Un árbol caído, de Rafael Reig. El turno de los que no hicieron la Transición
Encuentro con Rafael Reig en el Gabinete de
Lectura de La Central de Callao. 7 abril 2015.
En España tenemos demasiadas deudas
pendientes con nuestra Historia Contemporánea. Nuestro siglo XX no se estudia,
queda prácticamente inédito en la enseñanza. La Historia que se aprende en las
escuelas acaba en la Guerra Civil, y por supuesto la Transición no aparece por
ninguna parte. Creo que tampoco se ha escrito aún la gran novela sobre aquella
etapa de paso de la dictadura franquista a una democracia, considerada
“ejemplar” durante décadas (un eslogan repetido durante años se acaba
convirtiendo en verdad) y que ahora, de la mano de la crisis, los recortes y la
pérdida de derechos y libertades, está mostrando su verdadera cara.
En esta línea desmitificadora de tanta
“ejemplaridad” como se nos ha vendido, Rafael Reig acaba de publicar 'Un árbol
caído', una novela que transcurre en esa decisiva etapa de nuestra Historia más
reciente. He tenido ocasión de leer la novela dentro del Gabinete de Lectura de
La Central de Callao en el que participo. Cuando acabé la novela odiaba a todos
los personajes, excepto a Lourdes, sobre quien yo no pienso desvelar nada. ¿Lo
había hecho a propósito el autor, qué pensaba realmente sobre ellos? Debo decir
que empecé a reflexionar sobre lo que había leído y a valorar la novela a
partir del encuentro que tuvimos con el autor en el Gabinete de Lectura el
pasado 7 de abril. Tener la oportunidad de que un escritor nos cuente en persona
sus motivaciones, deseos, cómo trabaja (Reig nos contó que con máquina de
escribir), sus expectativas, no tiene precio para un lector; poder preguntar
directamente al autor nos da nuevas e interesantes visiones de la obra.
Rafael Reig afirmó durante el encuentro que
“Las novelas crean los imaginarios colectivos, más que los libros de Historia.
El imaginario que va a permanecer no va a ser el que se acerque más a la
realidad, sino el que esté mejor escrito, y tenga más capacidad de fascinación.
Por eso hay que hacer la mejor novela posible”. A la pregunta de si quiere
desmitificar la Transición con 'Un árbol caído', Reig nos respondió que no
quiere destruir mitos, si no crear otros mitos, algo que pueda quedar en el
imaginario colectivo. Rafael Reig recalcó que él “no hizo la Transición”, a los
de su generación les dieron la transición ya hecha. El autor tenía doce años
cuando murió Franco. “Pero sí formó parte de mi educación sentimental. El
resultado de todo aquello somos nosotros”, afirmó. Sin embargo, considera interesante
hacer un acercamiento novelesco para entender qué pasó. Todo esto lo quería
contar Reig en forma de novela. No pretendía una exposición detallada de lo que
sucedió, si no contarlo a partir de las vivencias de determinadas personas. Los
personajes de 'Un árbol caído' pertenecen a la clase acomodada que, si no
fueron protagonistas en primerísima línea, sí desempeñaron su papel en la
Transición.
La novela transcurre en una de esas
urbanizaciones de la sierra de Madrid que están “a quince minutos del centro”, siempre y cuando se conduzca de
madrugada y en día laborable, como se explica con sorna en el libro, y donde
los burgueses viven sus “vidas
ajardinadas”. Afirma Reig que “nunca he vivido en una urbanización, las
tenía mitificadas por la literatura americana. Es un ambiente muy novelístico;
con pocos escenarios se consigue mucha eficacia”. Los personajes forman parte
de un grupo de matrimonios amigos y sus hijos. “Me gustan las novelas con
grupos de amigos, matrimonios amigos, las pandillas... que ocupan un lugar tan
importante en la vida de cada uno de nosotros”. Según nos explicó Reig, empezó
el libro con un narrador en tercera persona, pero pensó que sería interesante
ofrecer la visión en primera persona de alguien de su generación, de los que no
hicieron la Transición. Así decidió crear un narrador que implicara al lector y
tuviera relación con el propio autor, el joven Johnny. De su mano hacemos un
recorrido a lo largo de treinta años de la vida de los personajes.
La generación anterior a la de narrador y
la del autor, la de los matrimonios amigos protagonistas del libro, “claudicó”,
en palabras de Reig. Quienes realmente tramaron la Transición fue una
determinada capa social, una burguesía acomodada, que se colocó en los mejores
puestos, y hoy en día sigue instalada en los medios de comunicación (“El País, el intelectual colectivo de su
democracia de mampostería”), bancos, consejos de administración y cargos
políticos. Militantes de un “izquierdismo de salón, ese izquierdismo
infantil, tan radical que permite predicar sin ningún riesgo de tener que
llegar a dar trigo”.
En la década de los 80 hubo un entusiasmo y
una energía política y cultural que se invirtió en un partido supuestamente de
izquierda, el PSOE. Lo que hubo en realidad fue “un desfalco, una malversación
de ese entusiasmo”. En palabras de Reig “la mía ha terminado siendo una
generación apática, vacunada contra el entusiasmo, porque hemos sido estafados.
