Spandau Ballet, revival quinceañero
AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH
Dura es la vida de fan. Mis amigas y yo
andábamos loquitas a los quince años por el grupo pop que más lo petaba en los
ochenta, Spandau Ballet. Una pila de años después tenemos la suerte de
disfrutar el chulérrimo concierto de nuestra banda preferida que, sobrepasados
los 50 años, siguen saliendo a la carretera, por motivos monetarios o los que
sean, y nos derriten de nostalgia.
Para unas chavalas adolescentes en los
ochenta la locura por un grupo suponía un desembolso de pasta que no teníamos. El
dinero de la paga y los cumpleaños se nos iban en comprar los álbumes de
nuestros héroes en la tienda de discos Beethoven, al lado de la calle Mayor de
nuestra ciudad. A través de las revistas como la Super Pop nos enterábamos de
la vida y milagros de los muchachos, sin duda filtradas por sus potentes
agentes de prensa, y nos surtíamos de posters y fotos de nuestra banda
preferida. Acumulé tantas cosas que tenía una enorme carpeta llena de papeles y
documentación; no duden que una fan quinceañera es más eficaz haciendo dosieres
que el mejor detective privado. Igual que acumulábamos entrevistas, atesorábamos
resentimiento: contra las esposas y novias, contra las explosivas coristas que
acompañaban al grupo en las giras, contra los críticos musicales de periódicos
como ABC o El País que tenían ojeriza a nuestro grupo de cabecera y les ponía
verdes, contra nuestros compañeros masculinos que les llamaban “blanditos”…
En el cole había una clara división entre
las chicas que éramos fans de Spandau y las que preferían a Duran Duran, que se
sentían las “modernas”. Nuestros héroes
tuvieron una etapa de traje y corbata clásicos y otra de chalecos de tela de
sofá antiguo y peinados ahuecados, antes de pasar al cuero de ‘Through the
Barricades’, su último álbum de gran éxito, así que su estilismo moderno-moderno
no era. Y eso que formaron parte de los nuevos románticos en sus inicios en el
Blitz Club de la capital británica, allá por 1980. Chicos de barrio obrero de
Londres, en Madrid llegaron a tocar sobre alfombras en el Rock-Ola cuando
vestían atrevidos diseños de influencia militar, chales de cuadros escoceses, jerseys
de rejilla, boinas y correajes varios. Aquellas modernidades dieron paso a la
etapa plenamente pop, llegamos las hordas de “fanses” y Spandau arrasó en un
montón de países; todo se hizo más comercial.
Treinta años atrás mis amigas y yo fuimos
alocadas fans de Spandau Ballet en la línea de aquellas piradas que perseguían
a The Beatles en el inicio de ‘A hard day’s night’. Guardo imágenes imborrables
de maratones de conciertos en casa de mis compañeras de pasión musical en las
primeras cintas en VHS que nos agenciamos; libros de texto cubiertos por los nombres
de nuestros héroes; la emoción al comprar el correspondiente nuevo disco de
Spandau y la disección, cercana a la tesis doctoral, de canciones, letras,
ropa, rumores, peinados y videoclips. Recuerdo aún con emoción el minuto que
pude grabar en el aparato de video de casa de mis padres del videoclip de Gold
en ‘La cuarta parte’ de ‘La bola de cristal’, con un Tony Hadley quemado por el
sol de Andalucía y guapo a rabiar. Las incontables veces que pude ver aquel trocito
de grabación que terminaba echando humo…
Con quince años en los ochenta un concierto
era una cosa de lo más lejana, marciana… y apetecible. En mayo de 1987 la gira
del álbum ‘Through the Barricades’ traía a Spandau Ballet al indescriptible
Rockódromo de Madrid. La tragedia adolescente pronto estuvo servida, mis padres
no me dejaron ir al concierto, al final sólo fue una de mis amigas con sus
hermanas, así que el resto nos limitamos a escucharlo en la radio. El concierto
lo retransmitió la Cadena Ser en directo, y entre hipidos, suspiros y lágrimas,
lloramos nuestra mala suerte y nuestra poca mano con los padres. De aquel
acontecimiento salieron incontables horas de conversación y opinión (ríanse
ustedes de cualquier sesudo debate) con las afortunadas que habían podido ver
al grupo EN DIRECTO. Teníamos el concierto grabado en cinta, y nos recuerdo a
todo el grupito por la calle saliendo del colegio, escuchándolo en un radiocassette,
al más puro estilo de los raperos de NY. Menos mal que entonces no existía el
término friki.
