‘Pantanosa’ de Francisco Miranda Terrer. Lecturas, libertad y tristeza
“Intoxicado con la locura, enamorado de
mi tristeza”, The Smashing Pumpkins
Debo a mis estimados murcianos Ana García y
Paco Paños el descubrimiento de ‘Pantanosa’, de Francisco Miranda Terrer, nacido
en Valencia en 1976.
‘Pantanosa’, publicada por Ediciones
Libertarias en 2010, debe su título a la ciudad de Murcia. Las diferentes
leyendas en torno a su nombre incluyen que venga del término “murcio”, pantanoso,
referido a que el lugar donde se levantó la ciudad era una zona de aguas
retenidas del río Segura. Se trata de una obra de descubrimiento y juventud, de
contenido autobiográfico. El propio autor definía el libro en una entrevista en
el diario La verdad como “un grito punk contra el poder, sus representantes y
sus leyes”. De alguna manera forma parte de esas obras de “narrativa vivencial”
que tiene en el noruego Karl Ove Knausgård y su saga “Mi lucha” a un destacado
representante. Al mismo tiempo encuentro en “Pantanosa” cierta relación con un
libro que me gusta especialmente “El árbol de la ciencia” de Pío Baroja, que
también se menciona en la novela.
Oscuro y sombrío, el libro es narrado en
primera persona por un joven estudiante de derecho, idealista, crítico y fieramente
desencantado con la vida a pesar de su juventud: “Creía que la vida no era buena sino profundamente injusta”. En la
novela seguimos su azaroso recorrido en busca de su verdadera personalidad: “Vivía empeñado en conquistar la tierra
incognita que constituía mi personalidad genuina”, algo tan común a los
veinte años: “Ser distinto, único e irrepetible era, justamente lo que me
igualaba al resto de los hombres”. La mirada del protagonista está llena de
pesimismo y angustia existencial: “Sentimiento
tenebroso sobre la vida (…) Sentimiento de abrumadora desolación, rumiando
pensamientos desagradables”.
Pero la angustia por traicionarse a sí
mismo y una exigencia y expectativas absolutamente puras sobre la vida le
llevan al desequilibrio: “Me sentía
desgajado de la sociedad por pedirle demasiado a la vida”. En casa opta por
el aislamiento, agravado por la mala relación con su madre y en especial con su
hermana, quien sufre graves desórdenes mentales: “Decidí excluirme, ser ajeno y nocherniego, vivir en el universo de
música, lecturas y estrellas que se creaba al cerrar mi puerta con pestillo”.
En la calle combate su desilusión con alcohol, drogas y literatura.
La falta de orientación, de referentes, de
alguna figura respetada que pudiera marcarle un camino o tal vez servirle de
ejemplo lleva a nuestro protagonista a sentirse perdido. Busca esa “guía para la vida” en la literatura,
en leer sin descanso. “Necesitaba
desesperadamente alguna referencia que me permitiese tomar aire. Me aferré a la
lectura, a los libros”. Como una especie de Don Quijote, el protagonista desvaría,
no con libros sobre caballeros andantes sino con la lectura compulsiva, en
especial de clásicos. “Los libros eran la
fuente de vida de mi libertad”, “Los libros colmaban el hueco de mi ser”.
Enfermo de literatura, se confunde con los personajes de los libros que devora:
“Yo no era en absoluto como ellos, sino
que era a través de ellos, gracias a ellos”. Sin embargo, sus amigos le
advierten de que “una cosa son los personajes de una novela y otra muy
diferente las personas de carne y hueso”.
Así “Pantanosa” es una enorme guía de
lecturas, “suculentos goces”, con un autor /protagonista que es lector
compulsivo de Baroja, Dostoyevski, Céline, Stendhal, Cortázar, Camus, Ezra
Pound, Hesse, Huxley, de filósofos como Jünger, Nietzsche, Savater, Escohotado,
y de poetas como Claudio Rodríguez, Rimbaud, o Leopoldo Mª Panero, entre muchos
otros. Porque para él “Los libros destilaban sin desmayo explicaciones y
respuestas”. Los libros le dan fuerza para intentar vivir a su manera, “no
hacían sino apuntalar mi resolución”. La literatura es su guía para la
vida, “Yo quería vivir, acumular experiencias, leer millones de libros para
extraer de cada experiencia hasta el menor átomo de sustancia, quería estar
siempre embriagado, rebelarme, desafiar el poder; quería viajar, amar (...)”.
