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Sidati Salami, el guardián de la narrativa oral saharaui


Sidati Salami es un conocedor incansable de la tradición oral saharaui en hasania, de los cuentos de animales, de Shertat, y todo tipo de fantásticas historias y leyendas. Ciego desde niño, Sidati forma parte de “aquellos cuya enfermedad significa poderío de los dioses y cuya segunda vista les pone en contacto con el reverso de las cosas” [Zumthor, P. “La letra y la voz”; recogido en el libro de Larosi Haidar “Cuentos saharauis”. Ediciones Idea, 2007], hombres privados de visión pero que se convierten en depositarios de gran parte del tesoro de la narración oral de su sociedad.
Sidati uld Salami uld Lehbib, nació hacia 1939-1940, su padre se llamaba Mohamed Salem, apodado Salami y su madre, Tfarrah, era hija de Chej El Luali, uno de los hijos del mítico Chej Malainin. Sidati Salami nació en Río Blanco, cerca de Bir Enzarán, en el sur del Sahara.
Su familia acampaba entonces en la zona en un gran frig. Cuando su madre sintió las primeras contracciones, y se dirigía a pedir ayuda, tuvo que descansar en una planta de askfaya y en ese momento nació el niño. La tía de Tfarrah, que la acompañaba, cortó el cordón umbilical con una piedra de silex, que eran muy abundantes en la zona, y así vino Sidati al mundo.
Con tres años empezó a perder la vista, según algunas versiones por “mal de ojo”. Aquí detengo un momento la narración para explicar que el mal de ojo no consiste en el Sahara en lo mismo que en la sociedad europea. Es bastante difícil de explicar y entender para nosotros, pero una causa de mal ojo puede ser alabar en exceso una cualidad de una persona.
Cuando la madre del pequeño Sidati notó que su hijo tenía problemas con los ojos le llevó ante su padre, hijo de Chej Malainin, y hombre muy entendido de los asuntos religiosos, y le pidió que curara al niño. Chej El Luali le dijo que podría curarle pero no sabía cuanto viviría, y que si le dejaban como estaba, tendría larga vida. También le auguró que no necesitaría la vista para destacarse de sus semejantes”. Así las cosas, Sidati se quedó completamente ciego a los cinco años.
Empezó entonces a recibir clases de Corán, y debido a su fantástica memoria pronto dejó atrás al resto de los niños. Estudió sucesivamente con diferentes maestros, y durante la ausencia de uno de ellos, a Sidati le ocurrió un nuevo episodio de “mal de ojo”. El sustituto que le daba clase en ausencia de su maestro afirmó a la vuelta de éste que Sidati era una máquina de memorizar y que deberían enseñarle en cada clase el triple de contenido de lo que le daban en aquel momento. Esta alabanza le costó que se le “secara” la memoria durante dos años, lo que solucionó tras la visita a un curandero que le devolvió su asombrosa capacidad para memorizar.
Finalmente logró memorizar por completo el Corán, recibiendo su título en presencia, entre otros, de otro de los hijos del Chej Malainin, Chej Mohamed Limam o Mohamed Abdalahi llamado El Ghal-laui, que años después sería profesor de árabe en los colegios españoles. Sidati recitó ante varios expertos el Corán entero y sólo cometió dos pequeños errores. Su abuela le pintó la mano con henna y más tarde se la untó de mantequilla para que los niños se la lamieran y de esta forma pudieran memorizar más fácilmente el texto sagrado. Sin embargo no sabía nada de ninguna otra materia. Un día, mientras que unos jóvenes de la familia de su madre estaban recitando unos versos, Sidati se dio cuenta de su incultura y se juró a sí mismo que no pararía en la vida de estudiar y aprender.
Sidati pidió a su maestro que le dijera cuál era el libro que estaban recitando sus familiares, resultó ser un manual de gramática que analizaba 51 versos árabes. Sidati lo memorizó en dos días. A partir de ahí comenzó a memorizar los principales libros de la producción escrita que entonces había sobre gramática, literatura y teología.
Pasados varios años, durante los que Sidati continuó frenéticamente con sus estudios, se trasladó a Smara, donde siguió recibiendo clases. Allí su familia tenía un negocio, tras varios problemas con la persona encargada de llevarlo, le pidieron a Sidati que le sustituyera él mismo, lo que hizo con gran éxito. De esta forma comenzó a dedicarse al comercio, y abrió una tienda propia.
A finales de 1962 un enviado de Radio Televisión Española le propuso trabajar para la radio de El Aaiun. Sidati aceptó y comenzó a trabajar con ellos, pero sin aceptar recibir un salario, porque era “hijo de una familia respetable” y como tal no debía cobrar por realizar un trabajo. Estuvo trabajando sin sueldo entre 1962 y 1971, cuando finalmente aceptó recibir su salario. Su trabajo consistía en viajar por todo el territorio buscando a sabios y poetas para recoger en cintas magnetofónicas lo más destacado de la tradición oral saharaui. Posteriormente preparaba su programa a partir de aquellas joyas rescatadas por todo el Sahara e incluso Mauritania.
Sidati ha pasado muchas penalidades a lo largo de su vida, ha realizado innumerables viajes a pesar de su ceguera, para recopilar la tradición oral de su pueblo y como comerciante. Luchó junto con sus compatriotas en la guerra del 58, y muchos años después, en 1987, fue encarcelado durante cuatro años por las autoridades marroquíes de ocupación. Defraudado en cierta forma por el ser humano, y los engaños sufridos en su comercio por ser ciego, aún guarda en un cuaderno los nombres y las deudas contraídas por algunos de sus clientes entre 1960 y 1963. De niño creía que era igual que los demás y no aceptaba que le llamaran ciego. Siempre intentó realizar, con bastante éxito, los mismos trabajos que los demás, degollar y despellejar una cabra, excavar un pozo, hacer cuerdas, arar... Cuando comenzó a trabajar en la radio aprendió a desmontar y arreglar los magnetófonos y también sabía arreglar escopetas y hacer de guía en el desierto a camello o en coche.
La de Sidati Salami es una historia de superación hasta extremos increíbles. Sidati Salami forma parte de la biblioteca viva de la enorme tradición oral de su pueblo.
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*Para este artículo sobre Sidati Salami se ha obtenido la información del libro "Cuentos saharauis. Traducción y aproximación a los cuentos de animales", de Larosi Haidar.
*Ver artículo de Mohamidi Fakal-la: Sidati Salami: una manera de contar
Sidati Salami traspasa su fondo bibliográfico para las nuevas generaciones



