#SinPedirPermiso De cuando reproducíamos en las ondas las tripas del Molo
La libertad de prensa es un derecho
democrático que sirve para que los ricos tengan todos su diario (…). Y es que
lo mismo nos da que sea público o privado, que nos mienta o manipule un patrono
o el estado (…). Comunicación horizontal contra la del capital. Hechos Contra
el Decoro
No era cuestión de hacer en una radio libre
como Radio Akra la programación convencional que se podía encontrar en
cualquier otra radio. Por mucho que quisieran estar encima de la actualidad del
barrio y cuidaran el aspecto formal de lo que hacían, siempre se mantuvieron
próximos a los colectivos de contrainformación de la época. Del Nodo50,
Sindominio o la Agencia UPA sacaban noticias sobre los centros sociales y
okupaciones, el movimiento antimili, entrevistas con activistas y pensadores de
todo el mundo y una importante cantidad de actividades sindicales, políticas y
culturales de carácter alternativo. Cuando el Molotov pasó a ser un periódico
mensual, Zeko participó en varias asambleas de la UPA en la librería
Traficantes de Sueños. En medio de una enorme expectación y un montón de
ordenadores de última generación llenos de pegatinas reivindicativas, entre
gente, cables, libros y carteles, Zeko recogía ejemplares del Molo, que luego
trasladaba al colectivo de Radio Akra.
Para lo musical, tan importante en la
emisora, mantenían un archivo muy apañado de revistas. Sus preferidas eran el
Ruta 66, el Rockdeluxe y el Popular1. Marina dejó en la radio su colección de
la efímera Boogie y Zeko aportó fotocopias de números antiguos del Ajoblanco.
Habían llegado al acuerdo de que irían dejando números atrasados en la radio a
disposición de todos. Se comprometieron a no mangar las revistas y a
mantenerlas en el mejor estado posible. En aquellos tiempos en los que la
información se encontraba sobre todo en soporte papel, aquellas manoseadas
publicaciones eran un pequeño tesoro.
Pasaba lo mismo con los fanzines. En Radio
Akra mantenían un estrecho contacto con los chavales de El Fanzine de las
Hermanas Clarisas, quienes tenían un programa en una radio libre de la capital,
Radio Resistencia. El Cosmonauta Eléctrico les abasteció de una colección
extensa de sus inclasificables trabajos; les chiflaban sus historias del fin
del mundo, las visitas al planeta Caca o el curso de Economía neo-liberal por
correspondencia. Marcos se había aficionado a los fanzines de la mano de
Manolito el cocinero, buen entendido en la materia y encargado de una sección
en el Joputo World. Manolito les ponía en contacto con publicaciones de toda la
geografía nacional y de otros países. En Radio Akra muchos eran también
seguidores del fanzine de los «Bruttos mecánicos», el Mondo Brutto de Grace
Morales y Galactus. Marina lo compraba todos los meses, lo dejaba en la radio
para que durante un tiempo sus compas pudieran leerlo, y luego fotocopiaban artículos
que dejaban para el archivo. Les chiflaba el humor descacharrante de la
publicación. Un amor que, a pesar de su querencia por las diabluras, no
compartía Marcos, que hacía poco caso a la revista.
Ellos mismos publicaron también su propio
fanzine Emitiendo sin pedir permiso, en el que todos se animaron a colaborar
con artículos, noticias, dibujos y música. Se repartían de manera gratuita en
fiestas, centros sociales, bares amigos y todo tipo de eventos y, como sello de
«no identidad», en aquellas hojas mal fotocopiadas nadie firmaba lo que
escribía. Marina se animó a participar con varios artículos: «La radio que
vivimos peligrosamente», la serie «Estampitas de un siglo que acaba» o
«Fanzinerosos: mirando a los ombligos de los demás»…, con los que poco a poco
se fue soltando a hacer públicos sus escritos, también de forma anónima.
Con independencia del gusto por los cómics
o los ilustradores, los chicos de Radio Akra atesoraban con satisfacción todas
las publicaciones en las que tuvieran cabida artículos sobre música y cine.
Aquellos datos eran oro puro para sus programas, en especial en los primeros
tiempos, cuando apenas había acceso a Internet y en la radio no podían ni soñar
con instalarlo. Las búsquedas de información eran entonces lentas, exhaustivas
y, en ocasiones, desesperantes, pero merecían la pena. Nunca volvieron a
sentirse tan felices preparando los programas como entonces, pues el esfuerzo
sin duda aumentaba la satisfacción. Por no hablar de las veces en las que
buscando un dato se entrecruzaban otras tantas historias, cien veces más
interesantes, y que generaban una nueva madeja de la que tirar. Cuántas veces
las benditas casualidades se cruzaron en el camino de aquellas investigaciones
suyas, tan gratificantes y satisfactorias.
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