“Blade Runner 2049”. Pura melancolía (sin spoilers)
No sé si fue la luna llena o verla en
soledad pero “Blade Runner 2049” me dejó sumida en la melancolía. Por lo que no
volverá, por el tiempo pasado, por nuestra caducidad, por el sinsentido de la
vida. Resulta muy complicado acometer una reseña sobre una obra maestra del
cine y su secuela sin caer en digresiones filosóficas o en spoilers, pero vamos
a intentarlo.
Este otoño de 2017 se ha estrenado “Blade
Runner 2049”, la segunda parte de la legendaria película dirigida por Ridley
Scott en 1982, un film mítico, mezcla de cine negro y ciencia ficción, que no
tuvo buenas críticas en su estreno. Mirando hacia atrás, se trata de una obra
en la que se conjuraron los astros para que el mal ambiente, los problemas de
presupuesto, los bandazos de guion y de producción y en definitiva el infierno
que supuso su rodaje y su montaje dieran lugar a una película que con el tiempo
se ha convertido en un clásico digno de pasar a la historia del cine. Basada en
la obra de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, tomó
su nombre definitivo, “Blade Runner”, de un guion del escritor beat William S.
Burroughs.
Se pueden encontrar en internet decenas de
páginas sobre una película en la que los problemas, las casualidades y los
cambios de montaje crearon, tal vez sin pretenderlo, una obra profunda, en la
que caben diversas interpretaciones y rodeada de una leyenda que la ha
convertido en imprescindible. Incluso para los que, como yo, no somos amantes
de la ciencia ficción. “Blade Runner” va mucho más allá.
Recuerdo haberla visto hace muchos años en
video pero no tengo una imagen nítida de cómo o cuándo sucedió. Fui una
adolescente que adoraba a Harrison Ford. Fue una revelación encontrármelo en “Único
Testigo”, otra de esas pelis de videoclub que animaron nuestra adolescencia. No
me perdí las sagas de La guerra de las galaxias e Indiana Jones, ni sus interpretaciones
en el drama romántico “La calle del adiós”, la maravillosa “American Graffiti”
(donde tenía una minúscula aparición), “La costa de los mosquitos”, “Juego de
patriotas” (que no me gustó), “A propósito de Henry”, el magnífico thriller “Frenético”
de Roman Polanski o “El fugitivo”, muchas de ellas vistas en pantalla grande
con mis amigas del instituto. Era para nosotras toda una celebración ir a ver
la nueva de Harrison Ford.
La imagen de la geisha en una pantalla
gigante, la ciudad de Los Ángeles sometida a una constante lluvia ácida, el
extraño multiculturalismo, la desolada estética futurista, los coches
voladores, el peinado de Rachel (qué mal me caía Sean Young entonces), la
grandiosa banda sonora de Vangelis (“Memories of Green” me sigue conmoviendo
hasta las lágrimas), el arrebatador carisma de Harrison Ford (de quien se dice
que odiaba una película que no entendía), el inolvidable monólogo en el tejado de
Roy esos “Momentos que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia” que
al parecer se trató de una improvisación del propio Rutger Hauer. Por no hablar
de la eterna discusión de si Deckard, el protagonista interpretado por Harrison
Ford, era o no un replicante, apuntalada por el unicornio de origami (hay un
guiño en la segunda parte) y los cinco replicantes que se nombran en la
película, aunque solo aparezcan en teoría cuatro. ¿Fallo de guion, falta de presupuesto
que eliminó a un personaje o magistral vuelta de tuerca del director? Anécdotas
que no hacen sino alimentar el mito.
