Y sigo arropándola

8:41 a. m. Conx Moya 0 Comments



Mi colaboración con Maskao Magacin. 18/05/2018
La encuentro tan graciosa, con su pelito corto, sus cigarrillos negros de una marca poco usual, su forma peculiar de fumar sin tragarse el humo; ella dice que en realidad quema tabaco… Es muy sociable, pero con una cierta timidez que hace que se quede un paso por detrás en los saraos.
Desde que nos conocimos me he convertido en su preferido, o al menos así lo creo, y eso me hace sentirme bien. Quiero arroparla, que sienta mi calor. Suelo acompañarla en sus correrías alrededor de una radio libre en la que participa activamente, en realidad es lo que ocupa casi todo su tiempo. Somos habituales de un maremágnum de entradas y salidas alrededor de las actividades de la radio.
Me encanta la gente de la radio. En realidad aún no han empezado a hacer programas, todo el ingente trabajo que realizan está destinado a la compra de los equipos de la emisora. Cuando participo en sus historias, la sigo como puedo. En ocasiones acabo perjudicado, salpicado de la pringosa leche de pantera que está preparando junto con otro compañero o rozado por un cigarrillo dentro de un pogo en algún concierto. A pesar de lo mucho que ella se preocupa por mí, experimento cierta tensión cuando participamos en una actividad de la radio, porque nunca sé cómo vamos a acabar.
La mañana nos ha sorprendido con más frío del que podía esperarse para el primer día de mayo. Se ha despertado temprano y lo primero que ha hecho ha sido levantar la persiana y mirar el cielo, cubierto de nubes que amenazan lluvia. Como llueva se nos fastidia la manifestación. Se ha abrigado, por lo que pueda pasar, así que hoy me toca ir con ella. Nos espera trabajo duro en el chiringuito que han montado en la Plaza de Santa Ana. Al llegar, divisamos a lo lejos la enorme pancarta que han atado entre dos árboles. Con esta nueva fiesta de la radio en el Día Internacional de los Trabajadores, pretenden seguir avanzando en su propósito de equipar la emisora.
Uno de sus compañeros ha traído una cámara buena. Ellos se quejan a menudo de que apenas tienen fotos juntos, así que han decidido remediarlo. A ella le ha pillado desprevenida, y mientras el chico tiraba una serie de fotos, le ha increpado en broma, con el cigarrillo en la mano. Luego ya ha posado, pero no le gusta que le hagan fotos, se pone muy nerviosa. Ella intenta disimularlo, pero yo sé que anda disgustada. Asuntos de corazón de esos en los que yo no puedo hacer mucho. Al menos intento arroparla cuando en ocasiones la siento helada por dentro.
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Diez años después de encontrarnos, la causa saharaui ha irrumpido en su vida. Nuestras salidas se centran ahora en innumerables actividades, manifestaciones, charlas, presentaciones y conferencias relacionadas con el Sahara Occidental. En esta noche de sábado nos acercamos al Colegio Mayor Chaminade. Un grupo de estudiantes solidarios han organizado unas jornadas para presentar una recién creada plataforma universitaria de apoyo a la causa.
Se descalza y se sienta sobre una alfombra junto con varios chavales. Las alfombras nos protegen del helado suelo de terrazo. Hace frío en el salón, escasamente caldeado, por lo que procuro ceñirme a ella para que mi presencia le dé calor. Un escritor saharaui ha traído uno de sus libros y comienza a hablarnos sobre los jóvenes de su tierra que en los años 70 estudiaban en las universidades de España y que formaron parte de una generación prodigiosa, que tuvo que asumir importantes responsabilidades en un momento especialmente difícil para la supervivencia del pueblo saharaui, cuando España abandonó el territorio de la peor manera posible y el Sahara Occidental fue invadido por Marruecos. Los estudiantes han participado activamente en el debate posterior, haciendo preguntas sobre la juventud, la cultura y las experiencias de los saharauis que viven en España como inmigrantes, en un segundo exilio que ellos llaman diáspora. Estamos sentados alrededor de una lámpara de cuero pintado, que emite una luz tenue, creando un ambiente perfecto para lo que nos están contando. Un poeta saharaui ha comenzado a preparar té muy amablemente mientras explica cómo se introdujo esta bebida en su cultura y recita unos poemas. “El primer té es amargo como la vida. El segundo, dulce como el amor. El tercero, suave como la muerte”, dicen los saharauis. Un leve seseo, vestigio de sus estudios en Cuba, otorga una especial musicalidad a las palabras del poeta. “Cuando la luna se abriga / la anciana noche se asila / en la silueta de una hoguera”, recita con voz pausada.
