BBK Music Legends Festival 2018 Bilbao, la espectacular cuarta juventud de nuestros mitos musicales
La suerte de tener al
mejor maestro de música que te hace reescuchar y descubrir clásicos. Enterarte
de que toca en un festival tu último artista adorado, junto con unas cuantas
estrellas de la mejor época del rock. Paladear el cartel del BBK Legends, con Wilko
Johnson, Steve Winwood, John Cale, Glenn Hughes y Jeff Beck, entre otros. Leer
en una red social a un amigo que se escaparía al festival si pudiera. Pensar que
sería una fantástica idea… Y surge la posibilidad… ¿Y si, SÍ?
Efectivamente nos
decidimos y allí estuvimos, en la Ola de Sondika para disfrutar de un par de
días de conciertos, el viernes 29 y el sábado 30 de junio, con un cartel de
campanillas y en una ciudad, Bilbao, a la que siempre hay que volver. ¿Qué
podemos decir que no sepáis sobre la belleza de su casco viejo, lo bonito de
pasear siguiendo la ría o la amabilidad de su gente? A todo lo que ofrece de
bueno la ciudad hay que añadir la estupenda organización de este festival al
aire libre, desde el acceso en transporte público (a tan solo tres paradas del
centro), con empleados en todas las estaciones que ayudan en lo que haga falta
al viajero despistado y al turista (aprende Madrid), hasta el acceso, los
puestos de comida, bebida y merchandising, o la cómoda salida del festival.
Situado en un entorno privilegiado, el BBK Legends es un festival amable que
reconcilia con este tipo de eventos de los que no soy fan. También ayuda estar
rodeados de un público maravilloso y ecléctico, de todas las edades y
condición, un público que ama de verdad la música y pasa del postureo de muchos
de estos saraos. Volveré al público, que tanto ha llamado mi atención, más
adelante.
El viernes nosotros comenzamos
los conciertos con Wilko Johnson, el incombustible guitarrista de Dr. Feelgood.
Acompañado de bajista y batería, vimos a un Wilko que se mantiene en buena
forma, una vez que parece superada la grave enfermedad que se le detectó hace
unos años. Durante su enfermedad Wilko no ha parado quieto, una muestra es su
álbum “Going Back Home”, con Roger Daltrey de los Who. Un lujo escuchar en
directo la incombustible “Roxette”, rodeados de árboles y relativamente cerca
del escenario, sin agobios ni apreturas. El titán Wilko afortunadamente sigue
vivo, coleando y ametrallando al público con su guitarra rojinegra, en lo que
es uno de sus gestos más reconocibles en el escenario. Hay que destacar el gran
trabajo del bajista Norman Watt-Roy, que no paraba de moverse, con un sonido de
bajo contundente e incluso dominante en muchos momentos. Nacido en la India,
formó parte del grupo de Ian Dury. Casi nada.
Y llegó el momento de mi actuación más esperada, la del enorme Steve Winwood. Con una larga carrera en solitario e integrante de bandas míticas como Spencer Davis Group, Traffic o Blind Faith, cincuenta años de espléndida carrera son su mejor carta de presentación. Magnífico teclista, más que competente guitarrista y maravilloso cantante de voz negra, el pelirrojo Winwood ha escrito algunas de las páginas más brillantes de la historia del rock. Tenía mucha curiosidad por verlo y no me defraudó. Como sucede con estas figuras, el músico de Birmingham vino a Bilbao acompañado de una gran banda, eso sí, sin bajista. Rich Bailey a la batería, Jose Neto a la guitarra (una curiosidad, sin clavijero), el percusionista Edwin Sanz y Paul Booth, versátil multiinstrumentista que además de tocar saxo, flauta y clarinete y acompañarle en los coros, se pasaba al teclado en las canciones más rockeras, para las que Winwood recuperaba la guitarra. Nuestro ídolo pasó gran parte de la actuación sentado frente a un precioso órgano ¿Hammond? de hechuras sesenteras. Fue un concierto donde predominaron los sonidos jazzísticos y de R&B, con momentos cumbres como “Dear Mr Fantasy” de Traffic y mi canción fetiche “Can´t find my way home”, de Blind Faith, el supergrupo formado con Eric Clapton, Ginger Baker y Ric Grech, un tema que casi encierra una vida dentro de él. También de este irrepetible trabajo, que pude comprar el mes pasado en una feria de disco de ocasión, sonó “Had to cry today”. Puro escalofrío. El mito cerró su actuación con “Gimme some loving”, el gran éxito de su etapa en Spencer Davis Group. Con un repertorio así y tan buena ejecución, poco más se puede hacer que dejarse llevar por una música exquisita y ya atemporal. Winwood, con gafas de vista y una ancha camisa blanca, mantiene buen pulso con los instrumentos y una voz elegante y en perfecta forma. Hubo un problema con el sonido y, ante las quejas de algunos espectadores de primera fila, paró el concierto en la tercera canción para intentar solucionarlo. Las leyendas también se reconocen por su forma de salir del paso de las situaciones, y así sucedió con Winwood, quien no perdió la compostura en ningún momento, prosiguiendo la actuación sin más sobresaltos cuando todo quedó resuelto. Impecable, enorme, bello, un concierto plenamente feliz.