Pronto llegaron nuevas bandas, descubrí a
The Smiths y The Who, que abrieron de par en par las puertas de muchos otros
grupos, estilos y descubrimientos. Así que no puedo evitar tener cariño a
Spandau Ballet. En plena adolescencia empecé a ser fanática de la música
gracias a Gold, y a través de ellos llegaron nuevos estilos, mucha música,
decenas de conciertos y cientos de historias. Toda la maravillosa música que ha
venido después lo ha hecho de la mano de aquella pasión quinceañera.
En marzo de 2010 el grupo de amigas del
instituto nos juntamos aprovechando que nuestro grupo de juventud volvía a la
carretera. Habían superado el paso implacable de los años, desencuentros,
peleas, juicios y carreras en solitario con poca fortuna. Sacaron un “grandes
éxitos” con dos temas nuevos y se embarcaron en una gira para que pudiéramos
verles de nuevo. Lo pasamos tan bien en el concierto que en cuanto nos
enteramos de esta nueva visita en 2015 ni nos lo pensamos. En estos días hemos
seguido la promoción en radio, tele y ese concierto sorpresa en la Plaza de
Callao, que por desgracia nos perdimos. Y por fin llegó el jueves 18 de junio;
la cita en el Palacio de los Deportes, donde nos congregamos un público de
cuarenta años para arriba, gente de mi generación, entre todos sumábamos más
años que diez pirámides de Egipto. Sorprendentemente vimos muchos chicos, supongo
que la mayoría maridos de las fans, aunque algunos se sabían las canciones y
disfrutaban con el concierto. Los padres intervenían de nuevo, pero treinta
años después haciendo de canguros de los hijos de las asistentes.
Disfrutamos de dos horas de grandes éxitos de
Spandau Ballet, que ha mantenido todos estos años la misma formación. No en
vano eran amigos de infancia, “simplemente, nos hartamos unos de otros”, explica
en una entrevista Gary Kemp, el compositor de los éxitos de la banda. Con una
parte intermedia del concierto dedicada a repasar varios temas de sus dos
primeros y muy ochenteros discos, Spandau Ballet repasaron ampliamente sus
álbumes más exitosos, True, Parade y Through the Barricades. Por poner alguna
pega, una escenografía inexistente nos hizo echar de menos las pantallas del
concierto de 2010 donde pudimos ver un precioso montaje que recorría la
historia del grupo, probablemente base para la película ‘Soul Boys Of The
Western World’, que no he podido ver.
Vestidos de diez (amigos, nos fijamos en
todo), nos ofrecieron varios bises, muchos besos, cercanía y saludos al público,
abrazos y bromas entre ellos, con un Tony Hadley que mantiene una voz
espectacular, y esas carreras algo torponas por el escenario que ya nos ofrecía
a finales de los 80. Ellos estuvieron estupendos, rebasada ya una cincuentena
muy bien llevada, como pudimos observar desde la segunda línea de pista, en
especial un Martin Kemp que según se hace mayor se parece más al gran Robert Mitchum
y un espectacular y bello Steve Norman, que tocó todos los palos, saxo,
percusiones e incluso la guitarra, como hacía en aquellos ya lejanos inicios de
la banda.
Pues nada, queridos, os esperamos hasta la
próxima. Por los recuerdos, por la nostalgia, por nuestra amistad, por las chavalas que fuimos, por las risas, por nuestra memoria.
*Fotos: Pilar
*Fotos: Pilar
Concierto de marzo de 2010 |
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