos, una vez que
puedo situar la historia, discos y etapas del grupo. Salgo mareada, pero feliz
de indagar en el ingente material que recoge la exposición.
“The Wall” (noviembre de 1979), undécimo
álbum de estudio, es un disco doble producido por Bob Ezrin, junto a Waters y
Gilmour. Se trata de un proyecto de Waters que tiene mucho de autobiográfico,
sobre una estrella de rock llamada Pink cuyo padre muere en la Segunda Guerra
Mundial, dominado por una madre absorbente, manejado por la industria
discográfica y que llega a rozar la locura debido al consumo de drogas. ¿Os
resulta familiar? Todos estos problemas son los ladrillos en el muro que le
separa del público y del mundo.
Debido a la ruina del entramado de empresas
creado para manejar su dinero, el grupo se vio obligado a ausentarse de
Inglaterra, por lo que el disco se grabó en Los Angeles, lo que les vino bien,
según el productor, ya que insufló energía a su música. Por mi parte,
desconocía por completo el disco (excepto la celebérrima «Another Brick in the
Wall»), y en el momento de escribir esto, aún no había visto la película, aunque
parezca imposible. Las primeras escuchas del disco me costaron, pero me ha ido
gustando más y más según me he ido adentrando en él.
Por primera vez desde “A Saucerful of
Secrets” la portada no fue diseñada por Hipgnosis, debido a las diferencias de
Waters con los diseñadores. Se le encargó a Gerald Scarfe, un conocido
dibujante que ideó una portada minimalista que refleja el muro en color blanco.
Alejada de las exuberantes creaciones de Thorgerson y compañía, en su
simplicidad residió su éxito, tal vez a la manera de la portada “White Album”
de los Beatles.
Para “The Wall” Pink Floyd dieron una vez
más gran importancia a los efectos sonoros: bombardeos, helicópteros, llantos
de bebé, sonido de escuela, teléfonos, junto con frases recurrentes. Destaca la
grabación de un coro de veintitrés niños de una escuela de Islington (el barrio
donde vivía Roger) grabados en su clase por Nick Griffith, que se convirtió en una
parte fundamental del tema «Another Brick in the Wall». Media hora de canto que
sirvió a la prensa amarilla para atacar al grupo por haber “explotado” a los escolares.
El resto de la banda no se vio tan implicada
como Waters en el álbum, por ejemplo Gilmour afirmaba que él no sentía ese muro
entre él y el público. En aquel momento fue cuando empezaron a saltar las
alarmas sobre la mala relación entre Roger y David. Bob Ezrin diría años
después “bajo esa postura tan inglesa de antagonismo ambiguo que adoptan,
sonrientes y sin levantar la voz, la guerra que existía entre esos dos tipos
era increíble”. La grabación de “The Wall” terminó de dinamitarlos como grupo.
Waters echó a Rick Wright de la banda de muy malos modos, y el teclista aceptó
seguir con ellos como músico contratado.
«In the Flesh?» está cantada por Roger y tiene un cierto aire épico a la manera de
algunas composiciones de Queen; la canción vuelve a aparecer (sin
interrogación) en la cara B del disco 2 y se refiere a la deriva de Pink en la
que se ve como un caudillo fascista que arenga a sus seguidores.
«Another Brick in the Wall» es una de las canciones más exitosas de
Pink Floyd. A pesar de no ser una banda de sencillos ésta salió como single y
arrasó en ventas. Hay hasta tres versiones en el disco. La primera está cantada
exclusivamente por Waters y en ella hay un trabajo magnífico de Gilmour, con
esas guitarras con ecos tan características. Quizá la parte más conocida es la segunda,
donde cantan los niños del Islington Green School Choir. Mítica, magnífica, uno
de los himnos del rock de todos los tiempos. ¿Hay alguien que no la haya
escuchado?
«Mother» es una de las canciones del disco
que más me gustan. Desde el punto de vista de la melodía se trata de una
especie de canción de cuna. Sin embargo, la letra refleja una tensa relación,
refiriéndose de forma amarga a una madre sobreprotectora que ha contribuido a
levantar un alto muro alrededor de su hijo. Cantada en forma de diálogo entre Waters y Gilmour. Mama's gonna make all of your nightmares come true Mama's gonna put all of her fears into you.
«Goodbye Blue Sky». Bonita balada con
guitarra acústica que de alguna forma se refiere a los desastres de la guerra que
afectan sobre todo a la población civil, los inocentes, los más vulnerables.
Las bombas lanzadas en apariencia para conseguir un mundo mejor, que en
realidad destrozan vidas y acaban con el cielo azul. The flames are all
long gone but the pain lingers on Goodbye, blue sky.
