“Bienvenidos a los buenos tiempos”. Esas fiestuquis de Radio Resistencia
30 de enero de ¿1999?
En aquellos años 90, tirar
adelante con una radio libre no era ninguna broma. Había muchos gastos y apenas
ingresos. Local, antena, platos, emisor, micros, cd’s, mil imprevistos que iban
surgiendo, cosas que se estropeaban, nuevas necesidades como el deseo de poner
teléfono y ordenador, que nunca llegamos a cumplir. Entonces Internet era una
carraca y lo tenían cuatro. No existía la emisión en streaming (habríamos hecho
virguerías), ni Spotify que te apañara la parte musical, ni redes sociales para
publicitarnos y contactar con los oyentes. Era radio pura y dura, a pelo y sin
dinero. Nuestro funcionamiento era asambleario y no teníamos ninguna
financiación salvo las cuotas de 500 pesetas al mes de socios y simpatizantes.
Así que era vital montar todo tipo de fiestas y eventos para conseguir dinero.
La financiación era un tema agobiante pero que al mismo tiempo nos hacía estar
siempre en movimiento; y es que eso es lo que hay que hacer en una radio libre
y lo que tiene que hacer cualquier persona libre, ser independiente, moverse y
buscarse la vida.
Las fiestas, conciertos,
comidas populares y sangriadas eran nuestra principal fuente de financiación. Esta
es la historia de una de las varias fiestas de nuestra Radio Resistencia.
Celebrada un 30 de enero, en El Barrio, aquella pequeña okupa que se convirtió
en nuestra segunda casa. Aquel evento se debía como siempre a la mucha
necesidad de conseguir pelas que teníamos, porque en ese momento debíamos cinco
meses de alquiler y la pasta del arreglo de varios aparatos (aunque al menos
toda la antena y su instalación ya estaban entonces pagadas). Teníamos mucha
prisa porque todo se acelerara; habíamos hecho alguna que otra emisión en
pruebas y nuestra intención en ese momento era lanzarnos, de una vez por todas,
y comenzar la emisión en continuidad, la máxima continuidad de la que fuéramos
capaces. Entonces había unas ganas y una excitación enorme por lograrlo, crear
una primera parrilla de programación y empezar a organizar los turnos para cuadrar
los programas de cada uno. Así, el cartel de la fiesta, que se había currado en
aquella ocasión nuestra querida Laura en lugar del habitual en esos menesteres,
Suco, tenía un lema redondo y rotundo: EMPEZAMOS A EMITIR. Qué emoción…
La radiorresistencia ya chola
o funciona
y desde aquí invitamos a todo
aquel
que aún no esté enrolao en
ella
y le apetezca hacer algo,
a que participe, haga un
programa, o dos,
venga a las asambleas
y se meta en un lío tan
bonito.
ESTAIS ENTERAOS, MAJOS.
El bar de El Barrio, si es que
se podía denominar así a aquel garaje, había sufrido algunos cambios. A simple
vista se divisaba que habían pintado las paredes de colores chillones, se
apreciaba un nuevo y muy aparente mural graffitero, en la barra plantaron una enorme
cabeza de cartón de Pipi Calzaslargas (musa de las chicas airadas en aquellos
finales de los 90) y colgadas del techo tapaderas metálicas de esas que se usan
para que no salte el aceite cuando se está friendo. Desde luego se trataba de una
decoración a la altura de las circunstancias. En aquella noche descubrimos una novedad
importante, por fin contaban con un escenario propiamente dicho, construido con
ladrillos y cemento por la gente de la casa y forrado con una especie de
moqueta. Pero en esa fiesta había un problema, no teníamos grupo musical para
amenizar el cotarro ni ningún tipo de espectáculo en perspectiva, preocupante
porque las actuaciones marcaban la diferencia, distraían a la peña y las hacían
permanecer más tiempo en la fiesta, que en definitiva era de lo que se trataba …
El grupo que había nacido de la radio, el famoso Grupo Sorpresa de Juanan y
Antonio se acabó convirtiendo en una flamante banda llamada M’Opongo, que
ensayaba por aquellos días todos los lunes en El Barrio y que atesoraba un
repertorio propio de cuatro canciones. Después de haber ofrecido varios
acústicos en fiestas y comidas populares de la radio, al Grupo Sorpresa le había
entrado una crisis de responsabilidad y querían tocar siempre muy bien y ser muy
profesionales y si no, no tocaban. Por más que Alfredo y yo le dimos la vara al
Roberto, no hubo manera, se cerró en banda, y además nos confesó que el
escenario le daba aún mucho respeto. Nuestra esperanza era que se acabaran
calentando, se animaran y montaran una vez más el taco.
Uno de los clásicos de todos
nuestros eventos era la compra de priva y avituallamiento. Yo solía ser una de
las fijas en las compras para los eventos de la resistencia, era una tarea que
no me fastidiaba, más bien al contrario. A mí me gustaba ir a los mercados, las
bodegas y las tiendas, siguiendo la lista que preparábamos en la correspondiente
asamblea; recorríamos los pasillos de los supermercados, a veces nos perdíamos
y tardábamos un buen rato en reencontrarnos todos; mirábamos como posesos las
ofertas porque éramos pobretones con avaricia… El caso era que de aquellas me
junté con Alfredo, Alex y Roberto, el bajista de M’Opongo. Una vez terminada la
compra, pasamos por la okupa para dejar todo allí y así pude ver por primera
vez la segunda planta, donde estaba la puerta que de entrada que daba a la
carretera. Al lado de la entrada reposaba una bici llena de pegatinas y un
paragüero antiguo. Las paredes, las puertas y las ventanas estaban pintadas de
colores: verde, amarillo, rosa. Vi un ordenador, y en las paredes había un buen
número de carteles; también bastantes libros en una estantería grande. Todo bastante
limpio y ordenado, la casita okupa se veía chula. Desde el exterior de la casa,
cuando las persianas estaban abiertas, se adivinaban las habitaciones, bonitas
y coloridas, con lámparas y cortinas de colores, y posters decorando las
paredes.
