Inocentes y otras, de Dana Spiotta. Treinta años de amistad femenina y creación
Si quisiera parecerme a alguna escritora, no
tengo duda de que sería a Dana Spiotta. De la escritora estadounidense nacida
en 1966 leí hace tres años la magnífica ‘Stone Arabia’. Aquella historia del
músico underground y automarginado que se inventa para sí mismo una extensa carrera
musical me resultó fascinante. Moderna, competente narradora, apasionada de la
música, el arte y el cine, en sus libros aparecen multitud de elementos para
indagar y reflexionar.
Ha sido en este verano de 2016, gracias al
Club de Lectura de la librería La buena vida, cuando he leído su nueva novela
‘Inocentes y otras’, publicada por la Editorial Turner. Se trata en esta
ocasión de una potente historia de amistad femenina a lo largo de tres décadas,
siendo el cine el interesante hilo conductor.
La historia, narrada en tercera persona,
con dos incursiones en primera persona a través de las voces de las amigas protagonistas,
se desarrolla a partir de diferentes y novedosas propuestas narrativas, como artículos
de publicaciones digitales, o entradas de blog, comentarios incluidos. La
estructura temporal de la novela es fragmentada y sus principales personajes
son femeninos. Protagonizada por dos amigas, Meadow y Carrie, hay una “tercera
en discordia”, Jelly, quien nos introduce en aquellas relaciones telefónicas que
fueron precedentes de la forma de interactuar a través de las redes sociales
tan de actualidad. La conexión entre Jelly y la historia central del libro
tardará en hallarse pero en mi opinión Spiotta logra engarzarla de manera
original y creíble, añadiendo suspense y un cierto factor sorpresa. Además de
tratar temas como la amistad femenina, el amor, la comunicación o la
inseguridad, ‘Inocentes y otras’ es una interesante reflexión sobre la
competitividad, la creación artística, la culpa, el éxito y el fracaso.
Una historia de amistad femenina es el eje
central de la novela. “¿Acaso las amigas no pueden aceptarse tal y como
son?”. A diferencia del matrimonio, la amistad puede ser “retorcida,
desequilibrada y sin sentido”, lo que la hace probablemente mucho más
esencial. Ellas son Meadow, una niña rica, hija de padres dedicados a la
industria del cine que se cría en una lujosa mansión en Los Angeles, y su amiga
Carrie, de familia modesta, padres divorciados, que estudia en la misma
prestigiosa escuela que su amiga gracias a una beca. Conocemos cómo fue la
infancia de las dos gracias a una narración en primera persona de Carrie que
recoge un blog de cine. Será al final, en uno de los saltos temporales de la
novela. La suya es una amistad de adolescencia que se mantiene, con sus altos y
bajos, hasta la edad adulta. Ambas se dedican al cine, con enfoques muy
diferentes, lo que crea una inevitable competitividad entre ellas, aunque
intentan disimularla y se sienten mal cuando tienen opiniones negativas sobre
la otra. Parece que la posición dominante es la de Meadow y que Carrie se
limita a seguirla, aunque al final se descubrirá que no es del todo así.
Las dos amigas comienzan haciendo cine
juntas durante un verano de su juventud. Filman recreaciones de escenas del
cine mudo, o más bien reimaginaciones, ideadas por Meadow, que es quien suele
llevar la voz cantante. A partir de la diferente forma de enfocar sus
creaciones conocemos más sobre ambos personajes. Meadow es la fuerte, la interesante,
la líder, la genial y original, Carrie es mucho más convencional. Meadow quiere
cuestionarse todo. Carrie quiere “seducción, no desafíos”. Carrie define
el look de Meadow cuando se conocen como “retroputilla”; para ella se
reserva “gorda y pobre”. No lo dice con resentimiento ni amargura, es su
sentido del humor. Carrie mira la vida desde una visión amable y divertida, siente
adoración por Meadow y de alguna manera le consiente todo. “Generalmente
hacía lo que Meadow decía y creo que salía ganando”.