«Empty Spaces». Una breve canción de dos
minutos, con una introducción “especial” que da paso a la voz doliente de
Waters. Refleja los momentos dolorosos por los que pasa Pink en su matrimonio.
La leyenda dice que la canción incluye un mensaje “oculto” referido a Barrett,
el ausente siempre presente. Durante la escucha de “The Wall” me compartieron
una interesante versión de esta canción a cargo de la banda californiana Astra,
cuyo sonido remite al rock progresivo de los 70. La versión, de más de seis
minutos, se grabó para una revisitación del álbum publicada por la revista
Mojo, “The Wall Re-Built!” (2011).
«Young Lust». Un rock potente cantado por
Gilmour en un registro vocal mucho más “desmelenado” del suyo habitual. Will some woman in this desert land Make me feel like a real man? Ooh,
I need a dirty woman. Pink, el protagonista, es ya una estrella del rock
que no ve a su esposa durante meses y se acuesta con groupies durante las largas y solitarias giras. Termina con una
conversación telefónica con una operadora por la que descubre que su esposa le
está siendo infiel. Se habla de que la canción puede tener un claro tinte
autobiográfico en lo que respecta a Waters y su primera mujer, Judy Trim.
«One of My Turns». Otra canción de rock
poderoso, cantada por Waters. Gilmour se encarga de la guitarra principal, Lee
Ritenour de la guitarra rítmica, Wright del piano y el productor, Bob Ezrin,
toca el órgano y el sintetizador. Comienza con las palabras de la groupie a la
que invita el protagonista, Pink, después de enterarse de la infidelidad de su
esposa. La cosa no sale bien y Pink destroza la habitación donde se encuentran.
La canción sube en intensidad y la interpretación de Waters también, hasta que
pregunta a la chica por qué ha salido huyendo. Why are you running away?
«Hey You». Otra de mis canciones favoritas
del disco, aunque fue excluida de la película. Comienza como una balada, con
una suave guitarra acústica. Cantada por Waters y Gilmour, me llena la cabeza
el solo de guitarra, que es fantástico y reproduce algunas notas de «Another
Brick in the Wall».
«Comfortably Numb». Una de las mejores
canciones del disco, curiosamente compuesta a partir de una demo de Gilmour
para su primer álbum en solitario. Descartada entonces, la llevó a las grabaciones
de The Wall. Waters escribió la letra a partir de una tremenda experiencia que
vivió antes de salir a un concierto; se encontraba con fuertes dolores y un
médico le administró un calmante que le permitió tocar, aunque completamente
adormecido. Se trata de uno de los temas más celebrados y recordados de “The
Wall” y contiene uno de los solos de guitarra de David Gilmour más apreciado.
La canción habla sobre la dificultad para manifestar emociones a medida que nos
hacemos mayores, la pérdida de la inocencia y el muro que las personas vamos
construyendo a nuestro alrededor con el paso de los años.
«The Show Must Go On». Breve canción de minuto y medio que me
recuerda armonías vocales de algunos temas de la ELO. Tampoco se incluyó en la película.
La gira de The Wall fue una de las que
contó con una estructura más complicada y, aunque fue un éxito de público, dejó
pérdidas para el grupo, excepto para Wright, que ya sólo participó como músico a
sueldo.
A estas alturas del repaso hago una vuelta
a los inicios. Escucho de nuevo “The Piper at the Gates of Dawn” porque me encuentro finalizando
el libro “Syd Barrett: El
brillo de la ausencia” de Rob Chapman. De camino al trabajo en el metro
me acompañan las notas juguetonas de «Lucifer Sam» y la voz de Syd, con su
manera de cantar y pronunciar tan características. Se refleja en el cristal del
vagón un viajero. Alto, de ojos profundos, canoso pelo abundante y ondulado.
Ensimismado en lo que escucha por sus cascos, sonríe misterioso…
Antes de empezar la escucha de “The Final
Cut” me dispongo a ver por fin la película de “The Wall”, de 1982, dirigida por
Alan Parker y protagonizada por el cantante Bob Geldof. Con 15 minutos de
secuencias animadas creadas por el ilustrador Gerald Scarfe, está llena de surrealismo
y violencia y, aunque parece que no fue muy del gusto del grupo, se ha
convertido en una película musical de culto, con secuencias que forman parte de
la historia de Pink Floyd.
La escucha de “The Final Cut”, un disco que temía, me ha resultado finalmente
grata, la cuestión era escucharlo varias veces, con atención y sin prejuicios. No
es un disco de canciones pegadizas. He descubierto unos cuantos buenos temas en
medio de otros que no me han dicho gran cosa o que incluso en algún momento
puntual me han resultado incómodos. Pero, al fin y al cabo, se trata de Roger
Waters y (un poquito de) Pink Floyd, no se les había olvidado hacer buena
música.
