Recetas para días de fiesta. Semana Santa 2018

9:17 a. m. Conx Moya 0 Comments



Aprovechando que vienen días de fiesta, que tenemos vacaciones y podemos dedicar tiempo a cocinar con tranquilidad, he pensado un menú fácil de preparar, delicioso y un poco distinto a lo que solemos hacer habitualmente.
A partir de la salsa de una receta italiana, el vitello tonnato, se me ha ocurrido preparar unos huevos rellenos y unos rollitos de pan de molde recubiertos de salmón. De segundo, unos solomillos de cerdo con boniato y pera, y de postre la tarta de galleta maría con chocolate. Vamos allá.
El vitello tonnato es una receta italiana que he descubierto gracias a un catering que tenemos en el trabajo. La pedí por curiosidad y he de reconocer que es un plato delicioso. Consiste en finos filetes de redondo de ternera bañados por una salsa riquísima que lleva atún y anchoas. Cierto, mezclar carne y pescado parece a priori extraño. Pero el resultado es sorprendente. Aún no la ha cocinado en casa pero sí he preparado la salsa para “tunear” un par de recetas. La salsa original lleva caldo de cocer el redondo, pero como no la hemos preparado con carne, la convertiremos en una crema un poco diferente.
Empezamos con los huevos rellenos. Cocemos los huevos que vayamos a preparar, los abrimos por la mitad y sacamos las yemas. Las usaremos para el relleno de vitello tonnato. Las metemos en la batidora, junto con el zumo de un limón, una lata de atún en aceite de oliva, un puñadito de alcaparras y unas anchoas, cuidado con poner demasiadas o la salsa quedara salada y con sabor muy fuerte. Si la hubiéramos preparado con el caldo de carne, debería quedar sueltecita, pero como va para relleno de los huevos, mejor dejarla espesa, más crema que salsa. Se puede decorar con huevo rallado, alcaparras o aceitunas picadas, pimiento morrón, ensalada… Eso sí, desde la página de El Comidista, donde publican un artículo sobre la receta, avisan que ni se nos ocurra usar mahonesa para esta salsa.
La segunda opción como primer plato son unos rollitos de pan de molde, para los que vamos a utilizar también la crema del vitello tonnato. Hay que coger rodajas de pan de molde blanco sin corteza y aplastarlas con un rodillo hasta dejarlas muy finas. Por otro lado, preparamos el relleno con un picado de palitos de cangrejo o atún, mezcla de lechugas (brotes, rúcula, escarola, canónigos, lo que os guste), más alcaparras o pepinillos. Añadir el picado a la crema de vitello tonnato y cubrir el pan de molde con la mezcla y unas rajas de salmón ahumado. Aquí se me presenta el dilema de poner el salmón dentro o por fuera del pan. Aviso que es más fácil prepararlo si se mete por dentro pero queda más bonito si va por fuera. En cualquier caso, hay que enrollar el pan apretando todo lo posible hasta hacer un rulo. Cubrirlo con papel film y meter en la nevera durante una hora para que se compacte y nos permita cortarlo con más facilidad. Finalmente cortar en rodajas. Y a disfrutarlo.             
Como segundo plato tenemos unos solomillos de cerdo con boniato y pera. El boniato y la pera forman una combinación riquísima para hacer puré. La crema de boniato y pera la preparo añadiendo un puerro y una patata a los dos ingredientes, sólo hay que salpimentar la verdura y freírla cortada en trozos grandes, añadirle agua al gusto, cocerlo y pasarlo por la batidora. Salpimentar al gusto. Queda una crema fina y con un suave toque dulce absolutamente delicioso.
Pero en esta ocasión vamos a preparar solomillo de cerdo con boniato y pera. La de cerdo es una carne que da mucho juego. Se puede preparar entera, en medallones, troceada, fileteada y casa bien con todo lo que se nos ocurra, mostaza, oporto, cerveza rubia o negra, verduras, en fin, una maravilla. Nada más fácil. En este caso lo he preparado en forma de medallones. Salpimentarlos y darles una vuelta en la cazuela con un chorrito de aceite de oliva y puerro cortado en trozos. Añadir rodajas de boniato de grosor medio y un par de peras cortadas en gajos. Cocino esta receta en una cacerola baja. Una vez añadido el boniato y la pera, bajo el fuego y coloco una tapa con agujero, lo que le da una textura tierna, con mucho sabor. Sale deliciosa.
Y de postre prepararamos la deliciosa tarta de galleta maría con chocolate. Una visita al Café del Nuncio en La Latina me descubrió una tarta tan deliciosa como sencilla de hacer. De lo más sencilla y sin necesidad de horno, el resultado es absolutamente increíble. El Café del Nuncio, uno de los más antiguos de la ciudad y situado en pleno Madrid de los Austrias, fue adquirido por el grupo DeLuz, responsables entre otros locales de Celso y Manolo o la Taberna La Carmencita. Como es habitual en los establecimientos de este grupo, se nota un gran cuidado en la decoración, el ambiente y la carta. Inspirado en los cafés europeos de principios del siglo pasado, domina el color azul celeste en las paredes, el mobiliario de madera y un suelo de terrazo oscuro. El caso es que allí paramos de la mano unos buenos amigos, y para acompañar nuestros cafés probamos la tarta de zanahoria, deconstruída en una copa, y la tarta de chocolate. Tanto nos gustó que nos pusimos como reto prepararla en casa. He buscado varias recetas y recomiendo la que cociné porque la idea de añadir corteza de limón y canela le da al chocolate un toque maravilloso.
Los ingredientes necesarios son las galletas maría (yo compré galletas cuadradas para adaptarlas mejor al recipiente) que necesitéis para completar varios pisos, en mi caso hice cuatro; leche para fundir el chocolate; 250 gr. de chocolate para fundir, que se corresponde con dos tabletas aproximadamente. 50 gr. de mantequilla; la piel de un limón; una rama de canela o en su defecto canela molida; un toquecito de jengibre y coco rallado para la decoración final.
Para prepararla poner la leche a hervir en un cazo, junto con la corteza del limón, la canela y el toquecito de jengibre para aromatizar. Cuando esté hirviendo, añadir el chocolate troceado y bajar el fuego. Hay que ir removiendo, añadir la mantequilla y seguir mezclando bien los ingredientes. Se debe ir añadiendo la leche que pida la salsa de chocolate.
Empezamos a remojar galletas en un plato con leche y las vamos colocando en nuestro recipiente, formando una primera capa de galletas. Echar por encima la mezcla de chocolate, extendiéndola por todas las galletas. Repetir el proceso de mojar galletas en leche, colocar una nueva capa sobre las cubiertas de chocolate, volver a cubrir con la mezcla de chocolate y así sucesivamente hasta completar varios pisos de galletas. Cubrir la tarta con todo el chocolate que nos haya quedado cuando hayamos puesto todas las capas. En mi caso, la decoré con coco rallado que me había sobrado de hacer galletas en otra ocasión. Meter un rato a la nevera para que se endurezca el chocolate y así la tarta quede compacta. Riquísima y realmente fácil.

