Crudo Pimento, apisonadora metalera en Madrid

5:51 p. m. Conx Moya 0 Comments



Crudo Pimento se han oscurecido. Así como el luminoso fondo blanco de la portada de su primer disco se ha tornado en confusión negra, el sonido del segundo álbum del dúo, Fania Helvete, es una orgía de ruido y destrucción. Las hojas de tabaco, la huerta, el pimentón y el son jarocho han mudado en metal frío, en guitarras afiladas como témpanos y una pesada atmósfera de ruido brutal. El nuevo disco sugiere ovnis, tumbas, fenómenos extraños, ocultismo, una vuelta de tuerca a la visceralidad y falta de convenciones de la infancia, una huida de lo elaborado y la sofisticación. Música y portada de Fania Helvete arrean sin piedad una patada en la boca (o en los huevos) de quien se asoma.
A pesar de todo, en el nuevo disco de Crudo Pimento aún queda un pequeño espacio para ritmos sureños y sonidos étnicos pero, por lo visto anoche en su concierto madrileño en la Moby Dick, en los directos de esta nueva gira el metal ha llegado para imponerse y arrasar con todo. Marcianos, frío del norte, cuernos heavies, tumbas y demonios. La única nota de color la puso ayer la camisa roja con que vimos a Raúl en nuestro primer concierto de Crudo Pimento, hace ahora dos años, y el vestido de Inma.
Comenzaba la noche con Raúl Frutos e Inma Gómez en el centro del escenario armados de  guitarra española y palo, en su revisitación del clásico “La hija de Juan Simón”. “¡Viva Camarón!”, gritó alguien entre el público. Raúl tuvo que acudir a solventar el error, la cosa iba de copla antigua, de artistas como Antonio Molina, Juanito Valderrama o Angelillo.
Lo que nos esperaba a continuación era algo diametralmente opuesto. Con los murcianos nunca hay que confiarse, con ellos jamás puedes imaginar lo que te está esperando. Con un sonido a toda tralla, haciendo retumbar los tímpanos y las luciérnagas que se hubieran acercado, Crudo Pimento nos ofreció un recorrido atómico, brutal y sucio, donde la guitarra eléctrica prácticamente borra del mapa a los crudos y caseros palo y ukelele que les acompañaron durante toda la gira anterior. Inma pasó gran parte del concierto golpeando y tocando una guitarra-contrabajo con un arco, mientras Raúl tomaba el mando de percusiones y guitarra eléctrica.
“No quiero metrónomos ni afinadores”, afirmó Raúl en un momento del concierto, mientras afinaba de oído su ukelele eléctrico recubierto de cinta americana y cables. Toda una declaración de intenciones de este genio murciano, que continúa siendo el increíble músico que parece tener diez brazos, tocando la guitarra con una mano mientras que con otra arrea a la batería con la fuerza de diez misiles. Inma recuperó sus percusiones en la parte final del concierto, durante el repaso de algunos temas del disco anterior. Crudo Pimento siguen sorprendiendo a quien se les acerca. Solo que ahora de una forma diferente.
No podía ser más acertado el nombre que han dado a la gira, “Los carriles del diablo”. El sábado en Madrid, en un averno rojo, un demonio vestido de azul gritaba: “Viva las berenjenas de Murcia”. Larga vida a Crudo Pimento. Y que Luis Marcano nos asista.

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Vinos y aniversarios

5:56 p. m. Conx Moya 0 Comments




Calma para todas mis tormentas,
refugio de mis tempestades.
Cómo agradecerte tanto
Todos los días son 27 de marzo

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La poesía en imágenes de Roberto Maján

