Inocentes y otras, de Dana Spiotta. Treinta años de amistad femenina y creación

8:38 a. m. Conx Moya 0 Comments



Si quisiera parecerme a alguna escritora, no tengo duda de que sería a Dana Spiotta. De la escritora estadounidense nacida en 1966 leí hace tres años la magnífica ‘Stone Arabia’. Aquella historia del músico underground y automarginado que se inventa para sí mismo una extensa carrera musical me resultó fascinante. Moderna, competente narradora, apasionada de la música, el arte y el cine, en sus libros aparecen multitud de elementos para indagar y reflexionar.
Ha sido en este verano de 2016, gracias al Club de Lectura de la librería La buena vida, cuando he leído su nueva novela ‘Inocentes y otras’, publicada por la Editorial Turner. Se trata en esta ocasión de una potente historia de amistad femenina a lo largo de tres décadas, siendo el cine el interesante hilo conductor.
La historia, narrada en tercera persona, con dos incursiones en primera persona a través de las voces de las amigas protagonistas, se desarrolla a partir de diferentes y novedosas propuestas narrativas, como artículos de publicaciones digitales, o entradas de blog, comentarios incluidos. La estructura temporal de la novela es fragmentada y sus principales personajes son femeninos. Protagonizada por dos amigas, Meadow y Carrie, hay una “tercera en discordia”, Jelly, quien nos introduce en aquellas relaciones telefónicas que fueron precedentes de la forma de interactuar a través de las redes sociales tan de actualidad. La conexión entre Jelly y la historia central del libro tardará en hallarse pero en mi opinión Spiotta logra engarzarla de manera original y creíble, añadiendo suspense y un cierto factor sorpresa. Además de tratar temas como la amistad femenina, el amor, la comunicación o la inseguridad, ‘Inocentes y otras’ es una interesante reflexión sobre la competitividad, la creación artística, la culpa, el éxito y el fracaso.
Una historia de amistad femenina es el eje central de la novela. “¿Acaso las amigas no pueden aceptarse tal y como son?”. A diferencia del matrimonio, la amistad puede ser “retorcida, desequilibrada y sin sentido”, lo que la hace probablemente mucho más esencial. Ellas son Meadow, una niña rica, hija de padres dedicados a la industria del cine que se cría en una lujosa mansión en Los Angeles, y su amiga Carrie, de familia modesta, padres divorciados, que estudia en la misma prestigiosa escuela que su amiga gracias a una beca. Conocemos cómo fue la infancia de las dos gracias a una narración en primera persona de Carrie que recoge un blog de cine. Será al final, en uno de los saltos temporales de la novela. La suya es una amistad de adolescencia que se mantiene, con sus altos y bajos, hasta la edad adulta. Ambas se dedican al cine, con enfoques muy diferentes, lo que crea una inevitable competitividad entre ellas, aunque intentan disimularla y se sienten mal cuando tienen opiniones negativas sobre la otra. Parece que la posición dominante es la de Meadow y que Carrie se limita a seguirla, aunque al final se descubrirá que no es del todo así.
Las dos amigas comienzan haciendo cine juntas durante un verano de su juventud. Filman recreaciones de escenas del cine mudo, o más bien reimaginaciones, ideadas por Meadow, que es quien suele llevar la voz cantante. A partir de la diferente forma de enfocar sus creaciones conocemos más sobre ambos personajes. Meadow es la fuerte, la interesante, la líder, la genial y original, Carrie es mucho más convencional. Meadow quiere cuestionarse todo. Carrie quiere “seducción, no desafíos”. Carrie define el look de Meadow cuando se conocen como “retroputilla”; para ella se reserva “gorda y pobre”. No lo dice con resentimiento ni amargura, es su sentido del humor. Carrie mira la vida desde una visión amable y divertida, siente adoración por Meadow y de alguna manera le consiente todo. “Generalmente hacía lo que Meadow decía y creo que salía ganando”.