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Vinos y aniversarios

7:34 a. m. Conx Moya 0 Comments



As long as we're together
The rest can go to hell
I absolutely love you
But we're absolute beginners
With eyes completely open
But nervous all the same
Nuestros dulces 27 de marzo. 17 años de continua celebración.

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“Toda la muerte para dormir” de Jorge Molinero. La valentía de escribir al héroe, Luali Mustafa

6:53 a. m. Conx Moya 0 Comments


“Toda la muerte para dormir”, y toda la vida para luchar por la justicia. Así firmó Jorge Molinero Huguet nuestro ejemplar de su novela, durante la presentación en Madrid el pasado lunes 12 de marzo en la Librería Desnivel. Con este libro Jorge ha acometido una ingente tarea, contar en primera persona la vida del líder de la revolución saharaui, Luali Mustafa Sayed. Desde luego, no se puede negar la valentía de Jorge al elegir el tema para su primera novela publicada.
El libro recoge la fascinante, breve y vertiginosa vida de Luali, el líder saharaui que aglutinó a su pueblo con el propósito de conseguir la independencia del entonces Sahara Español, como había sucedido ya con el resto de colonias africanas. La única manera de desprenderse del colonialismo es a través de la lucha armada. La independencia se gana con la revolución y no hay revolución sin sangre. Luali Mustafa fue desde su infancia una persona llena de tenacidad y capacidad de superación. Niño beduino, tardó en ir a la escuela. A pesar de todo, se convirtió en un brillantísimo alumno de Derecho y Políticas en la Universidad de Rabat, estudiando con becas gracias a sus magníficas notas. Desde niño había prendido en él un arraigado sentimiento de pertenencia al pueblo saharaui, fruto de la constatación de la marginación que sufrían los suyos en Tan Tan, la localidad del sur de Marruecos pero de población mayoritariamente saharaui donde se había establecido su familia. Con el “reajuste” de las fronteras coloniales, Tan Tan había sido entregado a Marruecos por el gobierno franquista. El nacionalismo saharaui de Luali se vio avivado por las tertulias con los veteranos guerreros anticoloniales, los que habían sido auténticos héroes de guerra, luchando contra las incursiones francesas durante la primera mitad del siglo XX.
La novela abarca los 29 trepidantes años de vida de Luali Mustafa, narrando los hechos objetivos tal y como sucedieron, y novelando el resto de acontecimientos, pensamientos y sentimientos de un Luali que no dejó escritos personales, tan sólo discursos y entrevistas a diferentes medios de comunicación. Así se recogen su infancia vivida entre la badia donde nació y la localidad de Tan Tan. Su primera gira por Europa para dar conferencias, en plena efervescencia por las revueltas de mayo del 68. Me resultaba muy sencillo seducir a un público tan joven y progresista como acomodado. Sus estudios de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Mohamed V de Rabat, donde se produce un proceso de maduración personal y colectiva. Los acontecimientos de Zemla y la desaparición a manos del ejército español del primer líder saharaui, Basiri en junio de 1970. El enorme despropósito que fueron los últimos años de presencia española en el territorio, con la creación del PUNS (Partido de Unión Nacional Saharaui) a pesar de que en España no había libertad de partidos. El audaz viaje de Luali a Argelia y a Libia para presentar a sus presidentes un manifiesto sobre la independencia del Sáhara Occidental. La unión en 1973 de representantes de tribus, fracciones y familias en torno a una misma causa. La primera acción armada del ejército de liberación saharaui contra el ejército español. La elección de Luali como Secretario General del Frente Polisario en mayo de 1974 durante su Segundo Congreso. Las incursiones marroquíes de finales de 1975 con las que comienza el éxodo de gran parte de la población saharaui. El abandono español del territorio, la proclamación de la República Saharaui, los durísimos inicios de la guerra, una hoja con dos caras. Una vertiginosa sucesión de sonoras alegrías y silenciosas penas. La invasión de Marruecos por el norte y Mauritania por el sur. La preparación del ataque contra la capital mauritana, Nuakchot, liderado por el propio Luali, con el  que finaliza la novela. Todo lo demás Jorge confiesa haberlo “escuchado, imaginado e inventado”. El autor realiza una acertada mezcla entre realidad y ficción, como cuando narra el bombardeo de la aviación marroquí en Um Draiga contra población civil saharaui, “ciudadanos españoles, porque en aquellos momentos los saharauis eran ciudadanos españoles”, puntualizó Jorge.
El encargado de presentar al autor fue el investigador y escritor saharaui Bahia Mahmud Awah. Bahia destacó que se ha adentrado de una manera profunda en la historia del pueblo saharaui, atreviéndose a novelar la vida de Luali. “Una trasgresión muy valiente” con la que ha logrado con éxito su objetivo. “Nos ha invitado a los saharauis a que entremos en el género literario de la novela”, reflexionó Bahia, quien destacó que Juan Ignacio Robles, profesor de Antropología de la UAM, se ha referido a esta novela como “historia de vida, según uno de los principios de la Antropología para acotar la realidad de un sujeto”. “Toda la muerte para dormir” ha recibido también elogiosas palabras de otros escritores. Es el caso de Gonzalo Moure, que califica el libro de “necesario y útil; respetuoso y osado”. Jorge nos confirmó que el libro estará en los campamentos saharauis a través del Bubisher, la red de bibliobuses y bibliotecas para los refugiados. También celebra la novela el periodista e historiador Pablo Dalmases, quien firma el prólogo bajo un acertado título, “Los héroes también necesitan que se les escriba”, recordando la novela de García Márquez. Porque Luali es uno de los grandes revolucionarios del pasado siglo, un líder a la altura de figuras como Patricio Lumumba, Nelson Mandela, Amílcar Cabral, Oliver Tombo o Julius Nerere. Incluso a Luali se le ha llamado el “Che Guevara africano”, un líder que fue capaz de desmontar ideas arcaicas y proyectó la patria saharaui a partir de una elaboración conceptual precisa (...), preparación académica adecuada, un discurso político asentado y una gran dosis de entusiasmo, energía y motivación. Sin embargo, como suele suceder con todo lo relacionado con el Sahara Occidental, Luali es un gran desconocido fuera del ámbito prosaharaui. Es hora de resolverlo y sin duda el libro de Jorge va a contribuir a ello.
El autor sabe del pueblo saharaui desde niño, su padre hizo el servicio militar en el entonces Sahara Español. Comenzó a conocer en profundidad a este pueblo en 2003 gracias a su trabajo en los campamentos de refugiados y en los territorios liberados, en proyectos de prospección de agua. Fueron cuatro años de intensa relación con los saharauis, de horas de charla en torno al té y bajo las estrellas, lo que le permitió disfrutar de la tradición oral saharaui. En aquellas largas conversaciones Jorge atesoró decenas de historias sobre el líder de la revolución. Sentía que debía hacer algo con todo aquel legado que había recibido de los saharauis. Ya que la escritura es una de sus pasiones, ¿por qué no convertirlo en una novela? Jorge recuerda el momento exacto en que lo decidió; sucedió en Santiago de Chile, durante un viaje de trabajo. Así son los extraños caminos por los que transcurre la creación.
Una empresa arriesgada y compleja para un escritor primerizo, nada menos que novelar la vida de una figura de tal envergadura para los saharauis. Jorge reconoce que no estaba satisfecho con el resultado de los primeros escritos, no acababa de encontrar la voz. En realidad, el miedo paralizaba la escritura. La solución llegó cuando decidió no nombrar a Luali, y con la decisión de cambiar los nombres de los compañeros de lucha del líder saharaui, “los buenos”, y mantener el nombre de “los malos”, Hassan II, el entonces Príncipe Juan Carlos, o el gran traidor saharaui, Jalihena Uld Rachid, quien fuera líder del PUNS, desempeñando después diferentes cargos con las autoridades de ocupación. Porque en esta historia sí hay claramente “buenos y malos”, “agresores y agredidos”. A partir de ese momento la escritura fluyó.  
A la pregunta de Bahia sobre cómo se adentró en los aspectos más íntimos de la vida de Luali, el autor explicó que “esos son los momentos de mayor ficción, dónde me sentí más libre y donde mejor me lo he pasado”. Esa parte es la puramente literaria, no tiene tanto que ver con el aspecto histórico. Jorge Molinero destapa en “Toda la muerte para dormir” una poderosa voz literaria con la que ha conseguido un libro épico y vibrante, con pasajes llenos de lirismo. También muestra una contención muy saharaui al narrar el dolor al que se vieron abocados a causa de la invasión, “la mayor injusticia a nivel internacional que aún se vive en la actualidad”. Jorge ha logrado dibujar un Luali tremendamente vivo, probablemente muy cercano a como fue en la realidad, metiéndose en la piel y en los huesos de aquel joven revolucionario que se convirtió en el primer presidente de la República Saharaui. El autor refleja de manera creíble todas las dudas e inseguridades que jamás se permitió mostrar Luali, tras cargar sobre sus espaldas una titánica tarea, para la que no había marcha atrás. El mundo entero nos estaba mirando (...) Todas las esperanzas del milenario pueblo saharaui estaban depositadas en nosotros.
Una de sus mayores preocupaciones del autor fue alejarse de ese paternalismo y orientalismo con el que muchas veces los occidentales miramos al pueblo saharaui. Sin duda Jorge lo ha conseguido. Como nos confesó, sigue escribiendo, “por ego, por miedo a la muerte, por deseo de trascender…”, y de momento el Sahara Occidental vuelve a ser su inspiración. Visto el resultado de esta notable primera novela, esperamos con ganas sus próximos trabajos.