El sábado contamos
con la presencia de otros tres míticos intérpretes de la historia del rock.
Llegamos con el concierto de John Cale empezado, pero aún nos dio tiempo a
escuchar “Waiting for my man”, lo que no es cualquier cosa. Historia viva del
rock entre otros motivos por haber fundado con Lou Reed The Velvet Underground,
vimos a un Cale con el pelo teñido de rubio y delgado, se mantiene en buena
forma a pesar de haber rebasado con creces la séptima década. El músico galés
se acompañaba de una banda joven, con la que realizó un sonido de corte experimental,
alternando por su parte la ejecución de teclados y guitarra.
Sin que sufriéramos
una transición de escenario demasiado larga, mientras se cambiaban los
instrumentos vimos desplegarse una colorida tela con el nombre de Glenn Hughes.
Otro mito. Bajista y cantante en alguna de las formaciones de Deep Purple en
los 70, y cantante de Black Sabbath en los 80, con Hughes llegó el rock duro al
escenario de la Ola. Acompañado por una potente y competente banda, cómo no,
desplegó su portentosa voz en el escenario. Hughes, que se define como un “atleta
vocal”, es poseedor de un registro muy amplio, alcanzando notas muy agudas.
Compaginó las voces con el bajo, que abandonó en alguna ocasión en manos de
otro miembro de la banda. El público más metalero vibró de lo lindo. Los que lo
somos menos y nos perdemos entre los cuatro (¿son cuatro?) Mark, también
disfrutamos lo nuestro. Nosotros vimos parte de la actuación sentados
cómodamente sobre el césped, pero nos levantamos hacia el escenario cuando
sonaron las primeras notas de “Smoke on the water”. Hubo una versión, “Georgia
on my mind”, desnuda y emotiva, para acometer lleno de potencia las
incombustibles “Highway Star” y “Burn”. El lujo de escuchar en directo temas
como estos queda para mi memoria y emoción personal. “No habéis venido a verme,
he venido a veros”, afirmaba el músico. El concierto finalizó con la banda
abrazada a Glenn, que se mostró como un tipo de lo más afable. “El amor es la
respuesta y la música la curación”, nos dijo como despedida.
Y llegó la actuación
que pondría fin a la edición de 2018 de este BBK Legends. Era el turno de Jeff
Beck, uno de los guitarristas míticos de la época dorada de los sesenta y
setenta. Contemporáneo de grandes guitarristas como Eric Clapton, Jimmy Page o
Pete Townshend. Beck formó parte de grupos como The Yardbirds, creando más
tarde su propia banda, Jeff Beck Group donde militaron músicos como Rod Stewart
o Ron Wood. De Beck se suele destacar su eclecticismo, gracias al que
experimenta con rock, blues, heavy metal, jazz e incluso música electrónica. Se
alaba su perfección en la ejecución del instrumento pero al mismo tiempo se le
tacha de cierta frialdad. Opiniones para todos los gustos sobre un músico cuya
carrera, ininterrumpida, alcanza ya cinco décadas. Instantes antes de aparecer
en escena la megafonía indicaba que no se podían tomar imágenes del concierto,
algo poco entendible, teniendo en cuenta que la noche anterior en su concierto
madrileño en las Noches del Botánico, sí se habían podido hacer fotos y videos.