“The Final Cut” (marzo de 1983) es
el duodécimo álbum de estudio, en el que no participó de Rick Wright, que había
sido despedido en 1981, y es el último de la banda en contar con Roger Waters,
compositor y letrista de todas las canciones del disco. La mayoría de ellas
cuentan con él como vocalista principal; Waters no es un gran cantante, aquí su
voz suena desnuda y desprotegida, probablemente esa crudeza en la
interpretación era lo más adecuado para este disco. Gilmour aporta su voz a
sólo una de las doce canciones, «Not Now John». Sin Wright y con Waters tomando
las riendas de todo, Mason y Gilmour no se sintieron parte del proyecto. Se
trata de un álbum conceptual antibélico, en particular contra la Guerra de las
Malvinas y líderes mundiales como Thatcher y Reagan. Waters sacó a relucir un
tema recurrente en su obra: la muerte de su padre en la Segunda Guerra Mundial.
Está considerado como un álbum casi en solitario de Waters aunque se editara
bajo el nombre de la banda. El disco no tuvo malas ventas pero dividió a los
críticos musicales. Gilmour fue especialmente crítico con el álbum, al que
dedicó calificativos nada halagüeños.
Grabado en ocho estudios diferentes, se lanzaron
cuatro cortometrajes para acompañar el disco. “The Final Cut” fue concebido en
sus inicios como una banda sonora para la adaptación cinematográfica de “The
Wall” en 1982, pero la Guerra de las Malvinas entre Argentina e Inglaterra
cambió los planes. Roger Waters fue un férreo opositor de aquel desafortunado
conflicto bélico y los temas sobre guerra y pérdida que habían aparecido en “The
Wall” se convirtieron en el tema de “The Final Cut”. En “The Final Cut” se
utilizan una vez más efectos sonoros como cristales rotos, explosiones, viento,
aviones, sonido de reloj, risas enloquecidas, enriquecidos por las innovaciones
técnicas de la época. Nick Mason se encargó de los efectos de sonido. La banda
terminó de romperse durante la grabación de este disco, en especial se
intensificaron las diferencias entre Waters y Gilmour hasta que los dos no
pudieron seguir trabajando juntos.
En mis primeras escuchas percibo en
ocasiones un tono en exceso solemne que resulta cansino, con unas melodías que me
han sonado “iguales”. Comentando con un amigo sobre el disco, que él califica
de “incómodo y pesimista” e “impregnado de mal rollo”, coincidimos en que se
nota demasiado la falta de Gilmour. En este disco es palpable cómo el ego de
Waters le impidió ver que lo mejor de Pink Floyd residía en la suma de todos. Y,
sin embargo, este disco también merece una escucha atenta.
Para “The Final Cut” Waters se hizo cargo del
arte, usando fotos hechas por su cuñado, Willie Christie. Sobre un fondo negro
la portada muestra la amapola inglesa que recuerda a los caídos y medallas de guerra.
«Your Possible Pasts» es una de las
canciones que más me han gustado del disco. Como curiosidad, la letra del
estribillo Do you remember me? How we used to be? Do you think we should be closer? fue incluida en la película “The
Wall”. Es leída por Pink en la escena del cuarto de baño.
«One of the Few», este breve tema de poco
más de un minuto también me ha gustado especialmente. Comienza con el tic tac
de un reloj. El lamento de Waters se acompaña de un tenue sonido de guitarra
acústica tocada por Gilmour.
«The Hero's Return» Canción con un bonito
inicio de guitarra, estaba compuesta originalmente para “The Wall” pero se quedó
fuera. Una versión extendida se incluyó en la cara B del single de «Not Now
John». Jesus, Jesus, what's it all about? Trying to clout these little ingrates
into shape
«The Fletcher Memorial Home» es uno de los
más inspirados temas del disco y contiene un gran solo de Gilmour. Waters
expresa su frustración por los dirigentes mundiales, nombrando entre otros a
Reagan, Thatcher, Brezhnev, Nixon o el argentino Galtieri. Propone reunirlos a
todos y retirarlos en la Fletcher Memorial Home, un nombre en homenaje de su
padre muerto, Eric Fletcher Waters. The Fletcher Memorial Home For Incurable
Tyrants and Kings… Esta canción se ha incluido en un par de recopilatorios
de Pink Floyd.
