Un sitio en mitad de cualquier sitio
Prometía no ser el más maravilloso de los
años. De hecho, todo parecía predestinado a que fuera un año deprimente, ocioso
y muy aburrido, la carrera terminada y sin perspectivas de trabajo. Sin embargo,
se convirtió en uno de los mejores años de mi vida. A veces es bueno dejar
pasar un tiempo para ver las cosas claras y con objetividad. Pero en este caso,
cuanto más tiempo pasa, más nostalgia y agradecimiento siento, más me acuerdo
de los buenos ratos que pasé allí.
No es que fuera nada del otro mundo. Se encontraba en un
edificio feúcho en un barrio que dejaba alucinado a cualquiera y que se quedaba
a mitad de todo. No era una emisora bien montada, ni tampoco tenía el encanto
de las emisoras piratas que habíamos visto. La impresión: no muy buena. Pero
como es muy difícil desanimarme, decidí apostar ciegamente por aquella
aventura. Era el mes de noviembre y unas sesenta personas nos preparábamos para
comenzar un reto que resultó ser alucinante.
Aquel era un sitio en mitad de cualquier
sitio. Imaginad un lugar donde estás todo el día ocupado en cosas que te gustan,
y por lo tanto no se puede considerar trabajo, donde te sientes útil, donde
estás rodeado de gente joven, chicos y chicas, animados, divertidos y con ideas.
Ese lugar no es el Paraíso, pero casi. Claro que no todo fue de color de rosa, afortunadamente,
y también hubo cosas malas. Y no precisamente pocas, pero lo realmente
increíble es que todas las cosas malas, que desgraciadamente suelen salir a
flote y suelen ser recordadas machaconamente, se olvidaron casi al instante. Las
considerábamos una tontería, nada grave, y rápidamente nos montábamos otra vez
en la rueda del día a día, apacible y excitante, agradable, pero también
agotador.
En este punto tal vez sería bueno decir que
“aquello” era una escuela de radio. Que emitíamos en una frecuencia de muy
poquito alcance (pero salíamos al aire). Que éramos treinta locutores y
veintitantos técnicos, cuatro monitores y diez becarios o precarios como se
definían a sí mismos. Casi setenta personas haciendo que “la máquina se
moviera”, y vaya si lo hicimos, aunque nos costó lo nuestro.
Y para mí no sólo hubo buenas cosas
alrededor del curso. Una maravillosa buena suerte, o una buena disposición para
que me ocurrieran cosas bonitas, me rodeó todo el tiempo.
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