‘Siete casas vacías’. La intensidad y la fascinación de los relatos de Samanta Schweblin
Como lectora (casi compulsiva) y como
escritora (que hace lo que puede) debo confesar que el cuento no es mi género
preferido ni para leer ni para escribir. Me temo que me decanto sin remedio por
la novela, sin restar un ápice de mérito al relato corto, un género que por
supuesto disfruto y que también he usado en ocasiones a la hora de escribir.
El lunes 6 de junio visitaba el Gabinete de
Lectura de Jesús Casals en La Central la escritora argentina Samanta Schweblin
(Buenos Aires, 1978) con su libro ‘Siete casas vacías’, editado en 2015 por
Páginas de Espuma. Reconoce la autora que hasta hace poco resultaba muy
complicado empezar una carrera como autora joven e inédita con un libro de
cuentos. Lo que le ha ayudado a llegar a más lectores ha sido su presencia en
certámenes narrativos, por ejemplo este ‘Siete casas vacías’ ganó el IV Premio
Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero en 2015, y uno de los cuentos
añadidos finalmente en el libro, “Un hombre sin suerte”, se hizo en 2012 con el
Premio Juan Rulfo. La autora nos explica que no pudo ser incluido inicialmente
en el manuscrito presentado a concurso por no ser inédito. Samanta es sobre
todo escritora de cuentos, ha publicado tres libros de relatos: ‘El núcleo del
disturbio’ (2002), ‘Pájaros en la boca’ (2009) y este ‘Siete casas vacías’
(2015), además de la novela breve ‘Distancia de rescate’ (2014).
Es Samanta una mujer bella, comunicativa y
enormemente expresiva, que parece tener muy claro lo que escribe y por qué lo
escribe. De sonrisa franca y risa cantarina, no deja de mirar a los ojos a
Jesús Casals cuando le responde. Su forma de expresarse no cuadra nada con los
problemas de lenguaje que nos confesó haber sufrido en los inicios de su
adolescencia, “los traspiés del lenguaje eran lo que me daba más problemas”,
confiesa. Dejó de hablar fuera de casa a los doce años durante un tiempo. “Para
mí el lenguaje siempre ha sido un problema, es violento, se puede ejercer un
poder terrible con el lenguaje. Es algo inestable, que me cuesta dominar”,
afirma. Esta intranquilidad la supera con la escritura. “Con la escritura tengo
el control, puedo decir exactamente lo que quiero y eso me produce mucha paz”.
Volviendo a su obra, la autora puntualiza
que un libro de cuentos no es una antología de relatos sin más. “Se trata de un
compendio con un universo común, se crea con la intención de armar algo”. Samanta
tiene claro por qué unos cuentos se incluyen en un libro y otros se descartan y
por qué los cuentos llevan un orden u otro. “Cada cuento es un universo único y
debe sostenerse por sí mismo. Algunos de ellos tienen más fuerza y a partir de
ellos se arma el libro”. Ante la pregunta de qué es más importante según ella
en un cuento, ¿la intensidad o la profundidad?, Samanta se decanta, sin
excluir, por la intensidad. Compara ambas formas de entender la escritura de
los cuentos con una carrera, con correr muy deprisa pero con poco recorrido o
correr más lento llegando más lejos. “La intensidad es lo que fascina, lo que
electriza en los cuentos”.
La autora reconoce que en sus cuentos se
repite el desnudo (no físico si no como exposición), objetos, ropa, cajas,
cosas para archivar, geografía… En algunos de sus cuentos los objetos cobran
más valor del que realmente tienen. Alcanzan “un valor místico, pueden llegar a
ser algo muy críptico”, reconoce. Otro de sus temas es la relación padres e
hijos, la relación “más genuina y amorosa, pero a la vez no se escapa de ser
dolorosa, porque también daña, recorta y se ve envuelta en los prejuicios”. La
familia siempre aparece en el libro de alguna manera “quebrada, aislada”.
