“Tarde para la ira” de Raúl Arévalo. Fatalismo irremediable y sin tregua

6:49 p. m. Conx Moya 0 Comments


Decidimos ver “Tarde para la ira” sin haber leído nada sobre la película con anterioridad, algo que no suelo hacer, y de lo que me alegré durante la proyección. Queríamos ver el debut como director de Raúl Arévalo, un actor cuyo trabajo en “La isla mínima” nos gustó especialmente. Así que con tan pobres argumentos nos plantamos en el cine, donde pasamos hora y media pegados a la (incómoda) butaca, en tensión y devorando una historia que no da tregua.
Comienza la película con una trepidante persecución en coche por las calles de Madrid. Después, cámara en hombro, entramos en un bar de barrio de esos con olor a torrezno, grasa en los azulejos acumulada durante décadas y serrín y servilletas decorando el suelo. El director nos ofrece información fragmentada y con cuentagotas en una estructura por “capítulos” (“El bar”, “La familia”, “Ana”, “Curro”). Sin embargo, a partir de “La ira” la acción transcurre de un tirón.
Mediante los saltos temporales del inicio el director nos introduce en diferentes escenarios y situaciones, un atraco, un enfermo que yace en una cama de hospital o un preso que sale de su celda para un bis a bis, y nos ha presentado a los personajes. Como José (Antonio de la Torre) que merodea por el bar de barrio cuyos propietarios le tratan con un cariño y una confianza a los que él responde con cierta pasividad, con esa cara de perro apaleado que no le abandona en toda la película. José se come con la mirada a Ana (Ruth Díaz), cuñada de los propietarios. Lo que parece la historia de un hombre tristón y fracasado enamorado de una mujer casada, pega un giro completamente inesperado y ya no nos dejará parar. Violencia, venganza, ira, tensión sin efectismo, en una película que ambienta a la perfección el barrio, sin ese aire falso de remate que suele predominar en el cine español cuando habla del extrarradio de Madrid.
Un gran valor que sustenta la película es el trabajo de los actores. Antonio de la Torre está espléndido, como es habitual en el actor malagueño, ayudado por la caracterización (patillas, perilla descuidada, ropa de abuelo) compone un José que ha macerado su dolor durante ocho años; el actor refleja de manera fría y contenida la ira ciega y brutal violencia que este hombre desgarrado está convencido de que no tiene más remedio que desplegar. A su lado Luis Callejo interpreta con solvencia a Curro, un tipo gris que se ha comido ocho años de cárcel por una decisión poco afortunada, el barrio, la mala vida, las malas compañías, ocho años de cárcel por una ley del silencio que comprenderemos a lo largo de la película. Curro regresa tras cumplir condena al lado de su mujer, Ana, papel que le ha valido a Ruth Díaz el premio a la mejor actriz del Festival de Venecia en la sección paralela Horizontes. Ana trabaja duro en el bar de su hermano para sacar adelante sola a su hijo, del que se quedó embarazada en un bis a bis; harta de esperas, vislumbra una puerta abierta en el interés que José muestra por ella. Hay que destacar el trabajo de Manolo Solo, uno de esos impagables secundarios del cine español, que compone con su brillantez habitual un personaje que en otras manos rozaría el ridículo, ese Triana, sórdida rata de extrarradio, drogota de voz destrozada, que mal va tirando en un gimnasio dejado de la mano de todos los dioses. A partir de su aparición la historia torna en negrísima y dejará de tener la mínima compasión con el espectador.
Historia de un fatalismo irremediable, con pinceladas de costumbrismo, película negra, road movie y un cierto toque de western, con un guion sólido escrito entre Raúl Arévalo y el psicólogo David Pulido, que no tenía experiencia previa en cine. Sólo pondría un pero a esa historia armada por ambos durante ocho años, un pequeño fleco de guion que ha quedado suelto en lo que corresponde al atraco. Destaco la música de Lucio Godoy, y un vestuario y ambientación que transmiten verdad, en el barrio, el bar, el hospital, el piso, el gimnasio, el hostal de carretera, el pueblo…, componiendo a la perfección esa estética auténticamente fea que le da tanto miedo a los modernos. Un aplauso muy grande en definitiva para Arévalo y todo su equipo. Así, sí.



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