Apegos feroces de Vivian Gornick. La imposibilidad de escapar de la madre

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"La infelicidad tiene que estar viva para que pueda suceder cualquier cosa". Con la novela “Apegos feroces” de Vivian Gornick (Nueva York, 1935), reciente premio al Mejor Libro de Ficción otorgado por el gremio de Libreros de Madrid 2017, hemos cerrado una nueva sesión de otoño del Gabinete de Lectura de La Central marcada por la literatura femenina. De cinco libros leídos, cuatro han sido escritos por mujeres; se trata de cuatro fantásticos volúmenes de gran nivel. La escritora Lucía Litjmaer (Buenos Aires, 1977) fue la encargada de hablarnos sobre el libro y la sesión estuvo coordinada por Yaiza Berrocal.
Publicado en 1986 “Apegos feroces” es una profunda reflexión sobre relaciones afectivas feroces, materno filiales, de pareja, sexuales... Una “historia de mujeres con mujeres”, como la define la propia historia, una abanderada del feminismo y de la revolución cultural de la década de los 60. Lucía Litjmaer nos puso en antecedentes sobre los avances literarios de la época en la que comienza “Apegos feroces”. Comentó como, tras la psicosis de la Primera Guerra Mundial, la narración tradicional fue dejando de tener sentido y así las historias comenzaron a contarse de manera fragmentada. El libro avanza a trompicones, nos ofrece “pedazos” de historias y constantes saltos en el tiempo. Lo que realmente unifica la narración y hace de eje conductor son los paseos por las calles de Nueva York de la adulta Vivian y la anciana madre. También tras la Primera Gran Guerra la idea de amor romántico tradicional dejó de funcionar. El amor “como una iluminación” acabó por convertirse en un “anticlímax” para la generación de la autora.
“Todas nos entregábamos a nuestros placeres. Nettie quería seducir, mamá quería sufrir y yo quería leer”. Como se recoge en el libro, Vivian Gornick tuvo en la infancia dos modelos femeninos muy diferentes. Por un lado la madre, que refleja el amor romántico puro y el duelo. Por otro lado Nettie, cuya identidad se sustenta en la atracción que despierta, y que de alguna manera es un personaje “desdibujado porque se ve bajo los ojos idealizados de la niña”. Resulta fascinante el luto de la madre, parece como si hubiera esperado toda su vida para llegar a ese sufrimiento. “Es una imagen muy típica de la tradición judía, la yidish mamma, la madre frustradora”, explicó Litjmaer. Vivian no logrará liberarse en la edad adulta de ese amor castrante de la madre. Lucía Litjmaer reflexionó como, curiosamente, en el libro hay por parte de la autora una absoluta desnudez emocional, sin embargo su cuerpo es omitido. Así, en “Apegos feroces” hay una gran elipsis que oculta cómo rompe y despierta a la sexualidad. Una manera de quitar importancia al amor en el discurso narrativo. Sus relaciones la dejan defraudada pero parece que “ella misma es quien no permite que avancen sus historias más personales”, todas las que aparecen en el libro se caracterizan por el enfrentamiento. Con respecto a algunos de sus “apegos feroces”, en un momento de la narración desaparecen y no se vuelve a saber nada más de ellos. No así la madre, omnipresente en todo el texto. La madre la asfixia pero al mismo tiempo la hace sentirse segura. Se trata de una compleja relación madre e hija llena de ansiedad. Litjmaer califica el libro de “freudiano”, por los temas que aborda: infancia, sexo, muerte, madre. De alguna forma el libro “puede ser una especie de terapia”.
La escritura tiene para la protagonista una importancia vital. Así, otro de los temas centrales de “Apegos feroces” es la necesidad de la autora de conciliar su voz, el eterno dilema de las mujeres creadoras y artistas: la búsqueda de un espacio para crear (la habitación propia de Virginia Woolf). Vivian lo aborda a través de ese “rectángulo creador” al que apela en varias ocasiones, un espacio al que le cuesta acceder por el apego con la madre. Ese “rectángulo” del que habla en el libro es, en palabras de Litjmaer, un concepto muy propio del psicoanálisis, sobre la difícil convivencia entre el placer y el trabajo. A la protagonista sin duda le cuesta gozar. No logra despegarse de las convenciones, tampoco de la angustia y la autocompasión.