Mujeres saharauis en las zonas ocupadas

Una de las más tristes caras de la invasión del Sahara Occidental por Marruecos es la violación de los derechos de la mujer, quienes no sólo son víctimas de la represión ejercida contra sus esposos, padres, hijos o familiares desaparecidos, torturados, heridos o presos, sino que son víctimas directas de todo tipo de violaciones de sus derechos desde 1975, cuando Marruecos se anexionó su territorio por la fuerza.

Entre los 526 desaparecidos saharauis, hay varias mujeres, Fala Brahim Hameida, Fatimetu Cheij Ali-Salem, Fatimetu Mustafa Badi, Salka Hammada, Naaja Ali Brahim, Munina Hmeidoha Semlal, Fatma Ali Aba Lahcen, entre otras. Sus nombres, pese a los años pasados desde su desaparición no pueden quedar en el olvido.

Durante estos treinta años han sido habituales los casos de violaciones, palizas, detenciones arbitrarias, vejaciones y desapariciones de mujeres saharauis en el Sahara ocupado. Lamentablemente todas estas barbaridades se siguen produciendo.


Un escalofriante testimonio de violencia contra mujeres saharauis es el de las hermanas Fatma y Mamia Salek, 16 años desaparecidas en las cárceles marroquíes. Allí tuvieron que vivir las torturas y muerte de sus propios padres. En todos esos años fueron trasladadas a diferentes cárceles, sufriendo torturas, palizas y todo tipo de vejaciones, en condiciones infrahumanas. Salieron de la cárcel en penosas condiciones, con diferentes enfermedades crónicas y vivieron aún 9 años más en las zonas ocupadas, donde siguieron sufriendo persecución y siendo acosadas. Las hermanas Salek finalmente huyeron del Sahara en patera en 1999 y se establecieron en Canarias.


Los casos más recientes de violencia contra las mujeres están teniendo lugar desde mayo de 2005, fecha de comienzo de la Intifada saharaui. Mujeres como Fatma Ayach, Galia Djimi o Aminetu Haidar son destacadas activistas de derechos humanos que pasaron por la cárcel en los años 80, estando en paradero desconocido durante varios años. Una vez puestas en libertad, siguieron sufriendo persecuciones e intimidaciones y el inicio de las manifestaciones de la resistencia pacífica en 2005 las pusieron una vez más en el punto de mira de las autoridades marroquíes, volviendo incluso a ser encarceladas en algún caso.

La figura de Aminetu Haidar ha alcanzado relevancia a nivel mundial. Destacada activista de derechos humanos y ex desaparecida, estuvo encarcelada sin que se conociera su paradero entre los años 1987 y 1991. En junio de 2005, durante una sentada pacífica en El Aaiun, fue golpeada salvajemente por las fuerzas de represión marroquíes, resultando gravemente herida en la cabeza. Fue detenida en el hospital donde estaba ingresada y trasladada a la Cárcel Negra de El Aaiun. Permaneció casi un año encarcelada y llevó a cabo una huelga de hambre indefinida que debilitó gravemente su salud. Candidata al premio Sarajov de derechos humanos, en diciembre de 2005, mientras cumplía condena, fue galardonada con el Premio Juan María Bandrés a la Defensa del Derecho de Asilo y la Solidaridad con los Refugiados de la Fundación CEAR. De vuelta en El Aaiun, realiza una serie de giras y campañas por todo el mundo para dar a conocer la verdadera situación del Sahara ocupado.