«Not Now John» es mi canción preferida de
“The Final Cut”. Se trata del tema más largo y se sale de la tónica musical del
resto de las canciones. Fue escrita por Waters como una crítica hacia la
codicia y la corrupción política. Se trata de una potente canción rock, con brillante
interpretación vocal de Gilmour. Es el único tema del disco en el que canta el
guitarrista, Waters hace la segunda voz, y hay una destacada presencia de coros
femeninos. Fue elegido como sencillo, aunque tuvieron que cambiar en el
estribillo la frase el estribillo Fuck all that.
«Two Suns in the Sunset», la canción que cierra el álbum hace referencia
a una explosion nuclear en su verso the
sun is in the east, even though the day is done. Bonito solo de saxo
final a cargo de Raphael Ravenscroft.
Nick Mason, que compartía posiciones
políticas con Roger y siempre se había llevado muy bien con él, incluso le
eligió como padrino de su hijo, también se vio relegado durante la grabación de
The Final Cut. Empezó a acercar posturas con Gilmour.
Se suele simplificar afirmando que Roger suele
estar más interesado por las letras y David por la música. Lo cierto es que
David y Roger son dos personas a quienes les gusta dirigir, aunque lo
manifiesten de diferente forma. Roger se estaba volviendo “demasiado autócrata”
y las intensas diferencias que se produjeron con “The Wall” habían quedado en un
tenso empate. Con “The Final Cut” todo estalló y Pink Floyd se rompió
definitivamente. Roger decidió disolver el grupo “una fuerza gastada
creativamente” pero Gilmour no opinaba igual. Así llegaron “las guerras civiles
de Pink Floyd” o “la disputa más grande del rock and roll”. Aunque las diferencias
en la banda fueran algo habitual y hubieran vivido momentos como la expulsión
de Rick Wright, lo peor llegó con la ruptura final entre Waters y el resto y las
demandas judiciales que duraron varios años y permitieron finalmente a los
otros tres seguir usando el nombre de Pink Floyd.
En medio de la tormenta, Gilmour, Mason y
Wright editaron un nuevo álbum “A Momentary Lapse of Reason” (septiembre de 1987) decimotercer
álbum de estudio bajo el nombre de Pink Floyd, aunque Waters pusiera el grito
en el cielo, les atacara e incluso les ridiculizara. Nick Mason habla en sus
memorias sobre aquellos días y da una visión bastante equilibrada (él mismo se
ríe de su tendencia a “quedar bien con todo el mundo”) sobre lo que sucedió. La
opinión generalizada afirma que Waters quería que el grupo desapareciera
oficialmente para que no hiciera sombra a su carrera como solista. En diciembre
de 1985 Waters había dado por finalizada la carrera de la banda de manera
unilateral. Gilmour quería seguir y el mejor acicate para hacerlo fueron las
palabras de Waters: “Nunca lo conseguiréis”. Waters rompió con el manager de la
banda Steve O'Rourke, que siguió representado a Pink Floyd. Subestimó a sus
compañeros, en especial a Gilmour, también de fuerte carácter aunque más
templado que Waters, y que reforzó su postura al sentirse insultado. El disco
recibió críticas contrapuestas y fue ridiculizado por Waters pero tuvo mejores
ventas que “The Final Cut”, aupado además por una gira que fue un éxito
indiscutible.
Fue coproducido entre Gilmour y Bob Ezrin, quien
fuera coproductor de “The Wall” y que acababa de rechazar participar en el
disco en solitario de Waters “Radio K.A.O.S.”. Durante bastante tiempo Gilmour
dudó entre convertirlo en un nuevo álbum de Pink Floyd o en uno en solitario. En
la grabación participó “un gran elenco de talentosos colaboradores”, que
también contribuyeron en la composición de varias canciones. Es el caso de Phil
Manzanera, Jon Carin, Anthony Moore, y Toni Levin en el bajo. Además,
incorporaron a Rick Wright, quien apenas participó en la grabación en calidad
de músico de estudio, aunque sí salió de gira con ellos. Gilmour pensó que su
presencia les haría más fuertes “tanto en el aspecto legal como en el musical”.
En este caso no se trató de un disco con
una historia como nexo de unión, sino de colección de canciones rock que no tenían
que ver entre sí. Sin embargo, la
atmósfera la puso el río Támesis, donde estaba amarrado el estudio flotante en
el que se grabó gran parte del disco, el Astoria, propiedad de Gilmour. Según
Bob Ezrin el río acabó impregnando la grabación. Una plácida atmósfera constantemente
interrumpida por las peleas con Waters con respecto al uso del nombre de Pink
Floyd. Así lo ha reconocido David Gilmour en una entrevista reciente con
el periodista Matt Everitt de BBC
Radio, emitida a través del podcast “The Lost Art of Conversation”: “Estábamos en medio de nuestra disputa legal
(con Waters) mientras grabábamos y, en medio de cada pequeña cosa que hacíamos,
tenía que ir al teléfono a hablar con los abogados. Consumían nuestro tiempo en
el estudio, y me agotaban a mí”. Por eso David califica la grabación de “A
Momentary Lapse of Reason” de “pesadilla”.