Desde que el Sahara está en su vida la encuentro muy feliz.
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Veinte años hace ya que estamos juntos. He visto crecer su pelo, su cuerpo ha ensanchado, han llegado las primeras canas y su cara se va poblando de arrugas, ya no sólo de expresión. La he visto sonreír mucho más con los años. Siempre observadora, me complace su empeño en aprender y su determinación por madurar. A pesar del paso del tiempo se mantiene joven y divertida y ese es el motivo de que yo siga a su lado. He de decir que también tiene muchos defectos, pero no voy a ser yo quien los desvele. Nunca hay que traicionar a los nuestros.
En los últimos tiempos ha puesto todo su empeño en escribir y ha recuperado su interés por la música y la radio. Hemos venido a una Feria del Libro y del Disco en Radio Vallekas. Es un frío y soleado día de diciembre y como siempre mi propósito es arroparla. Ella ha colocado sus cosas en la esquina de una mesa y enseguida hemos ido a ver lo que se cocía por los otros puestos, repletos de fanzines, ilustraciones, pegatinas, libros, discos, chapas, marcapáginas... Nunca ha tenido espíritu comercial pero sí una enorme curiosidad, así la encuentro en su salsa, rebuscando entre los puestos, hablando con los artistas, preguntando a las chicas de los fanzines, “ahora hay muchas chicas haciendo cosas”, nos dice una de ellas. Entramos al estudio donde están entrevistando a unos chicos de una editorial independiente sin ánimo de lucro en la que entre todos los componentes distribuyen libros “por amor al arte”, con el propósito de hacer frente al control sobre la creación literaria que ejercen las grandes corporaciones.
Hay una banda en una sala al fondo. Están empezando a montar los instrumentos. Esto promete. Echaba de menos aquel ambiente eléctrico por el que nos habíamos movido en el pasado, así que estoy feliz de que siga contando conmigo en este viaje que ella llama “un proyecto propio”.
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En ocasiones me pregunto cuál fue mi anterior hogar y quién me llevó a Marmota. Pero no soy capaz de recordar cómo recalé en aquella tienda de ropa de segunda mano. Allí llegué a mediados de los años 90, a poco de que abrieran aquel local en los alrededores del Rastro de Madrid. Mi memoria de lana comienza con aquellas dos chicas entrando en la tienda, rebuscando entre las perchas y los estantes, probándose gafas, sombreros y fulares. Recuerdo las risas cantarinas que llenaban de luz sus ojos. Cómo habría deseado en ese momento tener la capacidad de moverme y captar su atención. Deseaba con todas mis fuerzas gustar a alguna de ellas y que me llevara consigo. ¿Hay algo más triste que quedarte tirado en un estante, doblado todo el día? Sin posibilidad de embellecer y arropar a una muchacha.
Mientras rebuscaban chaquetas de cuero para la chica de enormes ojos verdes, la de pelo corto reparó en mí. Se me acercó al momento. Fue un flechazo. Me eligió sin dudar. Le he escuchado decir en ocasiones que yo le recordaba a los jerséis que le tejía su tía cuando era pequeña. De cuello abierto, manga francesa, con aberturas a los lados, de brillante color verde y con unas flores bordadas en un lado, mi confección recuerda efectivamente a unos sueters de punto que estuvieron de moda en los setenta. Creo que soy un jersey bonito, pero claro, qué voy a decir yo.
Han venido otros, han entrado y salido de su habitación, sin embargo yo soy el que sigue en su armario. Veinte años con ella y sigo arropándola.

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