6:26 p. m. Conx Moya 0 Comments


Una cosa lleva a otra. Un encuentro lleva a conocer a más personas. Y así vamos tejiendo la vida y las relaciones. Siempre con la predisposición de que serán para bien y casi siempre acertando.
Creo que los pintores ven el mundo de forma diferente al resto de los mortales. Resumen en una imagen conceptos complejos que costaría decenas de palabras explicar en un pálido reflejo lo que ellos consiguen. 
Mesa de trabajo de Roberto Maján, con ilustraciones de ¿Y dónde queda el Sahara?
Conocimos al ilustrador Roberto Maján, o más bien su trabajo, a partir de sus maravillosas ilustraciones para el blog de los escritores saharauis en El País que tiene el sugerente nombre de ¿Y dónde queda el Sahara? Todo empezaba un sábado de enero de 2013. Varios escritores saharauis de Generación de la Amistad se congregaban en la Plaza de España de Madrid con la periodista Lola Huete, de El País Semanal. Una llamada de este prestigioso dominical no es cualquier cosa, así que entre el grupo se generó un positivo revuelo. Finalmente Sukeina Aali Taleb, Zahra Hasnaui, Limam Boicha, Mohamed Ali Ali Salem, Ali Salem Iselmu y Bahia Mahmud Awah se reunían en nombre de todos sus compañeros para contarle al mundo sus experiencias como escritores saharauis que crean en español. La preciosa entrevista, con una maravillosa foto de los poetas en la librería de cine Ocho y Medio de Madrid, desembocaría poco después en el blog ¿Y dónde queda el Sahara?, que comenzó su andadura en septiembre de 2013. El blog se vio embellecido desde el inicio por las ilustraciones de Roberto Maján, de las que quiero destacar que están positivamente alejadas de todo lo que se ha hecho hasta ahora para ilustrar literatura saharaui.
Después de casi dos años de admirar sus dibujos en el blog de El País, su ilustración del ojo azul como el océano, fecundado por un delicado pez rojo (esos peces de Roberto) me impulsó a conocerle por fin, a lo que amablemente el artista accedió. Mantuvimos una charla de lo más agradable, con la suerte añadida de poder ver su lugar de trabajo. Hay algo tremendamente especial en los lugares donde se crea, ya sea música, donde se escribe o muy especialmente en el estudio de un pintor o un ilustrador. Tuvimos la suerte de palpar ese ambiente donde Roberto crea sus acuarelas llenas de animales, seres mitológicos, naturaleza, artefactos y todo lo que su imaginación le dicta. 
Los sellos del Sahara Español de la colección de Roberto
Hablamos con Roberto Maján de su juventud en Soria, de cuando participó durante varios meses en un programa musical en la programación local de Radio Nacional. De formación autodidacta, se trasladó a Madrid donde empezó a trabajar para distintas editoriales y medios de comunicación. En 2006 fundó la editorial Artichoque donde publicó varios libros ilustrados por él como “Kamasutra” o “Petronia y la reina Bigotuda”, que lograron varios premios y menciones. Con el tiempo evolucionó hacia la acuarela y trabajos más personales, entre otros, la colaboración con ¿Y dónde queda el Sahara? El Sahara copó, como no podía ser menos, nuestra conversación.
- ¿Cómo surgió la colaboración con el blog de los escritores saharauis en El Pais?
La idea de colaborar surgió a propuesta de Sukina, ella me comentó que iba a coordinar un espacio de visibilidad para el Sáhara Occidental dentro de EL PAIS que hablara de su cultura y mantuviera viva la esperanza de una solución justa. Con todo me advirtió de que no era un espacio político. La idea me gustó, por mi simpatía con la causa saharaui y por enfrentarme al reto de hacer ilustraciones que hablaran desde lo emocional, a lo que no estaba acostumbrado. También le dije que muchas de mis ilustraciones sí serían políticas. Y hasta ahora.....
- ¿Qué conocías sobre el Sahara con anterioridad a esta colaboración?
Las primeras imágenes que me introdujeron a la realidad del Sahara, eran unos sellos que coleccionaba, enviados por mi tío Ramón desde allí en su servicio militar, cuando aquello aún era colonia española. Así que mi Sahara era un espacio mental que se sostenía en esas pequeñas imágenes, fragmentos, que yo magnificaba en mi cabeza. Por cierto que esos sellos me traían de cabeza porque yo en aquella época era un niño muy ordenado y no sabía si tenían que ir en el álbum de nacionales o extranjeros. Pues aunque allí venía escrito bien claramente, España, la realidad ya era otra. Ahora mi idea del Sahara es mucho menos gaseosa y mítica, más cercana. Aún sin haber viajado todavía allí ya conozco sus paisajes y tengo mucha más información, conozco a sus poetas y detalles de sus costumbres. Así que ha pasado de ser enamoramiento a amor verdadero.
- ¿Cómo construyes las ilustraciones para cada texto?
El texto a la hora de abordar el trabajo de ilustración, es un pretexto para construir un correlato con el que discurrir en paralelo. Las imágenes que evoca un texto literario ya son ricas además de personales e intransferibles para cada lector, como para tener que encerrarlo en una interpretación demasiado literal que el ilustrador haga de él. Ambos se han de complementar en una relación de simbiosis enriquecedora, sin jerarquías. Busco en el texto algo que me trasporte a otro lugar y de allí vuelvo con algunas cosas. Juego con ellas, las observo por arriba y por abajo, las cambio de lugar las sumerjo, las quemo… hasta que la idea aparece como una revelación. Luego ya puedo poner la música y dibujar.
Las ilustraciones de Roberto Maján van de la mano de los textos de los escritores saharauis con absoluta armonía y naturalidad. Textos y  acuarelas recorren el desierto, se sumergen en el océano usurpado del Sahara, se suben al lomo de una duna, se protegen con el benéfico turbante, sobrevuelan el desierto buscando esas nubes con ojos cargadas de lluvia. Un camello pierde la arena de su interior por los agujeros que ha sufrido en su cuerpo. Un centauro del desierto, dromedario con cabeza de beduino, se pone en marcha. Un hombre golondrina sobrevuela mostrando a su hijo el océano al que retornarán los saharauis más pronto que tarde. Una caravana de dromedarios marcha sobre unas dunas de nieve. Un torero entra a matar a una pacífica gacela…
Hay imágenes que son poemas en sí mismas.