Pero la realidad se impone sobre sus deseos, debe terminar la odiosa carrera de
derecho y entiende que deberá pasar por la cárcel al haberse declarado
insumiso. El protagonista teme que “la espera y el aplazamiento” se
conviertan en debilidad y termine sintiendo miedo ante su búsqueda de la
libertad y la belleza.
El escenario principal de la novela es
Murcia. Sus calles, la universidad, los bares, los lugares por donde transcurre
la vida cotidiana del autor. En la mencionada entrevista Miranda afirmaba que
lo peor de la ciudad era “El gregarismo, la hipocresía, la escasez de
autocrítica (o el miedo), la dineromanía”, males no sólo de su ciudad, sino extrapolables
a toda España. En la novela uno de los personajes se refiere así a Pantanosa:
“Aquí tenéis un montón de cosas cojonudas… el ambiente éste sureño y
mediterráneo, la cercanía del mar, un clima privilegiado y ese carácter tan
lúdico… aquí sabéis divertiros pero nadie se puede fiar de nadie… la gente se
utiliza con un descaro tremendo… todo el día con la sonrisa puesta a ver cómo
pueden sacar tajada de quienes tengan enfrente, o para ponerlo a caldo en
cuanto se haya largado (…) Hay que ser muy fuerte para vivir sin miedo en esta
ciudad tan pirata… tan enrevesada, tan barroca… qué digo barroca…
¡churrigueresca!”.
Las muertes de William Burroughs (1997) y Ernst
Jünger (1998) acotan el tiempo de la novela en la segunda mitad de los 90. Una
década considerada “gris” por encontrarse entre los idealizados ochenta y el
fin del milenio; una “tierra de nadie” en la que los que andamos ahora por los
cuarenta vivimos nuestros veinte años o en la que Morente y Lagartija Nick
grabaron Omega, casi nada. Precisamente el protagonista asiste al estreno del
mítico disco en el Auditorio de Murcia: “No dábamos crédito a lo que
acabábamos de escuchar. Lo que había ocurrido sobre el escenario constituía un
experimento en toda regla. Los músicos se asemejaban por momentos a científicos
en un laboratorio, a santos en éxtasis, a demonios enloquecidos. Pero el
resultado no podía ser más feliz ni más trágico. Aquel sonido poseía una fuerza
inimaginable, no sólo audacia. Sobrevolando una apoteosis de guitarras eléctricas
y atronadores mazazos de batería, Morente cantaba los versos de Vuelta de paseo
absolutamente desatado, con un clamor que parecía la voz misma del caos
primigenio”. Porque hay mucha música en “Pantanosa”: Iron Maiden, Los
Planetas, Camarón, Paco de Lucía, Burning, Los Enemigos, Bowie, The Smashing
Pumpkins, The Clash conforman la banda sonora de un joven también amante de la
música, “Si no hubiera libros no querría vivir. Pero sin música no podría”.
Otro de sus motivos de angustia son los
estudios de derecho que emprende, instado por la familia a estudiar “algo de
provecho”. Pronto la universidad, “una suerte de mezcla entre la fábrica y
el cuartel donde cualquier pretensión de alcanzar la sabiduría era eliminada
sin contemplaciones desde el primer día” le decepcionará amargamente, “Aquí
estamos para aprobar no para aprender” pero “Lo que me interesaba era
saber, no aprobar exámenes como un autómata”. “Lo primero que aprendí en la
carrera fue que el derecho no tiene nada que ver con la justicia. El derecho se
ocupaba de leyes”. Los estudios de derecho le causan, en definitiva, “una
impresión nefasta”. En la universidad impera “la sumisión y el
autodesprecio”. La carrera elegida le lleva a sentirse aún peor pero no se
decide a abandonarla, continúa renqueando con los estudios como única huida
hacia delante, “Trabajar era algo que ni se nos pasaba por la cabeza”.
Todo le conduce a considerarse por completo perdido: “No era un exceso de
alma o sensibilidad lo que me impedía vivir libremente entre los demás hombres,
sino el hecho de haber errado por completo mi camino”. A pesar de todo,
poco le importa: “Mi futuro podía irse con toda tranquilidad al carajo”.
