La pulsera de Rabab

6:00 p. m. Conx Moya 4 Comments



Llevaba treinta años buscando a quién regalar la pulsera que había realizado con sus propias manos tanto tiempo atrás. A veces pensaba en aquella búsqueda como en la del zapato de Cenicienta, ¿para qué mujer sería aquella joya tan especial?
Fue orfebre durante varios años en El Aaiun, capital del Sahara Occidental, la ciudad de los manantiales, víctima de décadas de opresión por una injusta ocupación militar. Se consideraba un enamorado del pueblo saharaui, de quienes aprendió muchas cosas, su humanidad, la milenaria hospitalidad del desierto, el valor de la amistad… Ellos también le enseñaron sus formas tradicionales de trabajar la plata para hacer anillos, las bellas pulseras para el tobillo llamadas jaljal, tocados para el pelo, y tbalich, los delicados brazaletes saharauis. Sus joyas tradicionales eran muy solicitadas, y había conseguido algo muy difícil, dominar las técnicas para trabajar la plata a la manera típica del Sahara.
Los años que vivió en El Aaiun pudo comprobar que la convivencia era buena, había casos de extranjeros que se mezclaban con la población atraídos por el misterio de los hombres desierto, accediendo a las familias y a sus casas. A los saharauis les agradaban los españoles que se esforzaban en chapurrear su idioma hasania, vestían en las fiestas la ropa tradicional que les regalaban o comían el cuscus con la mano compartiendo una misma fuente. Siempre recordó aquella etapa como una época muy feliz para él, incluso cuando las cosas se complicaron, cuando empezaron a llegar malos vientos del norte y el clima se enrareció en El Aaiun. A pesar de comentarios y rumores nunca llegaron a imaginar cómo acabaría todo, con España saliendo de aquella vergonzosa manera, Marruecos y Mauritania invadiendo el territorio, bombardeos, familias enteras huyendo despavoridas, y el caos, la destrucción y la muerte cayendo encima de los saharauis como una maldición.
Coincidiendo con la época en que la situación empezó a agitarse, él comenzó uno de sus trabajos más ambiciosos, un brazalete de plata, con cierre y cadena, diferente de lo que había hecho hasta entonces. Incluyó como adornos una mano de Fatma, un camello y otros relieves tradicionales, empleando muchas horas, trabajo y plata en aquella pulsera, realmente espectacular. No dio tiempo a que nadie la adquiriera, ningún próspero comerciante la compró para su esposa, ninguna novia pudo lucirla el día de su boda, no hubo ninguna saharaui que la paseara orgullosa por la Plaza de España.
Buscó y buscó y buscó durante treinta años a la que sería dueña de la pulsera. No pensaba en una mujer saharaui porque se había alejado de todo lo que tuviera que ver con el Sahara durante mucho tiempo, para él era demasiado triste siquiera recordarlo. Sentía tanta vergüenza que no se atrevía a enfrentarse con los posibles reproches que le hicieran los saharauis, no tenía argumentos para defenderse, España en este terrible asunto no tenía defensa. Lo ocurrido pesaba toneladas sobre su conciencia porque la traición le había roto el alma, y aunque la política la hacen los gobiernos se consideraba cómplice por huir en aquellos días de infamia sin luchar por lo que él había considerado su casa.
El brazalete siempre estuvo presente en su vida, pese al muro de olvido que se había impuesto todos aquellos años y, cuando pasado el tiempo se atrevió por fin a bajar a los campamentos de refugiados, lloró por los bravos hijos de la nube encerrados en aquel inmenso pedregal, volvió a escuchar su delicioso español con perfume saharaui y se le derrumbó la esperanza de encontrar a antiguos amigos y conocidos, todo era muy distinto a sus recuerdos del Sahara, aunque la esperanza y fortaleza de los saharauis, y en especial de las mujeres, seguía intacta pese a los años de infernal destierro.
Encontró valerosas mujeres que sacaban adelante a sus familias. Ancianas que habían luchado por la independencia de su tierra, combatientes, enfermeras, poetisas, universitarias, valientes madres, hijas y esposas llenas de sacrificio y fervor. Conoció mujeres muy cultas. Se reunió con mujeres analfabetas que se esforzaban por aprender. Habló con jóvenes modernas, guardianas de las tradiciones. Halló las más bellas flores creciendo en el infierno de la hamada, apoyándose unas a otras en su desgracia. Comprobó que los saharauis en los campamentos vivían una situación penosa, pero llena de dignidad, y la colectividad impuesta por siglos de dura vida en el desierto se había trasladado al refugio.
Aun así regresó de los campamentos con la pulsera en la mochila, además de grandes amigas y muchos ejemplos a seguir. El viaje le sirvió para retomar su contacto con el Sahara y descubrió que en la amada tierra que a él también le arrebataron miles de saharauis seguían resistiendo y luchando por la libertad.
Seguía sin encontrar a quien entregar la pulsera hasta que conoció a Rabab en Madrid. La joven, estudiante universitaria de las zonas ocupadas, había salido con muchas dificultades a través del consulado de un país del norte de Europa, para dar a conocer la represión que se vivía en el Sahara. En sus conferencias habló con pasión de su pueblo y su lucha pacífica por la libertad, por la tierra y por el respeto a los seres humanos y, a través del testimonio de vida que ofreció Rabat, él pudo acercarse a la realidad de los saharauis que resisten en las ciudades ocupadas. Desaparecidos, cárcel, torturas, humillaciones, familias separadas, violaciones, juicios sin ninguna garantía, discriminación, muerte y expolio ante la más cruel indiferencia del mundo. Una resistencia de más de treinta años silenciada por la codicia y la indignidad de los poderosos. Rabab nació cuando España llevaba una década fuera del territorio y creció bajo las garras de un sultán temible y sanguinario. Ahora vivía bajo la opresión de otro dictador revestido de democracia por gobiernos sin escrúpulos. En el Sahara ser saharaui era un problema y luchar por la libertad un crimen.
En su primer encuentro pudo ver una mujer joven, de frágil belleza de sultana de las mil y una noches. Delgada y sutil, se esforzaba por sonreír constantemente, hablaba hasania pero ellos se entendieron en inglés, pronunciado por Rabab con voz cristalina y firme. Fruto de la política marroquí de borrar cualquier huella que recordara a la antigua metrópoli, Rabab no sabía español, aunque recitaba de corrido, entre risas y con voz infantil, una curiosa cantinela que su madre les contaba cuando eran pequeños: “- ¿Cómo está tu madre? ¿Todavía está en el hospital? - Sí, pero su corazón está mejor”, texto rescatado por su madre de su época de estudiante en la que fuera provincia 53 de España.
Viendo reír a la dulce Rabab resultaba difícil pensar en las vejaciones y el sufrimiento que padecía en el Sahara ocupado, aunque en ocasiones, cuando pensaba que nadie la miraba, las preocupaciones se reflejasen en su cara y unas sombras oscuras rodearan sus ojos negros, triste resultado de todo lo que estaba viviendo.
En las distintas conferencias en las que participó, Rabab afrontó con valentía y aplomo las duras vivencias que le tocó relatar:
“Los estudiantes saharauis tenemos que estudiar en universidades de Marruecos. Si en los colegios del Sahara nos acorralan, humillan y acosan, estando en nuestra tierra, imaginad lo que ocurre con nosotros en el propio Marruecos. Estamos discriminados, no quieren que estudiemos, si nos sorprenden hablando nuestra lengua nos golpean e insultan y tampoco podemos llevar la melhfa o la darra, las ropas que siempre hemos vestido los saharauis. Hace unos meses comenzamos sentadas y manifestaciones pacíficas para protestar por nuestras condiciones, y respondieron con decenas de policías que se emplearon salvajemente contra nosotros”, contaba Rabab. “A una compañera le acuchillaron en el vientre, a un chico le rompieron las piernas, a mí me llenaron el cuerpo de moratones por los golpes que me propinaron, y una de mis amigas perdió un ojo, un policía le estalló el globo ocular con una porra”. En ese punto le dijeron que parara si no podía seguir con su relato pero Rabat continuó. “No recibió atención correcta en el hospital, no recibió más que patadas e insultos, ¡en un hospital!, ¿entendéis lo que eso significa? Ahora ha perdido el ojo y tiene machacado el pómulo, sufre dolores terribles y si no se le atiende correctamente quedará para siempre desfigurada. Una chica estudiosa, valiente y tan bella, con el rostro desfigurado para siempre”.
Rabab hizo una breve pausa y continuó: “Nos odian porque no han podido corrompernos ni someternos. Nunca podrán borrar nuestra esencia, somos saharauis y siempre lo seremos. El Sahara es nuestro y el día en que se marcharán está muy cerca. Lo que siento es rabia, impotencia y desesperación, aunque confío que nuestra lucha despierte vuestras conciencias para que comprendáis la sensación de abandono, olvido y destierro que sufrimos todos los saharauis”.

