El miserable resentimiento español de los anónimos contra la cultura
La mala baba española con la gente de la
cultura es endémica. Pocos países maltratan tanto a sus escritores, artistas, actores
y músicos como España, donde son considerados por la vociferante mayoría como
vagos, maleantes, un peligro de la peor especie, poco menos que baja calaña.
Sólo hay que ver cómo han acabado los más insignes representantes de la cultura
española: muertos en el exilio como Picasso, Buñuel, Salinas, Cernuda, Ramón J. Sender;
caídos en desgracia por molestos, ver el caso de Quevedo; víctimas de escalofriantes
y tristísimos finales como Lorca, Miguel Hernández o Antonio Machado; muertos
en el más triste desamparo y olvido, como tantos actores y músicos; utilizados
por los políticos, caso del mangoneo reciente que ha habido con los restos de
Cervantes.
El poder sabe de la capacidad de la gente
de la cultura para movilizar masas, alimentar el pensamiento crítico, crear
conciencia y avivar poderosos eslóganes. Un caso reciente y conocido es el de
la movilización de la gente del cine con el “No a la guerra” en 2004. La derecha
les declaró la guerra a ellos, y ahí siguen los políticos, obsesionados en que
paguen su oposición a aquella sumisa aceptación de la invasión de Irak y
derrocamiento de Sadam Hussein, su oposición a la megalomanía de Aznar que trajo
tan trágicas consecuencias. No tendrán los actores años para pagar aquella
tropelía: ejercer su derecho a protestar como ciudadanos por algo que
consideraban terrible e injusto. Por lo visto la gente de la cultura no tiene
derecho a opinar ni a protestar. Al menos en España.
Por desgracia, en este país los poderosos
tienen la entusiasta complicidad de una parte de la sociedad borrica, atrasada y
resentida. Una sociedad cobarde que no se atreve a levantarse contra quienes
les roban, oprimen y mangonean, que no tiene conciencia de clase, que dirige su
odio y frustración contra determinados colectivos. Y el colectivo artístico
tiene todas las papeletas como diana para canalizar ese resentimiento. Las redes
sociales son un cruel campo de batalla donde campan a sus anchas los trolls, que
se valen del anonimato para descargar todo su odio y su ira, y destrozar
reputaciones.
Hago esta reflexión a partir de unos comentarios surgidos en Twitter a propósito de la acción del rapero y actor Juan Manuel Montilla Langui con motivo de su particular lucha con la Consejería de Transportes de Madrid para que permitan el acceso de sillas de rueda a motor en los autobuses. La particular batalla personal de El Langui se ha saldado con una victoria para las personas con movilidad reducida de la Comunidad, tras la reunión mantenida por el cantante y actor con el consejero de Transportes de la Comunidad de Madrid. Sin embargo esta estupenda noticia tuvo su réplica amarga en las redes sociales, como no. Una tuitera comentaba sobre la acción de El Langui:
“Es lo bueno de ser una cara conocida. A un ciudadano anónimo no le hubiera sido tan fácil y rápido”.
Una respuesta tan corta de miras recibió una réplica llena de sentido común:
“Pero él supo aprovechar su popularidad para denunciar una miseria cotidiana que sufren anónimos. ¿Mal?”
Así lo comentaba en Twitter la periodista Maruja Torres:
“Es el resentimiento de los anónimos contra los públicos. Miseria humana”.
Maruja Torres había dado en la clave. Me recordó a las críticas a Javier Bardem por su apoyo a la causa saharaui, en especial a partir de su estupendo trabajo con el documental ‘Hijos de las nubes’, que llevó la causa saharaui por todo el mundo, incluida la opinión pública y los políticos norteamericanos. Críticas lanzadas incluso desde algún sector (muy residual eso sí) del movimiento prosaharaui. ¿Acaso para la causa saharaui no fue enormemente útil el interés mostrado por Javier Bardem, reflejado en un espléndido trabajo? Así le respondí a Maruja Torres:
“Ese resentimiento ingrato lo hemos visto escupir sobre la familia Bardem por su apoyo a los saharauis. No puedo entenderlo...”
Maruja Torres ahondaba en el tema:
“Está en todas partes, y eso incluye a quienes no quieren pagar a quienes trabajan en la cultura: es resentimiento puro”.
Dignificar los oficios artísticos pasa por cobrar por el trabajo, algo que en España no se entiende o más bien no se quiere entender, fruto de ese resentimiento mal dirigido contra la gente de la cultura. Efectivamente, nuestra conversación seguía la senda de lo comentado con la escritora Marta Sanz en el Club de Lectura de la Central, en una sesión dedicada a su última novela ‘Farándula’. Los oficios artísticos están plagados de inseguridades, crisis, parones laborales, están cruelmente expuestos a los ojos del público y a ser pasto de las críticas. Los artistas son objeto de las iras de la sociedad en los momentos difíciles, porque les culpamos de tener muchos privilegios, cuando esto no es cierto en la enorme mayoría de los casos.
¿Alguna vez madurará este país, tendrá un nivel cultural aceptable, la educación que se espera de un país civilizado y moderno? ¿Respetará alguna vez este país a los artistas?
En definitiva, bravo por El Langui, que ha sabido canalizar su fama para lograr un beneficio que revertirá en toda la comunidad. Como dice el periodista Ángel Alda “hace bien reivindicando sus derechos de forma activa. Pues al final los derechos de él son los de todos”.
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