“Cosas usadas con olor a gente. Cosas baratas que despiertan la atención”

8:56 a. m. Conx Moya 0 Comments


Qué manía le tenían nuestros padres a las tiendas de segunda mano. Comencé a frecuentarlas en los noventa, en especial aquellas aledañas a las calles del Rastro. Cada vez que compraba alguna de esas prendas había “fiesta” en casa. Que si “qué valor ponerte eso”, “no habrá tiendas donde comprar ropa nueva”, que si “a saber quién se la habrá puesto”, y la preferida, “seguro que es ropa de muertos”. No había argumentos que me hicieran desistir de comprar de vez en cuando en las tiendas de segunda mano, aunque me cortaba con los zapatos, eso sí me daba repelús. Como en tantas cosas, España estaba muy atrasada en algo de lo más corriente en otros países. Así que la última advertencia era “ya puedes lavarla bien”.
En aquellas tiendas había prendas realmente chulas… abrigos de ante, chalecos con flecos, cazadoras de cuero de todos los estilos y colores, parkas, las “coreanas de nuestra infancia”… ropas psicodélicas, bolsos descacharrantes, todo tipo de prendas vaqueras (antes de que se las llamara “denim”), gorros, gorras, sombreros, bufandas, pañuelos, millones de jerséis de cuello alto, un abigarrado muestrario de tejidos sintéticos (nailon, poliéster, tergal, terlenka, vinilo) de aspecto encantadoramente retro e incluso, claro que sí, alegremente hortera.
Algunas prendas han sido míticas en mi modesto guardarropa. Como un jersey de cuello alto color verde botella brillante o un jersey de lana de cuello barco, también verde, para llevar cuello alto debajo, con unas flores cosidas en un lado, al estilo de los que me tejía mi tía cuando era niña. Ese jersey es una verdadera preciosidad y todavía hoy lo uso.
Pero sin duda mi pieza más aprovechada es una vieja (ya era vieja a mediados de los 90, ahora es una reliquia) cazadora vaquera de estilo retro, corta y estrecha. Llevamos juntas veinte años, y hasta hoy, que la llevo puesta mientras escribo esta crónica, la sigo usando. Ella sabe lo mucho que me gusta, aunque hace años estuve a punto de desprenderme de ella de la manera más vil.
Me encontraba yo leyendo aquel suplemento de El País, el Tentaciones, que creo que ha vuelto a publicarse hace poco, cuando una noticia breve llamó mi atención. Hablaba sobre las diferentes etiquetas que ha sacado Levi’s a lo largo de su historia, la roja, la naranja, la verde, la blanca, y de cómo había una, especialmente rara, por la que se pagaban dinerales. Era una edición limitada y aquellas prendas vintage alcanzaban precios astronómicos. Hablo de memoria, creo recordar que era una etiqueta blanca con letras naranjas. No estoy segura, y confieso que he buscado por encima en la red para asegurarme de que era así y no he encontrado nada. El caso fue que yo lo leí, mi cazadora de segunda mano tenía una etiqueta blanca con letras naranjas, en mis pupilas apareció el símbolo del dólar $. Debo decir que soy experta en todo aquello que no genere ni un duro, pero me dije que por una vez igual conseguía un buen pico, ¿por qué no?
Me abalancé hacia el armario. Saqué mi cazadora. ¡Efectivamente!, ¡etiqueta blanca!, ¡letras naranjas!... Levys. ¿Levys? ¡¡¡LEVYS!!! Mi adorada y vieja cazadora era una Levys, como bien marcaba la etiqueta y cada uno de los botones metálicos. Levys. Adiós, pasta. Hasta nunca, caprichos. 
La cazadora sigue conmigo. Cada vez más perjudicada. Perdí el remache de un puño. El otro puño se descosió casi por completo. Con ayuda de mi madre la hemos dejado de manga corta, me apetecía una cazadora diferente. Me parece original y espero que me dure mucho tiempo más. Lo cierto es que no pude hacer mejor inversión que mi Levys.




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