Presentación de “Diario de Ithaca” de Miguel Ángel Hernández. El gusto por contar.
Conocí a Miguel Ángel Hernández gracias a
una reseña del escritor murciano Basilio Pujante en su sección de la Tribuna
del Noroeste. Basilio reseñó “Intento de escapada”, un libro que resultó ser
del @mahn que seguía desde hacía algún tiempo en Twitter. La curiosidad me condujo
a buscar y leer una novela en la que se mezclaban de manera fascinante arte y
literatura, como por otra parte sucede en la vida del propio autor. Aquella historia
de desilusiones me llevó a leer su segunda novela, “El instante de peligro”, que
resultó ser finalista del Premio Herralde de Anagrama. Grata sorpresa fue “Presente
continuo” publicada en la editorial murciana Balduque. Se trata de un diario
muy curioso escrito durante la creación de “El instante de peligro”, que habla
sobre literatura, lecturas, el proceso de escribir, el arte, presentaciones
literarias, eventos, saraos y ciertos aspectos de la vida cotidiana del autor,
consiguiendo un libro realmente delicioso que devoré este verano y con el que
me sentí muy identificada como lectora y escritora (Intento de escritora). Me
hizo reflexionar pero también reír por ese toque irreverente y exhibicionista,
alejado de toda ceremonia, que salpica el libro.
Mientras transcurrían mis lecturas, Miguel
Ángel estaba viviendo en Ithaca, Nueva York, realizando un proyecto de investigación
en la Universidad de Cornell y gestando la segunda entrega de sus diarios. Y
así acudimos a la presentación de este “Diario de Ithaca” en Madrid el pasado
15 de diciembre para descubrir qué tenía que contarnos esta vez Miguel Ángel
Hernández.
Intervino Javier Castro Flórez, de Newcastle Ediciones, editorial murciana creada a
finales de 2015 (forma parte de La Fundación Newcastle) y que publica crónicas,
memorias, libros de viajes, diarios y pequeños ensayos. Se trata de una
colección de libros en pequeño formato, “humildes pero que no son superficiales”,
en palabras del editor. “En el mundo subterráneo está la diversión”, concluyó en
referencia a las “catacumbas” de la librería madrileña Tipos Infames, donde se
presentaba el diario.
El escritor Sergio del Molino se declaró “inductor
del libro”, ya que él dio la perfecta excusa a Miguel Ángel para que siguiera
escribiendo los diarios. Sergio se encontraba inmerso en aquellos días en la
segunda temporada de “Preferiría no hacerlo”, programa sobre literatura en la
radio autonómica de Aragón, y propuso a Miguel Ángel que grabara semanalmente
una suerte de página del diario, pero hablado para ser emitido en el programa.
Poco a poco el autor fue adoptando el tono al lenguaje radiofónico, para
ofrecer una exposición de “lo peor de sí mismo”: inconveniencias, su tensión
con el idioma inglés, sus angustias y desdichas a miles de kilómetros de casa, en
medio de un gélido invierno con mucha nieve y con muchos momentos de soledad.
Siempre repetía en las crónicas un irónico mantra: “No puedo ser más feliz”, en
lo que fue un interesante ejercicio (tal vez experimento) radiofónico y
literario.
A continuación tomó la palabra el autor, Miguel
Ángel Hernández, quien recordó que los textos están publicados en su blog “pero
el editor ha tenido la confianza de editarlo en papel. Se trata de un proyecto
suicida, como todos los proyectos editoriales”. La propuesta de Sergio “fue el
acicate perfecto para escribir”; Miguel Ángel no pudo negarse, “con que me pinchen
me lanzo, no sé decir no”. Confesó que se trataba de un formato rarísimo y
difícil para él, aunque le apetecía por la inmediatez del medio. “A mí no me
gusta escribir, me gusta contar cosas. No le encuentro sentido a la idea de
escribir para mí mismo”.
Ese gusto por contar es lo que le ha
llevado a emprender este “proyecto diarístico”, que empezó con su bitácora “No
(ha) lugar”, abierta en 2006 cuando aún había pocos blogs y no existían redes
sociales, “era como un salto al vacío, no sabía cuánta gente lo podía estar
leyendo”. Surgió entonces la propuesta de una columna en el diario La Opinión
de Murcia, que le obligaba a racionalizar lo que estaba pasando y se convirtió en
una especie de performance, “la vida se convertía en un hecho literario”. La de
“Diario de Ithaca” es una literatura “poco elaborada”, aunque sí trabajó la voz
y el tono.
Si “Presente continuo” estaba escrito en una
sorprendente segunda persona del singular, “Diario de Ithaca” lo está en
primera. Este diario tiene una estructura oral, ya que lo escrito iba a ser
leído, el texto era un residuo de la voz, por lo que Miguel Ángel debía tener
en cuenta al escribir el fraseo y el tiempo. Lamentó que en el libro se haya
perdido la voz de las crónicas radiofónicas, “en las que había construido al
final un personaje”.
En “Presente continuo” ya había una
“pulsión exhibicionista”, que se repite en esta nueva entrega. En realidad este
diario es una “muestra de la intimidad construida, una armadura con respecto a
lo que yo entiendo realmente como íntimo”. Hay personajes que pidieron que
alguna situación no saliera en el diario y otros que “forzaban la pose para
salir”. Para el autor “se trata en definitiva de una especie de happening
porque la historia del arte tiene mucho que ver en mi literatura”. Acabaremos pensándolo
todo literariamente en un bucle sin fin entre vida y diarios. “El diario supone
para mí un placer y un divertimento, no me interesa en absoluto la polémica, lo
que no me gusta, no lo saco”. Se trata de un diario de experiencias, para
entrar “en un extraño mecanismo donde hasta cierto punto incluso se hacen cosas
para que salgan en el diario”.
A la pregunta de un alumno que había
acudido a la presentación de Madrid sobre hasta dónde quería llegar con los
diarios, Miguel Ángel explicó que en clase sí le gusta “generar polémica, crear
incertidumbre, hacer pensar”. Reconoció que hay una pulsión narcisista y
exhibicionista en el hecho de escribir para que lo lean otros, “pensar que lo
que escribes puede interesar a otros es una llamada de atención, un mira lo que
hay dentro de mí”. Para el autor es algo totalmente legítimo, aunque el
narcisismo esté mal visto. “El que escribe es narcisista y más el que escribe
sobre sí mismo, es la exhibición del yo”. Sin embargo, “el registro de intimidad de cada
uno es diferente, vivimos en un momento de exhibición absoluta debido sobre
todo a las redes sociales. Hasta lo doméstico se ha abierto”.
Sobre su eterna dicotomía entre el mundo
del arte y la literatura, en opinión de Miguel Ángel hay unos intereses
“para-artísticos” que van más allá del hecho creativo, para que las obras
lleguen al público o al mercado. En ambos mundos hay una perversión del mercado
por encima del hecho creativo, pero el camino de la literatura es menos
“perverso”. El autor entiende que la literatura tiene lectores y si no hay
lectores esa “burbuja” de alguna manera estalla. En literatura alguien compra
libros pero en el arte el público no importa, el espectador no es un agente
dentro del mundo del arte, mientras que el lector sí tiene algo que decir en la
literatura.
Unas crónicas de radio a ritmo de la canción de Caléxico Gypsy's Curse, transformadas en un coqueto libro maquetado y con portada de nuestra querida
Cristina Morano, escritora, diseñadora gráfica y activista.
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