- Trabajo de Roberto Maján sobre el Sahara
 - Página web de Roberto Maján
Blog ¿Y dónde queda el Sahara?

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¿En pie famélica legión?

7:15 p. m. Conx Moya 0 Comments


"La libertad no descenderá al pueblo, el pueblo debe alzarse a la libertad" (Emma Goldman) 

En España no hay clase obrera orgullosa de serlo y con conciencia de clase. En cuanto ganamos mil euros nos creemos clase media. Chuleando con médico privado, colegio concertado, dos coches y piso en una “urba” con portero y piscina comunitaria. No tenemos remedio....
Avergonzarse del barrio de toda la vida, de la profesión de los padres, de la ocupación de los abuelos. Intentar ocultar los orígenes. Disfrazar la ocupación de uno mismo. La clase baja es fea, y todos queremos ser guapos, listos y ricos. O aparentarlo. Decorar nuestra vida como nos dicen en la tele o los suplementos de esos periódicos que también son casta.
Ser clase obrera, por mucho que se disfrace, y aún así asustarse de las nacionalizaciones, renegar de lo público, caer en todas las trampas que pone el poder, alentar la desunión con los que en realidad son como nosotros.
¿En pie famélica legión?

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En el adiós a Chadad Kaid Saleh

10:43 p. m. Conx Moya 0 Comments


Sabíamos que su situación era delicada pero nunca quieres acabar de creerlo. Las personas a las que quieres nunca van a irse. Y es cierto, nadie se va del todo mientras se les recuerde. Aquí va un recuerdo para Chadad Kaid Saleh que acaba de dejarnos, aunque se haga difícil asumirlo.
Conocí a Chadad en el ya lejano 2002. Bahia era buen amigo suyo y de algunos de sus hermanos y a menudo me contaba historias relacionadas con él. En una de sus visitas a Madrid quedamos con él para verle. Chadad me llamó la atención por su exquisita educación y su elegancia. Era de aquellos saharauis que estudiaron con la metrópoli que hablan un español más rico, fluido y mejor pronunciado que muchos de nosotros. Fue una velada de lo más agradable y desde entonces yo también cultivé un gran aprecio por Chadad.
Creo que no volvimos a vernos hasta 2007. Por entonces, ya formado el grupo de escritores saharauis de Generación de la Amistad, Bahia, Zahra Hasnaui y Ali Salem Iselmu fueron invitados por el añorado Luis Yuguero y la Asociación de Segovia a unas jornadas sobre el Sahara. Allí nos encontramos con Chadad. Ya por la noche, cenamos en un restaurante muy agradable de la ciudad, y ya se sabe cómo son estas veladas del movimiento prosaharaui, anécdotas interminables, recuerdo de tantos amigos, innumerables historias, aquella cena se alargaba y se alargaba. En un momento dado Chadad se levantó a buscarnos. Quería ir al hostal donde nos alojábamos. No entendíamos la prisa pero nos marchamos con él. Pronto lo entendimos cuando improvisó en su habitación una velada en torno al té, que el condujo con su habitual elegancia y erudición. Ya sabemos cómo viajan muchos saharauis, con su pequeño hornillo eléctrico y sus cacharros del té. Así que allí estuvimos durante un buen rato con Chadad y los escritores saharauis, charlando animadamente, cómo no sobre el Sahara. Antes de terminar la ceremonia del té, hice varias fotos al beit, pitillera tradicional, de Chadad, que me llamó mucho la atención por su precioso trabajo artesanal. Él era de aquellos saharauis que todavía fumaban maneiya, ese tabaco tan fuerte que se mete en unas pequeñas pipas primorosamente trabajadas, con las que se dan varias caladas, se tiran los restos tabaco y se vuelve a empezar.
Tiempo más tarde, en un viaje en tren de regreso desde Vitoria, el guitarrista Fuku nos contó una historia sobre un combatiente saharaui en la guerra y sus utensilios para fumar. La anécdota me inspiró un relato para mi libro Delicias saharauis, y la foto del beit de Chadad me sirvió para ilustrar la pitillera del combatiente de “Las kabulas de la memoria”: “(…) comprado en Mauritania a una artesana conocida por su trabajo con el cuero. El beit siempre le acompaña con su fondo de pequeños cuadros verdes y amarillos, y dibujos geométricos de vivo color rojo troquelados sobre un fondo de tela blanca. La parte delantera está adornada con siete kabulas y el broche para cerrar el beit trabajado con profusión de flecos morados. Las diferentes lengüetas de su pitillera también están primorosamente decoradas, hasta llegar al apartado donde se guarda la maneiya”.  