“Toda la muerte para dormir” de Jorge Molinero Huguet. Ediciones Carena. Barcelona, febrero 2018. 212 páginas. ISBN: 978-84-16843-99-2 

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Un pato de plástico

5:29 a. m. Conx Moya 0 Comments



¿Un pato de plástico? Lo que estaba sobrevolando por encima de su cabeza era ¡un pato de plástico! Casi treinta años sin pisar un concierto punk y regresaba por la puerta grande. Un tipo con una enorme cresta, como aquellos que se veían en las calles de Madrid en su juventud, estaba arrojando objetos al escenario. No podía creer lo que estaba viendo.
Viernes, el último y agotador día de la semana laboral. Estaba empleada como funcionaria para la administración en un trabajo que le permitía vivir con desahogo. Recordaba la insistencia de su padre en que consiguiera un empleo fijo. Siempre había tenido miedo al futuro que le esperaba a su hija rara, su hija loca, su hija descarriada, la que no sabía desenvolverse en la vida. A pesar de tan negras previsiones, no le había ido mal. Trabajaba y sobrevivía. Sabía cuidar de sí misma. Por el camino se desprendió de lastres. También perdió parte de su esencia y sufrió abandonos. Al fin y al cabo eso era la vida. Supo lo que era amar con locura pero ya se había curado. Una vez fue la esposa de alguien. Había tenido novios. Había tenido una novia. Vivía con un gato.
Sentada en su butaca de la sala, ya enfundada en un pijama de conejitos y una mullida bata de color cereza, se disponía a continuar la lectura de “Te potaría encima”, un libro que había comprado por Internet. Contaba con gracia las peripecias de una banda punk olvidada, un grupo de jovencitos impredecibles y caóticos, abocados al desastre. El tipo de personas que la atraían de manera irremediable, la clase de personas que ellos fueron un día. Pero no podía concentrarse. El concierto de aquella noche y el libro le conducían a su juventud, tan musical, presente de nuevo en su vida tras recuperar el contacto en las redes sociales con varios amigos de adolescencia. La lectura le estaba removiendo recuerdos de los tiempos en que ardieron en Madrid.
En la calle la temperatura seguía bajando pero la casa estaba caldeada. Confort, confianza, seguridad, eso era a lo que aspiraba desde que cumplió los cincuenta, después de una juventud alocada y llena de angustias. Renegaba de aquel pasado suyo, tan agitado. Y sin embargo… No podía negar lo inevitable, como las cabras, siempre acababa tirando al monte. El libro se lo había recomendado Roque, un antiguo amor con el que se había reencontrado en una red social. Roque mantenía un modo de vida que su padre habría calificado, en el mejor de los casos, de desordenado. Se había marchado a Barcelona a principios de los 90, cuando ella aprobó la oposición. Roque había vivido desde entonces en habitaciones compartidas, en alguna casa okupada, llegó a alquilar un piso en el Raval en sus épocas más boyantes. Reconvertido en artesano, había vendido sus trabajos en puestos callejeros, en mercadillos de playa, en tiendas, e incluso por Internet. La crisis le había golpeado de lleno y él se encontró demasiado mayor para reaccionar. Ya sólo se limitaba a sobrevivir en una ciudad que con los años le mostraba una cara cada vez menos amable. Desde que retomaron el contacto Roque le pasaba puntual información a través de la red sobre lecturas, artículos, discos y exposiciones relacionados con esa especie de renacimiento que estaba viviendo el punk, aquellas cuatro letras que le fascinaron con catorce años y que pusieron su mundo infantil patas arriba.
Roque estaba empeñado en que acudiera a aquel concierto. “Por nuestros viejos buenos tiempos” (Llenos de momentos horribles); “Revive aquellos días en que nos comíamos Madrid” (Los devorados fuimos nosotros). Se encontró etiquetada en la red social a un evento que anunciaba la actuación de aquel grupo al que habían seguido con tanto afán en su juventud. Desde entonces no dejaba de darle vueltas. Le daba miedo pero no podía perderse una ocasión como aquella. Se sentía abrasada por la curiosidad ante lo que pudiera encontrarse en el concierto y, a pesar de que nadie quiso acompañarla, se sobrepuso a la pereza de tener que ir sola.
No sabía cómo vestirse. Quedaban tan lejos aquellos ochenta, cuando su yo adolescente e inseguro tardaba horas en arreglarse, en realidad desarreglarse, cada vez que tenía que salir. Debía buscar el atuendo que se ajustara a los códigos impuestos por su tribu. Además tenía que ser cómodo para tirarse al suelo o para correr si les perseguían alguna banda rival o algún cerdo acosador. Había que peinarse a conciencia para parecer despeinada y ejecutar un laborioso maquillaje para lograr un look enfermizo. Suponía un esfuerzo considerable conseguir ese aspecto mezcla de zombi, apache y superviviente de un holocausto nuclear que veía en las fotos de aquella época, cuando tenía que inventar estrategias peregrinas para esquivar el férreo control de la familia. Suspiró, decidida al fin a vestirse con total normalidad. Unos vaqueros, un jersey de lana, debía hacer un frío horrible ahí fuera, botas cómodas, abrigo y gorro. Hacerse mayor era una liberación en muchos aspectos. Como concesión a la burguesita que habitaba en su interior, se pintó los labios con un rouge de calidad y se roció con su perfume preferido, del que recordaba la composición sin necesidad de releerla: bergamota, mandarina, melocotón, flores blancas, ámbar y vainilla. Por algo era una enamorada de los perfumes desde niña, cuando se los quitaba a su madre en cuanto se descuidaba.
Pelirroja natural, el paso de los años había apagado las llamas de su pelo. Por desgracia, sí mantenía unas cejas y unas pestañas tan claras que apenas se veían. Odiaba su cara de pánfila, con esa expresión de animal asustado, sus ojos redondos, sus labios demasiado finos y su nariz pequeña y llena de pecas. De joven se convirtió en una experta en hacerse la raya del ojo para endurecer su imagen. Trazaba con facilidad extravagantes rabillos al estilo egipcio para conseguir una mirada de vampiresa destartalada. Había adquirido tal pericia que podía hacérselos sin necesidad de mirarse al espejo. Los labios pintados de negro completaban la ecuación. Se miró en el espejo de su tocador, el mueble preferido de la casa. Qué distinta estaba ahora. Las arrugas de expresión campaban a sus anchas, aunque tenía suerte de no parecer todavía un acordeón. Descubrir el tinte de pestañas resultó un alivio. Ahora había unas extensiones increíbles, pero ya no se veía con edad para llevarlas. Ese era su problema, que no se veía con edad de nada.