Meadow, orgullosa, obsesiva y analítica,
siente “La satisfacción de no hacer lo que la gente espera de ella”. Muy
crítica, también consigo misma, siempre se había “enorgullecido del rigor
con el que se analizaba a sí misma”, pero acaba también rechazándolo porque
lo considera una expresión más del ego. “A lo mejor no soy buena persona”.
Caerá en una grave crisis personal y creativa, de la que intentará salir, con
gran esfuerzo personal. “Para que las cosas mejoren de verdad es necesario
un cambio sistemático, no gestos de caridad”. Pero a Meadow los pequeños
gestos que va realizando le ayudan a hacer su vida más tolerable. Se autojuzga
para explicar por qué hace documentales “sobre personas que han hecho cosas
horribles”.
Y es que uno de los temas más apasionantes que
aparecen en la novela es la creación artística. Se teoriza sobre el cine
documental, el que realiza Meadow, que en definitiva “sigue tratándose de
una puesta en escena”, una propuesta que “no es neutral” porque “tiene
un punto de vista”. Al fin y al cabo es cine y “la verdad del cine es
engañosa”. Ser una artista significa según Meadow “en parte tomadura de
pelo, en parte magia”. Obsesiva y perfeccionista, choca con “los
problemas de la creación cinematográfica”.
Carrie ve a su amiga “compleja y
ambiciosa”, opina que se toma demasiado en serio. “¿Por qué no dejar que
la obra hablara por sí misma?”. Por su parte Meadow considera la forma de
rodar de Carrie “convencional y aburrida”. Sin embargo, Carrie alcanzará
el éxito con sus comedias. A pesar de que se quieren, como en cualquier grupo existe
entre ellas una latente rivalidad, y Meadow es la menos preparada para el éxito
de su amiga.
En el libro se aborda la explicación del
proceso creativo. La elección de una determinada estructura, de unas imágenes
en lugar de otras “Nos hacen sentir mal de una manera más interesante”.
También el narcisismo del creador: “Casi todo es ego”, el resto no es
más que una pátina. Meadow, mujer de “posiciones extremas”, sufre una
gran crisis, que la lleva a la desesperación cuando empieza a hartarse también
de su propia obra: “estoy hasta los cojones de todo”. Meadow, artística y
analítica, experimenta con la imagen. Para ella filmar es su manera de ver. “Como
sucedía con muchas de sus ideas en realidad era más interesante la idea que su
ejecución. Tenía debilidad por los conceptos, teorías e imágenes de geometría
perfecta”.
El amor es otro de los temas de ‘Inocentes
y otras’. “¿El amor sólo es real y verdadero si no se termina? Si el amor se rompe, ¿entonces no
ha sido amor?”, se preguntan. En cuanto a las dos amigas, ambas son también
muy diferentes a la hora de abordar sus historias de amor. Carrie es
entusiasta, sencilla, idealista. “Carrie siempre sentía que tenía que frenar
su entusiasmo. Porque ella se enamoraba de la gente, era su forma de ser. Y
sabía que eso asustaba a los hombres”. Busca relaciones que no le
compliquen la vida, aunque su historia de amor distará mucho de ser perfecta. “Nunca
había entendido el supuesto atractivo del amor no correspondido. Era mucho más
sano querer a alguien que también te quisiera”. Will, el novio y luego
marido de Carrie, es un compositor con talento, gracioso y poético. Lo que más
le gusta a Carrie de él es “su falta de indiferencia”, frente a los
chicos “enrollados que no se interesaban por nada”. Meadow, sin embargo,
no quiere pareja estable. Pasa por diferentes amantes, siempre jóvenes y
bellos, con los que filma. De alguna manera están subordinados a ella y a su
trabajo.
Las desiguales relaciones de Carrie con su pareja
estable y Meadow con sus amantes tienen un contrapunto en la historia de amor
“telefónico” entre Jelly y Jack, curiosamente la historia más intensa. Spiotta
introduce en la novela el amor “virtual”, tan en boga actualmente en Internet.