Galia Djimi, es otra activista de derechos humanos con una larga trayectoria y que ha sufrido en primera persona los abusos de las fuerzas de ocupación marroquíes. Madre de cinco hijos, actualmente es vicepresidenta de la ASVDH (Asociación Saharaui de Víctimas de Graves Violaciones de Derechos Humanos cometidos por el Estado Marroquí). Estuvo encarcelada en los años ochenta durante cuatro años sin que se conociera su paradero, por sus actividades a favor de los derechos humanos en el Sahara ocupado. Tras su liberación siguió siendo acosada por la policía marroquí, sufriendo dos graves incidentes en el año 2006. En marzo de 2006 fue detenida y posteriormente puesta en libertad por participar en una manifestación en El Aaiun. Más tarde, el 10 de diciembre de 2006, durante la conmemoración del día internacional de los derechos humanos, fue golpeada e insultada, junto con otros activistas saharauis de derechos humanos por participar en una sentada con motivo de dicha ocasión. Este es su testimonio. El torturador ICHI Abou Hassan se dirigió a mí de una manera muy violenta. Me agarró por los brazos y me sacudió con fuerza, insultándome palabras groseras. Levanté mis manos mientras le contestaba: “Vine aquí de un modo pacífico y les habíamos informado”. Me respondió con una voz llena de odio y rabia: “Calla puta, hija de puta”. Y me dio una patada que me tiró al suelo. Me pilló desprevenida. Tras un momento me levanté con dificultad y alcé de nuevo mis brazos y repetí: “Estamos aquí para celebrar este día que el mundo entero celebra, y como ves nuestras manos están vacías, sin piedras ni armas. Y te pido a ti y a tus hombres que dejéis de torturarme”. Cogió su porra sin prestar atención a mis palabras y comenzó a aporrearme y a darme golpes con la porra en mis nalgas y a gritar como un loco a sus hombres “Vamos, rápido”. Le respondí. “No somos criminales ni ladrones para tener que escapar, pero queremos alcanzar la paz a pesar de vuestra salvaje represión”.


Fatma Ayach, madre de dos niños, es otra destacada activista. Sufrió persecuciones junto con su familia desde los años 80. Fue secuestrada de su casa y encarcelada en 1987, tenía 17 años y una niña de 12 meses. Pasó cuatro años desaparecida en cárceles secretas junto Aminetu Haidar y Galia Djimi, entre otras mujeres presas. Liberada en 1991, sigue trabajando como activista de derechos humanos en las zonas ocupadas. Durante su cautiverio pasó por todo tipo de vejaciones y penalidades. Vio morir a muchos compañeros de cárcel y cómo no se ha vuelto a saber nada del paradero de muchos de ellos. Fue agredida en junio de 2005 mientras participaba en una manifestación y un mes después eran secuestrados en casa de Fatma Ayach tres destacados activistas de derechos humanos, Brahim Numría, Husein Lidri y Larbi Masud.


Uno de los casos más recientes de violaciones de derechos humanos contra las mujeres saharauis es el de la joven estudiante Sultana Jaya, de 27 años. Sus padres la habían enviado a Marrakech a estudiar en un centro privado para que no siguiera participando en las manifestaciones por la independencia en Bojador, una de las principales ciudades del Sahara Occidental. Sin embargo Sultana continuó encabezando las protestas estudiantiles hasta que en mayo de 2007 perdió un ojo durante las manifestaciones de estudiantes saharauis en las universidades marroquíes. Uno de los policías que estaban reprimiendo la manifestación se ensañó con ella y le sacó un ojo de su órbita con una porra. Sultana ha perdido el ojo derecho y se ha convertido en un símbolo de la resistencia saharaui. Condenada a ocho meses de prisión, la pena se redujo finalmente a tres meses.

Como la libertad...




Fue uno de los primeros estudiantes saharauis que militaron en el Polisario. Corrían los primeros 70 y conocía a Luali y a los jóvenes que le seguían y con quienes el líder saharaui fundaría el Frente.

El vivía en el sur de Marruecos, como muchos de ellos, en una tierra que había sido saharaui y que España había cedido a Marruecos en uno de aquellos vergonzosos cambalaches que la madrastra había empezado a perpetrar.