El grupo no tenía muy claro el título, pero
la solución llegó de la mano de una de las canciones del disco, concretamente «One
Slip», donde se dice A momentary lapse of
reason That binds a life for life. Por primera vez desde “Animals” el
encargado de la portada y el arte del disco fue el gran Storm Thorgerson. En la
portada se ven cientos de camas de hospital colocadas en una playa, con un
hombre sentado sobre una de ellas y un ala delta en el cielo. En la exposición
de Pink Floyd que vimos en Madrid, Thorgerson cuenta las complicaciones que
surgieron con la (carísima) foto que tardó dos semanas en tomarse. Pero, una
vez más, valió la pena. La portada es realmente impactante. Se incluyó una foto
de Gilmour y Mason tomada por David Bailey, la primera con miembros del grupo
que aparecía en un disco de Pink Floyd desde “Meddle”. El gesto se consideró
como una forma de recalcar que Waters ya no estaba en el grupo. Wright tan solo
apareció en los créditos.
Todos los repasos tienen su atasco y el mío
ha venido con este disco. Pasé bien el bache de “Ummagumma” y la complicación
de “The Final Cut”, pero la escucha de “A Momentary Lapse of Reason” ha
resultado áspera en todo momento. Mis problemas vienen de lo poco que me gusta
la producción, con esas baterías, teclados ochenteros y arreglos que me hacen
desconectar del disco, aunque reconozco que tiene canciones apreciables. Pero
esa producción me desinfla. El propio Gilmour se ha pronunciado en la
mencionada entrevista con la BBC sobre el “polémico sonido” de “A Momentary
Lapse of Reason”. “Eran los 80 y había una cantidad increíble de nueva
tecnología, así que para ese disco la abrazamos del todo. Nuevos teclados,
sintetizadores… queríamos hacer un disco de su época. Acogimos aquello con todo
el entusiasmo, pero fue una moda. Y las modas… pasan de moda. Años después, hay
momentos en los que pienso que no seguimos la idea atemporal que deberíamos
haber seguido”. Por mi parte quedo a la espera de la publicación en diciembre
de 2019 de la remezcla completa del disco, en la que se han incluido otras
baterías y teclados.
«Signs of Life» canción instrumental, aunque
se incluye la voz de Nick Mason recitando unos versos. Canción que tiene una atmósfera
muy especial (a lo “Blade Runner”), que incluye sonidos del río y uno de los
mejores tratamientos de los teclados de todo el disco, con un solo de guitarra
de Gilmour especialmente bonito.
«Learning to Fly», fue el primer single del
disco y alcanzó un éxito considerable en radiofórmulas de la época. Recuerdo
haber visto el video en alguno de los programas musicales de entonces. Su letra
está inspirada en las lecciones de vuelo que recibía Dave y refleja el “intento
del hombre de tomar vuelo espiritualmente”. Hay quien dice que también se
refiere al “renacimiento” que supuso el disco y a la toma de liderazgo del
grupo por parte de David. Compuesta entre Gilmour, Moore, Ezrin y Carin.
«The Dogs of War», canción de Gilmour sobre
los políticos que inician guerras y la presencia del dinero detrás de todos los
conflictos bélicos. Rock crudo, con una buena interpretación vocal de Gilmour,
la canción contiene uno de esos “duelos” de guitarra y saxo de los que gusta
Pink Floyd.
«One Slip», se trata de una canción
compuesta por Gilmour y Manzanera. De su letra salió el título del álbum. Durante
mi accidentada escucha me anima mi amigo Carlos, muy fan de este disco, a escuchar
la remezcla de 2019 de esta canción, en la que se ha cambiado la batería, que
en mi opinión mejora bastante, aunque no acaba de ser lo contundente que me gustaría.
Me dice que me fije en el Hammond, porque en esta mezcla han incluido partes de
Wright, no del estudio (donde no participó), sino del directo. Por otra parte,
me habla del sonido del contundente bajo. Se trata del bajo original, grabado
por Tony Levin, bajista de Peter Gabriel y de King Crimson, que tiene una forma
de tocarlo muy personal porque se pone una especie de palos atados a los dedos
para golpear las cuerdas, lo que llaman “funk fingers”.
