La radio que escuchamos peligrosamente. La Luna Hiena (y VI)
NOCHES
DE LUNA HIENA
En la Luna Hiena se conocieron noches
realmente espléndidas. Al ser el último programa de la semana no tenían límite
de horario y, aunque su hora de acabar era habitualmente las dos de la
madrugada, hubo programas que llegaron a
acabar ¡a las cinco de la mañana! Recuerdo en especial uno en el que empezaron
a llamar oyentes contando su situación laboral precaria y vergonzosa, un tema
que nos interesaba tanto, porque todos lo sufríamos en nuestras propias carnes,
y con especial virulencia en aquellos tiempos; los chicos del programa también
las estaban pasando canutas por entonces, ninguno tenía trabajo fijo y después
de alguna que otra efímera experiencia laboral, seguían buscando trabajo con
poca suerte, “como todos”.
El caso es que esa noche me encantó
especialmente la llamada de un oyente (no era de los habituales, muchas veces
llamaba gente desconocida que también escuchaba el programa, una muestra más de
que no sólo nos gustaba a los amigos o a los fanáticos) que curraba en
Telemadrid, a través de una ETT con contratos de un día, a veces incluso de
horas, y que explicaba cómo estaba pasando incluso hambre, porque vivía fuera
de casa de sus padres. El programa resultó de lo más interesante y, aunque
tenía que madrugar, aguanté hasta que acabó a tan intempestiva hora y escuché
cosas que no son habituales por desgracia en la radio. No era lo típico de
“estamos contra todo porque sí” y desparrames varios, sino que se habló muy,
muy en serio.
Otra noche inolvidable fue la de las
navidades del 96. Los oyentes habituales habíamos pedido encarecidamente que
para esas fechas prepararan algo especial y la idea que tuvieron fue emitir
toda la noche de un domingo un pequeño maratón con nosotros también presentes
en el estudio. Cuando lo propusieron en antena nos pareció genial, dijimos
todos que iríamos, bueno todo el rollo de siempre. Es de imaginar cómo acabó la
nochecita: no fue ni Peter. Estuvieron solos y encima no llamó nadie, hubo
menos ambiente que nunca… Más tarde supimos que se lo montaron como pudieron,
aparte de cabrearse como monas por nuestra espantada (cobardes fuimos). Todo se
resumió en la ingesta de varios kilos de donuts rellenos. Los donuts eran un
obsequio para los oyentes pero acabaron finalmente en los estómagos de los de
la Luna, con riesgo de tragedia por zamparse tanto chocolate. De todo tipo.
Tardé mucho tiempo en visitar la Luna
Hiena; no fue hasta el verano del 97, cuando ya llevaba más de año y medio
escuchándoles. El problema era que empezaban a las 12 de la noche y el regreso
desde Vallekas al pueblo donde yo vivía entonces era pelín complicado. Durante
ese verano hacían el programa los miércoles de 10 a 12 de la noche, así que
me decidí a verles. Quedé con un par de amigas a las que también apetecía la
aventura y nos fuimos para allá. Yo conocía la anterior sede de Radio Vallekas,
donde estuve en los programas de otros amigos. Pero RVK había ido a más y, en
medio de nuestra aventura con la Luna, se cambiaron “de edificio”; de la
antigua y maravillosa casa de Nueva Numancia pasaron a un local en una zona de
pisos nuevos en lo alto de un parque. Jesús me mandó un plano en una de sus
cartas para que encontráramos sin problemas la radio.
Y llegó la famosa visita. Después de un día
de calor la noche se presentaba bastante más fresquita y amenazaba lluvia; en
plan valiente yo me había plantado un vestido corto y sin mangas y pronto me di
cuenta de que no era la mejor idea porque me estaba helando. Una de mis amigas me
dejó amablemente su jersey y así empezamos la aventura. Me había explicado que
a la nueva sede de Radio Vallekas se llegaba desde el metro de Portazgo; al
lado del campo del Rayo había que bajar por la calle Payaso Fofó, siguiendo esa
calle llegaríamos a un parque enorme y a partir de ahí entraba en acción el
plano de Jesús: subir la colina, llegar a unos edificios muy altos de pisos
nuevos que ellos llamaban las torres, buscar un bloque con una enorme antena de
radio… para más inri el tiempo no acompañaba nada; un fuerte aire nos daba de
cara, la lluvia empezó a calarnos, no sólo a nosotras si no al plano, en fin un
poco lío.
Pero… una pista nos iba a ayudar un montón
para encontrar la radio; en antena siempre había coñas a costa de las parejas
que se metían en los coches aparcados cerca de la emisora, con los cristales empañados por el vaho y con un
movimiento de lo más sospechoso. Allí vimos, partidas de risa, los famosos
coches, tan ardientemente ocupados. Al final unos niños que jugaba en la calle
nos sacaron de dudas: aquella puerta pintada de morado era la de RVK. Ya
estábamos dentro. El ambiente que presenciamos esa noche fue estupendo, con
otros oyentes que se habían desplazado hasta allí para acompañarles; por fin
pude ver cómo se lo montaban en el programa y poner imágenes reales al ambiente
que nos llegaba por la radio y que hasta entonces sólo había podido escuchar y
dar forma en mi imaginación.
Juanito se sentaba en el centro de la mesa,
enfrente del técnico. El que se coloca en esa posición es el que lleva la voz
cantante, el que hace las señas, el que reparte los tiempos, el que corta el
bacalao vamos; pudimos apreciar la mano de hierro enguantada en seda del
programa era la del doctor Malasaña. Pasamos en el programa un rato estupendo
con Jesús en su papel de encantador y eterno tímido, Angel como el bicho raro y
excéntrico de la fiesta y Juan haciendo de perfecto anfitrión. También estaba
esa noche Sergio, guapo y divertido, aunque su intermitencia en el programa
influía tal vez en que su puesto en la Luna Hiena estuviera más desdibujado que
el de sus otros compañeros.
Y otra noche inolvidable fue por supuesto
la última, la de la despedida; desde el momento en que soltaron la noticia del
adiós no paró de sonar el teléfono de Radio Vallekas. Así que nuestros
locutores favoritos no tuvieron más remedio que lanzarnos en antena una
invitación para que fuéramos a la emisora todos los “lunáticos” que pudiéramos
a presenciar la emisión del último programa. La despedida debía ser sonada y
estaba en manos de todos hacerlo posible.
Qué decir, mi cerebro se puso a trabajar a
toda máquina para cómo conseguir llegar a Radio Vallekas a las 11 de la noche teniendo
en cuenta que yo salía entonces de trabajar precisamente a esa hora; encontrar
alguien con quién ir hasta la radio y solucionar cómo regresar en transporte
público desde Vallekas hasta el quinto pino, que era donde yo vivía entonces, a
aquellas horas de la madrugada. Conseguí arreglar todo, porque si me empeño en
algo no paro insensatamente hasta conseguirlo; cambié el turno para trabajar de
mañana lo que me iba a proporcionar la maravillosa experiencia de estar 23
horas sin dormir, y encontré a una amiga decidida a acompañarme a la despedida
de los chavales. Aquel fue el último programa, ese abril de 1998 acabó el
programa, y dieciséis años después aquí estamos, aún recordándoles. Larga vida
a La Luna Hiena, a los lunáticos y a aquella panda de locos en acción que tan
bien se portaron y dejaron tantos recuerdos bellos… Hasta siempre!!
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