¿Empezarían los conciertos con puntualidad o se retrasarían tanto como en su época? No vivía lejos del local donde iba a tocar el grupo pero optó por coger el metro, la sala se encontraba al lado de una de las salidas de Gran Vía. Jóvenes con aspecto parecido al de su yo adolescente se congregaban alrededor de la puerta del local. Por un momento sintió pánico y pensó en marcharse, preguntándose qué pintaba ella en aquel lugar. Se animó al ver entrar a gente de su edad, no había llegado hasta allí para salir corriendo. Con voz vacilante pidió una entrada al enorme tipo que estaba en la puerta. Él agarró su mano y la marcó con un sello de caucho, se sorprendió de que todavía se hiciera eso. Accedió, titubeante, al interior de la sala. Reducida y alargada, tenía un mostrador en la parte izquierda, repleto de botellas y pegatinas. Al lado, la pequeña cabina y la mesa de mezclas. Los teloneros ya estaban tocando. Tres jóvenes, completamente entregados en el escenario, mostraban sus torsos desnudos, repletos de tatuajes en hombros, brazos, clavículas y en las escuálidas barrigas. Gotas de sudor salían disparadas a la luz de los focos en medio de un estruendo atronador. Le dolían los oídos. El público gritaba, saltaba y se empujaba, el ritual seguía siendo el mismo. Prefirió quedarse en el fondo de la sala, retirándose todo lo posible de la bulla. Vio que un tipo con una enorme cresta se paseaba, pavoneándose, mientras tonteaba con una botella de cerveza, amagando con lanzarla. Sintió inquietud. Parecía dispuesto a liarla, podía olerlo.
Los teloneros finalizaron y se encendieron las luces durante la pausa. Se acercó a la barra y pidió un gintonic, que le sirvieron en un vaso de plástico. No pudo disimular una mueca de disgusto por la poca consideración que mostraban hacia su bebida, mientras que el de la cresta exhibía la botella de cristal con total impunidad. Se sintió inquieta, el cuerpo le pedía nicotina, por más que intentaba resistirse no podía concebir un directo sin tabaco. Preguntó al camarero si tenían, pero de inmediato se echó atrás. Él la miró sin entender. Se enredó en una explicación, que el otro no había pedido, sobre los años que llevaba sin comprar tabaco. Si se hacía con un paquete se lo fumaría entero, así que lo mejor era evitarlo. El camarero le tendió un cigarro. Salió con su copa al helado exterior. Le gustaba romper en ocasiones especiales la promesa de no volver a fumar.
Por fin salieron los cuatro, la formación original a pesar del tiempo transcurrido. Era algo así como ciencia ficción. Ninguno de ellos había muerto dejando un bonito cadáver, no ingresaron en el club de los 27 y se llevaban lo suficientemente bien para tocar juntos; habían logrado controlar sus egos en beneficio del grupo. Le impactó encontrar a aquellos chavales escuálidos y con los pelos de punta convertidos en hombres maduros. Se mantenían en forma, vestían vaqueros y camisetas negras, el único guiño punk era la muñequera de pinchos del cantante. El público empezaba a impacientarse, “¡¡¡Venga ya, hostia!!!, ¡¡¡Tocad ya, cabrones!!!”. Tras un lacónico saludo a la audiencia, el bajo, atronador, fue la señal de que aquello comenzaba. La sangre pareció recorrer sus venas a más velocidad. Cuánto tiempo sin disfrutar de aquella adrenalina. Una nostalgia espesa la trasladó a un concierto vivido muchos años atrás.
Había conocido a la banda en su juventud a través de Roque. A él le hacía gracia aquella muchachita, ávida de experiencias, siempre intentando escapar del control de su familia. Su curiosidad y candidez de entonces fue un imán para aquel muchacho musical y lleno de angustias, alrededor de quien siempre había droga. Roque le gustaba más que calzarse unos boogies, más que hacer pellas, más que pintarse las uñas, más que los bollos rellenos de chocolate, más que Santiago Auserón. Roque, de rostro perfecto y peligroso, le hizo mucho daño... Estaban predestinados a acabar mal, pero qué iba a saber ella entonces. Un concierto en el Rock Ola, treinta y cinco años atrás, fue el inicio de su historia. No supo adivinar lo turbio que encerraban aquellos ojos del color del mercurio. Coco y Roque, pura cacofonía. Le ofreció cinco años ruinosos y una mala historia de amor. Algún pico compartido, “nadie te va a querer como yo”, insultos, “eres una desequilibrada”, el primer empujón, “no puedo vivir sin ti”, confusión, “no me entiendas porque entonces lo vas a llevar fatal”, manipulación, “no me hagas sentir más mierda de lo que ya me siento”, abismo, “debo mucho dinero”. La oscuridad. Por suerte, con los años le perdió la pista. Y sin embargo, él había retomado el contacto como si tal cosa... con lo que le había costado olvidarle. “Hace quince años que no me toco la vena”, le había aclarado Roque. Qué útil le resultaba a él su desmemoria. Una vez más no supo decirle que la dejara en paz.
1983. En febrero el gobierno socialista había expropiado Rumasa, un 23F nada menos, y ardía Sagunto en defensa de los Altos Hornos del Mediterráneo; Eduardo Benavente acababa de morir en accidente de tráfico y comenzaba sus emisiones un nuevo programa que prometía, La edad de oro, conducido por Paloma Chamorro; los correctos veían Gente joven; en Alemania se publicaban los diarios de Hitler en medio de un enorme revuelo y Juan Pablo II había retirado la condena a Galileo con cuatro siglos de retraso; como fan, Coco esperaba con entusiasmo el estreno de El Retorno del Jedi; también resultó seguidor de la saga el presidente Ronald Reagan, que calificaba a la URSS de “imperio del mal” y bautizaba su programa de defensa como “Guerra de las Galaxias”; McEnroe y Lendl, con sus jerseys de rombos, reinaban en tenis; en heavy triunfaban Barón Rojo y Obús y las radios bombardeaban con Mecano; odiaba con saña a los grupos italianos melódicos, a La Trinca, Azul y Negro, Miguel Ríos y Flashdance; las baladas de Spandau Ballet, la “Dolce vita” de Ryan Paris, la banda sonora de “Oficial y caballero” o Bonnie Tyler le enfurecían; sólo con el transcurso de los años valoraría a Police, U2, Pink Floyd, David Bowie o Depeche Mode, artistas que brillaban entonces aunque no les prestara atención, enganchada a Ramones, Dead Kennedys o UK Subs.
Si todos los que se declaraban asiduos del Rock-Ola hubieran estado allí, la historia del local abarcaría décadas y no los escasos cinco años que permaneció abierto. Pero ella sí estuvo, aunque no se encontraba entre los habituales. El aspecto de la sala de Padre Xifré, junto a Torres Blancas en la estación de metro Cartagena, no era nada del otro mundo pero el tiempo y la mitomanía de las bandas que por allí pasaron lo había elevado a los altares. Lo que más le llamó la atención aquella lejana noche fue que en el Rock-Ola el escenario se encontraba casi a la altura del público. La visita a aquel templo de la modernidad, repleto de mesitas bajas y butacas tapizadas, la dejó hondamente impresionada. Era la primera vez que estaba fuera de casa tan tarde y tan lejos, libre del control de los mayores. La suerte se había aliado por una vez con ella en forma de providencial viaje de trabajo de su padre, férreo guardián de las buenas costumbres. Sin él en casa, todo resultaba más sencillo. Su madre no se enteraba de nada, o eso creía ella entonces porque con la edad había empezado a pensar que en realidad se hacía la loca para evitar conflictos. Consiguió liarla con una historia que no se sostenía demasiado, pero para su madre fue suficiente, no indagó mucho más. Rezando para no encontrarse con ninguno de sus hermanos, se escapó por la puerta de la cocina, lo de puerta de servicio le remitía a su origen acomodado, que entonces le avergonzaba. Tuvo suerte, porque su atuendo no habría pasado el examen de sus hermanos mayores, redomados juerguistas pero tremendamente conservadores con las chicas, en especial con ella por ser la pequeña. Había elegido una ropa acorde con la ocasión. Una escotada camiseta de leopardo, chaqueta fina de cuero con hombreras, minifalda de lycra, collar de pinchos, botas con tachuelas y una pequeña cartera donde meter el monedero y un pintalabios negro para retocarse. Su plan incluía completar el peinado y el maquillaje en casa de una amiga, desde donde se desplazarían con el resto de la pandilla hasta el Rock-Ola.