El sentido de la vida, la destrucción del
planeta, la explotación del ser humano por el ser humano, la trascendencia, el
poder de la creación, la ausencia de futuro, la conciencia de la finitud, la
empatía y la capacidad de experimentar emociones… “Blade Runner 2049” repite todos
estos ingredientes, añadiendo una figura tiene mucho tirón en el cine
estadounidense, el “elegido”. Incluso tiene sus propios “unicornios”, la cifra
06.10.21 y la figurita de un caballo. Y ese es el hándicap de “Blade Runner
2049”, ser demasiado continuista de su antecesora. Ciertamente es larga, casi tres
horas, para no contar nada radicalmente original o arrebatador. El respetado
director Denis Villeneuve recurre a varios de los personajes del primer film,
Deckar, su enamorada la replicante Rachel o el detective Gaff interpretado por Edward
James Olmos. Se ha acusado esta continuación de vacía y de resultar reiterativa
y explicativa en exceso. Yo soy una narradora con tendencia a la explicación,
así que no veo en ello un aspecto necesariamente negativo. No hay que olvidar
la voz en off del detective Deckard que aparecía en la primera parte y que fue
eliminada en aquel “montaje del director”, que yo disfruté en pantalla grande junto a mi hermano.
La secuela resulta absolutamente fascinante
en lo visual, aunque también desde la repetición de lo que ya ofrecía la
película del 82. Hay escenarios muy logrados, como el basurero en el que viven
los niños huérfanos, la burbuja que habita la “creadora de recuerdos” (atención
a esa escena) o el hotel abandonado de Las Vegas donde se desarrolla la última
parte de la película. La estética es impresionante y los efectos especiales están
perfectamente integrados en la historia. Villeneuve añade además la sustitución
de las relaciones afectivas mediante la inteligencia artificial (una simple “codificación
de ceros y unos”), en la línea de “Her”, la película de Spike Jonze. Fantástico
el sonido, la olla hirviendo en la primera escena de la película, el sonido que
enciende y apaga a Joi, la compañera artificial del protagonista, o el ruido
que emiten las extrañas “cucarachas robot” que acompañan al villano adquieren una
presencia subyugante en la narración. La banda sonora de la secuela se enfrenta
a la comparación con la irrepetible partitura de Vangelis, irremediablemente
unida a “Blade Runner”. Hans Zimmer hace un gran trabajo, con momentos de
perfecto contrapunto a la narración (como con la pieza Sea Wall) pero veo
improbable que esta banda sonora se nos quede grabada de la manera en que lo
hizo su antecesora.
Además de los ya mencionados intérpretes de
la película original, Harrison Ford y Edward James Olmos, y de la presencia de
Sean Young de una manera que no voy a desvelar, “Blade Runner 2049” está
protagonizado por Ryan Gosling en el papel de K, un blade runner
replicante que trabaja para la policía de Los Ángeles con el encargo de “retirar”
modelos antiguos. K descubre un secreto que podría tener terribles
consecuencias y a partir de ahí comienza una búsqueda que le lleva hasta Deckard,
desaparecido desde treinta años atrás. Robin Wright interpreta a su jefe, la
teniente Joshi. La holandesa Sylvia Hoeks compone con convicción a la malvada
replicante de combate Luv. Muy buenas críticas ha recibido Ana de Armas en el
papel de la dulce Joi, el holograma de inteligencia artificial compañera de K. La
secuencia de amor “a tres” entre K y Joi a través del cuerpo de una prostituta
resulta tiernamente arrebatadora. Peor parado ha salido Jared Letto que
interpreta a Niander Wallace, un villano que se queda a medio gas; su
composición entre hípster y new wave no ayuda a dar empaque al malvado
propietario de Wallace Corporation, la fábrica de replicantes. Nada que ver con
el trabajo de Joe Turkel como el viscoso dueño de la Tyrell Corporation, cuya
sede recordaba a un zigurat. Como anécdota, parece que su papel iba a ser
interpretado por David Bowie.
Lo que Ryan Gosling ha denominado como “extensión”
de la original es en definitiva una buena película, con un brillante envoltorio
pero fría, sin la emoción y la épica de su mítica predecesora. Un ataque de
pura melancolía. (Jesús Herrera Flores es el culpable de esta entrada)
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