Madrugada en Madrid. Quite emotional
Madurar es llorar en un concierto, no
porque te gusta el cantante o el guitarra, sino por cosas que has vivido
mientras escuchabas esas canciones. Como colofón a disfrutar de seis conciertos
en siete días (record que no creo volver a superar) el martes 7 de mayo me
acerqué a ver a los noruegos Madrugada en una actuación en la que hubo momentos
en que me desbordó por completo la emoción.
Descubrí a Madrugada en 2012, y la primera
canción que escuché de ellos fue la maravillosa “Vocal”. El inolvidable rasgueo
de guitarra y la pandereta daban inicio a una canción apasionada y profunda que
cerraba el álbum de debut de la banda, el mítico “Industrial silence”, editado
por Virgin en 1999. Su veinte aniversario ha vuelto a juntar a los tres
miembros de la formación original que siguen con vida y les ha embarcado en una
gira europea. A Sivert Høyem, vocalista, Frode Jacobsen, bajo y Jon Lauvland
Pettersen, batería se les han unido Cato «Salsa» Thomassen a la guitarra
principal, al que se le presenta la difícil tarea de sustituir al desaparecido
Robert Burås, y Christer Knutsen a la guitarra, teclados, armónica y voces.
El paso por Madrid de la gira, con cambio
de sala incluido, ha sido mi oportunidad para ver por fin en directo a una
banda noruega que destacó por su buen hacer y su elegancia en los primeros años
del siglo XXI. El estilo
de Madrugada se ha definido como una mezcla de “rock alternativo con
tintes de swamp blues, psicodelia y jazz”. Ellos han admitido a lo largo de su carrera
influencias muy dispares como Nick Cave, Mark Lanegan, Joy Division, The
Cramps, The Velvet Underground, atmósferas a lo Pink Floyd o incluso el
Krautrock de bandas como Can,
Neü o Kraftwerk.
La gira de Madrugada celebra el “Industrial
silence”, que ofrecen completo en la primera parte de la actuación, con una
segunda parte más breve, en la que repasan temas de sus otros discos. El
concierto empezó temprano, pasadas las ocho y media de la tarde cuando aún lucía
el sol de primavera en Madrid, en una sala But con buena entrada pero que no se
llenó del todo, lo que nos permitió situarnos cómodamente en un lateral del
escenario con estupenda visión.
Uno de los alicientes de la banda es la
poderosa y emotiva voz de Sirven Høyem, pilar de Madrugada. Su amplio registro
vocal incluye influencias como Chris Isaak, Nick Cave o incluso Jim Morrison.
Todo el concierto giró alrededor de su delgada figura, cálidamente arropada por
una magnífica banda. El cantante comenzaba la actuación vestido con camisa
blanca con cuello cerrado y chaqueta oscura, de la que se despojó en las
primeras canciones, cuando la temperatura no paraba de subir. Además de cantar,
Sirven tocó en diferentes temas la pandereta, las maracas, la guitarra
acústica, y “la linterna”, artefacto con el que nos enfocó en un intenso
momento de su actuación, aumentando la intensidad de la onírica atmósfera en la
que la banda nos había envuelto desde el inicio del concierto.
Comenzaron el repaso al mítico disco de
portada azul, con “Vocal”, mi canción fetiche de la banda. A partir de ahí la
emoción no paró de crecer, mientras desgranaban temas como la misteriosa “Sirens”;
la intensa “Higher”; Belladona; Strange Colour Blue de helada atmósfera; “This
Old House”, una canción de estilo “campestre” con una inconfundible armónica; la
potente “Norwegian Hammerworks Corps.”; la épica “Salt” o la delicada “Quite
Emotional”, canciones bellísimas de un rock melancólico, onírico y por momentos
depresivo.
Con un buen juego de luces, en el que
predominó ese “extraño color azul” de la portada del álbum al que se rendía homenaje,
Sivert contribuyó de diferentes formas a hacer brillar la actuación. Como cuando
se vistió en un tema con una chaqueta de lentejuelas que lanzaba destellos al
público, o con la mencionada linterna que también enfocaba hacia las bolas de
espejos de la sala. Por momentos creí estar en una de las escenas del relato en
el que estoy inmersa actualmente, gracias a los titilantes centelleos que
recibíamos desde el escenario.
Con un público encandilado desde el inicio, Sivert sonrió,
lanzó besos a la gente y besó a su guitarrista, habló entre canciones y agarró las
manos de muchos de los que se encontraban en primera fila. Bailó y en
definitiva se entregó a una audiencia que llevábamos mucho tiempo esperándoles
y que también vibramos con la segunda parte de la actuación donde ofrecieron
canciones como “Electric”, “Only when you’re gone”, “Honey Bee”, “Majesty” o “Valley
of deception”, con la que finalizaron el concierto.
Además de la poderosa voz de Sivert Høyem, el
otro pilar inconfundible de la banda noruega fue su guitarrista, Robert Burås,
de triste destino. Burås fue encontrado muerto en su apartamento en julio de
2007 cuando tan sólo contaba 31 años y su fallecimiento supuso el fin de la
banda. El guitarrista contaba que su primer contacto con la música de rock lo
tuvo a los doce años con la canción “Rock and Roll” de Led Zeppelin, que siempre
mencionó como una de sus favoritas. El carismático guitarrista, que también
tocaba la armónica, la mandolina eléctrica y los teclados, solía utilizar una
guitarra vintage de 1966, una Fender Jazzmaster de color rojo. Esa guitarra estuvo
colocada sobre su ataúd durante su funeral.
Cuando conocí a Madrugada Burås ya llevaba varios
años muerto y debo reconocer que su historia me impactó. Declarado fan desde su
infancia de bandas como Rolling Stones, Velvet Underground, Jimi Hendrix, The
Stooges, o Jesus & Mary Chain, y de los libros de Kurt Vonnegut, Burås,
estaba considerado como el miembro más “rockero” de la banda. El guitarra de
desordenada pelambrera rizada fue definido en su obituario como “cálido,
generoso, muy agradable y entregado por completo a la música”.
Su muerte supuso un duro golpe del que la
banda no se recuperó. Decidieron terminar el álbum que estaban grabando, el
sexto de su carrera, que salió en enero de 2008 bajo el nombre de “Madrugada”.
Tras su lanzamiento la banda anunció que se separarían al finalizar la gira de
presentación. Ofrecieron su último concierto el 15 de noviembre de 2008 en la
sala Spektrum de Oslo. Aquel disco, considerado como una especie de terapia
para ellos, fue el punto final de una banda que debería haber llegado mucho más
lejos, y supuso un emocionante y doloroso homenaje a su inolvidable
guitarrista.
Una noche inolvidable, largamente esperada,
con emoción y lágrimas felices, de esas que te recuerdan por qué la música es
tan importante como respirar.
0 comentarios:
Publicar un comentario