“Que Dios nos perdone”, violencia sin redención ni esperanza
“Que Dios nos perdone” es una magnífica película
policiaca que transcurre en Madrid durante el verano de 2011.
En agosto de 2011 Madrid se encontraba
ocupada por hordas de jóvenes peregrinos que acuden de todo el mundo para
participar en una bizarra convocatoria: la Jornada Mundial de la Juventud.
Varios meses después de que el 15M fuera desalojado de Sol miles de muchachos
vociferantes (pero católicos practicantes) ocupaban no ya Sol, sino todo
Madrid, incluidos los pueblos de la comunidad, en lo que fue un delirio de
pantallas de video, rosarios, cánticos y las inconfundibles mochilas rojas y
amarillas. Poniendo por delante que cada uno puede profesar la religión que
desee, o ninguna, esas indigestas mezclas entre política y religión tienen mala
cabida en un estado aconfesional como supuestamente es el español.
Tengo un recuerdo inolvidable de aquellos
días, que coincidieron con mis vacaciones: el tremendo maremágnum causado por el
sofocante calor, las pantallas llenas de cruces de colores que tomaron el Paseo
del Prado, las calles invadidas de peregrinos, el metro a rebosar de jóvenes
coreando lemas religiosos, chicos y chicas tirados por el suelo en Preciados, las
gradas y escenario colocados en Cibeles, la misa mastodóntica celebrada por
Benedicto XVI en Cuatro Vientos, aquella foto de El País de una peregrina cañón
ligera de ropa y besando con lujuria a un joven, las toneladas de basura que
dejaron los participantes o la caravana de “Kikos” que aún cantaban por Sol
cuando ya habían finalizado las jornadas. Intentamos remediarlo con varias
escapadas a pueblos de la Comunidad de Madrid como Tres Cantos y Buitrago de
Lozoya pero no logramos gran cosa, allí también encontramos peregrinos. Así al
menos lo vivimos nosotros.
Me llamó por tanto la atención ver que
había una película española que se ambientaba en aquellos extraños días. Es
hora de que nuestro cine refleje nuestra historia más inmediata e identificable,
como hace la aún en cartel “El hombre de las mil caras” sobre el caso Paesa.
“Que Dios nos perdone” cuenta además con el aliciente de la interpretación de dos
enormes actores, Antonio de la Torre y Roberto Álamo. Había que verla.
La película comienza en los tórridos días
de aquel insoportable verano madrileño de 2011. La ciudad está atestada de
gente por el evento ya comentado y dos policías descubren que, lo que parece
ser un accidente, encubre en realidad un horrible crimen. La víctima es una
anciana que ha sido además violada. A partir de una impactante escena en el
lugar del crimen, avanzamos en lo que se va convirtiendo en el caso de un
psicópata que parece repetir modus operandi. Las pesquisas de los policías parecen
indicar que el asesino es alguien joven que entabla contacto con ancianas que
viven solas en el centro de Madrid y cuando alcanza su confianza las fuerza y mata
de manera especialmente cruel. La JMJ sirve como excusa para que los crímenes
no aparezcan en los medios, bastantes problemas tienen las autoridades con
mantener el orden público ante la avalancha de peregrinos. Ese apagón
informativo da alas al asesino para actuar más a menudo y para ser más
atrevido.
Madrid es el gran plató de la película. “Que
Dios nos perdone” nos lleva tangencialmente al barrio de Salamanca, distrito
que tendrá su importancia en el transcurso de la investigación pero donde el
depredador no mata, porque las ancianas van todas acompañadas por cuidadoras,
la vejez en época neoliberal es muy distinta según la
fortuna que se posea. Pero es el centro de Madrid el verdadero escenario de la
película. Allí esas mujeres viven solas, desprotegidas, habitando enormes pisos
que se han quedado viejos, incómodos y anticuados, feas ratoneras de donde no
se puede escapar. La ambientación, muy cuidada y con afán de realismo, consigue
unos escenarios opresivos, sucios, en definitiva crueles, como cruel resulta
Madrid para muchos de los que la habitan. La película recrea una ciudad áspera,
sin posibilidad de redención.
Una gran baza de la película es
la interpretación. Los dos protagonistas principales de la película son los
inspectores Velarde (Antonio de la Torre) y Alfaro (Roberto Álamo), sobre cuyos
hombros recae una investigación que todo el mundo quiere quitarse de encima.
Ellos deben ser los encargados de dar caza al asesino para evitar que siga
matando. Soberbios los dos actores que interpretan a unos personajes que a la
vez rezuman violencia. Velarde, un ser hermético, tartamudo, solitario, con
dificultades para la comunicación, poco agraciado y Alfaro, de genio explosivo,
charlatán, chuleta y peleón tampoco sabrán dominar sus impulsos en su
desastrosa vida personal. El límite que separa lo correcto de lo despreciable
es en ocasiones demasiado delgado. La violencia de la profesión acaba manchando
a los que llevan la placa. No podemos dejar de mencionar a un irreconocible
Javier Pereira que consigue una escalofriante caracterización en el papel de
asesino. Construye un personaje verdaderamente inquietante, muy alejado de su
físico y de anteriores papeles suyos; yo misma descubrí que era él por casualidad en Twitter
días después de ver la película. La torrencial interpretación de Álamo y
de la Torre tal vez han hecho, de manera injusta, que la interpretación de
Pereira haya sido menos destacada. Como dato, señalar que Javier recibió en
2014 el Goya al “Mejor actor revelación”, por su trabajo en la película “Stockholm”,
de Rodrigo Sorogoyen, director de esta “Que Dios nos perdone”.
Film incómodo y desasosegante con un
potente guion, que recibió el Premio del Jurado al Mejor Guion en el último
Festival de Cine de San Sebastián, firmado por el director Rodrigo Sorogoyen e
Isabel Peña. Si en la primera parte de la película el punto de vista narrativo
es el de los inspectores, en su última mitad los espectadores conocemos quién
es el asesino pasando la narración a vertebrarse en torno a él.
La violencia se impondrá también en un
final sin esperanza. “Que Dios nos perdone”.
Foto: Moviementarios, Vicky Carras |
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