Los cuentos de este libro están narrados en
primera persona, excepto “La respiración cavernaria”, que se narra a través de
las lagunas, olvidos y obsesiones de una anciana, Lola, con alzhéimer,
enfermedad que en ningún momento se nombra en el relato pero que sí se intuye. Se
trata del cuento más largo, fue tal vez el que más le costó, el primero en
comenzar a escribir y el último en terminar. Nos confiesa Samanta que algunos de
sus cuentos parten de anécdotas de su vida cotidiana, esas pequeñas historias
son el estado germinal de un relato posterior. Por ejemplo el cuento que abre
el libro “Nada de todo esto”, con la madre y la hija que visitan casas, o “Mis
padres y mis hijos”, que comienzan con la magnífica frase: “¿Dónde está la
ropa de tus padres?”, que también surgió a partir de una curiosa historia
personal. El libro finaliza con “Salir”, una búsqueda de un instante de
bienestar para regresar y descubrir que todo está igual, “espantosamente”
igual.
No es partidaria la autora de dar todo
masticado al lector. Varios de los escritores que han pasado por el Gabinete de
la Central son de esta misma opinión y lo han expresado en términos similares,
pienso en Pilar Adón o en Patricio Prom. Samanta entiende que los textos son
políticos cuando la mirada del lector es política o por cierto empujón que
pueda ofrecer el autor en lo que escribe. “Muchas cosas suceden en la cabeza
del lector, yo espero controlar eso con la escritura, necesito que el lector diga
en silencio determinadas cosas en determinados momentos”. En este punto del
Gabinete alcanzamos, creo poder hablar por casi todos, un momento muy especial
con la autora. Sus expresivas manos (luce un precioso anillo con una piedra
verde, grande y cuadrada) acompañan afirmaciones de un elevado grado de amor
por la literatura y la creación que nos calan especialmente. “El momento de la
escritura es de libertad absoluta, aunque luego la propia escritura te vaya
marcado límites”; “cuando escribo tengo muy clara la sensación anímica que va a
dejar el final del cuento”. Samanta entiende que el narrador debe ser quien
ofrezca un espacio al lector. “Siento que estamos los dos, el escritor y el
lector, en un tira y afloja entre lo que el autor quiere decir y lo que el
lector puede tender. Se crea algo que yo calificaría de divino”.
Reconoce el impacto de sus lecturas de
iniciación en su escritura, lecturas que sorprenden para una niña: Cortázar,
Kafka, muchos autores de literatura fantástica, como Bradbury. También recuerda
“la fascinación que ejercía sobre ella el acto de la lectura en sí”.
Acompaña a Samanta Schweblin Juan Casamayor,
de Páginas de Espuma, editorial que fundó en 1999 junto con Encarnación Molina.
Se trata de un sello independiente que está considerado como referencia en el
género del cuento en castellano. Juan responde a la pregunta de cómo sobrevive
un editor de cuentos en un mundo dominado por la novela. Afirma que sí se leen
cuentos, a pesar de que durante muchos años el sector editorial no ha apostado
por el cuento. El editor destacó de su trabajo la relación “mágica y orgánica”
que se establece entre el editor y el escritor “Ser editor me justifica ser
testigo de la creación de mis autores”. La otra parte, “la fenicia”, la que permite
“vivir del cuento”, conlleva que estos libros lleguen a los lectores. Y el
panorama parece estar cambiando. Juan sentencia que “el oficio del editor es
buscar” y, a pesar de que se trata de un sector “inestable”, la clave para
sobrevivir es hacer las cosas bien, “hay que estar muy atentos a lo que quieren
los lectores y cómo lo quieren, hay que personalizar más que nunca los libros
para los diferentes lectores”. El editor de Páginas de Espuma nos confiesa que
empezó a disfrutar plenamente la editorial “cuando entendí que este negocio no
es negocio”.
“No me gusta hablar de lo que estoy
haciendo, si lo cuento y disfruto de lo que estoy contando, ya tiene menos
sentido escribirlo”, concluye Samanta Schweblin. Y entre recomendaciones y
sinceros aplausos de los presentes, terminamos un delicioso gabinete de
lectura, que nos recuerda por qué tienen tanto éxito las convocatorias de Jesús
Casals.
0 comentarios:
Publicar un comentario