Es interesante cómo se abordan sus relaciones con los hombres que aparecen en el libro. Como su amigo de la adolescencia, que se convertirá con el tiempo en rabino; su marido, con el que establece una relación que parece basada en “jugar a las casitas”, según Litjmaer, en la que no se entienden, no consiguen relajarse ni disfrutar juntos; la tercera relación es la que tiene con el sindicalista casado, un hombre bastante mayor que ella, que abre la puerta para una nueva amante cuando la relación cae en la rutina.
No podemos olvidar el contexto histórico y social en el que se encuadra el libro. Vivian Gornick estudió en la universidad en la década de los 50. En aquella época las mujeres se casaban a los 19 o 20 años, no era común estar soltera con esa edad y entrar a la universidad, además perteneciendo a la clase obrera. La madre fue de alguna manera una adelantada a su tiempo,  además de una institución en su vecindario, tiene un marcado perfil político y en muchos aspectos estuvo libre de convenciones, como su apoyo a Nettie, la vecina gentil que se queda sola y desprotegida en un barrio judío donde no la aceptan.
Durante la sesión Yaiza Berrocal de La Central nos habló sobre las diferentes escrituras del yo. Nos explicó como Gornick de alguna manera practica un periodismo personal, una forma de autoficción, que es un concepto un tanto controvertido en Estados Unidos, donde el género de “non fiction”, en el que destacaron autores como Wolfe, Capote o Didion, debe ser claramente no ficción. Gornik se vio envuelta hace años en una polémica cuando explicó que alguna parte de “Apegos feroces” era inventada, como el encuentro con el vagabundo, lo que le generó críticas. Además Vivian Gornick se queda fuera de ese celebrado género al contar su vida, explicó Berrocal. Las escrituras del yo tienen problemas con el llamado “pacto de lectura”. Se trata de un género aún a debate. Autobiografía, memoria y autoficción son los tres subgéneros, en los que hay que tener en cuenta el pacto con el lector, el compromiso con la verdad, la recreación, las licencias que se toma el autor para transmitir determinadas ideas… La crítica ha calificado “Apegos feroces” de ensayo personal, novela autobiográfica o clásico del memorialismo norteamericano.
Personalmente, me resultan fascinantes los recuerdos de la infancia, la descripción de la vida en el Nueva York de los años 30 y 40, la estrecha relación entre los vecinos, la vida en un barrio popular de la gran ciudad estadounidense.
Una lectura nada fácil ni complaciente la de “Apegos feroces”. Un libro sobre el amor indiscutible y la imposibilidad para abandonar el útero materno, escrito con maestría por Vivian Gornick.

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Josele Santiago. En Crudo y En Directo

10:12 p. m. Conx Moya 0 Comments


Cuando nos enteramos de que Josele Santiago iba a estar con Javier Gallego (Carne Cruda), en una entrevista y concierto acústico, no lo dudamos. Mi primer recuerdo de su banda, Los Enemigos, es una canción “Boquerón” que sonaba a todo trapo en Radio 3 durante el año 89, mi año de COU y selectividad, en el que escuchaba la radio constantemente. Sus maravillosas versiones de “Señora” (Serrat) o “Entonces duerme” (Leño), canciones como “Septiembre”, “¡Cómo Es!” o “Me sobra carnaval” y su constancia y verdad han hecho de Los Enemigos un grupo acompañado y adorado por una legión de seguidores en todo el territorio nacional.
En un saloncito de aire añejo montado en el escenario del Teatro Arlequín el cantante se somete a las cuestiones de Javier sobre su disco, la actualidad política y diferentes aspectos de su carrera. Nos resulta mágico ser público de un programa de radio, que además es combativo, culto y muy actual. Josele Santiago acaba de sacar al mercado su nuevo disco en solitario, “Transilvania”, un trabajo irremediablemente pesimista. Josele reconoce que lo que sucede a su alrededor le influye en lo que escribe y que el “malestar difuso” por la situación actual se ve reflejado en sus canciones. “El 15M puso un poquito de luz pero al final ganó el PP con mayoría. Está muy bien juntarse en las plazas pero hay que ir a votar después. Ya que estamos en este sistema y sabemos cuál es el juego, seamos prácticos”.