Por entonces Bahia estaba escribiendo la parte central de su libro “El sueño de volver”, dedicada a la generación del 73 saharaui, los jóvenes que se unieron al Frente Polisario y comenzaron la lucha por la liberación de su tierra. En el capítulo llamado “Las rosas que esparcieron su fragancia” dedicaba dos extensos relatos a narrar la vida de dos destacados jóvenes saharauis que perdieron la vida en los primeros años de la guerra: El Hanafi Mohamed Chej, y Buel-la Ahmed Zein, y otros relatos dedicados a “aquella resplandeciente generación de los años de la metrópoli”. Para prepararlos Bahia estuvo recabando información en el Colegio Mayor Nuestra Señora de África de Madrid, se entrevistó con muchos de los integrantes de aquella generación, y buscó artículos en revistas de la época como Irifi, del Instituto General Alonso de El Aaiun, o el Semanario Sahara. En una de aquellas revistas encontró un bello texto de Chadad, “Cultura para el pueblo saharaui”, quien entonces era estudiante de 1º de Bachillerato.
El que no conoce la luz, vive en tinieblas; y en las tinieblas anida la miseria, la desconfianza, la incultura, la ruina y el estancamiento de los valores y del progreso de una nación; mas si poseemos luz, habrá claridad, cultura, felicidad y el progreso de nuestro amado pueblo saharaui. (…) El progreso y el bienestar de nuestro pueblo está en la cultura, y la cultura está en el estudio y en los libros; leed con avidez, con tesón, con esperanza, y tendremos ocasión de abrir un camino más fácil y más amplio por el cual continuarán nuestro esfuerzo las gentes que nos continúen. (…)
Un texto premonitorio. Resulta prodigioso que un chaval tan joven como era Chadad entonces tuviera esa visión de su pueblo y su cultura. Un ejemplo del nivel que tenía aquella inolvidable generación,
El pasado sábado 14 de marzo de 2015 nos despertábamos con la noticia de que Chadad había fallecido la noche anterior. Nuestros amigos Esperanza Jaén y Miguel Rivas, que ha cultivado una estrecha amistad con Chadad por sus años pasados en Carmona, nos comunicaban el fatal desenlace. Buscando fotos suyas para ilustrar un homenaje apresurado y siempre más breve de lo que figuras de esta envergadura merecen, recordamos una cena en nuestra casa, en abril de 2012, acompañados por otros buenos amigos. Recuerdo muchas conversaciones sobre el Sahara aquella noche, mientras nos preparaba un buen té en nuestra pequeña jaima. Le pregunté por la pitillera que tanto me había llamado la atención en Segovia. Como buen saharaui, la había regalado a alguien que le había comentado lo mucho que le gustaba… Hablamos sobre salud y sobre cuidarnos, que si había que comer menos carne, que si había que tomar menos azúcar, que si había que fumar menos... Para lo que ninguno teníamos receta era para curar la terrible nostalgia de estar lejos de la tierra arrebatada por la fuerza. Chadad nos habló de la importancia de andar descalzo y sentir directamente el suelo en las plantas de los pies, de lo malo que es tener la luz muy fuerte por la noche, ya que nos mantiene alerta y nos impide coger el suelo, de la necesidad de relajarse y no estar activo hasta muy tarde. Le recuerdo aquella noche como un sabio místico que nos daba recetas para el bienestar.
Se agolpan los recuerdos. Como aquel trabajo suyo sobre la heráldica saharaui, una obra que desconocemos si llegó a terminar pero que nos llamó muchísimo la atención y de la que llegamos a ver algunas páginas que nos enseñó él mismo. Recuerdo la leyenda, que tiene su reflejo heráldico, sobre el descubrimiento de las fuentes de El Aaiun. O su historia con José Ignacio Domínguez, el militar de la UMD con el que coincidió en París en los años 70, cuando ambos se encontraban en la clandestinidad. Su encuentro en Madrid 37 años después fue enormemente emocionante. O cuando pidió a Bahia que quitara una música del clásico Chej uld Abba, ya que le hacía daño, le recordaba demasiado a su juventud, a su amado Sahara, a los que ya no estaban. Qué poco podemos imaginar el dolor que la invasión y el exilio han causado en los saharauis.
La causa saharaui, la cultura del Sahara Occidental, aquella generación han perdido una de sus grandes figuras aunque su inteligencia y su modestia le hacían estar en un segundo plano. Descansa en paz, Chadad, nos dejaste una profunda huella que no olvidaremos.