Se inspiró desde muy joven en el Polisario como proyecto de liberación nacional saharaui. Desde la clandestinidad combatían contra una metrópoli que había disparado contra civiles en Zemla, Barrio de Piedra, y había desaparecido a Bassiri. Desde Tantan, una tierra siempre saharaui pero que, ironías del colonialismo, pertenecía a Marruecos, vivía por un Sahara Libre.

El entusiasmo por la revolución le desbordaba y un día los policías marroquíes le pillaron cantando el himno del Polisario (nos hemos alzado a los montes / hemos vivido en los bosques / para desprestigiar a aquellos que dicen que somos pastores). Le detuvieron y torturaron cruelmente, con la saña de sus expertas manos de torturadores convencidos.

Perdió la razón pero no el afán de revolución y lucha. Se le podía ver a menudo arengando a los saharauis, ya incorporado a los campamentos, recitaba discursos de Luali, recordaba sus frases más célebres.

El año 76, de regreso de recibir tratamiento en Libia, su dolido corazón compartió unas horas junto a los jóvenes saharauis que estudiaban en Argelia. Habló y habló y habló con toda su pasión a los chicos sobre el derecho a la libertad de todos los seres humanos, sobre pagar el mayor precio por defender esa libertad. Sacó un turbante que le habían regalado, era de seda elaborado con los colores de la bandera saharaui, y lo desplegó ante los estudiantes. “Veis estos colores, rojo, blanco, negro, verde, veis la seda de la que está hecho, es precioso, igual que la libertad”.

Y un día se fue. Como un incendio ardió inflamado de revolución, independencia y libertad.


*Dedicado a la memoria de Said “la revolución”, a todos los que han dado su vida por la libertad del pueblo saharaui y a los que, como mi amigo Kike, no dejan de pensar un solo día en el Sahara.


Ilustración: Fadel Jalifa

Belga




De todos los campamentos saharauis, Dajla es el más alejado. Con grandes reservas de aguas subterráneas, rodeado de dunas y palmeras, la hamada muestra en Dajla su dureza ligeramente suavizada.

Dajla esconde innumerables tesoros, los mejores, sus gentes. Entre ellos un viejo sabio llamado Belga. Como un mago solitario, Belga, el filósofo del desierto, se ha dedicado con el alma a ser testimonio vivo de la cultura de su pueblo. Recoge objetos tradicionales, artesanía, libros antiguos, todo tipo de piedras preciosas y fósiles, formando un museo particular de alucinada belleza.

Como un antiguo caballero saharaui, Belga, delgado, de larga y blanca melena rizada al viento, barba de Don Quijote, hombre del libro y de la badia, nómada eterno, recupera un legado milenario de tradiciones, anécdotas y poemas.

En su visionaria sabiduria cuida con mimo su increíble huerto, atesora el secreto de la medicina de las plantas, conoce las 77 aplicaciones curativas del lagarto y es zahorí, buscador del mayor tesoro del desierto, el agua, elma.

Belga (dicen que le viene el nombre de los zapatos “belgas” que calzaba su padre) custodia cientos de historias, romances y cuentos, que transmite a su hijo para que no se pierdan cuando él se marche.

Caballero del desierto, inmemorial enciclopedia andante, también es artista. Belga hace marionetas con los pies, que pinta y viste de melhfa, darra y turbante, fascinando a la concurrencia con sus títeres en el desierto.

La historia saharaui, tan llena de logros colectivos, también es rica en estas peculiares individualidades, seres increíbles, preciosas flores en medio del más cruel de los desiertos.













Fotos: Luis Martín y Bernardo de Niz


Mohamed Moulud



Mohamed Moulud Omar vive desde finales de los años 70 en los campamentos de refugiados saharauis. De familia de artesanos, siempre ha sido muy conocido entre los suyos por su sentido del humor. Es una fuente inagotable de anécdotas, tanto de sus compatriotas de tiempos pasados y presentes, como propias y un gran conocedor de la literatura hassania.

Las mujeres del barrio de Mohamed Moulud ponen a buen recaudo la comida cuando su pícara sonrisa pasa por allí porque una de sus diversiones preferidas es esconder las cacerolas y montar enorme revuelo.

Pulseras, anillos, frennas, monturas de camellos, utensilios de cocina, metal, madera, piel, adornos en plata para las mujeres, preciosos armarios. El espacioso taller que tenía en Auserd antes de la invasión se ha convertido en un ordenado cuarto, dentro de la precariedad de los campamentos. Quien entre en su taller de adobe encontrará alguno de los bellos objetos que realiza con esmero o podrá arreglar cualquier cacharro que tenga estropeado, en los campamentos cobra todo su sentido el dicho “quien guarda haya”.

Sólo él sabe cuánto han visto sus vivaces ojos. Todos los mayores saharauis son verdaderas enciclopedias vivas que llevan en su memoria auténtica sabiduría milenaria del desierto.