“Bloody Miami”, de Tom Wolfe
“A
los ochenta y dos años, el dandy mantiene la vista para los detalles, el oído
para los diálogos y los ruidos modernos, y la lucidez para la sátira social”.
(Crítica de Biblioteca del Asterión)
Todavía vacilante en estos menesteres, a la
hora de escribir esta reseña sobre “Bloody Miami” me ha costado bastante
decidir cómo enfocarla, por donde hincarle el diente a esta historia coral casi
700 páginas donde se despliegan apariencias, engaños, tensión racial y
vanidades (como en su mítica “La hoguera…) en la supuestamente idílica Miami. El
viejo (sólo en edad) Wolfe derrocha un descocado torrente de descripciones,
pensamientos, diálogos y narración con su habitual y caústico sentido del humor,
en una nueva vuelta de tuerca del estilo que le ha hecho ser considerado uno de
los más grandes autores vivos estadounidenses del “Nuevo Periodismo”. En Bloody
Miami disfruta utilizando una prosa ágil, nerviosa, vibrante, juguetona incluso
si la situación lo requiere, adornada de onomatopeyas, tacos y todo tipo de jergas
y expresiones.
Miami, cuna del anticastrismo,
refugio de cantantes y artistas latinos, imagen de lo hortera, es el escenario
de la novela y, en palabras del autor, “la única ciudad del mundo gobernada por
inmigrantes”, Se trata de un micromundo en donde manda la apariencia; todos los
personajes quieren aparentar lo que no son, los ricos, los pobres, los anglos,
los negros, los cubanos, los jóvenes, los viejos, todos.
El libro gira en torno a una serie de temas
como son la tensión racial, la apariencia, el derroche, la vanidad y la falta
de humildad. Así vemos a la mayoría de los personajes embarcados en alocadas
carreras para alcanzar aquello que les gustaría ser y en las que todo está
permitido; mientras tanto se conforman con aparentar. “Te has pasado la vida preguntándote lo que pensaba sobre ti ese o
aquel absoluto desconocido”. El culto al cuerpo del policía Néstor; la
intención de Magdalena de escapar a su condición de muchacha cubana de clase
media baja; el profesor haitiano que quiere ser francés y hace todo lo posible
por aparentarlo; el alcalde de la ciudad, un pequeño rey al que todos rinden
pleitesía, obsesionado por el qué dirán y por mantener su cargo; el mafioso
ruso que se hace pasar por un hombre respetable, mecenas y benefactor de la
ciudad; el psiquiatra especialista en adicciones sexuales cuando él mismo es un
obseso sexual; el millonario esclavo del sexo; el inseguro y wasp director del periódico “yo no creo en el” Miami Herald, como
dicen con desprecio los cubanos de la ciudad...
Quiero detenerme en los personajes del
arribista psiquiatra y el millonario obsesionado con la masturbación; a través
de su relación Wolfe hace una demoledora crítica contra los especialistas que
se aprovechan de sus pacientes ricos, no sólo sacándoles dinero, también
consiguiendo prestigio, contactos y posición social gracias ellos, ejerciendo
de sanguijuelas que no tienen ninguna intención de que su filón se acabe. La
crítica la pone en boca de un ajedrecista ruso: “Mantenerlo en el redil, esa es su única preocupación, condenarlos a
cadena perpetua, asegurarse de que no empieza a pensar por su cuenta y a tener
ideas”.
También a través del millonario y el
psiquiatra, Wolfe realiza una letal reflexión sobre el arte contemporáneo y las
ferias de arte, donde se compran auténticos disparates a precios desorbitados y
en las que lo único que importa es ser el primero en comprar lo que dictan los
supuestos expertos; obras por las que se pagan millonadas y en las que el
“artista” ni tan siquiera ha puesto sus manos.
Sin embargo, en mi opinión Wolfe sí
presenta algunos personajes que se muestran más “reales”, tal y como son; el
periodista puramente wasp, que no
hace nada por disimular ni esconder lo que realmente es, un sabueso en busca de
la noticia, un joven anodino pero capaz de todo por una buena exclusiva; el
falsificador que quiere destapar quién es realmente, pero a quien la vanidad le
perderá al final; el jefe de policía que sabe en qué tipo de mundo e intereses
se mueve pero que intentará comportarse de manera coherente, ajeno a las
conveniencias políticas y a los chanchullos del alcalde; la joven hija del
profesor, que asume con sinceridad y naturalidad su condición de haitiana,
consciente de cómo su padre intenta de todas las maneras posibles ocultar su
verdadero origen…
La extensa comunidad cubana está
representada por los personajes que proceden de Hialeh; se considera el lugar de
los Estados Unidos donde el mayor porcentaje de la población habla español
(cerca del 89% de la población). La mayoría de sus habitantes son cubanos
exiliados desde el triunfo de la Revolución en 1959. Hialeh es una pequeña Cuba anclada en el pasado, con un
ambiente asfixiante y controlador; los mayores mantienen a rajatabla un feroz
anticastrismo y las tradiciones cubanas,y mientras que las jóvenes generaciones
viven en una especie limbo, en el que ni son cubanos del todo, ni plenamente
estadounidenses. El vecindario atrapa y condiciona, el vecindario te conoce, te
critica, te rechaza y te repudia si sales de sus normas y sus reglas. “Es lo de siempre con Hialeh o te liberas
de él o te enreda de tal manera que termina asfixiándote por completo”. Ese
cerrado entorno que puede acabar convirtiéndote en un apestado, en un renegado:
“Ahora era un villano, un ingrato malvado
que negaba a su propia gente la libertad de que él gozaba… en una palabra, ¡la
peor especie de TRAIDOR!”.
En “Bloody Miami” queda patente la tensión
y separación racial existentes. A
pesar de la supuesta interculturalidad, las diferentes comunidades apenas se
mezclan entre sí, sus mundos están muy diferenciados. “En Miami todo el mundo odia a todo el mundo”, afirma el autor;
que entre las diferentes comunidades hay una desconfianza soterrada que
desmiente la cuasi idílica interculturalidad de la que tanto se presume. “¿Blancos? Todos los cubanos presentes en
aquella habitación se consideraban blancos. Pero no era así como los
consideraban los propios blancos”.
Las “segundas generaciones”, los hijos de
los inmigrantes que apenas hablan el idioma materno y tienen lagunas y
deficiencias con el inglés, son conscientes de que “el poder, el dinero, la auténtica emoción, el verdadero encanto” está
en el lado de los anglos. A pesar de haber nacido en los EEUU, no acaba de
sentirse parte de ese mundo, que identifican con los blancos, sajones y
protestantes, los wasp.
La vanidad, otra de las claves de la
novela, lleva a la mayoría de los personajes a comportarse con imprudencia y a
hablar más de la cuenta, lo que el policía cubano llama “el impulso de
informar” que a él le lleva incluso a revelar en ocasiones datos confidenciales
sobre los casos que lleva.
El libro conforma un enorme fresco de
situaciones y personajes; todos ellos se entremezclan entre sí en una maraña de
relaciones. El narrador se despliega en diferentes voces, toma el punto de
vista de diferentes personajes, reflejando muchos de sus pensamientos, por lo
que resulta muy curioso ver la enorme diferencia entre lo que de verdad piensan
y sus palabras y acciones.
En definitiva un Tom Wolfe en buena forma.
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