Meadow, orgullosa, obsesiva y analítica, siente “La satisfacción de no hacer lo que la gente espera de ella”. Muy crítica, también consigo misma, siempre se había “enorgullecido del rigor con el que se analizaba a sí misma”, pero acaba también rechazándolo porque lo considera una expresión más del ego. “A lo mejor no soy buena persona”. Caerá en una grave crisis personal y creativa, de la que intentará salir, con gran esfuerzo personal. “Para que las cosas mejoren de verdad es necesario un cambio sistemático, no gestos de caridad”. Pero a Meadow los pequeños gestos que va realizando le ayudan a hacer su vida más tolerable. Se autojuzga para explicar por qué hace documentales “sobre personas que han hecho cosas horribles”.
Y es que uno de los temas más apasionantes que aparecen en la novela es la creación artística. Se teoriza sobre el cine documental, el que realiza Meadow, que en definitiva “sigue tratándose de una puesta en escena”, una propuesta que “no es neutral” porque “tiene un punto de vista”. Al fin y al cabo es cine y “la verdad del cine es engañosa”. Ser una artista significa según Meadow “en parte tomadura de pelo, en parte magia”. Obsesiva y perfeccionista, choca con “los problemas de la creación cinematográfica”.
Carrie ve a su amiga “compleja y ambiciosa”, opina que se toma demasiado en serio. “¿Por qué no dejar que la obra hablara por sí misma?”. Por su parte Meadow considera la forma de rodar de Carrie “convencional y aburrida”. Sin embargo, Carrie alcanzará el éxito con sus comedias. A pesar de que se quieren, como en cualquier grupo existe entre ellas una latente rivalidad, y Meadow es la menos preparada para el éxito de su amiga.
En el libro se aborda la explicación del proceso creativo. La elección de una determinada estructura, de unas imágenes en lugar de otras “Nos hacen sentir mal de una manera más interesante”. También el narcisismo del creador: “Casi todo es ego”, el resto no es más que una pátina. Meadow, mujer de “posiciones extremas”, sufre una gran crisis, que la lleva a la desesperación cuando empieza a hartarse también de su propia obra: “estoy hasta los cojones de todo”. Meadow, artística y analítica, experimenta con la imagen. Para ella filmar es su manera de ver. “Como sucedía con muchas de sus ideas en realidad era más interesante la idea que su ejecución. Tenía debilidad por los conceptos, teorías e imágenes de geometría perfecta”.
El amor es otro de los temas de ‘Inocentes y otras’. “¿El amor sólo es real y verdadero si no se termina? Si el amor se rompe, ¿entonces no ha sido amor?”, se preguntan. En cuanto a las dos amigas, ambas son también muy diferentes a la hora de abordar sus historias de amor. Carrie es entusiasta, sencilla, idealista. “Carrie siempre sentía que tenía que frenar su entusiasmo. Porque ella se enamoraba de la gente, era su forma de ser. Y sabía que eso asustaba a los hombres”. Busca relaciones que no le compliquen la vida, aunque su historia de amor distará mucho de ser perfecta. “Nunca había entendido el supuesto atractivo del amor no correspondido. Era mucho más sano querer a alguien que también te quisiera”. Will, el novio y luego marido de Carrie, es un compositor con talento, gracioso y poético. Lo que más le gusta a Carrie de él es “su falta de indiferencia”, frente a los chicos “enrollados que no se interesaban por nada”. Meadow, sin embargo, no quiere pareja estable. Pasa por diferentes amantes, siempre jóvenes y bellos, con los que filma. De alguna manera están subordinados a ella y a su trabajo.