Sobre su forma de componer, un tanto caótica, el cantante explica que toma muchas notas y coge ideas de cualquier parte, en la naturaleza, en la calle, en un bar, en la furgoneta… La parte de composición de la melodía es “más lúdica”. La música sale “jugando con la guitarra, el bajo o un teclado”. Le queda luego un arduo trabajo de ir cortando y cuadrando las letras con las melodías. Encontramos a un Josele maduro, centrado, serio pero con su retranca habitual, feliz con su oficio de músico e incluso con las servidumbres que genera. “Me gustan las entrevistas. Gracias a ellas puedo enterarme de muchas cosas sobre mí”, ironiza. Explica que sobre todo escucha “música del siglo pasado” o música actual que suena al siglo pasado. Josele se declara admirador del soul y el jazz “cuanto más bestia mejor”, sobre todo le gustan Charlie Mingus o Sun Ra, músicos menos sofisticados pero que se nota que disfrutan cuando tocan. La música le fascina desde pequeño, no recuerda haber sentido “una epifanía” en un determinado momento. Confiesa seguir sintiendo nervios cuando se sube a un escenario y le sigue pareciendo increíble que haya gente “que se sabe las letras incluso mejor que yo” y que vaya a ver en directo las canciones por las que él se ha partido la cabeza para componerlas. También confesó que le gusta la carretera.
Josele, que se acompaña a la guitarra por David Krahe, interpreta en acústico varias canciones de su “Transilvania”. “Cómo reír” (las gracias al jefe) es una canción inspirada en la novela de Francisco Casavella “El día del Watusi”, una novela “en la que constantemente pasan cosas, muy burlesca, en la que hay mucha calle y hay mucha música y unos personajes de los que te enamoras”. “Ángel” es otra de las canciones de “Transilvania” que nos ofrece Josele En Crudo y en Directo. Reconoce haberla escrito en un momento en que estaba desquiciado por el ruido de los vecinos y la calle. Se trata de un alegato “por el exterminio de la raza humana”, porque el hombre se comporta como un virus. La letra, bestia y radical, se completa con una música muy amable, y así “el mensaje es mucho más potente y perverso”.
Javier Crudo le pregunta por la imaginería religiosa que aparece en muchas de sus canciones. Josele, que estudió en un colegio de curas, considera la religión como un espectáculo, ya que crea “imágenes muy potentes”. Posee “una cosmogonía que parece un tebeo de la Marvel. Es de tripi pero sigue funcionando”. El salón retro de En Crudo y En Directo es un lugar perfecto para desgranar recuerdos, así Josele confiesa que fue un niño bizco y con un parche en el ojo, que pretendía pasar desapercibido, algo que no le resultaba fácil. Siempre estuvo rodeado de música y arte en casa, por su padre, que pintaba, tocaba la guitarra y cantaba “con mucha gracia” y sus tíos y primos, también pintores y dibujantes. Reconoce que en sus inicios con Los Enemigos lo que menos le gustaba era cantar, buscaba alguien que cantara sus letras hasta que finalmente en el disco “La vida mata” se decidió por empezar a cultivar su propio estilo y dejar de imitar a cantantes como Lee Brilleaux de Dr. Feelgood. Se nota que Josele cada vez canta más suelto y relajado, en especial desde su operación de garganta tras la que tuvo que aprender a cantar y a hablar de nuevo. Recuerda haberse destrozado la garganta cantando y gritando en los bares, “porque yo he salido mucho”. Asume con gusto su nueva condición de tipo que se cuida, “no queda otra cuando uno va cumpliendo años”.
El proceso catalán es un tema que ha impactado profundamente a Josele Santiago, no hay que olvidar que vive desde hace unos años en Cataluña. David Krahe avisa que si empieza con “el tema” no hay forma de pararle. La cuestión catalana aparece “por culpa” de una pregunta de Javier “Crudo” sobre la canción “Un Guardia Civil”, presente en este disco y que también nos ofrece en directo. “Menudo momento para hablar de la Guardia Civil viviendo en Cataluña”, ironiza Javier. “Desde niño me ha caracterizado por encontrarme en medio de todos los líos”, responde Josele. Dice no entender el independentismo, lo que no quita que la actuación del gobierno haya sido desproporcionada. Se podía haber dejado a la gente que votara, aunque no fuera válido el resultado, pero lo que ha sucedido, con barco Piolín incluido, no tiene para él justificación y sienta un precedente que puede ser peligroso.