Pasados los años nuestra generación se ha quedado sin nada, y sobre todo sin
entusiasmo”.
Afirma Reig que, dentro de ese imaginario
colectivo de la Transición, no se suele contar la enorme violencia que hubo en
los primeros años: palizas, asesinatos, se quemaron locales, se pusieron
bombas. Tampoco se ha contado lo suficiente cómo arrasó la droga a toda una
generación, en especial entre los jóvenes que podían ser más molestos. Por cada
niño “bien” que cayó en aquella contienda, como Javito en la novela, murieron
decenas de jóvenes de barrios marginales y de clase baja. “La droga fue la guerra de nuestra generación, nuestra guerra civil.
(...) Una guerra que enfrentaba de nuevo a los poderosos y a los desposeídos”.
Una de las intenciones de la Transición
desde su inicio fue dejar fuera a la izquierda, al partido comunista, quitarle
cualquier protagonismo político. La manera de quitarle presencia y protagonismo
fue mediante la reinvención del PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, ese
partido socialdemócrata que desalojó a la izquierda. Esa maniobra no se ha
visto hasta décadas después.
La obsesión de Felipe González durante sus
años de mandato fue siempre “evitar la crispación”, sacar a la gente de la
calle, hacer creer a los ciudadanos que la democracia se ejerce simplemente
votando cada cuatro años, la política deben hacerla los políticos
profesionales, no el pueblo. Lo que no interesa, incluso hoy en día, es que los
ciudadanos participen en la “política real”. En la actualidad las cosas no
están mucho mejor. Como recuerda Reig, nada más crearse Podemos se sacó al movimiento
15M de las calles, y ahora la política se hace desde las tertulias de
televisión y las redes sociales.
Sus personajes, niños bien que jugaron a
revolucionarios, claudicarán de sus ideales, se acomodarán a los beneficios de
su clase, olvidarán aquello por lo que lucharon en su día. En especial las
mujeres, aquellas mujeres tan capacitadas, luchadoras, valientes y sacrificadas,
que finalmente quedarán convertidas en meras “señoras de”, según aquellos
patrones rancios que ellas pensaron dinamitar. “Habían acabado a su servicio y habían vuelto a casa (...) se sentían
derrotadas, sin gloria y sin haber opuesto resistencia”.
“Al final vivimos con simulacros, sin
probar el sabor real de la vida”, reflexionó Reig en nuestro encuentro. El
único personaje que vive a su manera es Lourdes, que por sus circunstancias,
vive sin miedo a nada, de manera intensa y total, sin ambiciones ni dobleces.
Este personaje es un verdadero logro del autor. Envuelta en cierto halo de
“realismo mágico”, iremos con ella recorriendo los caminos que nos marca Reig,
hasta llegar a esa realidad que se está desvelando en algunas reseñas sobre el
libro, de manera totalmente innecesaria. Esos spoilers que a los
“espoileadores” no les gustaría sufrir en carne propia.
La partida, la mala partida, de ajedrez que
aparece a lo largo de toda la novela, es una trasposición de la vida, de cómo
jugarla, vivirla, mal. “Jugábamos así,
siempre ganaba el que se equivocaba menos. También hemos vivido así”. Una
partida repleta de errores, por esa tendencia de mirar a una sola jugada sin
tener en cuenta lo que viene por otros lados. Los dos protagonistas de la
partida, “Aquella partida tan torpe que
ninguno merecía haber ganado”, son hombres “que jugaban igual que vivían, sin pensar en las consecuencias”.
Aquellos protagonistas de la Transición, no
los ejecutores principales que movieron los hilos, si no los que ocuparon
puestos medianamente relevantes, claudicaron y entregaron sus ilusiones a las manos, garras, de la banca y del poder.
“Se habían dado cuenta de que, después de
todo, la vida de los burgueses no les desagradaba tanto”; después de todo
daba mucha “pereza” intentar una revolución. “Menudos revolucionarios (...) Valientes guerrilleros”.
Lo que pudiera haber de novedoso o
escandaloso en el libro nos pilla a estas alturas curados de espanto. La
realidad ha superado con creces, como siempre, a la ficción. La apisonadora del
poder lo ha aplastado todo. Nos quedamos con una gran novela, muy bien escrita,
que denota el oficio, en el mejor
sentido de la palabra, de Reig, con una prosa trabajada y brillantemente
adjetivada. Una prosa brillante fruto de haber escrito y leído mucho, “escribir
siempre es reescribir, y para escribir tienes que haber leído”, nos dijo el
autor durante el encuentro; probablemente también es el resultado de haber
vivido mucho.
En definitiva ‘Un árbol caído’ es la crónica
de un desengaño, una patraña y una traición a todo un pueblo que esperaba mucho
pero no fue capaz de erigirse en protagonista de su propio destino. “Una democracia intervenida y limitada por
uno de aquellos techos de cristal, contra el que rebotará siempre la llamada
voluntad popular, resignada a retroceder, como las atónitas moscas tenaces ante
la ventana cerrada”. Desoladora España.
Un árbol caído. Rafael Reig. Tusquets.
Barcelona, 2015. 312 páginas. 19 euros.
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