Las desiguales relaciones de Carrie con su pareja estable y Meadow con sus amantes tienen un contrapunto en la historia de amor “telefónico” entre Jelly y Jack, curiosamente la historia más intensa. Spiotta introduce en la novela el amor “virtual”, tan en boga actualmente en Internet. Sin embargo, lo aborda ambientando la historia en los 80, a partir de las relaciones telefónicas de Jelly con diferentes hombres, en especial con Jack, un hombre del que acaba sintiéndose atraída y de alguna manera correspondida. Ese amor virtual no deja de ser un “amor en el plano teórico”. “Jelly dejaba lagunas y Jack se encargaba de llenarlas. Los contornos perfilaban una colaboración a partir de los deseos de él y las omisiones de ella. A Jelly no le parecían mentiras. Él suponía cosas y ella simplemente no las desmentía”. No se trata de sexo telefónico. “Era reservada ante la sexualidad manifiesta. (...) Había mujeres que eran como mariposas entre tus manos. No les decías groserías. Cerca de ellas respirabas con más suavidad y no hacías movimientos bruscos”. “Jack era educado, soltaba tacos y se ahogaba tosiendo por el tabaco, pero era discreto. Un perfecto caballero”. La relación telefónica les trae aparente placidez y calma, “Sí, sí. Contigo todo va bien. Es verdad”. Es un remedio a la soledad de ambos. En el avance de esa relación virtual inevitablemente llegará la necesidad de verse, de saber cómo es el aspecto del otro. E inevitablemente llegará la decepción. “La incapacidad de lo real para adaptarse a los contornos de lo imaginario”.
Spiotta también aborda en la novela la comunicación. Meadow crea confianza entre quienes entrevista para sus documentales y logra que se abran a ella. “Me siento cómodo hablando, me relaja. Es como abrir un grifo y vaciarme”. A veces no le hace falta ni preguntar. “Enfocar a una persona con una cámara era ya de por sí una interrogación”. Meadow aprovecha la inevitable necesidad humana de ser escuchados, de la confesión, de espiar las culpas verbalizándolas. “Todos nos morimos con ganas de quitárnoslo de encima en lugar de quedarnos esperando a que alguien lo descubra. Porque esa espera contamina la vida”. Pero a Meadow le falta empatía. No se puede hacer cualquier cosa en nombre de la creación. No ve el límite, donde puede hacer verdadero daño, y por eso no sabe detenerse cuando es necesario. “Meadow pensaba que no pasaba nada por interaccionar de aquella manera con vidas reales”.
‘Inocentes y otras’ habla sobre la esclavitud del cuerpo, en especial en el caso de las mujeres. La insegura Jelly se esconde detrás del teléfono, usado por ella como “arma íntima”. Ante lo que ella considera su falta de atractivo se inventa un seductor personaje, Nicole, al que pone un cuerpo y un rostro que no son los suyos. “Por teléfono podía ser yo misma, mostrar mi yo auténtico o el que debería haber sido. Nunca me lo planteé como que estuviera mintiendo”. Frente a su anodina vida, sus llamadas le dan un poder y una satisfacción que la enganchan. “Me sentía llamada a llamar”. Jelly disfruta siendo la fantasía de aquellos hombres, ayudada por su voz y su encanto, pero la barrera es su aspecto físico, que la hace sentirse muy insegura. “No pude enfrentarme a él. No pude admitir que había mentido, asumir que no me iba a entender. Que en el fondo no era digna de que me quisieran”.
En las novelas de Dana Spiotta se entremezclan invenciones de la autora como las películas de Carrie o los documentales de Meadow, a los que la autora pone nombre y trama, con películas y hechos reales. En esta ocasión aparecen Orson Welles, el phone phreaking (los antecesores de los hackers informáticos pero en las líneas telefónicas); la directora de cine mudo Alice Guy Blaché, silenciada en todas las Historias del cine; la matanza de estudiantes en la Universidad de Kent a inicios de los setenta y la famosa foto del estudiante muerto; la recreación de la historia de Miranda Grosvenor, nombre ficticio de una escurridiza trabajadora social de Luisiana que encandiló (y engañó) entre los años 1970 y 1980 a decenas de hombres famosos con los que entablaba relación telefónica; o la película amateur ‘Killer of Sheep’, grabada a lo largo de varios años sobre la vida llena de dificultades de un hombre negro en Los Ángeles.
En definitiva alta, magnífica, literatura.

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