¡Derriba los muros y haz lo que te dé la gana!, era el lema de aquella banda sepultada bajo el peso de los años, que había estado “en primera línea de fuego en la explosión punk de inicios de los ochenta”, como rezaba un artículo cuyo enlace le había pasado Roque. Aquellos adolescentes precoces llenos de rabia habían montado un grupo caracterizado por una abrasadora necesidad de hacer ruido, una voz muy personal e imitada por muchas otras bandas y unas letras de extraña profundidad. No era normal que unos chavales tan jóvenes tocaran con esa autoridad y estuvieran tan seguros de sí mismos. Pero así fue. Su breve y furiosa carrera les proporcionó momentos delirantes. Ni siquiera aspiraban a ser músicos, sólo pretendían expresar sus inquietudes y divertirse. Saber tocar, componer, todo lo que rodeaba a la música, no era más que algo secundario. Querían correr, hacer, disfrutar, les daba igual lo que pasara al día siguiente. Vivían en pleno calentón por la edad y por aquel momento histórico, irrepetible, cuando tantos pensaron que España iba, por fin, a cambiar.
Ella mantenía un vivo recuerdo de la expectación que supuso acudir a aquel concierto, tan lejano ya en el tiempo. La banda participaba en las semifinales de un concurso de rock, tenían poco más de quince minutos para tocar a toda pastilla y sin descanso las canciones de su repertorio que fueron capaces de meter. Resultó una actuación trepidante que dejó al público exhausto. Pero aún se guardaban un explosivo final. Sorprendieron a todo el mundo con un tema compuesto expresamente para aquella noche, en el que cargaban contra la industria, las radios y la prensa musical, los dueños de la sala y, en especial, contra los porteros. Incitaban al caos y la destrucción a unos espectadores que no necesitaban ser azuzados para liarla a lo grande. Pronto empezaron a lanzar ceniceros y botellas. Cuando voló la primera butaca, alguien se subió al escenario y ordenó parar. Los chavales se resistieron, respondiendo con todo tipo de burlas. Sin embargo, el personal del Rock-Ola fue haciéndose con la situación, hasta lograr restablecer el orden. La banda, que había sido jaleada durante toda la actuación, comenzó a ser insultada por la veleidosa audiencia. Bajaron del escenario, de mala gana, entre escupitajos y abucheos.
Acalorada y con ganas de hacer pis, se acercó hasta el atestado baño de chicas. Esperó su turno, mientras repasaba con la cabeza zumbando y el corazón desbocado los acontecimientos que estaban viviendo aquella noche. Mientras meaba, haciendo equilibrios sobre un suelo encharcado y un retrete humeante, le llamó la atención una pintada en la puerta: “ASFIXIA, SUDOR Y NADA”. Tachó la palabra final con su pintalabios y al lado escribió “DESTRUCCIÓN”. Salió del baño y, absorta en sus pensamientos, no se dio cuenta de que el grupo al completo salía en tromba del otro baño. Sospechando que les podía caer una lluvia de sopapos se movían todos juntos por el local en extraña formación. Se chocó con el cantante, el que había exhibido una actitud más bravucona en el escenario. Se quedó mirándola con una sonrisa de burla. Ella sólo acertó a decir “Soy Coco”, aquel chico imponía. Sus compañeros no le dieron opción de responder, con un tirón de brazo se lo llevaron de allí. Borrachos e ilusos, salieron de la sala sintiéndose triunfadores, sin imaginar que les harían pagar cara su deslenguada actuación. Los matones se cobrarían más tarde la humillación en forma de paliza y aquel comportamiento les costaría algún disgusto y que se les cerraran unas cuantas puertas.
Treinta y cinco años después de aquella noche en el Rock-Ola, el grupo seguía sonando como un tiro, a pesar de que no habían vuelto a tocar aquellas canciones desde mediados de los 80. Pensó en lo emocionante que resultaba que tanta gente les recordara y les echara de menos. Tras algunos nervios en las primeras canciones se hicieron enseguida con el control de la actuación, manteniendo la autoridad de sus comienzos.
La gente ya andaba caliente cuando sonó la canción que les convirtió en una leyenda subterránea en aquel lejano concierto del Rock-Ola. El sujeto de la botella se situó frente al escenario e inició un baile frenético. El público de alrededor le jaleaba y él, crecido, arrojó sobre los músicos lo que parecía un abono transportes. La banda seguía a lo suyo, impasibles, y el de la cresta, picado, se quitó la camiseta y se la lanzó. Sin parar de moverse, se dirigió al fondo de la sala, colocándose detrás de donde estaba ella. De refilón notó que realizaba una extraña maniobra. Sorprendida, vio que lo que estaba sobrevolando por encima de su cabeza era ¡un pato de plástico! Aquel comportamiento le recordaba a Roque, cuando la mezcla descontrolada de sustancias le conducía a un inquietante estado alterado de conciencia. El tipo volvió a primera fila y sacó de una mochila un paquete de bollería industrial, que dejó sobre el escenario. Al menos tuvo el acierto de no arrojar los dulces por los aires. Los designios del punk seguían siendo inescrutables, aunque le intrigaba el porqué del pato de plástico.
Finalizado el concierto, mientras la banda bebía cerveza y se comía los bollos que el tipo de la cresta les había ofrecido de aquella extraña forma, se acercó al cantante y se presentó. “Soy Coco, me choqué contigo hace siglos en vuestro concierto del Rock-Ola”. Divertido, él le devolvió el saludo con un escueto “hola” y le preguntó si le había gustado la actuación. Intentaron alargar la conversación, pero poco más tenían que decirse.
Los 80 permanecieron desactivados durante mucho tiempo, los daban por enterrados pero el auge de las redes sociales los reavivó de nuevo. Todo el mundo se había reencontrado y de repente aquella época volvía a resultar interesante y a ponerse de moda. Sin embargo, ella odiaba la nostalgia mal entendida y quería vivir intensamente el presente. El Rock- Ola no le recordaba la Movida ni las bandas ni los ochenta ni la mitomanía, inevitablemente lo identificaba con el final de una etapa feliz, cuando todo era posible y divertido. Aquel concierto del 83, entonces no lo sabía, abrió la puerta a un tiempo demasiado ingrato. La tentación de volver al pasado la había seducido por un momento, pero sólo estaría tranquila mientras no girara la cabeza. ¿Para qué mirar atrás?
Buscó a Roque entre los contactos de la red social. Y, por fin, no dudó.
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Conx

