Su sitio en el mundo. *A Bahria

8:11 p. m. Conx Moya 0 Comments



A la niña su papá le ha comprado un chicle, todavía una novedad en aquellas primeras tiendas de los campamentos de refugiados saharauis. Un chicle es una fiesta, pero es que su papá la mima todo lo que puede. Su boquita es muy pequeña para el chicle, una bola grande, muy dura, muy dulce, con saber a fresa, y que le cuesta masticar, deformándole los carrillos en unos gestos muy graciosos.

El camello rebusca las hierbas que encuentra en el suelo. Este año al menos ha llovido un poco e incluso en los campamentos se puede encontrar algo de pasto para alimentar a los dromedarios. La gente le mira con pena. Está atado con suficiente cuerda para pastar alrededor pero sin poder ir muy lejos. El camello rumia una y otra vez las tristes hierbas, con parsimonia y calma, precisamente lo que le sobra es tiempo y lo que le falta es libertad de caminar por las bastas extensiones saharianas, de recorrer las inabarcables inmensidades con libertad, como hacían sus antepasados. Un dromedario no ha nacido para verse atado o confinado en un corral. Pero así son los nuevos tiempos que todo han cambiado.

A la niña le han dicho que comer chicle es malo para los dientes, pero ahora, al pasar cogida de la mano de su papá delante del dromedario que rumia una y otra vez las tristes hierbas de la hamada, alza su manita y le dice:

- Mira, mira, papá, el camello también come chicle.

Y los dos, niña y dromedario, luchan con el arma de su inagotable paciencia para que no les arrebaten su sitio en el mundo.


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