Manual de exilio de Velibor Čolic. El desgarro de los refugiados
Es “Manual de exilio” de Velibor Čolic,
editado por Periférica, uno de los libros que más me han impresionado y más
hondo me ha llegado, de los leídos en el Gabinete de Lectura de La Central. Porque
nosotros convivimos con el exilio. A pesar de los esfuerzos por sobrellevarlo,
el exilio siempre está ahí, latente. Su mordisco acecha en las noticias sobre
los territorios ocupados, las llamadas de la familia, en muchos recuerdos del
ayer. Nadie sale ileso del exilio. Todos deberíamos leer este libro.
“Manual de exilio” aborda el drama de un
refugiado de la guerra de Bosnia, aquel horror sucedido en los años 90 en el
interior de Europa, que demostró hasta qué punto los seres humanos podemos ser tibios,
egoístas e indiferentes ante el dolor de nuestros semejantes. Aquella guerra
terminó pero aún hoy, décadas después, supuran unas heridas difíciles de cerrar.
Los Balcanes son uno de esos sitios “con
tanta historia”, que llega a resultar “insoportable”,
porque nunca tendrán tranquilidad. Čolic, “perdido
en una Europa ciega, indiferente al destino de los nuevos apátridas”, reniega
de esa Europa que apenas hizo nada por frenar aquella locura que se llevó sus
vidas por delante, “Tengo demasiado
acento y demasiada guerra para ser europeo”, afirma. También arremete
contra esas supuestas “buenas intenciones
de políticos, politicastros, gurus, humanitarios, todos muestran interés y se
entrometen en el destino de mi pobre y martirizado país”. El infierno está
lleno de buenas intenciones, sabemos de eso.
La de exiliado es una “segunda existencia, dura, fría y adulta”. El drama del exilio y de
los refugiados sigue hoy vigente. A situaciones enquistadas, como los más de
cuarenta años que llevan fuera de su tierra los refugiados saharauis, a los
emigrantes africanos que llevan años muriendo en el éxodo a esa supuesta tierra
prometida, se une estos últimos años la tragedia de los refugiados sirios,
también iraquíes, afganos, palestinos..., que huyen de guerras, masacres,
hambrunas y ocupación. En 1992, año en que Čolic desertó del ejército bosnio y
arribó a Francia, los refugiados partían de de Irak, Bosnia, Somalia o Etiopía.
Čolic recorre en “Manual de exilio” sus
primeros años como refugiado en Francia, el país de la “igualdad, libertad y
fraternidad” pero que a la vez tiene mucho que ver como antigua potencia
colonial en el drama de tantos pueblos que sufrieron su opresión y aún hoy
sienten su intromisión y sus injerencias. Se muestra amargamente crítico contra
la “Europa dormida”, llamada a
repetir una y otra vez antiguos errores. Como exiliado el autor atraviesa “el escandaloso silencio y la indiferencia
del mundo”, marchando errante por diferentes territorios (también recala en
Budapest) que jamás podrán reemplazar su lugar de nacimiento. Así define al
refugiado como un “hombre sin papeles y
sin rostro, sin presente y sin porvenir”. Se trata de una existencia
desposeída de sentido, “Ya no tengo
nombre, ni soy mayor ni joven, ya no soy hijo ni hermano”; el exiliado es
menos que nada, “Soy un perro mojado de
olvido”.
Sin concesiones ni medias tintas el libro
muestra el abismo que existe entre “el
mundo de verdad y el inframundo de los ciudadanos de segunda clase, sin
papeles, sin rostro y sin esperanza”; la desgarradora separación de la
gente con la que se ha vivido y ya no está, “son
nosotros mismos: somos nuestra propia historia”. Poco a poco su país
correrá el peligro de diluirse en su memoria, “sólo existe en el espejo deformado de mis recuerdos”.
El testimonio de Čolic tiene más valor
porque no sólo se muestra crítico con los demás, también expone con sinceridad
sus propias miserias. Así, cuando pasa por la experiencia de los centros de
acogida, siente que ese no es su lugar al creerse superior al resto de
acogidos, no sabe canalizar su frustración, “Agotado,
enfadado conmigo, con el mundo, con la guerra”, el orgullo no le permite
aceptar su destino, “una nueva vida sin
mañana”. El alcohol será, momentáneamente, la equivocada vía de escape para
combatir el “frío metafísico que le
habita”, aunque emborracharse no sea más que una “ceremonia amarga”, que lo empeora todo.
Escritor en su antigua vida, Čolic se ve
despojado de esta forma de expresión en Francia al desconocer el idioma. Lo
primero que tiene que hacer al llegar es asistir a clases de francés, pero la
dificultad para expresarse en la nueva lengua es mucho más frustrante para un
hombre de letras como es su caso. La única forma de empezar de nuevo es el
olvido de lo anterior. Su terapia es la escritura y el aprendizaje del nuevo
idioma, “Así el dolor permanecerá para
siempre en mi lengua materna”. La literatura, ese “centinela valiente”, será una tabla de salvación. No obstante el
autor tampoco se corta ante la crítica al mundillo literario e intelectual
francés, que le acoge como una criatura exótica de un país cuyo drama estaba
entonces “de moda”.
La amargura que invade el libro no da lugar
a buenismos ni recetas mágicas. La del exilio es una experiencia de la que
nadie sale indemne. Las frases de Colic, secas y certeras como balas, no nos
conceden tregua: “Miro furtivamente aquel
mundo que no es el mío"; “Antes de la guerra era un hombre, ahora soy un
insulto”; “Soy el otro, el que no entiende nada y no consigue hacerse
comprender”; “A los refugiados les está prohibido soñar”; “Un hombre sin
papeles es un hombre sin rostro. El hombre sin patria no es nada”; “Estoy
robotizado por el miedo, deshumanizado por la miseria”. “Soy una mancha molesta
y sucia, una bofetada en el rostro de la humanidad. Soy un inmigrante”; “El
hombre despojado de su tierra no puede aspirar al cielo”.
0 comentarios:
Publicar un comentario