«Yet Another Movie» es una de las canciones
que más me han nombrado en Twitter al referirme a este disco. Comienza con
sonidos de secuenciador, y cuando empieza a sonar la guitarra de Gilmour se
escuchan pequeños fragmentos de diálogo de la película “Casablanca”. Al tema le
envuelve una intensa atmósfera sonora y tiene una letra especialmente cuidada
«Sorrow» es la canción que cierra el disco
y personalmente es otra de las que más me gustan, con los arañazos de guitarra
del inicio y las similitudes que encuentro con «Echoes» en algunos de los sonidos
que adornan la canción, además de ecos del maravilloso bajo de «One Of These
Days». A pesar de que en alguna ocasión Gilmour ha declarado que las letras no
son su punto fuerte, esta es una de las canciones de las que se siente más
satisfecho en cuanto a la letra.
Más sencillo me ha resultado “The
Division Bell” (marzo de 1994) decimocuarto álbum de Pink Floyd. En 1993
Rick Wright volvió a ser miembro de pleno derecho de la banda. “Creo que en
particular Rick se sintió mucho más integrado en el proceso esta vez. Estuvo
bien tenerlo de vuelta”, afirmó Nick Mason en sus memorias. Los tres se unieron
en el estudio para improvisar y generar nuevas canciones; consiguieron reunir
unos cincuenta esbozos, que consiguieron reducir a las once canciones que
salieron en el disco a base de un sistema de votaciones. Este álbum es de
alguna manera una mirada retrospectiva a la historia de la banda y en gran
parte está compuesto entre Gilmour y Wright; la crítica afirmó que la conexión
entre ambos supuso “el corazón musical del álbum”. Gilmour se apoyó para la
composición de las letras en su segunda esposa, la periodista y escritora Polly
Samson. Gran parte de la temática del álbum se refiere a la comunicación y la
toma de decisiones.
Habían pasado siete años desde la salida
del anterior disco, “A Momentary Lapse of Reason”, años azarosos por el
contencioso con Waters y marcados por el divorcio de Gilmour y su adicción a la
cocaína. Poco a poco todo se fue calmando y con “The Division Bell” Gilmour
pudo dar salida a su trabajo en Pink Floyd libre de las ataduras con Waters. La
grabación del disco tuvo lugar en lugares tan conocidos por la banda como los
estudios Britannia Row y la casa estudio flotante de Gilmour, el Astoria.
Contaron con viejos colaboradores como el productor Bob Ezrin, el saxofonista
Dick Parry o el bajista Guy Pratt.
También contaron con un viejo conocido y
amigo para la espectacular e inolvidable portada, que una vez más corrió a
cargo de Storm Thorgerson. En ella aparecen dos enormes cabezas, que recuerdan
a un tótem, colocadas juntas creando la ilusión óptica de que están de perfil
hablando una frente a otra y al mismo de una única cara frente al espectador. Las enormes cabezas metálicas que se construyeron para la
portada se encuentran actualmente en el Rock and Roll Hall of Fame de Cleveland.
La de “The Division Bell” fue elegida como una de las portadas de discos de
todos los tiempos inmortalizadas en unos sellos de la Royal Mail en 2010.
La escucha del álbum me ha costado mucho
menos que “A Momentary Lapse of Reason”. Un amigo define “The Division Bell” como
“orgánico e inspirado” y yo estoy de acuerdo. Me da la sensación de que el
grupo se encontraba tranquilo y relajado durante la grabación del álbum, ya
ajenos a las andanadas de Waters y tras haber obtenido un éxito de ventas y
público con el álbum anterior y sobre todo con la gira.
«Cluster One», de nuevo un tema
instrumental para abrir un disco de Pink Floyd. La canción comienza con un
minuto de ruidos y chisporroteos que, según uno de los ingenieros del sonido, reproducen
el “ruido electromagnético del viento solar”. La melancólica canción se
sustenta posteriormente en los teclados de Wright y suaves sonidos de la mítica
guitarra de Gilmour.
«What Do You Want from Me?», canción donde
juega un papel destacado la potente guitarra de Gilmour, quien confesó que tiene
que ver con las relaciones personales al ser preguntado si se refería en ella a
la relación con el público. En
realidad, trata sobre un hombre que se ofrece a hacer por su pareja incluso lo
imposible You can have anything you want
You can drift, you can dream, even walk on water Anything you want. Convincente
interpretación vocal de Gilmour apoyada por unos potentes coros femeninos. No
hay muchas canciones de amor de Pink Floyd, ¿verdad?
«Poles Apart» Muy bonita canción. Suena a
gloria el órgano de Nick Wright, por fin ocupando el lugar que merece. Según se
dice la letra se refiere a los dos ex miembros de la banda, Barrett y Waters.
