“Éramos unos niños”. La historia de Patti Smith y Robert Mappelthorpe narrada en primera persona
Me recuerdo a finales de los ochenta,
cuando empecé a degustar música de verdad, escuchando entusiasmada el “People
have the power” de Patti Smith, una canción luminosa cuyo video reproducían con
insistencia en los programas musicales que nos brindaba la televisión pública
de entonces. La trepidante historia vital que atesoraba Patti Smith era tremendamente
atrayente, incluida su relación con un artista fascinante, el fotógrafo Robert
Mappelthorpe. La desgraciada muerte por aquellos días de este último les puso a
ambos aún más de actualidad.
Publicado en 2010 “Éramos unos niños”, el
libro de memorias de Patti Smith sobre su relación con Mappelthorpe es un
testimonio tremendamente humano sobre unos días y una escena enormemente
atrayente y mítica, repleto de escenarios y personajes relevantes. Los
primeros, la pareja protagonista. Patti hace gala de gran sensibilidad, emoción
e inteligencia en su narración de historias, a veces cotidianas, a veces
tremendas, siempre llenas de alegría de vivir y compartir. Por encima de todo
es un trabajo lleno de amistad y amor, y una muestra de la “atómica agenda de
teléfonos” que tuvo y tiene esta adorable mujer, poeta, pintora, hija, madre,
amante, amiga, cantante, musa y creadora.
La vida de Smith y Mappelthorpe siempre
estuvo unida desde que se encontraron en Nueva York cuando eran “unos niños”.
Solos y sin recursos, habían huido de sus respectivas familias, Patti a causa
de un embarazo no deseado tras el que había entregado en adopción a su bebé y
Robert huyendo de su católico y estricto entorno. Se apoyaron, deseosos de
desarrollar una carrera artística, a pesar de no contar con medios ni apoyos y
sin tener del todo claro qué querían hacer.
Por encima de todo el arte siempre fue el
“territorio común” de los dos, incluso haciendo arte con sus propias vidas. A
través de su relación, primero sentimental y luego fraternal cuando Robert
aceptó su verdadera sexualidad sin romper sus lazos con Patti, recorremos dos
décadas apasionantes del arte y la música de los Estados Unidos, su epicentro,
Nueva York. Las idas y venidas de los frenéticos Smith y Mappelthorpe nos
llevan a escenarios míticos como el Hotel Chelsea, en cuya habitación 204 la
pareja vivió un tiempo, y el no menos fantástico Max’s, el local donde
gravitaba la galaxia Warhol, espejo del artista de incuestionable éxito que
aspiraba a ser Mappelthorpe. Allí fueron encontrando su sitio y se relacionaron
con Candy Darling, Edie Sedgwik, Tennessee Willliams. Por entonces Warhol ya
estaba en retirada del local pero por allí seguían apareciendo luminarias como Lou
Reed y la Velvet Underground. Mappelthorpe, ambicionando alcanzar estatus y
fama como artista, fue quien arrastró a Patti a ambos templos llenos de
artistas donde debían dejarse ver. El tiempo le dio la razón. Robert luchó
denodadamente por alcanzar el éxito, ese futuro brillante “que tan
resueltamente había buscado y tanto se había esforzado por alcanzar” y
finalmente logró. Muchas estrellas de las galaxias Max’s y Hotel Chelsea tuvieron finales trágicos, “sucumbieron a las drogas y a los infortunios”. Pero Patti y Robert jugaron cartas ganadoras.
El libro está repleto de luminarias de la
época, músicos, artistas, escritores, actores y mecenas con los que la pareja
se relacionó. Admiradora incondicional de Jim Morrison, Brian Jones y Bob
Dylan, con quien finalmente establecería una cálida relación, Patti conoció en los
años del Hotel Chelsea (1969-70) a músicos como Janis Joplin, Jimi Hendrix o, Todd
Rundgren. En el libro Patti habla sobre su relación sentimental con el
recientemente desaparecido Sam Shephard, ya entonces un joven dramaturgo de
prestigio. Escribieron juntos la obra de teatro “Cowboy Motel” en 1971 y
mantuvieron su amistad toda la vida.
Como un chamarilero, Robert recorría todo
tipo objetos de tiendas y rastrillos, incluso rebuscaba en la basura, para
crear sus fantásticos collages y montar sus extrañas piezas de bisutería. Patti
trabajaba y comenzaba a escribir sus primeros poemas, mientras animaba a Robert
a probar con la fotografía. Él, siempre impaciente y deseoso de resultados
rápidos, no acababa de decidirse. En aquellos años donde lo compartían todo,
ambos pusieron la semilla de lo que se sería su posterior y conocida obra.
Cuando Robert empieza a exponer, con éxito, sus primero collages, para Patti la
experiencia de compartir su obra con otros despertó su “instinto posesivo”,
“Ver a personas mirando la obra que yo había visto crear a Robert”. Si
ya había soltado a Robert en el plano sexual, también empezaría a dejarlo libre
en el aspecto artístico.
