“Rendición”, madurez literaria de Ray Loriga
(16/02/2018) Una foto de Ray Loriga con melena, cazadora
vaquera, botella de cerveza y enormes anillos componía la portada de su novela
“Héroes” (1993). Por entonces otra foto del escritor madrileño decoraba el interior
de uno de mis cuadernos, en los que recogía citas, fragmentos de lecturas y
canciones. Entonces leí alguna de sus primeras novelas, pero no me identificaba
con los personajes que poblaban aquellas historias. Veinticinco años más tarde
una sesión del Gabinete de Lectura de La Central me ha permitido reencontrarme
con aquel héroe literario de los 90.
El encuentro con un Loriga maduro no ha
sido decepcionante, más bien al contrario. “Me he vuelto un antiguo” (El
Confidencial, 2017), afirmaba en un titular. Reposado y serio, según avanza el
Gabinete se le escapa un fino sentido del humor y un travieso reírse de todo,
incluso de sí mismo. Más bajo de lo que esperaba, viste chaqueta de punto azul
marino con cremallera, sobriedad que cubre, como en una metáfora, el colorido
atuendo interior, un polo de manga larga a rayas y un pañuelo de cuello verde
esmeralda con flores rojas y fucsias. Durante el gabinete se arremanga
en ocasiones, dejando al descubierto dos enormes tatuajes de tinta desvaída por
el tiempo (Loriga y sus tatuajes, en una época en que casi nadie los tenía), una especie de
tribal que acaba en algo que me recuerda a la cola de un lagarto y un
contundente “Christina” en el otro brazo. Nos regala frases contundentes y
pensamientos lúcidos durante toda la sesión del Gabinete que compartimos con
él.
Una de nuestras compañeras le recuerda un otro
titular, “Yo quería ser Ray Loriga de mayor y ahora que lo soy no lo soporto” (Vozpópuli,
2014). “Uno acaba detestando el personaje que creó, no a la literatura. El
personaje puede dar una proyección mediática pero acaba resultando pesado”,
responde. Loriga ejerció durante años, además de como escritor, como modelo,
pareja de rockera, letrista de canciones, niño mimado de un grupo mediático, enfant terrible, bello, superviviente…
Más titulares, “Estoy hasta los huevos de
la etiqueta rock and roll” (CTX, 2017). Y tengo que ser yo la que le saca el
tema, que él esquiva rápidamente, respondiendo que sólo ha escrito una novela
sobre rock, la mencionada “Héroes”, aunque el rock sigue estando presente en su
vida; durante la charla nombrará, entre otros, a David Bowie y a Neil Young,
refiriéndose a su célebre canción “Hey Hey, My My” cuando se le pregunta por su
película “La pistola de mi hermano”.
“Rendición” hace el número doce de los libros
de Loriga, en una carrera de veinticinco años. El libro lo empezó hace siete, pero
cuando lo llevaba avanzado lo aparcó para escribir “Za Za, emperador de Ibiza”,
algo que no le había sucedido con anterioridad. Al ser “Rendición” una novela
con una única voz, nos cuenta que tuvo miedo a que la voz se le fuera, “a veces
pensaba que estaba hablando yo en lugar del personaje”. Después de finalizar “Za
Za…” retomó el texto con “la mirada más limpia, las ideas más claras y más
entusiasmo”, poner distancia le hizo bien. Loriga nos confiesa que las primeras
páginas de la novela son las únicas que no han variado. El libro comenzó con
“una sensación, un tono”, tenía claro que sería una novela de una sola voz,
todo llegaría “a través de los ojos y el conocimiento” del protagonista. El
tono era muy delicado y temía perderlo, de ahí el parón de varios años. Buscaba
una fábula que estuviera construida con elementos realistas, futuros que pueden
resultar creíbles.
La novela fue ganadora del Premio Alfaguara
2017. “Me gusta los premios cuando me los dan a mí”, dice entre risas. Trata
sobre el proceso de traslación personal y de “diáspora mental”, y de cómo
afecta ese proceso a lo que pensamos que somos. El protagonista es un hombre
maduro, con una vida hecha, que tiene la sensación de “saber quién es”, en ese
contexto llegan las preguntas sobre quién fuiste y quién llegarás a ser. Loriga
opina que la sensación que tenemos sobre nosotros mismos “viene de nuestra relación
con los demás”, amor, amistad, familia, trabajo, posición; “cuando eso se
empaña, ¿cuánto queda de uno mismo?”, se pregunta el autor, que recalca en
varias ocasiones que le interesa la reflexión del lector, “no quiero imponer
dogmas sino presentar posibilidades”, evitando moralismos. Y lo consigue, la
novela es un libro que presenta continuas “paradojas y conflictos” al lector, hace
pensar constantemente, nos planta ante las diferentes encrucijadas que se le
plantean al protagonista; llegamos a entenderle, a exasperarnos con él, a sentir
su miedo y su incomodidad, a enfadarnos de su fanfarronería y de sus momentos
de cobardía, le apoyamos en sus dudas y su disensión. El propio Loriga ha
definido a su narrador en alguna entrevista como “un estorbo del futuro, un
estorbo del progreso”.