Sin darnos tiempo para reaccionar, los músicos aparecieron en escena. Nuestras
miradas se dirigieron hacia Beck, menudo, con eternas gafas de sol, ancho
pantalón blanco, chaleco que dejaba al descubierto sus brazos y pañuelo negro
al cuello, repeinado, más tarde se encargaría de despeinarse en la ejecución de
uno de sus solos, con la única guitarra que usó durante todo el concierto, una
inmaculada Fender blanca. La banda que acompaña a Beck está compuesta, por
supuesto, por prestigiosos músicos de estudio. En esta gira no le acompaña la
joven australiana Tal Wilkenfeld quien, como he podido leer, actualmente es
telonera con su propia banda en la gira de The Who. Su bajista actual es la
fantástica Rhonda Smith, quien se llevó muchos aplausos del público, en su
haber destaca su trabajo con Prince entre muchas otras luminarias. El batería
es Vinnie Colaiuta, quien ha tocado con estrellas como Frank Zappa, Leonard
Cohen, Beach Boys o Eric Clapton. Beck ha cambiado los teclados por el cello de
Vanessa Freebairn-Smith, con una larga carrera en la que ha tocado con Trent
Reznor, Ringo Starr o Dhani Harrison. Aunque gran parte del concierto es
instrumental, Beck cuenta con un cantante, Jimmy Hall, nacido en Alabama, para
mi gusto un poco torpón en el escenario, aunque realizó una poderosa
interpretación de “A Change Is Gonna Come” de Sam Cooke, que finalizó tirándose
literalmente al suelo. Muy bonita. Durante el concierto el helado Beck poco a
poco fue entrando en calor, empezó a sonreír e incluso tuvo algún gesto
cómplice con el público. También sonó el “Little Wing” de Jimi Hendrix y, en lo
que fue uno de los momentos más emotivos, el “A day in the life” de los
Beatles, emoción total en una demostración de lo indiscutibles que son los
fabulosos cuatro de Liverpool. Música inmortal interpretada como homenaje por
otro de sus contemporáneos. Precioso. Despedida emotiva y cálida, con un Beck
que parecía feliz, y que ofreció el único bis de un Festival donde los tiempos
estaban perfectamente medidos.
La tercera o cuarta
juventud que están disfrutando los ídolos que por suerte nos quedan vivos, nos
está permitiendo descubrirlos en directo a los que éramos pequeños o no habían
nacido cuando ellos triunfaban, y a sus seguidores de entonces volver a verles
en activo. Una suerte para todos porque la mayoría sigue en un estado de forma envidiable.
Y como colofón,
quiero dedicar un comentario especial al público. Envuelto en aromas de pachuli
y humo de todo tipo de hierbas, ecléctico, tremendamente respetuoso, entregado
y feliz con lo que estábamos viviendo. Una gozada de público. Como rezaba la
camiseta que vi a un señor en el tren de regreso: “Seré un abuelo pero aún voy
a conciertos chulos”. Un público variopinto, entre el que vi a un señor con
pinta de comercial, camisa, rebeca, pantalones de pinzas y zapatos castellanos,
encadenando un cigarro tras otro mientras disfrutaba, hierático, de los
conciertos de sus ídolos de juventud; o una pareja vestida con ropa de impecable factura y complementos caros, montados en los solos de Jeff Beck, abrazados y con los ojos cerrados; hippies
de frondosa melena blanca; jóvenes con los más variados estilismos, incluidas
botas de agua con shorts al estilo Glastonbury e innecesarias porque tuvimos la
suerte de que en las dos noches no cayera ni una gota; rockeros de aspecto
clásico, vaqueros campana, camiseta entallada, ancho cinturón de cuero con
medallones metálicos, gafas de sol vintage, grandes patillas y melena con
reflejos rubios; y mujeres, muchas mujeres, de todas las edades, maravillosas
abuelas rockeras, ninguna acompañante, todas protagonistas, verdaderas locas
por la música, de las mías. Qué gusto estar rodeada de un público que paladea
estas músicas exquisitas, sin molestas charlas, animando a sus ídolos a gritos,
con los ojos cerrados, moviéndose ondulantes, agitando desenfrenadamente la
cabeza, con guiños heavies, balanceando los brazos, aullando al escuchar los
primeros compases de una de aquellas canciones de su juventud, o al escuchar un
riff descubierto entre los discos de los padres (o de los abuelos). Pero siempre,
todos, disfrutando desde la absoluta admiración y el respeto. Generando una
corriente que retroalimenta a los músicos y al público, en una feliz comunión.
Al fin y al cabo eso es la música. Como cantaban The Who, “Long Live Rock (Be
It Dead or Alive)”.
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