Sin pedir permiso, de Conchi Moya. Reseña de Helio Ayala
*Fuente: Margullando, Helio Ayla. 16 de enerode 2016
Los que hemos probado en alguna ocasión esa
droga que se llama radio, sabemos que es de lo más adictiva.
Hubo un tiempo, sobre todo, en el que la
comunicación libre, el gusto por hacer llegar a otros lo que se pensaba, lo que
se escuchaba, lo que se leía, la necesidad de contar lo que realmente estaba
pasando, se tornaron absolutamente imprescindibles. Más allá de los corsés que
nos habían trincado durante cuatro décadas, los que habían paralizado nuestros
cuerpos, habían vuelto rígidas nuestras mentes, y nos habían hecho perder el
paso de la historia.
Así nacieron, en la década de los 80, las
radios libres y comunitarias, como una experiencia de la que hoy deberíamos
seguir aprendiendo.
En este marco, arranca la novela “Sin pedir
permiso” de Conchi Moya, como un grito necesario para no dejar morir una época,
unas ilusiones, y un impulso de libertad, que seguimos sintiendo tan
necesarios.
Marina es cualquiera de todas y todos
aquellos que, casi por casualidad, tocamos ese mundo. Es el prototipo del
frenesí de esa juventud de la postmovida, que no se resignaba a vivir como sus
mayores, que despertaba a las ansias de libertad, a beberse la vida en tragos
largos, a buscarse un lugar en la España que se desperezaba de un largo y lejano letargo.
La radio como espacio, la palabra como
arma, los libros de viejo, los comics, los fanzines y las revistas como moneda
de cambio, la autogestión como esperanza, la música como el aire que respirar.
Una novela cargada de simbolismos, de imágenes y escenas que nos devuelven a
esa juventud fresca y chispeante que nunca debimos perder.
Entonces aparece Marcos, Animal, Jota,
Germán… los antihéroes tan necesarios en todas las épocas, los que marcan el
rumbo de todas las batallas que sabemos que están perdidas antes de iniciarlas,
pero que nos hacen sentir la vida como nada. La lucha entre el amor romántico y
el amor libre, lo convencional y la transgresión como necesidad de ser, la
inquietud que nos aleja de la artrosis, la necesidad de futuro pero sin que sea
a cualquier precio.
La novela de Conchi la entiendo, desde la
distancia -yo siempre contemplé estas movidas madrileñas desde el exilio de
unas islas en las que todo llega con un tiempo de retraso, muchas veces ya
matizado, descolorido y edulcorado-, como la fotografía dinámica de una época
de explosión creativa y diferente, que los de siempre, los que estudian los
mercados, los que aventuran las modas, los traficantes de sueños, se encargan
de modificar, adaptar y encauzar, para que lo nuevo, lo diferente, lo
esperanzador, se convierta la mayoría de las veces en mera nostalgia.
Una novela ágil, fresca, novedosa en su
estructura de flashes, tierna y canalla como la época que describe, evocadora,
divertida y sobre todo musical. Me parece un logro saber conjugar tantas cosas
en una novela tan versátil.
Sólo un pero, que a los que comenzamos a
escribir siempre nos vienen muy bien. Tal vez sea por esa estructura de flashes
que he mencionado, pero, como lector, hay algunos personajes, momentos
políticos, realidades como el nacimiento del movimiento okupa, las drogas… que
personalmente me dejaron con ganas de más. Tal vez la autora se anime a
desarrollarlas en próximas obras, que celebraré sin duda.
Conchi nos deja una perla, un diamante a
pulir de lo que fue y pudo ser, de los sueños de una generación que no tenía
donde caerse muerta pero que, a base de imaginación, llegó a tocar el cielo sin
pedir permiso.
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