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Concierto de Chris Robinson Brotherhood en Madrid, lucidez y estilo para una noche de lunes

11:09 a. m. Conx Moya 0 Comments



(11/03/2018) Madurar es llegar tarde a un concierto de Chris Robinson, situarte en un lugar lejano donde ves el escenario con dificultad y que te dé igual. Se ve que no he madurado lo suficiente porque sí que me importó. Mucho. Me pasé toda la primera parte del concierto con un soberano disgusto. Frustraciones personales aparte, pocos artistas pueden lograr sacarnos de casa un lunes por la noche. Chris Robinson Brotherhood es uno de ellos.
La banda del que fuera líder de los míticos Black Crowes brilla especialmente en el directo. No es casualidad que no hayan grabado apenas videoclips de sus temas y que casi todo lo que podemos encontrar sobre ellos en internet son grabaciones en directo, no sólo de sus incontables conciertos, sino también de numerosas actuaciones en radios, televisiones e incluso en establecimientos.
Las actuaciones de Chris Robinson Brotherhood se remiten a salas de tamaño medio, en Madrid tocaron en la Sala BUT, con todas las entradas vendidas días antes. No sé qué sucedió en la otra ocasión en que visitaron España, pero esta vez flotaba en el ambiente bastante expectación y ganas de ver a una banda formada en 2011 y compuesta por Chris Robinson, voz y guitarra; Neal Casal, guitarra principal; Adam MacDougall, teclados; Tony Leone, batería desde 2015 cuando sustituyó a George Sluppick, y Mark Dutton “Muddy” al bajo. Sus músicas de referencia son el blues, la psicodelia y un más que evidente toque sureño siguiendo la estela de The Black Crowes. Se les etiqueta además como Jam band, en la línea de grupos como Grateful Dead o The Allman Brothers, haciendo gala de una refrescante libertad y expansión en el desarrollo de unos temas de larga duración en los que destaca la parte instrumental por encima de las letras.
En la actuación del pasado lunes 5 de marzo, el guitarrista Neal Casal vestía una camiseta de Jerry García, según he podido apreciar en uno de los videos que el público ha subido a la red. Sin duda, toda una declaración de intenciones de un guitarrista muy brillante, que protagonizó algunos de los mejores momentos de la noche, logrando varias ovaciones del entregado público que abarrotaba la sala. En la banda también adquiere un gran protagonismo los teclados “vintage” en la mayoría de los temas.
El concierto se abrió con un rock de corte clásico, “Seven Nights To Rock” y a lo largo de casi tres horas sonaron canciones como las maravillosas “Behold the Seer”, “New Cannonball Rag”, “The Herald Hermit Speaks” (con fraseos que me recuerdan a Dylan), “Rosalee”, “Good to know” o “Narcissus Soaking Wet”. El formato de las actuaciones en esta gira incluye dos extensas partes, divididas por un descanso de unos veinte minutos.
En la actuación de la banda también hubo lugar para versiones, uno de los platos fuertes de Chris Robinson, como es el caso de su deliciosa revisitación del “It's All Over now Baby Blue” de Bob Dylan o del “Watching the Wheels” de John Lennon (como curiosidad, en el primer disco de los Black Crowes incluían el Jelous Guy de Lennon). En Madrid nos ofrecieron “Loving cup” de los Rolling Stones, que ya interpretaban en la época de los Black Crowes.
Chris mantiene con su nueva banda elementos que ya usaba en sus directos con los cuervos negros, como el escenario cubierto de alfombras y el incienso. Numerosos bastones fueron prendidos en la segunda parte, aunque a nosotros no nos llegaba su aroma, allá en la lejanía en la que nos encontrábamos. Un magnífico juego de luces completaba la elegante escenografía.
En definitiva un más que satisfactorio concierto de un músico al que queremos y con el que hemos crecido musicalmente. Le vi por primera vez en 1995 en el desaparecido Pabellón del Real Madrid durante la gira de Amorica, aunque les seguía desde el disco de debut “Shake Your Money Maker” (1990).
Nos alegramos de la lucidez y buen estado de forma de un músico que ha liderado una banda ya considerada clásica, como fueron los Black Crowes. Se agradece que haya emprendido el camino correcto para continuar con acierto su carrera musical. Chris Robinson ha dado con la tecla, lo que nos llena de satisfacción.