Volviendo a la fiesta,
comenzamos con el ritual de todas las convocatorias. Llegar con tiempo para
preparar la barra y hacer los “sangüis” de la Resistencia, colocar los carteles
con los precios y empezar a servir a los que llegaban antes de hora, que
siempre los había. Los primeros que llegaron, bastante antes de lo previsto,
nos pillaron liados con la cadena de preparar los bocadillos (unos los hacían,
otros los envolvían en el puñetero papel transparente que se nos pegaba y
enredaba hasta la desesperación), sin hielo y con la sensación de que habíamos
comprado poca bebida. Más tarde pudimos comprobar que no era así, por
desgracia. Porque en aquella ocasión no estábamos logrando reclutar a mucha gente,
se resistía el público, que iba llegando con cuenta gotas; se veían muchos huecos
libres, e incluso había espacio para que pudiéramos estar sentados alrededor de
las mesitas que había dispersadas por el recinto. Nada que ver con el estruendo
de la fiesta que habíamos montado el año anterior, cuando aquello parecía la
party loca de “Desayuno con diamantes”, pero en mucho más, había tanta gente
que muchos tuvieron que salirse al patio porque dentro era imposible estar… Juanan, más tarde, nos pondría un poco los
pies en el suelo, no siempre íbamos a petarlo, había que acostumbrarse, y
además por entonces nos estábamos relajando un poco con las fiestas, como el que
va a piñón fijo y de sobrao; necesitábamos ponernos las pilas, innovar y
espabilar.
En definitiva la fiesta transcurrió
aquella noche con bastante más calma de lo que nos hubiera gustado. Me uní un
rato a la mesa de nuestra Laura y sus amigas, pegaditas a la estufa de gas que
nos aliviaba mínimamente el terrible frío que aquella noche sí notábamos, al
estar el local mucho más vacío. Nos contaron como unos energúmenos les habían roto
una ventana de la sede de la asociación que tenían por aquel entonces, “La
ortiga” se llamaba; llegaron incluso a hacerles pintadas en las paredes con
estrellas de David; los pobres siempre andaban con la misma canción. Les metían
el miedo en el cuerpo, pero no se rendían, decidieron seguir abiertos, con dos
ovarios. Las chicas nos contaron que se habían autoinculpado en una okupación y
habían empezado a recibir citaciones para declarar en el juicio y otras movidas.
Eran jovencillas y vivían en casa de sus padres todavía, a ninguno de ellos les
hacía mucha gracia aquellas historias de sus hijas, cómo las entendía...
Aquella noche no fui culpable
de organizar ninguna trastada detrás del mostrador porque sólo me metí un
ratito cuando ya no quedaba casi nadie. Mejor para todos, que yo era conocida
como “el terror de las barras”, por mi escasa pericia como camarera. Finalmente
nuestro querido grupo sorpresa se decidió a actuar, y por primera vez no tocaron versiones de otras bandas; nos ofrecieron
sus cuatro grandes éxitos. Recuerdo que nos gustó en especial “Como las agujas
del reloj”, canción de Antonio que habían presentado en la comida popular
celebrada en junio del año anterior en El Barrio. El Grupo Sorpresa lo formaban
entonces Juan Antonio y Antonio a las guitarras y voces, Roberto en el bajo y
un chico que colaboraba con las percusiones, pero no recuerdo cuál era su
nombre; todavía quedaba mucho para llegar a la formación definitiva de M’Opongo.
Juanan jugaba haciendo distorsiones con la guitarra en el más puro estilo sucio
alternativo pero en bien y nosotros presenciábamos la magna actuación sentados
en primera fila, pegaítos a la insuficiente estufa. La pobre estufa de gas se
pasó la noche de acá para allá, poniendo un momentáneo y brevísimo remedio al
frío que calaba nuestros huesos.
– Me he torrado ya la pierna
y parte de la bota – decía alguien.
– Acerca aquí la estufa un
rato, que estamos medio congelaos – rogaba otro.
– Hay dos conciertos claves
en la historia de este país, el de los Rolling en el Calderón y éste– bromeaba Mr.Mi.
Mr.Mi era uno de mis grandes
amigos de la escuela de radio; por primera se había animado a estar presente en
una de las fiesta de Radio Resistencia, junto con otros compañeros nuestros de
los tiempos de la escuela. Disfrutaron mucho con el cuentacuentos, los mismos
chavales de la fiesta del año anterior que ya formaban parte de la pequeña
historia de nuestra pequeña radio (¿tal vez fuimos demasiado conservadores y
repetimos de pe a pa lo que tan bien nos había salido un año atrás?). De nuevo contaron
la preciosa historia de las cualidades humanas que juegan al escondite (… por
eso el amor es ciego y siempre va acompañado de la locura), con lo que todos
nos envolvimos otra vez en su magia; al mirar a mi alrededor mientras los
chavales contaban volví a ver a la peña embobá y sonriente y juguetona y
participativa y encantada y eso me encantaba… mucho.
En fin, después del
cuentacuentos la fiesta no duró mucho más porque la chavalería empezó a largarse. Me quedé un ratillo más hablando con unos y con otros y finalmente llegó el momento de pirarme al búho con Laura y Roberto. Ya habría tiempo de hacer recuento en la asamblea
de lo sucedido en la fiesta. Se acabó.
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