Tiene una parte intermedia con un toque psicodélico conseguido mediante unos arreglos
orquestales.
«Marooned» es otro instrumental compuesto
entre Gilmour y Wright, con una nueva exhibición de Gilmour a la guitarra.
«A Great Day For Freedom», aunque mucha
gente ha querido buscar en la letra un reflejo de los insondables e irresolubles
problemas entre Waters y Gilmour, este último siempre ha dicho que la canción
es su particular mirada hacia los conflictos bélicos, la intolerancia y los muros,
en especial hacia la Europa del Este, tan de actualidad en el año en que salió
el disco.
«Wearing the Inside Out» es una suave
balada compuesta por Richard Wright, quien hace además la voz principal acompañado
por la cantante Sam Brown a los coros. Hay alguna parte de teclados especialmente
bella. Se refiere a “las barreras que levantamos para ocultarnos de otras
personas”.
«Take It Back», otra preciosa canción, fue
uno de los sencillos del disco. Se trata un tema de concienciación ecologista,
referido a los daños que los seres humanos causamos a la Tierra y que ya no
tienen mucha solución ni posibilidad de marcha atrás.
«Keep Talking». Aires espaciales en los teclados en otra canción
que me remite a Blade Runner y que fue el primer single de este disco. Aparece
una frase hablada del científico Stephen Hawking, tomada de un anuncio de
televisión de la multinacional de telecomunicaciones BT que impresionó a
Gilmour. Volverían a usar la voz de Hawking en «Talkin' Hawkin'», un tema del
siguiente álbum, “The Endless River”.
«High Hopes» es una canción especial por
muchos motivos. Narra la
historia de la banda desde sus inicios, pasando por el enorme éxito de “The
Dark Side of the Moon” y “Wish you were here”, We reached the dizzy heights of that dreamed of world, hasta su
difícil ruptura, Encumbered forever by
desire and ambition. La canción está llena de detalles que remiten a
Pink Floyd, como el sonido de la campana, tocada por Wright, el piar de pájaros
y zumbido de moscas o la voz de Steve O'Rourke, histórico manager de la banda,
que les había pedido en numerosas ocasiones aparecer en alguna canción. Este
tema contiene el verso que dio nombre al álbum The ringing of the division bell had begun y otra estrofa al final,
The endless river, que sería el título
del siguiente y último disco de la banda, un homenaje a Rick Wright tras su
fallecimiento.
A petición de Gilmour, Pink Floyd se
disolvió después de cerrar la gira “The Division Bell Tour”, con lo que
pusieron fin a casi treinta años de brillantísima carrera. Gilmour llegó a
afirmar a la prensa que el peso de haber llevado el liderazgo de la banda en
los dos álbumes en los que no participó Waters había sido demasiada carga y no
quería seguir.
Sin embargo, “los cerdos volaron”, “lo
supuestamente imposible acabó por suceder” y los cuatro miembros de Pink Floyd,
Gilmour, Waters, Wright y Mason, se reunieron para tocar juntos en el concierto
Live8 contra la pobreza en junio de 2005. Impulsado y organizado por Bob
Geldof, viejo conocido de la banda por protagonizar la película “The Wall”,
Geldof se implicó personalmente, y consiguió que los cuatro tocaran juntos una
vez más. Fue la última, ya que Rick Wight falleció tres años después, en
septiembre de 2008. El concierto de Londres de Pink Floyd fue lo más visto de
todo el Live8; era el más esperado, sin duda.
Y finalmente el 25 de noviembre de 2019,
algo más de tres meses después de haber comenzado este repaso, acometo la
escucha de “The Endless River”
(noviembre de 2014), el decimoquinto y último álbum de estudio del grupo. Se
trata de un homenaje a la figura del teclista Richard Wright, que había
fallecido el 15 de septiembre de 2008. Rick fue el segundo miembro de la banda
en desaparecer; dos años antes, el 7 de julio de 2006, había muerto el mítico
Syd Barrett, que nunca retomó su carrera artística y continuó con su vida
anónima en Cambrigde hasta su definitivo adiós.