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Con Carlos Pardo en la Cocina del Escritor. ‘El viaje a pie de Johann Sebastian’

6:40 p. m. Conx Moya 0 Comments



Descubrí al escritor Carlos Pardo (Madrid, 1975) por una entrevista de Kiko Amat, personaje muy preferido que hace unas recomendaciones maravillosas. Hablaban sobre la publicación de la última novela de Pardo, ‘El viaje a pie de Johann Sebastian’. Desconocedora de su anterior libro, ‘Vida de Pablo’, y de su obra poética, mi única referencia eran sus hermanos músicos, Fernando y Miguel, miembros de bandas como Sex Museum, Los Coronas o Corizonas. Así que yo imaginé que el libro del “hermano pequeño”, Carlos, tendría mucho de música, juventud infinita, y ese mundo que tanto me atrae.
No podía estar más equivocada. Nada de exaltación de la juventud, 'El viaje a pie de Johann Sebastian’ es un libro donde la vejez y la enfermedad están presentes de manera asfixiante. Ajena a cualquier género, una aguda mirada a la sociedad española de su tiempo, que es el nuestro, y una crónica sin piedad sobre descomposición de una familia, que es la suya, completan un libro difícil de clasificar, lleno de frases y citas para subrayar y que hace pensar mucho.
La extensa entrevista con Kiko Amat y las ganas de escuchar al autor, nos llevó a acercarnos al Ámbito Cultural de El Corte Inglés. Dentro del ciclo La Cocina del Escritor, donde autores del panorama literario actual cuentan cómo han escrito su última novela, Carlos hablaba sobre ‘El viaje a pie de Johann Sebastian’. Muy generoso, llevó sus cuadernos y diarios para enseñarnos algo más sobre su forma de escribir, ya que de eso iba el evento, que comenzó con una reflexión del autor sobre la novela.
Reconozco que me resulta difícil escribir una crónica de lo escuchado. Es complicado transcribir de manera coherente mis notas, tomadas durante una charla extensa e interesantísima, profunda y plena de ideas brillantes, pero que transcurría llena de recovecos, ausencia de certezas y sembrada de duda e incluso contradicción. Como la vida misma. Es Carlos un hombre de cuarenta años y aspecto juvenil, con sus pelos revoltosos y sus patillas desordenadas ya plagados de canas, vestido como un joven aplicado, fuera de las últimas tendencias, muy genuino. Un rostro agradable, infantil y unos dientes descolocados, reflejan una juventud en la que parece estar eternamente instalado. Todo eso lo apreciaría yo más tarde, cuando nos acercamos a saludarle y pedirle una firma en nuestro ejemplar de su libro ‘El viaje a pie de Johann Sebastian’. Carlos, tremendamente educado y amable, desprende sincera calidez y cercanía. “Nos hemos visto antes, ¿verdad?”, nos preguntó y nos escribió en la dedicatoria del libro. Si él lo dice, seguro que es así.
‘El viaje a pie de Johann Sebastian’ es una de esas novelas de formación o aprendizaje, donde alguien narra su vida convertida en experiencia. “La experiencia es la manera que tenemos de dar sentido a lo que sucede en la vida aunque tal vez no tenga sentido. Asumir la vida requiere de un ejercicio de ficción bastante fuerte”, afirmó Carlos durante su charla. En la novela la imaginación es una cualidad secundaria; lo más importante es la observación. En los escritores hay una tendencia a ficcionalizar la propia vida, entrando en la novela de autoficción. En palabras de Carlos “El género autobiográfico corresponde a la necesidad de la sociedad de tener una voz propia”.
Dandysmo de barrio.
El libro, que le ha costado al autor cinco años de trabajo, se enmarca en los últimos cuarenta años de la historia de España y los sucesivos lavados de memoria del país, a partir del fracaso de un modelo social y el fracaso personal de su propia familia, considerada por el autor como una familia normal aunque el editor y los lectores la han tachado de muy original. Narra la vida de una familia “vulgar, mediocre, desclasada hacia abajo, con anhelos sociales casi aristocráticos, que sin embargo aspira a ser distinta, dandy, original”. Ser original es “el más mediocre de los esfuerzos”, en palabras de Pardo, ya que pensamos, erróneamente, que nos diferencia. Más allá de lo que pueda tener de kamikaze hacer un libro de estas características, que lo tiene, ‘El viaje a pie de Johann Sebastian’ está lleno de lucidez desde la desesperanza. Porque no hay lugar para la redención ni la esperanza; no caben los finales felices. Una situación tremenda desemboca en la descomposición de una familia, con padres separados y finalmente enfermos y dependientes y cinco hermanos no muy bien avenidos. Escribir sobre la propia vida es convertirse en otro y la forma