“París puede esperar”, una delicia ligera de Eleanor Coppola
(07/01/2018) Un viaje de vuelta de vacaciones en tren
nos ofreció la ocasión de disfrutar de una bonita película, en el más amplio
sentido de la palabra, que en su día se nos escapó. Estoy hablando de “París
puede esperar”. Cuando la anunciaron por megafonía busqué información en
internet, para ver si merecía la pena pasar viéndola una parte del viaje. Me
encontré con que estaba protagonizada por la gran Diane Lane, un aliciente
añadido a una película sobre un viaje en carretera, repleta de buen vino y
buena comida, como contaban los comentarios que leí por encima. Un film que además
cuenta con la sorpresa de que su directora es alguien que sonará a los amantes
del buen cine.
Ella es Eleanor Coppola (nacida Eleanor
Jessie Neil en Los Ángeles, 1936), quien se ha pasado la vida siendo “esposa de”,
en su caso el mítico director Francis Coppola. Por si esta losa no fuera lo
bastante pesada, la exitosa carrera en el cine de su hija Sofia (Las vírgenes
suicidas, Lost in Translation o María Antonieta) también la ha convertido en
“madre de”. Y sin embargo Eleanor es una mujer inquieta que, a su actividad
como artista plástica, une su labor como escritora y directora. Una muestra de
su trabajo son sus libros “Notas sobre una vida” (editorial Circe), un diario en
el que recoge sus recuerdos más íntimos y “Con el corazón en las tinieblas”,
sobre el rodaje de Apocalypse now, pesadilla que también reflejó en un
documental del mismo título “Hearts of darkness” (1991), ganador de un Emmy. A
sus 81 años Eleanor ha debutado como directora de ficción con “París puede
esperar”, una deliciosa comedia, con más que evidentes tintes autobiográficos,
estrenada en 2017.
La historia que narra la película es de lo
más sencilla. Una mujer se encuentra de viaje en Cannes acompañando a su marido,
un exitoso productor de cine norteamericano que no la hace demasiado caso,
siempre ocupado en su absorbente trabajo. Un inoportuno dolor de oídos, que la
impide viajar en avión, es aprovechado por el socio francés de su esposo para
invitarla a llevarla en coche hasta París. Lo que sigue es un viaje de placer y
deleite, sin interferencias de trabajo, prisas o preocupaciones, repleto de
diversión, lugares bellos, buena comida, mejor vino, humor y un cierto toque de
chispeante romance. De la mano de su acompañante francés, la protagonista
despertará al disfrute de los sentidos y encontrará una nueva pasión por la
vida.
Y es que uno de los secretos de la vida es
saber disfrutar en la medida de nuestras posibilidades, y esto lo refleja de
manera acertada la directora en esta amable road movie. El sibarita
Jacques, interpretado por Arnaud Viard, conduce a la bella Anne, a quien da
vida Diane Lane, por las carreteras de Francia, en un destartalado y encantador
coche, en un camino al que se enfrenta sin ninguna prisa y sí con toda la
intención de disfrutar. Porque como afirma Jacques “conducir es la única manera
de ver un país”. Pasarán por preciosos parajes, como los campos de lavanda de
la Provenza o el Puente del Gard en Remoulins; visitarán el Museo de Miniaturas
y Cine y el de los Tejidos (una de las pasiones de Anne) ambos en Lyon o la
catedral de Vézelay en Borgoña. Por el camino pararán en cafés, bistrós y
restaurantes, saborearán deliciosas carnes y pescados, beberán el mejor vino y
disfrutarán de delicados dulces y chocolates (otra de las pasiones de la
norteamericana). Así, lo que empieza como un viaje en el que se ve envuelta sin
pretenderlo una Anne confundida y hasta cierto punto incómoda, se irá
convirtiendo en un trayecto divertido, lleno de aprendizaje y gozo, un
itinerario por los sentidos, que irá fotografiando la protagonista con su
pequeña cámara de bolsillo. “Finjamos que no sabemos dónde vamos o ni siquiera
dónde estamos”, dice Jacques en otro momento de la película. La simulación y el
juego acompañan este viaje de placer.
Diane Lane, una vieja conocida de la
familia Coppola, que trabajó con Francis en las míticas y ochenteras
adaptaciones de las novelas juveniles de Sue E. Hinton “Rebeldes” y “Rumble
Fish”, se convierte en la película en una especie de alter ego de Eleanor. Las
melancólicas reflexiones de Anne sin duda tienen mucho ver con experiencias
vividas por la directora, como su labor en la sombra para hacer más fácil la
vida de su ocupado marido; su papel como madre y el síndrome del “nido vacío”;
las probables infidelidades de su esposo… Pero cuando de verdad Anne se abre a
su compañero de viaje, sucede al hablar sobre el fallecimiento de su hijo
recién nacido, un trago amargo por el que también pasó Eleanor. Su hijo mayor,
Gio, falleció con 22 años en un desgraciado accidente durante el rodaje de “Jardines
de piedra” (1986), dirigida por su padre. “No puedes usar el dolor como escudo.
Hay que celebrar su memoria, su presencia entre nosotros”, afirmaba la
directora en una entrevista sobre aquella trágica pérdida.
La falta de visibilidad como creadora
Eleanor Coppola es también el drama de tantas mujeres de generaciones pasadas,
a quienes les tocó permanecer a la sombra de sus maridos, primando su rol de
esposas y madres por encima de su capacidad, su trabajo y sus aspiraciones. Así
lo contaba en una entrevista para el diario El Mundo en junio de 2017: “Las
mujeres de mi generación fuimos educadas para ayudar a nuestros maridos y
durante años ése fue mi trabajo. (…) Veo a mi hija Sofia y me doy cuenta de
cómo han cambiado las cosas”.
“París puede esperar” ha recibido críticas
por no tener “aspiraciones intelectuales”, resultar “ligera como un suflé” y no
ser mucho más que un mero viaje de placer. Estos comentarios pueden tener su
parte de razón, aunque no creo que las pretensiones de Eleanor al rodar la
película hayan ido mucho más allá que reflejar de manera amable y sencilla una
historia en torno a despertar a los placeres de la vida. Y eso sin duda lo
consigue. Como curiosidad, se han creado itinerarios en revistas de viajes que
reproducen los recorridos de Anne y Jacques en la película.
Y por favor, déjennos por una vez ser
disfrutones y ligeros. Que también lo necesitamos.
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