He de confesar que he escuchado “The
Endless River” tan ricamente en modo “hilo musical”. Se trata de un disco
creado a partir de descartes de las sesiones del anterior álbum de la banda,
“The Division Bell”. El álbum consta de cuatro piezas que componen un flujo
continuo de música en su mayoría ambiental e instrumental. “The Endless River” fue
terminado entre 2013 y 2014, de nuevo en el estudio de grabación flotante de
Gilmour. El disco alcanzó el número 1 en Inglaterra y, aunque en general fue
masacrado por la crítica, algunos lo aceptaron como lo que realmente era, un
homenaje a Wright. Así, David Fricke de la Rolling Stone escribió: “Wright fue
la majestad constante y vinculante en las exploraciones de Pink Floyd. Este
álbum es un epitafio inesperado y bienvenido”. En mi opinión, sin los teclados
de Rick, Pink Floyd no habrían alcanzado la excelencia que consiguieron. “Creo
que este disco es un buen modo de reconocer lo que hizo y cómo su forma de
tocar era el corazón del sonido de Pink Floyd. Volviendo a escuchar las
sesiones, de nuevo vi lo buen teclista que era”, declaró el batería Nick Mason
a The Mirror.
En este álbum de pérdidas y adioses,
también faltaba la figura de una persona fundamental en la carrera de Pink
Floyd, Storm Thorgerson, el diseñador de casi todas las portadas de la banda,
que había fallecido un año antes de la publicación del disco, en 2013. En este
caso, se apoyaron en Aubrey Powell, cofundador de Hipgnosis, para que
supervisara el arte. Eligió una foto del artista egipcio Ahmed Emad Eldin que representa
a un hombre subido a una barca navegando por un mar de nubes hacia el sol. El
resultado final es una recreación del trabajo de Eldin realizado por la firma
de diseño londinense Stylorouge, autora de portadas de Blur, The Cure,
Morrissey, Siouxsie & the Banshees, Stereophonics, Killing Joke o el cartel
de la película “Trainspotting”.
Además de los diferentes temas
instrumentales del disco, que no logro diferenciar bien aunque su escucha sea
agradable, destaco la única canción con letra, cuya historia además me resulta
interesante.
Se trata de «Louder than Words», la canción
que cierra el álbum y fue el único sencillo del mismo. Coescrita entre Gilmour
y su esposa, Polly Samson, cuenta con la participación del cuarteto electrónico
de cuerda Escala. Es una canción referida a las relaciones del grupo y sus
luchas internas. Samson explicó que la inspiración le vino al observar a los
tres en el estudio y más tarde en el Live8 junto con Waters. Descubrió que apenas
hablaban entre ellos, “No es hostil, simplemente no hablan. Y luego suben al
escenario y musicalmente esa comunicación es extraordinaria”.
Este repaso musical también ha contado con
comentarios, opiniones y sugerencias en redes sociales. Como Leo Kiron: “¡Ya
cruzaste la línea! Cuando entras en el universo Pink Floyd ya no hay vuelta
atrás, quedas atrapada de por vida. ¡Bendita esclavitud!”. O Rafa
Avero, quien conoció a la banda en Miami en la época de “The Division Bell”: “¿Repaso?,
¿quién dijo repaso? Lo que haces es, bajo mi humilde opinión, editar su
historia, puntuar textualmente. Además, con perdón, a tu edad, es decir, con la
madurez perfecta para escribir sobre un grupo sin la experiencia previa de los
de tu-nuestra- generación. Chapó. Me encanta leerte”.
El martes 3 de diciembre de 2019 di por
finalizada la monumental inmersión en el universo de un coloso de la música
contemporánea como son Pink Floyd. Esto han dado de sí los más de tres meses de
repaso a su discografía en estudio, que comenzó el sábado 17 de agosto de 2019.
Asignaturas: todos los álbumes de estudio de la banda // Bibliografía: “La
odisea de Pink Floyd” de Nicholas Schaffner (2005), “Dentro de Pink Floyd” de
Nick Mason (2007) y “Syd Barrett: El brillo de la ausencia” de Rob Chapman
(2012) // Prácticas: Exposición Their Mortal Remains // Material Audiovisual de
Apoyo: More, Live at Pompeii, The Wall // Trabajo fin de master: aprender a
tocar el gong con cara de demente.
Y el agradecimiento más especial es para mi
maestro y mentor musical. Sin él, habría sido completamente imposible llegar
hasta aquí. Por muchas más músicas.
---------------
---------------
2 comentarios:
Increíble y certero viaje musical. He necesitado dos cafeteras para finalizarlo, pero una vez que he comenzado... ¡No he podido parar! :)
Me ha encantado la parte de 'High Hopes'. Es una de mis canciones preferidas de PINK FLOYD y había detalles que desconocía.
Muchísimas gracias y ENHORABUENA.
Excelente manera de recopilar toda la trayectoria de, en mi opinión, una de las mejores bandas de Rock Progresivo de la historia. Me pareció atinada la forma de abordar cada uno de sus álbumes de estudio y el proceso creativo detrás de cada uno.
Publicar un comentario