de poder afrontar la escritura sobre hechos tan duros, que además suceden en la realidad y en su propia familia, es el desapego. Pardo decidió escribir como si todos los personajes hubieran muerto, incluso él mismo, o pensando en que no iba a ser publicada. Lo que le daba más miedo fue lo que en realidad le daba valor al libro. Finalmente decidió que no hacía falta que nadie quedara bien. “Me obsesionaban los hechos y la identidad de esos españoles educados como burgueses pero más pobres que las ratas. En definitiva es la historia de la caducidad de una familia”. No sé si es cuestión de echarle valor, de ser kamize o de tener una gran necesidad de ajustar cuentas, para contar una historia tan propia con esa desnudez y desgarramiento. Esta forma cruda de reflejar la realidad de una familia en decadencia le han llevado a ser comparado con Los Buddenbrook o “El desencanto” de los Panero. Yo encuentro ciertas similitudes en ese intento de ajustar cuentas con el padre con la obra del noruego Karl Ove Knausgaard. Entiendo que en el caso de Pardo, también con sus hermanos mayores.
Como estábamos en “la cocina del escritor” Pardo hizo varias referencias al género y la estructura de la novela. Confesó que comenzó escribiendo una novela de ficción. Sin embargo “no quiero inventar personajes cuando puedo observarlos”. Intentaba descomponer y analizar determinadas experiencias. Quería escribir una novela de ficción, sobre la historia de un viejo, “la vejez es el tema del futuro”, afirma. Al no estar muy convencido con el resultado, se planteó que la mala ficción era la responsable del fracaso de aquellos personajes, lo que le llevó a escribir una nueva novela, esta vez sin ponerse restricciones. Pardo muestra a su familia “de manera tal vez impúdica”. El autor asegura que no hay un ánimo revanchista pero la novela ha terminado generando consecuencias. Se trata de un libro con el corazón al desnudo, con un pacto, no de veracidad, sino de sinceridad. “La vida imita a la autobiografía. Escribo para desatascarme”, sin duda esta elección tiene un componente terapéutico. Su anterior novela, ‘Vida de Pablo’, fue para el autor “como una liberación”, escrita sin atenerse a normas.
Las reglas son que no hay reglas.
El libro ha supuesto para Pardo una forma de tocar trauma, un cierto escape, aunque también se muestra crítico con la literatura: "(...) me dediqué a esto, que sigue siendo inútil y no es salvífico más allá del desahogo". Hay que jugar a no corregirse. Tenemos la manía de obsesionarnos por crear tramas, cuando la vida real no tiene tramas. La estructura del libro no es fragmentaria, son piezas cortas que forman una estructura compleja. El libro debía tener la tensión de la forma. “Me interesan todas las trabas posibles a la hora de escribir para ralentizar la escritura. Por ejemplo escribir a mano”, afirma. Pardo concibe el libro como un recipiente de cuentos extraños, porque los seres humanos concebimos la vida con estructuras ficcionales. El género autobiográfico corresponde de la necesidad de la sociedad de tener una voz propia. “Todos somos hermanos pequeños del tiempo que nos ha tocado vivir, hemos llegado cuando ya estaba todo cocinado”, explica. "(…) predispuesto a que el pequeño sea la salvación de la familia. Pero yo no soy eso". En la novela se hacen constantes alusiones al “hermano pequeño”, el puesto que ocupa el autor en su familia, el niño que llegó al final, con bastante diferencia de edad con sus hermanos. “(…) pensé que éramos una generación de hermanos pequeños, y que nos parecíamos más a nuestros padres que a nuestros hermanos mayores”.
Continuando la “cocina del escritor” que compartimos con Carlos Pardo, nos leyó varias recomendaciones que forman parte de su “receta” para escribir una novela: “Poda la falacia patética cuando corrijas. No pretendas caer bien ni mal. No des lástima. Que el narrador no asfixie a los personajes. Ten paciencia, tu libro es un rodeo. Es peligroso saber adónde vas. Los recuerdos ordenados son mentira (…)”.
El viaje, la vejez y la caducidad están constantemente presentes en esta novela sobre la caída de una familia de la llamada clase media, con aspiraciones. Muchos miembros de aquella clase media han caído en la precariedad laboral, que la crisis ha terminado convirtiendo en pobreza. Recibe una lúcida reflexión de manos del autor. "Cuando los precarios se den cuenta de que son pobres podrán despertarse como pueblo e inventar una nueva forma política; es decir, cuando los hijos de la débil clase media, estudiantes o no, mileuristas de antes, comprendan que con los años, con la edad, a partir de los treinta y cinco pasarán de precarios a simples pobres, los pobres anteriores al imaginario burgués, pero sin la fuerza del proletariado, sin formar una nueva clase social, estos pobres, entonces, si despiertan, se pondrán manos a la obra. Odio pertenecer a una generación que envejece con tanta ingenuidad. No se puede ser más idiota o quizá sí se puede y esto es una idiotez de medio pelo". Hay en el libro una aguda radiografía de la sociedad española. El autor es testigo en primera persona de algo nuevo que está empezando a surgir a partir del 15M y demás movimientos indignados.