La novela es una constante llamada a la
defensa de su íntima soberanía y a desobedecer un sistema que no sólo le parece
injusto sino que desprecia. La monarquía, el ejército (se declara insumiso frente
una prestación social que considera como esclavitud), la iglesia católica o un
sistema educativo desastroso son algunas de sus dianas. Y es que por encima de
todo en “Pantanosa” prima el deseo de libertad “La libertad merecía que se
la honrase”; se trata de un canto a la libertad individual. “Es tu
propia libertad la que te atañe y no otra”. Pero hay que ser muy valiente
para defender la libertad completa: “¿Quién está dispuesto a acarrear con la
soledad y el rechazo que la libertad comporta?”. Su objetivo es participar
de su libertad sin dirigirse al estado, “Mi libertad es asunto mío”,
pero para ejercerla es preciso “entablar
una batalla a muerte contra el miedo”. Quien busca la libertad absoluta
debe pagar un alto precio. “Tenía que destruirme para ser”.
Autodefinido como “animal político”,
la situación política española, que ya ofrecía las primeras señales del
disparate que vivimos en la actualidad, planea por “Pantanosa”. “En España
la política era, esencialmente, una cuestión de fe. No había que cuestionar a
Dios ni la patria, ni al rey, ni a la administración ni a la ley; había que
confiar en ellos”. Ambientada en el final del largo mandato felipista y con
un Aznar preparado para el asalto al poder, el protagonista refleja un absoluto
desencanto político y una crítica feroz al sistema, que sin embargo tampoco
sabe cómo canalizar. “El caso era trocar aquella democracia representativa
por una democracia directa que obligase a considerar la política, más que un
privilegio con el que se forraba uno, un deber, un deber molesto, que
solicitaba la participación de todos al mismo ras”. Los mediocres políticos
españoles no son mucho más que un reflejo del pueblo que los elige: “La
culpa sólo era achacable a los hombres. El pueblo pasaba de víctima a masa
esclava y pusilánime, voluntariamente anestesiada, capaz de transigir con
vejaciones e infamias por pura cobardía, por miedo a la libertad”.
El amor tampoco es luminoso en la novela. El
protagonista se enamora locamente de Helena, una muchacha de apariencia
angelical, que torna “en pantera”,
que juega con él, que le ordena y exige, que le maneja hasta el dolor. Con ella
en el sexo no hay sólo deseo físico sino también amor. La novela reproduce
escenas de sexo explícitas y al mismo tiempo muy bien escritas, lo que no es
nada fácil. Refleja con acierto el “deseo
abrasador”, la “excitación de
descarga eléctrica” que se siente al descubrir el sexo.
En la obra también se aborda el problema de
las enfermedades mentales (él prefiere decir nerviosas) a partir de los
problemas de su hermana, diagnosticada de “depresión atípica con trastorno
de la personalidad”, una persona “incapaz de realizar sinceramente el menor
ejercicio de introspección”, que escondía “una inseguridad atroz a la que jamás
se había enfrentado”. “Nadie podía estar
completamente cuerdo; si lo estaba, era por estar vacío”, afirma. La locura, “una cuestión
de grados”, el exceso de sensibilidad, la búsqueda de la libertad (en el
sentido más profundo y filosófico), “Acaso era una locura ansiar la
libertad”, en una sociedad cruel que machaca a los que tienen una
sensibilidad más acusada, en una sociedad que no funciona, en la que demasiada
gente sólo encuentra refugio en la evasión a través de las drogas, el alcohol y
un descontrol total.
Hay que abordar “Pantanosa” sin prejuicios
y sin el inevitable deseo de juzgar que produce en muchos momentos. No porque
esté mal escrito o porque no aborde temas interesantes. Todo lo contrario. La
prosa de Pantanosa es rica, brillante, los temas son hondos y el libro está
lleno de erudición, pedante en su justa medida. Pero se hace complicado no desesperarse
con la amargura y el hastío de un protagonista tan joven pero tan perdido, que
carga con toneladas de vacío, desencanto y dolor de vivir. Aunque sepamos que
en el fondo tiene razón.
Miranda, fallecido el pasado 2015,
escritor, abogado, lector infatigable, publicaba un blog “El infinito interno”
y colaboraba con la revista de poesía La Galla Ciencia. Además de “Pantanosa”,
novela cruda, amarga y muy sincera, un retrato descorazonador una juventud
desorientada, desencantada y perdida, publicó “El laberinto del Albayzín” (2012).
Aquellos jóvenes que tenían veinte años hace ya veinte años forman parte de mi
generación. Han, hemos crecido (no sé si madurado) con desigual fortuna y
destino. Mis respetos al autor de una novela grande y valiente.
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