Sin embargo, lo aborda ambientando la historia en los 80, a partir de las
relaciones telefónicas de Jelly con diferentes hombres, en especial con Jack,
un hombre del que acaba sintiéndose atraída y de alguna manera correspondida. Ese
amor virtual no deja de ser un “amor en el plano teórico”. “Jelly dejaba lagunas y Jack se encargaba de
llenarlas. Los contornos perfilaban una colaboración a partir de los deseos de
él y las omisiones de ella. A Jelly no le parecían mentiras. Él suponía cosas y
ella simplemente no las desmentía”. No se trata de sexo telefónico. “Era reservada ante la sexualidad
manifiesta. (...) Había mujeres que eran como mariposas entre tus manos. No les
decías groserías. Cerca de ellas respirabas con más suavidad y no hacías
movimientos bruscos”. “Jack era
educado, soltaba tacos y se ahogaba tosiendo por el tabaco, pero era discreto.
Un perfecto caballero”. La relación telefónica les trae aparente placidez y
calma, “Sí, sí. Contigo todo va bien. Es
verdad”. Es un remedio a la soledad de ambos. En el avance de esa relación
virtual inevitablemente llegará la necesidad de verse, de saber cómo es el
aspecto del otro. E inevitablemente llegará la decepción. “La incapacidad de
lo real para adaptarse a los contornos de lo imaginario”.
Spiotta también aborda en la novela la comunicación.
Meadow crea confianza entre quienes entrevista para sus documentales y logra
que se abran a ella. “Me siento cómodo
hablando, me relaja. Es como abrir un grifo y vaciarme”. A veces no le hace
falta ni preguntar. “Enfocar a una persona con una cámara era ya de por sí
una interrogación”. Meadow aprovecha la inevitable necesidad humana de ser
escuchados, de la confesión, de espiar las culpas verbalizándolas. “Todos nos morimos con ganas de quitárnoslo
de encima en lugar de quedarnos esperando a que alguien lo descubra. Porque esa
espera contamina la vida”. Pero a Meadow le falta empatía. No se puede
hacer cualquier cosa en nombre de la creación. No ve el límite, donde puede
hacer verdadero daño, y por eso no sabe detenerse cuando es necesario. “Meadow pensaba que no pasaba nada por
interaccionar de aquella manera con vidas reales”.
‘Inocentes y otras’ habla sobre la
esclavitud del cuerpo, en especial en el caso de las mujeres. La insegura Jelly
se esconde detrás del teléfono, usado por ella como “arma íntima”. Ante lo
que ella considera su falta de atractivo se inventa un seductor personaje,
Nicole, al que pone un cuerpo y un rostro que no son los suyos. “Por
teléfono podía ser yo misma, mostrar mi yo auténtico o el que debería haber
sido. Nunca me lo planteé como que estuviera mintiendo”. Frente a su
anodina vida, sus llamadas le dan un poder y una satisfacción que la enganchan.
“Me sentía llamada a llamar”. Jelly disfruta siendo la fantasía de
aquellos hombres, ayudada por su voz y su encanto, pero la barrera es su
aspecto físico, que la hace sentirse muy insegura. “No pude enfrentarme a
él. No pude admitir que había mentido, asumir que no me iba a entender. Que en
el fondo no era digna de que me quisieran”.
En las novelas de Dana Spiotta se
entremezclan invenciones de la autora como las películas de Carrie o los
documentales de Meadow, a los que la autora pone nombre y trama, con películas
y hechos reales. En esta ocasión aparecen Orson Welles, el phone phreaking (los
antecesores de los hackers informáticos pero en las líneas telefónicas); la directora
de cine mudo Alice Guy Blaché, silenciada en todas las Historias del cine; la
matanza de estudiantes en la Universidad de Kent a inicios de los setenta y la
famosa foto del estudiante muerto; la recreación de la historia de Miranda
Grosvenor, nombre ficticio de una escurridiza trabajadora social de Luisiana
que encandiló (y engañó) entre los años 1970 y 1980 a decenas de hombres
famosos con los que entablaba relación telefónica; o la película amateur ‘Killer
of Sheep’, grabada a lo largo de varios años sobre la vida llena de
dificultades de un hombre negro en Los Ángeles.
En definitiva alta, magnífica, literatura.
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