En la charla hay lugar para hablar sobre cómo ha cambiado Madrid en estos últimos años. Josele recuerda que había muchos conciertos todos los fines de semana, incluso entre semana. Malasaña era un barrio muy vivo y activo y Los Enemigos se convirtieron en un icono musical del barrio. “Yo tenía enchufe en el Agapo y eso se notaba”. El músico reivindica la posibilidad de actuar que había entonces. “Lo mismo podía tocar gente muy reconocida como Johnny Thunders que gente que no conocía nadie”. Josele lamenta que los chavales que están empezando ahora lo tienen muy crudo porque incluso hay salas donde hay que pagar para tocar. “El futuro que se antoja es muy preocupante. Sólo va a tocar el que pueda permitírselo”. Estas circunstancias afectan a todos los artistas. “Las instituciones no ayudan pero ahora ya es el colmo, hemos llegado a un punto en el que lo único que importa es hacer dinero inmediato, sin una visión de futuro”.
Para este disco Josele Santiago ha contado con la producción del reconocido Raúl Fernández “Refree”, quien ha producido a artistas tan dispares como Lee Ranaldo, Silvia Pérez Cruz o Kiko Veneno. El músico reconoce que tenía ganas de trabajar con él desde hace más de diez años. “Su trayectoria me parece impresionante desde cualquier punto de vista”. Aprovechando que los dos viven en Barcelona, el mismo Josele se ofreció, le presentó sus canciones y Refree aceptó trabajar con él. “Muy a gusto”, confiesa Josele, “ha conseguido una calidez, una profundidad y una cercanía acojonantes”. Refree es ahora un productor “que está en todas partes, lo hace todo, es muy valiente”. Josele admite que trabajar con “Refree” “le ha venido muy bien”. Con el productor ha introducido sintetizadores y algunos instrumentos novedosos para él. Josele confiesa que se ha desmadrado y ha conseguido una grabación “muy divertida”. Destaca la participación de la banda de Xarim Aresté, “uno de los artistas más interesantes con los que me he topado nunca”, explica Josele.
El músico reconoce que cada vez se siente más a gusto en acústico, aunque esté en las antípodas de lo que pueda ser un concierto de Los Enemigos. “Empecé con el acústico por necesidad, todos hemos tenido que reducir el formato”. Josele tuvo un parón musical durante el que trabajó como auxiliar de veterinaria, pero sin olvidar la música en casa, “sin música me muero”, precisamente pudo volver a tocar profesionalmente gracias al formato acústico. Reconoce que Los Enemigos volvieron a juntarse por el dinero, “nunca lo ocultamos” pero se muestra orgulloso de haber aparcado sus diferencias y seguir comportándose “como una bada viva”. A estas alturas de la película Josele se niega a forzar la máquina, “Intento no pensar en estilos a la hora de escribir. Si sale un tema muy potente, una melodía fuerte, pues va para Los Enemigos, pero no hago más distinciones que intentar hacer buenas melodías, buenas letras y nada más”.
Josele nos regala aún algunos temas más, como una potente versión, aunque sea en acústico, de “Ole papa” de su disco en solitario “Las golondrinas etcétera” (2003). Una noche deliciosa gracias al buen hacer de Carne Cruda, que siempre está inventando para ofrecernos lo mejor. Agradecidos.




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Un libro potentísimo, crudo y lleno de desesperanza, como la vida misma cuando se cuenta “A tumba abierta”. Raúl Argemí

7:20 a. m. Conx Moya 1 Comments


Siempre he sido fiel lectora de novela negra. En la adolescencia descubrí, gracias a Hollywood, a autores clásicos como Raymond Chandler y Dashiell Hammett, a través de ejemplares baratos que compraba en la Cuesta de Moyano. Con los años llegaron James Ellroy, Henning Mankell, Stieg Larsson, y a nivel nacional las historias de Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán y Petra Delicado de Alicia Giménez Bartlett. Mi penúltimo descubrimiento fue Carlos Zanón, con sus historias “negras”, en las que no hay cadáveres ni polis pero sí mucho rock and roll. Y el último autor de novela negra que ha llegado a mi estantería es el argentino Raúl Argemí (La Plata, 1946) de la mano de una gran novela de tintes políticos, “A tumba abierta”, publicada en 2015 por Navona.
El título es toda una declaración de intenciones. El protagonista, antiguo integrante de una organización clandestina que luchaba contra la feroz dictadura militar argentina, narra en primera persona un relato “a tumba abierta”. A cara descubierta, sin esconder errores o ahorrarse detalles escabrosos, narra cuarenta años de su vida, desde que la juventud furtiva e idealista hasta la madurez desencantada y solitaria. Se trata de una historia con varios tiempos narrativos, dos escenarios, Argentina y España, y un protagonista con diferentes identidades y una peculiar voz narrativa que no se descubre hasta el final de la novela, y que por supuesto no vamos a desvelar aquí.