La literatura debe “superar la vanidad del escritor”. Hay una reflexión en el libro sobre literatura, géneros y forma de escribir. Pardo se aparta con esta novela de cualquier género literario establecido. "No puedo escribir un paso por detrás. Eso lo hacía antes. Eso son los géneros literarios". Muchos problemas de la novela clásica están en que ha querido ser educada, está anclada en unos modos burgueses que ya no funcionan. Lo que tampoco quiere decir que haya que ser provocador o maleducado de manera gratuita. Me interesa mucho la forma en que Pardo habla sobre los tiempos que se viven actualmente en la literatura. Muchos podemos vernos reflejados, salvando las distancias, en esa reflexión de que vivimos un tiempo de precariedad que no permite a los escritores disponer de mucho tiempo para escribir porque tienen que estar haciendo otras cosas: trabajando, buscando trabajo o buscándose la vida. Escribir una novela hoy en día, con la situación de precariedad que se vive no es tarea fácil. Resulta complejo sobrevivir, y escribir, en ocasiones, en los ratos que van quedando. Esto facilita el surgimiento de otro tipo de escrituras urgentes, en las que no se dispone de mucho tiempo. Se han puesto de moda géneros que no se consideraban gran literatura pero que se ajustan a estos nuevos tiempos. “(…) si quiero escribir después de ocho horas de trabajo en una jornada partida, después de cumplir con otros trabajos para prevenir la bajada de mi sueldo, tengo que desatender a mi familia”.
En definitiva, buscando una novela de exaltación a la juventud, me encontré con ‘El viaje a pie de Johann Sebastian’ y descubrí a Carlos Pardo. Lo cierto es que no hay nada más alejado de  la modernidad y la mitificación de la juventud, alargada en ocasiones hasta el patetismo, que este libro. Pardo es crítico con su generación, incluido él mismo, con una dolorosa lucidez. “La premeditación moderna me daba lástima. Éramos los modernos de otro tiempo y de otro lugar, como de permiso de mili en una provincia que estaba siendo saqueada, en la discoteca, en los años previos a la bonanza de la construcción, entre el pelotazo y la burbuja, estudiantes que ya no son estudiantes”. Esa juventud “amenazante” se contrapone al gran tema de la novela, la vejez. Por sus circunstancias familiares le ha tocado vivir muy de cerca la decrepitud, la enfermedad, el gran tema del futuro, como él mismo dice. En esta España envejecida, donde apenas nacen niños, en unos años la vejez y los cuidados que conllevan estarán a la orden del día. Pardo pone el dedo en la llaga sobre lo que no pensamos hasta que lo tenemos encima. “¿Quién nos va a cuidar cuándo seamos viejos?”, se pregunta. Desde luego “no la patria”, no este estado desmantelado y saqueado por el poder.
La juventud y la vejez, la realidad, los anhelos incumplidos, el “estrellamiento”, el deseo de ser originales que acaba siendo un desastre, los modernos, el anacronismo, tragedias y temas presentes en esta compleja novela, que tiene multitud de frases y reflexiones para subrayar:
“Ya éramos anacrónicos cuando nos creíamos modernos”.
“¿Nos va a salvar la música? ¿Nos va a salvar la cultura?”
“Odio pertenecer a una generación que envejece con tanta ingenuidad”.
“No se puede ser más idiota o quizá sí se puede y esto es una idiotez de medio pelo.
“¿Quién nos va a cuidar de viejos? Desde luego no la patria”.
No es que hayamos superado la juventud, es que la juventud no se ha cumplido.
“No puedo seguir viviendo el simulacro de la juventud sin caer en una depresión, porque cada vez caigo desde más alto, aunque no puede decirse que me sienta viejo”.
 “Soy partidario de la realidad aunque duela, lo único sagrado q existe. (...) No es que quiera él lado hermoso de las cosas. Es que me siento como un abogado de la realidad, su defensor y no su fiscal”.
“Ser pesimista es cobarde y la cobardía arruina la vida de los que tienes cerca”.
"La vida imita a la autobiografía".
“Nuestro destino es tratar las cosas sólo superficialmente, una vez cada cosa. No tenemos tiempo”.
   

