La radio que escuchamos peligrosamente. La Luna Hiena (V)
Y ahí que nos quedamos enganchaítos con el programa de nuestros ya queridos amigos. Colgados perdidos, no podíamos dejar de sintonizar el 107.5 de Radio Vallekas todos los domingos por la noche, qué estupendo vicio el nuestro. Agrupados en lunática hermandad, nos contábamos confidencias, nuestras penas y también muchas alegrías, en las llamadas y a través de las cartas. Problemas con el amor, los amigos, en casa, con los estudios, pudieron ser escuchados a través de la radio, problemas tanto nuestros como suyos, aunque, como suele pasar, los oyentes éramos quienes contábamos más movidas personales.
Uno de los temas recurrentes era el trabajo y la desesperante imposibilidad de encontrar una ocupación decente, elemento común a todos nosotros. Excepto los oyentes más jóvenes que estaban en el instituto o comenzando la universidad, el resto andábamos ya sumidos en la desesperación de la búsqueda de empleo, eso sí, todos con muy poca fortuna.
Todo tipo de desgracias nos contemplaron. Casi siempre los trabajos que encontrábamos eran mediante apestosas ETTs; gustosamente nos empleaban en subtrabajos explotadores tales como telemarketing, vigilantes nocturnos, taquilleros, panaderos, comerciales, reponedores…. Empleos todos de lo más honrados y decentes peeero… subcontratados y sumamente mal pagados. Y muchos de nosotros queríamos trabajar en los medios, qué leches, que para eso habíamos estudiado y o era nuestra vocación y pasión. Vale, sí, la vida es así (no la he inventado yo) pero aún teníamos inocencia, esperanza, ilusión y esas tontas cosas que se tienen a los veinte años…
El programa era para ellos y para nosotros algo terriblemente importante, ni más ni menos que poner color, locura y arte en las vidas de los que estábamos involucrados de una manera u otra, y eso no es poca cosa. Los diferentes trabajos hicieron que en momentos puntuales algunos de ellos tuvieran que dejar el programa, aunque en cuanto les era posible volvían al rápidamente al redil radiofónico. Si les era posible llamaban desde el trabajo de turno para saludar y contar alguna cosilla. Aquellos horrores laborales también eran comentados por carta… “La noche tiene miles de sonidos”, reflexionó Jesús en una de sus cartas. Cierto, como cierta es la frase que ellos convirtieron en su lema “el día tiene ojos y la noche tiene oídos”.
Por mi parte hubo de todo en aquellos años… hice prácticas de radio en una agencia de noticias, trabajé unos meses en una radio cromañónica y rancia, e incluso sufrí un delirante “día” de trabajo en una radio situada en un polígono de una localidad madrileña… la cueva del terror… de mis intentos de seguir en la brecha mediática pasé de cabeza a ser carne de cañón de las Empresas de Tráfico de Trabajadores, pero esa es otra historia…
¿Y quién ha dicho que no existen los finales felices? Lo desmentimos pero ya, nuestros chicos tuvieron mucha suerte, porque ellos lo valían, claro. Precisamente el final de La Luna Hiena llegó porque consiguieron buenos contratos laborales en medios de comunicación importantes. Aquello fue el final de nuestra lunática aventura, y no dudo que un poco de penilla sí tendrían, pero fue por una buena causa y allí siguen hoy en día, sus proyectos laborales en los medios continúan con gran éxito y, para nuestra alegría, atesoran muchos seguidores…..
Además de nuestras aventuras y desventuras vitales, otra de las estupendas experiencias que pudimos compartir junto a ellos en aquellos años fueron las veladas de música celta. Juanito el de las mil caras se reveló también como músico. De vez en cuando yo escuchaba en el programa sus invitaciones a los oyentes para que le fueran a ver tocar en el Trisquell, una taberna celta de Malasaña. Su grupillo actuaba habitualmente allí los jueves, preparaban sesiones de música celta y la peña se empezó a animar a acompañarles. Finalmente me picó la curiosidad y me decidí, cómo no, a meter la nariz; quise descubrir por mí misma de qué iban aquellos fastuosos conciertos en la tabernilla. La primera vez que me animé a acercarme al Trisquell fue un jueves en plenas fiestas de San Isidro, un jueves de lluvia y frío, y lo cierto es que me quedé alucinada. El grupillo era realmente bueno; funcionaban a la manera de jam improvisada; según iban llegando los músicos se unían a los que ya habían empezado y así desarrollaban su espectáculo. Aquella primera noche en que fui a verles pudimos escuchar violines, flautas, guitarras (ese era el instrumento de Juanito, se encargaba del acompañamiento), laúdes, toda serie de percusiones (panderos, cucharas de madera, tejoletas) tocadas por un chica que lo hacía realmente bien, e incluso una estupenda gaita de la que se encargaba un chico que a mí me pareció un clon de Santiago Segura (pre Torrente). Estaban todos, Jesús, Angel, Sergio, Mc Gyver, Raúl (aquella noche fue cuando descubrí al tenerle cara a cara y a ras del suelo, que Raúl no era un armario de tres cuerpos) y muchos oyentes como Penélope o Elena. No fue Óscar, curiosamente nunca nos conocimos; me quedé sin saber cómo era el extraño habitante de la cabina. Nosotras tuvimos que marchar antes de que acabara la fiesta, como unas cenicientas cualquiera, porque perdíamos el autobús, pero la recuerdo como una noche llena de magia.
Pude ver tocar a Juan dos veces más, una fue en verano, una noche en la que iba acompañada por varias amigas y una chica que conocí en un concierto de Javier Paxariño y con la que salí de copas varias veces y fuimos juntas a algunos conciertos. Esa noche nos despedíamos de ella (marchaba por un tiempo al extranjero), y yo, muerta de vergüenza, salí al escenario para pedir a Juanito que le dedicaran algo. Accedieron gustosos, la nombraron y le dedicaron una canción y todo resultó muy emocionante. Nuestra tercera noche musical tuvo lugar en un garito de Argüelles pero he de confesar que no recuerdo ni torta de aquella velada… *_*
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