El argumento gira en torno a una negra trama política, con dinero de por medio. A su regreso a Argentina, tras años de exilio, el protagonista se ve envuelto en una trama oscura en la que se mezcla un dinero guardado en un banco suizo, antiguos compañeros muertos que regresan “resucitados”, delaciones, desengaños y las redes sociales como el peor lugar donde estar si se quiere pasar desapercibido. Si “los porteros llevan en los genes el mandato de ser confidentes de la policía”, las redes actúan como un implacable sabueso donde es imposible ocultarse.
Novela llena de rabia y muy potente en la que se aprecia el buen hacer de Argemí, un maestro del contar. Guerrillero del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo, brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores) y escritor, en el año 2000 se trasladó a España donde residió durante doce años. Anteriormente había estado encarcelado por motivos políticos y fue puesto en libertad con la llegada de la democracia a su país. Actualmente vive en Argentina. Las experiencias vitales de Argemí, algunas extremas, se ven reflejadas en esta novela. Ofrece la mirada dolida de quien tiene la certeza de que cualquier tiempo pasado fue igual de malo aunque la juventud no se lo dejara ver, “Tal vez por esa cosa de ser jóvenes e inmortales nos cagábamos en todo”, con la amargura añadida de la certeza que trae la madurez de que el mundo no tiene remedio.
El dominio del lenguaje del autor le lleva a lograr unas imágenes muy poderosas: “Cerradas como ojos que duermen”; “Un café como para caminar sobre él”; “El pasado me había salido al paso como una bestia viva”; “Con la muerte mirándote a los ojos la vida se acelera”; “Sonrisa de tanguero de vuelta de mil traiciones”. Escupiendo sentencias duras como el pedernal, “El arrepentimiento no borra el pasado”, “No quería ceder a ese impulso por seguí vivo que te lleva a la tortura, a la vejación y también a la traición”; “Todos aspirábamos a morir heroicamente. Una manera bastante estúpida de sentirse trascendentes”; “¿Si no apostamos por la vida para qué carajo hacemos la revolución?”. El deseo de vivir se topa con los años con la inevitable decrepitud: “Uno se empeña en sobrevivir a todo, para terminar hecho una porquería”.
El amor es otro de los temas de “A tumba abierta”. Como el héroe trágico que es, el protagonista vive el amor con desesperanza. Una desgraciada historia de juventud le llevará a pasar años en soledad. Sin embargo, “la casualidad siempre te tiende trampas”. Cuando se encontraba “refugiado en las rutinas de un viejo lobo solitario”, se topa en España con Adela, una mujer con la que vivirá una cruda historia de amor, una auténtica batalla campal que le dejará destrozado, porque “el amor, pese a lo que digan los románticos, es una forma de suicidio”. La poderosa pulsión de la carne se impone a todo, “Lo único que puede con la sensación de muerte inminente es el sexo”. Adela es esa femme fatale que aparece en toda novela negra, una mujer que hace del “no te salves” su forma de vida. Supone para el protagonista un abismo que le aterra y le atrae al mismo tiempo.
El autor sitúa la estancia en España del protagonista a finales de los años 70, coincidiendo con los duros años de la dictadura militar en Argentina, cuando su organización se disuelve y muchos de sus compañeros de lucha han desaparecido. Se exilia para salvar la vida, con el pensamiento puesto en los que no han podido escapar. Argemí dirige una lúcida mirada hacia el exilio, hacia aquellos que se encontraban “a miles de kilómetros de donde se mataba y moría”. Su visión es, una vez más, amarga. “A veces el exilio saca a la luz nuestras peores mugres”. Argentina vista desde el exilio en España es “Rapa Nui, el ombligo del mundo”. El protagonista azota a esa “lacra de exiliados profesionales, que vivían del blando corazón de los españoles progresistas” y que con “sus trapicheos cagaban la labor de los exiliados de verdad”, los que se habían jugado el tipo, “A los que iban en serio los respetaba más que a mí mismo”; todos ellos tenían “un fondo triste en la mirada”, porque “para ellos el exilio era parte de una derrota, no una fiesta”; desprecia a aquella “mezcla de locos y militantes que me ponía muy violento”, concluyendo que “sólo el que se hubiera jugado la vida más de una vez, y siguiera adelante, tenía derecho a abrir la boca, y que yo le reconociera derecho de opinión”.
