Adaline, su secreto, y el desperdicio de ocho décadas
Debo confesar que en circunstancias normales
no habría entrado a ver ‘El secreto de Adaline’. Una tormenta una tarde de
sábado en Valencia nos llevó a meternos en los Cines LYS de la bella ciudad y,
aunque en la cartelera había otras películas que me interesaban más, finalmente
nos decantamos por Adaline y su secreto.
Sin tener información previa sobre el film,
la sinopsis me recordaba a ‘El curioso caso de Benjamin Button’, de David Fincher,
película brillante y desasosegadora, con la que ni Adaline ni su secreto tiene
demasiado que ver. ‘El secreto de Adaline’ tiene un buen punto de partida,
similar al del cuento de F. Scott Fitzgerald en el que se basaba la película
protagonizada por Cate Blanchett y Brad Pitt: el no envejecer, la inmortalidad,
el envejecimiento “hacia atrás”, premisas fantásticas que generan peliagudos
dilemas y angustiosos pensamientos.
No vamos a destripar la trama, aunque la
sinopsis ya destapa el secreto: “Adaline Bowman, nacida a comienzos del siglo
XX, adquiere a los 29 años la eterna juventud tras un accidente. Tras años de
vida solitaria y permanecer con la misma edad durante ocho décadas, conoce a
Ellis Jones, un hombre por el que podría merecer la pena perder la inmortalidad”.
La inmortalidad, aunque pueda parecer a
primera vista un chollo, es sin duda una pesadísima carga. Más si, como en el
caso de Adeline, no se tienen compañeros inmortales para disfrutarla (estoy
pensando en la pareja de vampiros de ‘Sólo los amantes sobreviven’ de Jarmusch,
que se tienen el uno al otro). Y más carga todavía, de nuevo en el caso de
nuestra protagonista, si se tiene una hija octogenaria, llena de achaques y por
supuesto mortal. Sólo esto ya debería convertir la inmortalidad en un verdadero
suplicio y no en un asunto que poco más que lleva a fruncir el ceño de vez en
cuando y a derramar alguna lágrima.
La película es plana y lo es entre otras
cosas porque no plantea ninguna de las mencionadas cuestiones, que yo entiendo básicas.
También porque desaprovecha la cantidad de historias vividas por Adaline en
esas ocho décadas de inmortalidad, de las que sólo vemos algunas imágenes
fugaces. Ese es el problema y el gran
lastre de la película, que apuesta por una convencional historia de amor con un
hombre guaperas y aburridamente perfecto, interpretado por el actor holandés
Michiel Huisman, desaprovechando las enormes posibilidades del planteamiento
inicial.
Adaline Bowman está interpretada por una
solvente Blake Lively, deslumbrantemente bella y elegante. Nos ofrece un
precioso y preciosista despliegue de vestuario, peinado, maquillaje,
complementos y joyas. Sin embargo su interpretación está lastrada por un guión
que no da para mucho más que para aparecer perfecta.
Hay una sorpresa que da algo de emoción a
la película y es la aparición del personaje de Harrison Ford, protagonista de
un giro interesante en la trama. El actor, que interpreta a un astrónomo que
bautiza un cometa con el nombre de un inolvidable amor de juventud, realiza una
brillante interpretación y es una de las mejores bazas de la película. Con él
se palpa la emoción del reencuentro con todos sus recuerdos.
Como se puede esperar de una película
estadounidense con presupuesto, la ambientación es muy buena y cuidada, los
efectos especiales (me refiero a los accidentes) son bastante eficaces y la
fotografía es más que correcta, destacando las espectaculares vistas de San
Francisco, cortesía supongo de drones.
Y poco más podemos decir. Para este
resultado no hacían falta ocho décadas de vivencias, la verdad.
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