Robert tuvo acceso a la alta sociedad culta
y artística de Nueva York, que les relacionó con Bianca Jagger, Diane de
Furstenberg o Marisa Berenson. Patti no se sentía cómoda en esos ambientes
pero, a pesar de todo, seguían gravitando uno en torno al otro a pesar de sus
diferencias sociales. Robert fue encontrando los mecenas que le dieron acceso a
aquel mundo como John McKendry, director de fotografía del Museo Metropolitano
de Arte, o el millonario Sam Wagstaff, que se convertiría en su pareja y cuyo
mecenazgo fue decisivo para el fotógrafo. “Se necesitaban. El mecenas para
verse glorificado por la creación. El artista para crear”.
Y llegó la entrega absoluta de Robert a la
fotografía. Abandonó sus collages e instalaciones, por fin la fotografía no era
un medio sino un fin en sí misma. Había comenzado a trabajar con una Polaroid,
con lo que desarrolló decisión y un ojo rápido. Encontró un estilo personal,
completamente suyo, donde “la luz lo es todo”. Se decantó por el retrato
y tomaba para modelos de sus fotos a la gente que conocía por su “compleja
vida social”, desde famosos hasta “un chapero tatuado”. Desde el
principio la obra de Robert fue objeto de polémica: “Su obra era buena pero
peligrosa (…) Se fijaba en áreas de opinión sobre las que había poco consenso y
las transformaba en arte (…) Revestía lo homosexual de grandeza, masculinidad y
nobleza”. Sin embargo, como afirmó Cocteau sobre un poema de Genet, “Su
obscenidad nunca es obscena”. En su obra Mappelthorpe reflejaba la dualidad
de su carácter, la lucha entre el bien y el mal, una obsesión católica que le
perturbaba, “El artista y puto era el buen hijo y monaguillo”. Patti
intentaba calmar esa desazón, “No necesitas ser malo para ser distinto. Ya
eres distinto. Los artistas son una raza aparte”.
Tras el despegue del éxito de Robert, Patti
siguió siendo musa: “Contigo siempre acierto”. A Robert le interesaba “cómo
hacer la fotografía”, a Patti “cómo ser la fotografía”. “El credo
que establecimos como artista y modelo era simple. Confío en ti, confío en mí”,
afirma Patti. Siempre se movieron entre esa dualidad entre la inspiración y el
trabajo material, “Es responsabilidad del artista equilibrar la convicción
la comunicación mística y el esfuerzo de la creación”. El Robert obsesionado
por el éxito también se preocupaba por la obra de Patti y por su triunfo, quería
que ella, que estaba empezando a componer en clave musical, “tomara un
camino que me diera éxito”. Sandy Pearlman fue el primero en ver el
potencial que podría desarrollar Patti al frente de una banda de rock. Mientras
tanto, Patti seguía dibujando y escribiendo de manera desordenada sus versos,
influida por Rimbaud y la Generación Beat. Trató a Gregory Corso, Allan
Gringsberg y William S. Burroughs, “joven y viejo al mismo tiempo. En parte
sheriff en parte detective”, afirma Patti sobre él. También realizaba
reseñas en revistas musicales como Rolling Stone, en una época en la que “la
profesión de periodista musical podía ser una ocupación noble”. Logró
publicar un par de poemario y comenzó a hacer perfomances con sus poemas y un
par de músicos. Uno de ellos, Lenny Kaye, se convertiría en el eterno compañero
de su carrera musical. Comenzaron a actuar en cualquier local que quisiera
acogerlos y en ese momento llegó su encuentro con el mítico CBGB, entonces poco
más que un antro desconocido. Allí trató a Tom Verlaine y sus Television.
En la época del CBGB Patti y Lenny montaron
finalmente su banda y consiguieron contrato discográfico. Su primer disco lo
grabaron en el estudio de grabación de Jimi Hendrix, los Electric Lady Studios.
El debut de la banda, en lo que fue “una noche iniciática” contó con la
presencia de Bob Dylan, la persona que ella “había tomado como modelo”.
Robert, cómo no, se encargó de realizar la mítica foto para la portada del
álbum “Horses” (1975), “Cuando la miro no me veo nunca a mí. No os veo a los
dos”, dice Patti. Tan sólo realizaron juntos una exposición, con dibujos de
Patti y fotografías de Robert. Nunca viajaron juntos, “Jamás vimos nada
aparte de Nueva York, salvo los libros”.
En 1978 Patti consigue al fin el éxito
masivo como estrella del rock tras su colaboración con Bruce Springsteen en “Because
the night”. Robert lo vivió complacido “lo que quería para sí, lo quería
para los dos”; “Te has hecho famosa antes que yo”, le dijo. Patti
abandonaría finalmente Nueva York con su pareja, el músico Fred Sonic Smith,
guitarrista de MC5, fallecido en 1994.
Robert, un hermano para Patti, “es la
estrella azul en la constelación de mi cosmología personal”, fallecería en
1989 de SIDA, en aquellos años en los que no había curación ni esperanza. Patti
vivió muy pendiente de su ángel durante los desgarradores meses de enfermedad hasta
que falleció “Mi amor por él no podía salvarle. Su amor a la vida no podía
salvarlo”.
Una historia fascinante narrada en primera
persona.
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