Al mismo tiempo hace una acertada descripción de la España de la transición, tanto política como socialmente. Tan sólo hay algún leve desliz, que entiendo es resultado de extrapolar su experiencia en la España de la década del 2000 a la época de la transición. Su mirada es lúcida y por tanto crítica hacia nuestro país, que desde mi punto de vista tiene mucho en común con el país de origen de Argemí. Dos pueblos desmemoriados que parecen olvidar su triste pasado de represión.
La novela refleja de manera auténtica el aprendizaje en la calle y los códigos de barrio. “Los únicos caballeros, en todo el mitológico y gaucho sentido de la palabra, salieron de algún barrio, heredando conductas, códigos, de la barra de la esquina, o de los primos mayores”. Criarse en la calle, algo que no se puede hacer en el loco mundo contemporáneo, implicaba respetar a aquellos con los que has crecido, “Allí se aprendía que de las mujeres se habla poco y nunca mal (...) porque en el fondo era como hablar mal de tu madre”, no ser un chivato ni un traidor, “Tampoco se hablaba de los flacos del barrio que se metían en líos robando y terminaban presos”. Esos códigos implican saber que “Hay cosas que se hacen pero no se cuentan”, que no hay que ser fisgón ni chismoso, “Tampoco se pregunta, salvo que sea necesario y pidiendo disculpas”, “Si el otro te quiere contar, abrís las orejas, porque te está eligiendo para una confidencia”. Los amigos están “para escuchar y arrimar un brazo si el otro necesita sacarse un entripado”.
El personaje que vertebra estos códigos de calle, aprendizaje, lealtad y amistad es otro argentino que el protagonista conoce en España y con quien comienza a trabajar, Tato el Podrido. “Con Tato no hubo necesidad de establecer reglas, teníamos las mismas”. El personaje del Podrido en la novela resulta un pirata encantador. La relación entre los dos, un poco a lo Quijote y Sancho, caballero y escudero, es uno de los logros de la historia. En esta parte de la novela domina la ironía y el humor ácido y unos brillantes diálogos llenos de ritmo.
El protagonista se queda colgado cuando se separa de Tato. A partir de ahí llega lo malo. El final será amargo, en un libro potentísimo y crudo y seco y lleno de desesperanza, como la vida misma cuando se cuenta “a tumba abierta”.

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Canción dulce de Leïla Slimani. Terrorífica canción de cuna

7:51 a. m. Conx Moya 0 Comments


La concesión del Premio Goncourt 2016 a la novela “Canción dulce” ha supuesto para la escritora marroquí Leïla Slimani (Rabat, 1981) entrar por la puerta grande de las letras francesas y su proyección a todo el mundo.
Nos visitaron en la sesión del Gabinete de La Central dedicada a esta obra, la traductora Malika Embarek, quien días después de estar con nosotros recibía el Premio Nacional a la Obra de un Traductor, y Miguel Lázaro de Cabaret Voltaire, la editorial que ha tenido el acierto de publicar en España un libro que ya va por la 6ª edición en nuestro país. Un éxito indudable.
Slimani disecciona con una prosa concisa y objetiva una historia tremenda que podemos “soportar” gracias a la frialdad con que la autora acomete la narración y a que el terrible hecho que sucede al inicio de la novela. La autora logra una gran maestría en la organización de la trama, al comenzar por el traumático desenlace y por cómo va entretejiendo de manera muy sutil los detalles, los cambios del carácter y actuación de los personajes, con lo que consigue una narración perturbadora. Al empezar la novela con el crimen, los hechos quedan “por debajo”, ya que la acción empieza muy fuerte.
“Canción dulce” supone una crítica a la idealización de la maternidad y a la, aún no resuelta, plena incorporación de la mujer en la vida laboral. También es una novela sobre la incomunicación. Aborda un tema tan cotidiano, en qué manos se quedan los hijos mientras los padres trabajan, que provoca el desasosiego. La novela pone de relieve la encrucijada que viven los padres, tal y como está planteada hoy en día la sociedad. Es muy complicado conciliar el cuidado de hijos pequeños con las vidas laborales del hombre y la mujer, el deseo de ascender en el trabajo o simplemente tener que trabajar por obligación.
