The Wanderers, de vagabundeos y épica juvenil
Siendo una rendida
seguidora como soy, de las novelas sobre pandillas, sobre los años dorados de
la más juvenil juventud, aventuras de los chicos y las chicas desparramados en
la gran ciudad, las primeras e inolvidables amistades, los primeros y dolorosos
amores; siendo, ya digo, fan rendida de novelas como Rebeldes, de Susan E.
Hinton, no conocía yo este libro (y posterior peli) que recoge maravillosamente
toda esa épica juvenil que me fascina, ya sea en el Nueva York de los sesenta,
el extrarradio catalán de los ochenta, o el Madrid suburbial de mediados de los
90. La explosión de sentimientos que se experimentan a esas edades, emociones,
frustraciones, desilusiones, decepciones, arrebatos, sufrimientos y alegrías,
son universales, y si me apuran idénticos, por encima de barreras idiomáticas,
temporales, culturales y geográficas. Si por medio están además la música, la
radio, la jerga, las modas y todas esas cosas chulas que hacen vibrar a los
chavales y chavalas, pues mucho más y mucho mejor.
Ese peterpanismo agudo que nos acecha y
devora, que instaló hace años a nuestra generación en una indefinida edad juvenil,
al menos de espíritu, porque de aspecto cada vez es más difícil dar el pego
(que no poseemos retrato, cual Dorian Gray, donde echar los kilos, canas y
arrugas que empiezan a aparecer), casa muy bien con esta literatura, que a mí
en concreto siempre me ha encantado. Y así no sólo degusto encantada los buenos
títulos que encuentro, es que además me he atrevido (inconsciente) a escribir mi
propia versión del mito: amores, grupo de amigos, música, conciertos, pandilla,
desengaños, primeros trabajos, incomprensión, angustia existencial y ese no saber en general qué hacer con la
vida de uno cuando la cosa empieza a ponerse seria y el tiempo apremia.
Las circunstancias
pusieron este año en mi camino la gloriosa canción de Dion And The Belmonts
“The Wanderers” y la peli de Philip Kaufman del mismo título; para mí
desconocidos pero sin duda muy prometedores. Y para más suerte en mayo se puso
a la venta, por primera vez en español, el libro en el que está basado el film,
The Wanderers, de Richard Price. Así que me apresuré a comprarlo y disfrutarlo,
inmersa como estaba además en las últimas embestidas del libro en construcción
que tenía entre manos.
¿Y qué nos ofrece esta
novela?
El libro está escrito en
1974, y sus protagonistas son jóvenes del Bronx de inicios de los 60; habla de
aquellas primeras pandillas juveniles en las que mandaban los tupés, la
brillantina, el cuero, el instituto, las chicas con cancan y cardado, el rock,
los primeros escarceos sexuales, la dureza impostada por fuera, mientras que el
interior es blando y asustado, chicos enfrentados al miedo a crecer y a lo que
deparará el futuro, por otra parte bastante negro. Nada que ver eso sí, con la
camp “Grease”, estrenada en el cine un año antes que la película de Kaufman, y que
trata de manera bastante moñas y atontada estos mismos asuntos.
The Wanderers está lleno
diálogos directos e incendiarios, vibrantes y con el ritmo perfecto; ese es otro
aspecto que me parece fascinante y muy, muy difícil en estas historias: saber
reflejar la jerga callejera, la manera de hablar inmediata y llena de verdad de
los jóvenes; es complicadísimo reflejar esos diálogos con credibilidad y a
pesar de que lo que yo he leído es la traducción no hay duda de que Price lo
consigue; estas palabras del autor creo que lo explican muy bien: “intento dar
un toque lírico a la prosa, no en plan florituras sino en plan Bebop, un tono eléctrico
que conjugue bien con el lugar”. También “The Wanderers” rebosa ardor juvenil y
depresión postadolescente; refleja lo que es situarse ante las puertas de la
madurez sin tener ni puñetera idea de cómo traspasarlas. Y aunque hablamos de
lo universal de estos sentimientos, aquí es donde se aprecia la enorme brecha
generacional entre aquellos jóvenes y nosotros; en los sesenta los veinte años
eran la puerta de entrada a hacerse mayor; en este siglo XXI los de cuarenta
nos enfrentamos a ese mismo pánico a hacernos mayores, con veinte años más a
nuestras espaldas.
Nostalgia, tristeza,
emoción, miedo a crecer… poco más puedo decir, el libro se devora y se saborea
con auténtica delicia. Richard Price, nacido en el Bronx en 1949, es muy
popular por ser el guionista de la serie de culto The Wire (estoy totalmente
fuera de onda en lo que se refiere a series de televisión) debutó en esto de la
escritura precisamente con The Wanderers, en 1974, con tan sólo 24 años. Profesor
de escritura creativa en diversas universidades, recibió en 1999 el Premio de
la Academia Americana de las Artes y las Letras. Fue nominado a un Oscar al
mejor guión con El color del dinero, de Martin Scorsese, y otros de sus libros
son La vida fácil (2010), El samaritano (2004), Freedomland (2000) o Clockers (1994).
No duden en leerla si
cae en sus manos; por mi parte tengo como
asignatura pendiente ver la película. Les dejo con esta maravilla de canción ya
mencionada: Dion And The Belmonts “The Wanderer”. Disfrútenla.
"Cuando las primeras notas de piano de “The
Wanderers” llenaron la sala, la gente empezó a bailar otra vez. Joey se giró
hacia sus cuatro amigos y empezó a cantar. Uno tras otro, todos se pusieron a
cantar.
Vago de ciudad en ciudad.
Voy por la vida sin preocuparme.
Joey cantaba y lloraba a la vez. A Perry le
entró una gran tristeza que le hormigueaba por la cabeza y los hombros. Richie
estaba aterrado por lo que no sabía. Eugene se conmovió con las lágrimas de
Joey, pero tenía más de media mente puesta en Nina Becker. Buddy rodeó con los
brazos el cuello de Richie y de Joey y apretó tanto como pudo, como si cuanto
más apretara, más cosas seguirían igual. No tardaron en estar todos con los
brazos rodeándose el cuello unos a otros, con los dedos clavados en la carne, tratando
de formar un círculo que nada –escuela, mujeres, niños, bodas, madres, padres–
pudiera penetrar".
0 comentarios:
Publicar un comentario