La historia de la larga búsqueda finaliza aquí. El brazalete adorna desde entonces la delicada muñeca de Rabab, para alegría del orfebre, quien también comprendió que no hay una única dueña de la pulsera, que en realidad las destinatarias de la hermosa joya son todas aquellas mujeres entregadas a luchar contra la colosal injusticia que les quiere borrar como pueblo. La lucha de Rabab y sus compatriotas no tiene de momento fin. El Sahara es para los saharauis una inmensa cárcel, una macabra fosa común donde quieren hacerlos desaparecer. Pero la liberación del Sahara es tan cierta como que todas las mañanas sale el sol. Y los bellos, dolientes y bravos ojos de Rabab lo verán. Inchalá.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡Que historia tan bonita y que bien escrita!! Ojalá los periódicos trajeran todos los días relatos como éste.

Unknown dijo...

Una historia tan bella como la protagonista.

Felicidades por este trabajo y por todo el compromiso que hay detrás

TONI

Después de pasar el tránsito al año nuevo en los campamentos de refugiados de Tinduf, quiero enviarte mis mejores deseos para este 2008 que estamos estrenando.
Mi abrazo solidario.

P.S. Espero con impaciencia nuevos relatos en HAZ LO QUE DEBAS; son extraordinarios.

Anónimo dijo...

conchi, cuánta delicadeza...
y qué brutal la historia de esa familia...
haz lo q debas...
do the right thing, sister
manu