Uno de los grandes aciertos del libro es la atención por los detalles y la forma tan sutil de presentar a los personajes, sus acciones y sus cambios de carácter y actitud. La estructura es muy interesante. Al empezar por el final, conocemos el terrible desenlace de la historia. Pero al mismo tiempo, los detalles que muestran que algo no funciona bien son muy sutiles y según avanza la narración nos va ofreciendo leves pinceladas en el carácter y la forma de actuar. Se crea así una sensación de desasosiego e incomodidad porque, aunque a veces se nos llegue a olvidar, la tragedia tiene un peso determinante en nuestra lectura.
Slimani demuestra un uso magistral de la narración objetiva, la opinión del narrador no está presente en ningún momento, nos muestra los hechos fríos y desnudos, como esa carcasa de pollo que protagoniza una de las escenas más escalofriantes de la novela. Sólo deja entrever su simpatía hacia los que sirven a través de las citas, de Rudyard Kipling y Dostoyevski, elegidas por la autora.
Los padres intentan mostrarse cercanos y empáticos con la niñera, ya que no son personas acostumbradas a tener a personal de servicio a su cargo. Demuestran un cierto “apuro” con su empleada, con la que no saben delimitar una relación exclusivamente laboral. La comodidad que supone para ellos la eficiente extralimitación de sus obligaciones por parte de la empleada, hace que se dejen ir invadiendo por ella. Como sucede con la hiedra, la presencia de la niñera va dominando la casa hasta que se convierte en un auténtico peligro para la familia. Cuando sospechan que algo anda mal, ya será demasiado tarde para ellos.
En el Gabinete de Lectura de La Central disfrutamos del privilegio de contar con la visión de la traductora del libro al español, Malika Embarek, cuyo trabajo la ha conducido a establecer una relación de completa intimidad con el texto original en francés. Malika comenzó explicándonos las discrepancias que surgieron por mantener el título original del libro “Chanson douce”, nombre que remite a una popular canción de cuna francesa en la que acecha el peligro inminente de un lobo. Título que sin embargo no dice nada a la mayoría de lectores hispanos que desconocen la canción. Sin embargo, el editor decidió mantener un título que “ha funcionado bien”. Malika, que ha realizado una maravillosa traducción, destacó “la gran profesionalidad de Miguel Lázaro” y reconoció haberse preguntado qué habría pasado si hubiera acometido la traducción del libro después de haber ganado el Premio Goncourt. Como curiosidad este prestigioso premio tiene una dotación económica meramente simbólica, lo realmente importante es el prestigio que se consigue y que se traduce en ventas, como ha sucedido en el caso de “Canción dulce”, convertida en un fenómeno. Leïla Slimani es una de las pocas mujeres que lo ha ganado, entre otras Marguerite Duras. Malika confiesa que de haberlo traducido ahora todo habría sido muy diferente, teniendo en cuenta el tsunami de información que aparece en Google y la fama que está alcanzado la escritora. “Entonces la aproximación fue mucho más ingenua, lo que ha sido positivo, porque trabajé sin presión”.
Para Malika Embarek, que confesó haber empezado directamente con la traducción antes de leer completo el libro, un requisito para que funcione una traducción es la empatía con el autor. “Con Leïla Slimani la tuve totalmente. Se estableció una complicidad impresionante”. La traductora destacó “la objetividad del narrador aunque de las citas del inicio se desprende simpatía por el servicio”. La traductora declaró tener una visión romántica de su profesión aspirando a llegar a una traducción donde no haya barreras. “Me motiva pensar que la literatura la puede leer igual el lector del idioma original que el de la traducción”, aunque “al fin al cabo siempre hay pérdidas, también puede haber ganancias”. La traductora explicó que no ha podido resolver los sonidos de la novela ni las connotaciones que tiene el título. Sin embargo, en algunos aspectos “gana el genio de la lengua española”, según Malika, como en el caso del uso de diminutivos, que sirvió para rebajar el tono narrativo en ocasiones “muy coloquial” del original en francés. La traductora ha logrado dejar las huellas de la melodía del francés de Leïla en la traducción al español en muchos momentos.
Primer trabajo que leo de Leïla Slimani, esta terrorífica canción de cuna que demuestra que es una excelente narradora y constructora de historias.
Canción dulce. Leila Slimani. Cabaret Voltaire, 2017. 279 páginas.

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