La novela ha sido calificada como una
distopía, aunque Loriga responde que la ve como “una fábula, rozando la ciencia
ficción, aunque en este libro no hay ciencia”. Pensó incluso durante su
escritura en “Los viajes de Gulliver”. Confiesa que el libro estaba casi
finalizado hace cuatro años, coincidiendo con la enésima revisitación de “1984”
de George Orwell, también volvía a la actualidad “El cuento de la criada” de
Margaret Atwood por la serie basada en la novela. “Fueron coincidencias,
confluyeron las cosas, no empecé el libro pensando en eso”, admite el autor.
Podríamos dividir “Rendición” en dos
partes; la inicial, cuando están inmersos en esa guerra de la que poco sabemos
y el posterior viaje en el que abandonan su comarca. La segunda parte comienza
cuando se instalan en la ciudad de cristal. “No empecé la novela en la ciudad
transparente para que el lector se diera de bruces con la ciudad, igual que le
ocurre al protagonista”, explica. El narrador ve de alguna manera idealizado el
mundo del que viene, porque allí tenía una posición privilegiada, de la que era
consciente porque no venía de ahí, la consiguió por su matrimonio. Mientras a
él no le afecta lo que va sucediendo a los otros individuos se iba escudando en
el “yo no sabía”, esa “inocencia del desconocimiento”, que ha pasado tantas
veces a lo largo de la historia, como sucedió en la Alemania nazi. La ciudad
transparente, esa ciudad “ideal” a la que llegan tras abandonar su tierra,
donde no hay olor ni dolor, a causa de esos baños que producen una constante e
injustificada alegría que les lleva a ser incapaces de irritarse. En la ciudad
transparente se impone una claridad que “engulle los secretos, los deseos y los
misterios” y acaba siendo una muestra de que hasta lo bello y perfecto llevado
a un extremo puede convertirse en algo terrible.
De alguna manera lo enlaza con lo que está
sucediendo actualmente por la implantación masiva de las redes sociales.
Pertenecemos a generaciones que crecieron en mundo en el que “protegíamos la
privacidad de nuestro entorno”. Ahora todo el mundo quiere enseñarlo todo y
opinar sobre todo, constantemente. La sociedad de la ciudad de cristal es una
sociedad desnuda, exhibicionista, lo que conecta con la sociedad actual, la de
las redes sociales. Es la idea de una sociedad “transparente” y la paradoja que
conlleva, la ventaja de que no se puede esconder nada pero a la vez desaparecen
los secretos y el misterio, algo fundamental para el ser humano. “Ya no hacen
falta guardianes, nos vigilamos unos a otros”, afirma Loriga. También contiene la
novela una reflexión política sobre el individuo, el grupo, la democracia y sus
límites, “hasta qué punto puede pasar el consenso por encima de los derechos de
unos pocos, incluso de uno solo”. Reflexiona el autor que las democracias
desarrolladas deben al menos considerar la opinión del que está al margen. Otro
tema que le interesa es “cuánto están dispuestos a perder en las sociedades del
bienestar a cambio de una supuesta sensación de seguridad”.
Porque “Rendición” es también un libro
sobre el totalitarismo. Loriga ha incluido un sistema plagado de “amabilidad y
dulzura”, pensando en totalitarismos “invisibles y futuros”, porque como afirma
en otra de sus certeras frases, “el diablo es tan listo que no vendrá de nuevo
con el mismo rostro”. Y nos alerta de la apariencia de libertad que es la más
totalitaria de todas, como la que ensalza al individuo como ser de producción y
ser de consumo. “Cuando estás bien alienado no te das cuenta, incluso participas
con entusiasmo”, reflexiona. El autor opina que “hay una sobrevaloración del
consenso y una tiranía de la opinión general; esto provoca la sensación de que
el individuo siempre tiene un grupo como enemigo”. Afirma que “Cuánto más
grandes son las banderas, más pequeños los individuos”, otra contundente frase suya
que escuchamos durante el Gabinete.
