Fin de año apocalíptico
Si hay una noche del año a la que tengo
tirria es a la Nochevieja. El fin de año me pone cardiaca y me pone triste. Hay
en mí una sensación de miedo, de malestar de mal rollo que me ronda todo el día
31, y que cuando se acerca la hora de la cena se agudiza hasta llegar al horror
de las campanadas y el salto al año siguiente. El tiempo y el calendario son
invenciones humanas, ganas de empaquetar la inmensidad, de atrapar lo
intangible, de hacer más llevadero lo que es completamente incompresible. Sólo
sabemos que es una noche, porque a la falta de sol le llamamos noche, pero ¿qué
es un martes, un mes, un año, qué son las horas?… ¿qué es un día 31 de
diciembre que da paso a un 1 de enero?, nada de nada.
Pero aunque me lo repito, me sigue dando
yuyu, no me gusta la Nochevieja, no, no y no. No lo puedo remediar. Y si
recuerdo una Nochevieja especialmente marciana, es la de 1988. Tenía un gripazo
del diez, fiebre, mocos, dolor de cabeza, malestar general, dolor de cuerpo,
lagrimeo, y pena negra de fin de año para rematar. En casa estábamos los cuatro
y mi abuela, y nuestra noche era como las de muchas casas de entonces, cena
todos juntos, uvas, algún juego de mesa y tele. Pero aquella noche hubo algo
más.
Según leo en Internet (archivo de El Pais)
aquella navidad RTVE (atención que aún no existían las autonómicas, al menos en
Madrid y ninguna de las privadas) había probado con una programación diferente.
Cuenta la crónica que la noche empezó a las diez con un resumen informativo del
año presentado por Pedro Piqueras y Felipe Sahagún. A las once y hasta las
campanadas, el ínclito Javier Gurruchaga. Después de las doce uvas el
tradicional programa especial de Martes y Trece, para qué contar más. Pero
vamos con la novedad de aquel año, la emisión de dos pelis: Sé infiel y no
mires con quién, de Fernando Trueba, y Apocalypse now, de Francis Ford Coppola.
Apocalypse Now, Coppola y Brando, dos
titanes, dos nombres míticos para mí, entonces cinéfila empedernida que iba
todas las semanas al cine y devoraba los maravillosos ciclos que emitían las
dos únicas cadenas españolas (aquello sí era televisión). Por no hablar de mi
siempre adorado Dennis Hopper. Entonces, época en la que triunfaban los videoclubs,
ver estas pelis no era tan fácil. No había youtubes, ni descargas, ni deuvedeses
o bluerais ni nada por el estilo. Así que la emisión de una obra maestra como Apocalypse
now era un acontecimiento.
Aquel 1988 habíamos disfrutado de un
espectacular ciclo dedicado a Marlon Brando, uno de mis actores adorados, un
animal de la escena, un auténtico monstruo de la interpretación. Un hombre
complejo y genial. Un tranvía llamado deseo, Salvaje, La ley del silencio, Viva
Zapata, luego llegaron títulos tal vez menores, quién mantiene ese nivelazo
durante épocas… hasta que llegó El Padrino y Coppola, palabras mayores.
Tenía muchas ganas de ver Apocalypse Now. A
mis diecisiete había leído mucho sobre la película. Había leído todo lo que podía
sobre ella, con los medios de entonces; había encontrado cosas en la revista Fotogramas
y en libros, no había Internet y era difícil acceder a la información, ni soñar
con lo que tenemos hoy a golpe de un solo click. Se trataba de una película
oscura, de culto, con una historia de rodaje tremebunda; allí estaba un Marlon
Brando raro, enorme, animal, el coronel Kurtz, tenebroso, brutal, “el horror”; o
la famosa escena de Robert Duvall (otro de la troupe Coppola) rociando de
napalm un poblado vietnamita con la «Cabalgata de las valquirias», de Wagner, de
fondo. Drogas, muerte, sangre, surf diabólico, locura…
Acometí la visión del deseado largometraje
con cierto miedo. En su inicio la maravillosa The End, para mí una de las
mejores canciones de The Doors… No quiero contar el efecto lisérgico de las
pastillas para la gripe, la fiebre y Apocalypse Now en vena. No entendí mucho por
otra parte, me moría de sueño y mi cabeza no estaba ni mucho menos en su mejor
momento… Nunca olvidaré aquella Nochevieja; no sé si ver Apocalypse Now es la
forma más adecuada de finalizar el año (tal vez pegaría más en este feo 2013), pero ahí queda, para siempre, en mi
memoria.
Si algo me gusta de la peli es el inicio,
con los primeros acordes de la enorme “The End” de los Doors. Me produce escalofríos.
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