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“La movida que te salvó” de Mariano Pinós. Un canto a la contracultura de los 90

11:30 p. m. Conx Moya 0 Comments


(04/03/2018) En la calle Magdalena esquina con Ave María, en la que fuera una tienda de muebles, se ubica actualmente la librería Sin Tarima, regentada por nuestro apreciado Santiago Palacios. Cuando leímos en sus publicaciones en redes sociales que se presentaba un libro repleto de música sobre vivencias juveniles ambientado en los años 90, decidimos que no podíamos perder la ocasión. “La movida que te salvó” del autor zaragozano Mariano Pinós es un retrato generacional de la década de los 90, que recoge las vivencias de un grupo de chicos amantes del hip hop, en el que encuentro muchas similitudes con mi novela “Sin pedir permiso,” un libro muy musical y también ambientado en los 90. Si la movida que salvó a Mariano fue el hip hop en mi caso fue la radio, como le comenté mientras me firmaba mi ejemplar. La presentación en Madrid corrió a cargo del periodista Daniel Bernabé (La Marea), quien nos animó a apoyar a los autores noveles y menos conocidos, que lo tienen (tenemos) complicado para dar a conocer sus obras.
La novela me ha dejado muy buen sabor de boca, la historia engancha y emociona, más allá de que yo no haya sido nunca seguidora del hip hop, aunque debido a los últimos acontecimientos que estamos sufriendo “el rap se está convirtiendo en el nuevo punk”, como me decía hace poco un amigo zaragozano, Noé Felipe. Por eso “La movida que te salvó” es también de alguna manera mi historia porque, como dice Mariano, habla de “historias de la calle”, que son “universales”. En ese sentido comenta Daniel Bernabé en la presentación que, a pesar de no conocer Zaragoza y serle bastante ajeno el hip hop, ha conectado perfectamente con el libro, un “viaje muy personal pero a la vez grupal y colectivo”, que no es sólo para la generación de los que fueron (fuimos) adolescentes (jóvenes) en los 90, sino para todos aquellos que hacen “de la contracultura una forma de intentar sacar adelante su vida, en medio de unas condiciones muy difíciles”. Como explica Daniel, “La movida que te salvó” no ofrece una visión idealizada de aquellos años, no se trata de un “Cuéntame los 90”, no rinde tributo a la nostalgia. En estos recuerdos hay “mucha violencia”, porque “los 90 fueron una época complicada”. Mariano tampoco maquilla a los personajes, no los dulcifica, ni los convierte en políticamente correctos. Los muestra como son, con sus pequeñas grandezas y sus enormes miserias, como la vida misma. En determinados momentos son egoístas, inseguros, cobardes y machistas, Nosotros teníamos que hacer cosas de hombres, y la máxima expresión de esas cosas era darnos de hostias con otros hombres. Así eran aquellos tiempos.
La novela está dividida en diferentes capítulos que abarcan varios años y cada uno empieza con una serie de palabras que resumen conceptos, personajes y sucesos que sitúan al lector en el espacio-tiempo en que transcurre lo que se va a contar. Esas breves píldoras resultan muy evocadoras y son todas perfectamente reconocibles para los que vivimos aquella época. Toda la novela está repleta de referentes “noventeros”, como la Generación X representada por la película “Reality bites”, que sin embargo suenan a otra galaxia al protagonista, no entendí sus problemas éticos y generacionales ni me identifiqué con ellosLa estructura narrativa es circular; comienza con un breve episodio de una batalla callejera que no se desvelará hasta el épico final, cuando conozcamos quienes son los luchadores y el por qué de una pelea, resuelta de manera sorprendente.
El libro de Mariano es más que un libro testimonial, “La movida que te salvó” es también un libro político. Al fascismo no se le discute, se le destruye, afirma el protagonista. Mariano recuerda que la escritura de la novela surgió en parte de un documental sobre cazadores de nazis y las bandas antifascistas en el París de los años 80, “Chasseurs de Skins”; pensó al verlo que eso lo había vivido él en su juventud y reflexionó sobre lo poco que se ha novelado la década de los 90. El autor decidió entonces escribir sobre sus recuerdos de aquella Zaragoza que ya no existe porque entonces “no había apenas policía en las calles” y los raperos “no estaban perseguidos por la Audiencia Nacional”, ironiza. El escenario no sólo es la ciudad, también es la música y las personas (grafiteros, raperos) que el autor conoció, incluyendo sucesos reales de la época como una batalla campal entre antifascistas y nazis el 20N de 1992. “En la novela invento una trama pero sobre sucesos y conflictos que pasaron de verdad”, explica. El antifascismo de los 90 “se vio afectado cuando empezó el speed”, mucha gente prefirió perderse por esos caminos, abandonando el compromiso político y el antirracismo y convirtiéndose en otra cosa. Aunque, como ironiza el protagonista, en aquella época ser antirracista era una postura progre fácil de mantener en un contexto de poquísima inmigración.
“La movida que te salvó”, un libro que reivindica la conciencia de clase, está ambientado en una década en la que se produjo en el país “el mayor cambio sucedido en cuarenta años”, el momento en que la burbuja inmobiliaria abrió la puerta al neoliberalismo salvaje que aún hoy padecemos. El libro realiza un certero retrato de la clase trabajadora a través del grupo de amigos que lo protagoniza. Se nota que quien lo cuenta conoce de lo que habla. No era una historia muy novedosa pero era la mía, reconoce el protagonista.