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Sin Pedir Permiso en CDS RadioShow

9:30 p. m. Conx Moya 0 Comments


“(…) Cuando pasamos por la esquina del Penta nos pusimos a acariciar sus paredes. Pasamos por la puerta de la Vía Láctea y ocurrió otro tanto de lo mismo. Hay muchas historias que contar en torno a estos míticos lugares, y a una juventud en los 90 que comenzaban a pensar en cambiar el mundo aunque fuera a través de las canciones”.
Así comentaban los amigos del programa CDS RadioShow la entrevista que acababan de emitir sobre el crowfunding (micromecenazgo o juntaperras, como prefiráis) para la edición de mi novela ‘Sin pedir permiso’. Mantuve una agradable conversación con Chema Lara, uno de los colaboradores del programa, que me devolvió por un rato a ese mundo de radio, periodismo y entrevistas que tanto me gusta y que estoy recuperando gracias a la edición de mi libro. La diferencia es que ahora la entrevistada soy yo. Se me hace raro, pero es un placer tener un hueco donde poder explicar y amplificar mi proyecto.
Cuánto tiene que ver conmigo esa anécdota. Siempre que paso por el Penta o la Vía Láctea me los quedo mirando o saco una foto de sus míticas entradas o me vienen a la mente alguna de las canciones que hicieron inmortales a estos locales.
Igual me sucede con el Casa Donato, La Mancha de Madrid, la Sala Caracol, la estación de metro de Ventilla, La Lavandería en Vallecas, la pintada de Muelle en la calle Montera, el Automático o el Achuri en Lavapies, el parque de Aluche… Lugares que aparecen en ‘Sin pedir permiso’ porque soy mitómanas sin remedio. Quiero reivindicar aquella juventud nuestra, ya fuera de la movida y del mítico Madrid de los 80. Nuestros divinos veinte años, vividos en una ciudad donde irrumpía lo étnico y descubríamos el significado de siglas como ONG o ETT. Miembros de la “Generación X” o aquel invento que llamaron JASP, asistimos al nacimiento del que tal vez ha sido el último gran movimiento de la historia de la música popular, el grunge. En los 90 Madrid también fue una fiesta (¿cuándo no lo ha sido?) y nosotros okupamos nuestro hueco en aquellas calles, a ritmo de radio libre y de concierto solidario.
Esta es nuestra historia.
*Gracias a Chema Lara, Álvaro Vega, José Aguilar, Mayte Guerrero y José Luis Espinosa de CDS RadioShow (Globo FM).

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