Como curiosidad en el libro no aparecen nombres,
excepto el del niño que recogen y los hijos desaparecidos. “Soy muy malo con
los nombres”, bromea, “en realidad tiene que ver con el limbo en que meto a los
personajes, no se sabe la raza, el país, si la guerra es civil o contra otro
país…”. El tema de la ausencia de nombre tiene que ver también con la voz del
personaje que narra, “cuando uno piensa, no lo hace nombrando”. Al niño le
llaman Julio porque tienen que ponerle un nombre, y a los hijos desaparecidos
los nombra “por anhelo”.
También comenta su diferencia de registro a
la hora escribir, lo que da lugar a novelas muy diferentes entre sí. No lo considera
un mérito pero confiesa que no lo puede evitar ni lo hace adrede, “es mi forma de
escribir”. Le influyen los libros que lee, las sensaciones literarias que permanecen
en su cerebro. “Lo primero que busco es un tono, una voz y luego en qué
historia puede encajar”. Explica que toma notas pero no planifica demasiado las
historias ni lleva esquemas. Preguntado por cuál de sus novelas es su preferida,
Loriga nombra, sin dudar, “Tokio ya no nos quiere”, una historia sobre la
destrucción selectiva de la memoria.
Hay lugar para el cine en su conversación
con nosotros. El séptimo arte es muy importante en la obra de Ray Loriga, no
sólo por haber escrito guiones y dirigido películas. Lo considera como
“escritura para otros”, en ocasiones por encargo, que le sirve “para desoxidar
y combatir el solitario oficio de escribir”, ya que es un trabajo en equipo,
donde hay que considerar más ideas. De alguna manera su escritura es muy
cinematográfica. Así, confiesa haber tenido en la cabeza durante la escritura
de “Rendición” a Andréi Tarkovsky y la aclamada película “Hasta el fin del
mundo” de Win Wenders (1991).
Un reencuentro con un gran Loriga. Que veinticinco
años no son nada…
Loriga es un hombre de frases contundentes
cuando habla, y también cuando escribe. Estas que he subrayado durante la
lectura de “Rendición”, pueden ocupar un lugar destacado en aquellos cuadernos
de citas, que no estaría mal retomar.
Los responsables de lo nuestro piensan por
nosotros mientras piensan en nosotros.
La gente que sabe contar historias siempre
tiene compañía.
Un hombre que no provee de lo que necesitan
a los suyos se va haciendo pequeño hasta que no existe.
Se obedece porque conviene y se duda porque
se piensa. Y si una cosa salva la vida la otra parece salvar el alma.
Sorprende darse cuenta de cómo el amor
alimenta y calma aun en las peores condiciones, o precisamente y con más razón
en las peores condiciones.
Porque está guerra yo no la entendí desde
el principio, ni sé por qué empezó ni por qué se luchaba exactamente.
Uno puede por razón o creencias o coraje
rebelarse contra un mal, pero por nada puede un hombre cabal poner en peligro a
los suyos.
A veces, cuando se ha perdido ya la magia y
la situación ha decaído, lo más sensato es abandonar.
Con ser tan feliz frente a la adversidad, y
sobre todo a mi pesar.
Es curioso comprobar cómo se echan de menos
sensaciones que no son buenas, pero a las que uno se ha acostumbrado, y cómo
sin miedo alguno se duerme bien pero se levanta uno extraño.
Nada de lo que pasara en mi vida, por raro
o incómodo que fuese, conseguía entristecerme.
Había tan poca suspicacia en esa ciudad que
al final era imposible no inquietarse.
Un hombre absurdamente satisfecho con su
suerte.
Los días pasaban sin pena ni gloria. Todo
va tan bien que los ciudadanos pierden el interés. Hastío
Una vez que aprendí a ordenar mis
prioridades me di cuenta de que no tenía prioridades que ordenar.
Una vez que se acepta que Dios no lo ha
llamado a uno para nada extraordinario, se empieza a vivir de veras como se
tiene que vivir.
Mi alegría injustificada y yo nos fuimos
aceptando.
De tanto verlo todo ya no quiere uno
prestarle atención a nada.
En el campo uno aprende a conocer los
límites de las cosas y es la tierra la que manda.
En esta otra vida no parecía mandar nadie.
Esta vida sin tormentas ni tropiezos no la
entendía ni quería entenderla.
0 comentarios:
Publicar un comentario