Su vida transcurría por lugares conocidos, con gente conocida, buscando espacios de seguridad. El aprendizaje de los personajes, que viven en un barrio obrero de Zaragoza, se produce en la calle. La vida era monótona y cada día fotocopiado del anterior; un apocalipsis diario de tedio y fealdad. El barrio, constantemente presente en la novela, marca la vida de sus habitantes y va más allá de una simple zona geográfica. Aunque es un territorio muy específico, en el fondo los recuerdos son compartidos, podría ser un barrio de cualquier ciudad española. “Tiene que ver con la clase social”, opina Daniel, “un hilo que nos une a muchos y hace que nuestro pasado y nuestros recuerdos sean comunes”. Daniel, Mariano o yo misma crecimos en unas condiciones parecidas, por eso conectamos con esas historias.
El barrio marca a fuego. Cualquier intento del protagonista de salir y abrirse a otros ambientes acaba fatal. Quería huir del gueto pero había traído el gueto conmigo. (... ) vuelve al agujero. La Zona Pija es para los chicos “Territorio Comanche”, la tierra del enemigo. El clasismo siempre está presente, los chicos de instituto privado son también el enemigo. Pijos y rappers se liaban a palos desde su más tierna edad.
La música y el arte urbano fueron un buen antídoto contra la brutalidad. Crear siempre es mejor que destruir (...) vacunó a muchos chicos de abajo contra los monstruos ideológicos que crecen en sus barrios. El hip hop, “la movida que les salvó”, fue la música que escucharon los protagonistas de la novela, les vertebró, fue para ellos un modo de vida. Y si no lo sentías no ibas a entendernos (…) Va al ritmo de mi pulso; le habla a mis entrañas. El hip hop y su nick eran su “verdadera identidad”, explica el autor. Le di el nombre que tengo según el registro civil. Pensé que esta era una ocasión para desempolvarlo.
En el libro se hace referencias a figuras de la música como Big Daddy Kane, Public Enemy, Cypress Hill o KRS-One. Los personajes también son seguidores del hip hop local, el underground del underground. Aparecen artistas como Larone, que rapeaba en Mission Hispana, la vieja escuela considerada precursora del movimiento (de este grupo sonaba en Radio Resistencia a menudo el tema “El son del americano” a mediados de los 90) o el hoy aclamado Kase O., entonces un jovencito que empezaba.
Los chicos escuchaban maquetas de grupos de raperos de la ciudad y se hacían con fanzines fotocopiados y grapados, dedicados al hip hop y al graffiti. Escuchaban las maquetas de cassette en el “loro” de alguien. No había bares que pincharan hip hop ni tenían dinero para gastar, por eso los chavales escuchaban su música en la calle, mientras bebían. Los pocos que tenían parabólica grababan cintas de video VHS de la MTV, que se pasaban unos a otros.
“El rap era la CNN de los negros”, Mariano recuerda las palabras de Public Enemy. “También fue nuestra CNN por eso pegó tanto; nosotros queríamos ser como aquellos negros que rapeaban con tanta autoridad”. Aquella música fue para ellos la puerta de entrada a otras músicas, como el soul de los 70 (Barry White), cuando buscaban ritmos para samplear.
El barrio da pocas oportunidades a una juventud que no cultivaba ninguna afición interesante y para la que no se vislumbraba futuro. Desde muy temprano el alcohol y las drogas eran la vía de escape más a mano, para alterar la realidad, tan deprimente y para escapar cobardemente de la depresión. Con la droga huían del trabajo asalariado, el aburrimiento y la nada existencial. Algunos empezaron a trabajar en la construcción, en el comienzo de la burbuja inmobiliaria, ellos sí disponían de dinero para gastar. Los que no trabajaban era porque estudiaban o porque no les daba la gana. La vida de lunes a viernes se convirtió en un trámite necesario, la verdadera vida empezaba para ellos el fin de semana.
La movida corrió verdadero peligro con la irrupción de los makineros y el éxtasis. Los que la siguieron por moda la dejaban poco a poco. Ellos eran los que estaban en la onda, quienes no se metían eran los tirados. Aquella “ruta del bakalao” levantina, también llegó a Zaragoza. Aquellos chicos se vieron envueltos en La fies: la noche, la música, las rayas, las rulas, la pista, las chicas alrededor. Las pastillas fueron unas gafas nuevas con las que mirar. Los colegas de pedo sustituyeron a los verdaderos amigos. A aquellas discotecas de carretera, en medio de la nada, no se iba a hablar, se iba a seguir el tamtam y danzar para los dioses oscuros. Finalmente escapan y vuelven a buscar las esencias cuando son conscientes de que todo aquello es una trampa, Sensación de absurdo, de que todo carecía de sentido, y además todo era cutre y feo. Y hacía frío.
En la novela cobra gran importancia la amistad, pero no “la idealizada de las películas”, sino una amistad real que incluye la traición, porque “no hay mayor enemigo que el que un día fue amigo”, como reflexiona Daniel Bernabé. Las circunstancias son las que llevan a estar con un determinado tipo de gente y la adolescencia marca realmente el resto de la vida. En el libro aparece gente que “en esas circunstancias tan difíciles consiguieron ascender por la montaña y otros que cayeron por el barranco”, en palabras de Daniel.
El amor se vive entre ellos como una batalla. El protagonista siente verdadera fascinación por la bella, dura y, finalmente marchita, Mari, la chica del barrio que es novia de uno de los camellos de poca monta. Mari es resuelta, dura e inalcanzable. El protagonista también siente una atracción por las pijas que suele acabar fatal. La irremediable y frustrada historia entre la chica de colegio privado y el pandillero.
Estos jóvenes formaron parte de la última generación del siglo XX, antes de que existiera un acceso masivo a Internet, la última época sin redes sociales. Un cambio muy bien reflejado en el libro. En definitiva, “La movida que te salvó” es un canto a la contracultura de los años 90, frente al actual consenso en torno a la normalidad. “Lo normal se ha encumbrado de una forma un tanto acrítica, cuando la normalidad actual es el neoliberalismo”, reflexiona Mariano.


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