“Dulceagrio” de Stephanie Danler. Irresistible historia de cocina, mentoría, desilusión en Nueva York
Nueva York y cocina. Dos temas para mí irresistibles
en esta novela de aprendizaje y desilusión, “Dulceagrio”, escrita por Stephanie
Danler, quien también ha trabajado en el mundo de la restauración al igual que
su protagonista. Sobre lo que pueda haber de autobiográfico en el libro ella se
lo quita de en medio de manera expeditiva, es una pregunta “sexista” que no se suele
hacer a los hombres. La autora se remite a Safo para explicar por qué no
“agridulce”, es, dice Danler, “dulceagrio, porque es así como funciona el
amor”.
Recuerdo haber leído con gusto en mi
juventud algunos libros sobre placer y comida, es el caso de “Como agua para
chocolate” de Laura Esquivel o “Afrodita” de Isabel Allende. Las sensaciones que
despierta comer un tomate de verdad o unas uvas con queso, algo de lo que
disfrutaban con total naturalidad nuestros abuelos, ha saltado a la alta cocina
y es coto de unos cuantos privilegiados por culpa de la industrialización de
los alimentos, que mató su esencia, su “terroir”. “Ahora nada sabe a nada”, “Las
cosas sencillas, bien ejecutadas, siempre son las más memorables”.
Hay dos actitudes frente al comer, el “sólo
es comida” o “la cocina es una iglesia”. En esta novela se entiende la buena
comida como una experiencia mística y sensual. Así, uno de los aspectos de la novela
que han llamado la atención es la voluptuosa descripción de la primera vez que
la protagonista prueba una ostra, regada con cerveza negra. La autora explica
que no quiso tomar ese camino haciendo reiteradas descripciones de platos por
miedo a caer en el #Foodporn, ese fenómeno que triunfa en las redes por el que
la comida es presentada de forma tan seductora que parece un sustito del sexo.
“Dulceagrio” es una novela de iniciación
que narra la historia de Tess, una joven que llega a Nueva York para encontrar su
lugar en el mundo. Otro tema irresistible para mí. Buscando trabajo recala en un
prestigioso restaurante y cree al fin haber encontrado un sitio al que
pertenecer. Sin embargo, llegará la desilusión, ese grupo con el que comparte
tantas horas del día no es una familia. El restaurante no puede ser un “país de
las maravillas” porque es trabajo y porque sus compañeros la superan en edad y
experiencia. Tess no se moverá entre iguales y eso le pasará factura.
El escenario aparente es Nueva York, una
ciudad “terrorífica, bárbara y sin
aliento”, implacable con quienes la habitan, “Es ridículo vivir aquí”,
pero altamente adictiva, “Nunca podré
irme”. Quienes la viven son “criaturas
salvajes, sonámbulas”, que se mueven “sin
prisa hacia nuestra propia desaparición al amanecer”. Pasar por Nueva York
cambia la vida para siempre, “Mi vida
anterior a la ciudad sólo había sido una reproducción”. Sin embargo, el
verdadero escenario de la novela es un famoso restaurante, donde acuden
expresidentes y alcaldes, actores, escritores, editores o financieros. El
extenuante trabajo apenas permite sus empleados disfrutar de la ciudad; así
quedan al margen de la vida “normal” de los miembros del club de “los-de-nueve-a-cinco”,
de ahí su avidez de diversión cuando los otros se van a dormir.
El complejo engranaje del restaurante se
mantiene gracias a una jerarquización casi militar de la plantilla. Pero además
el trabajo, pensado por como temporal aunque muchas veces se convierte en
definitivo, tiene algo de ritual, “es una
ceremonia que denota afinidades”. Los empleados deben poseer un plus, “el cincuenta y uno por ciento”. Para trabajar
en el restaurante hay que ser optimista, curioso, preciso, compasivo, pero
sobre todo saber desenvolverse entre la gente rica, con estilo y poderosa; no
es sencillo, los camareros deben estar preparados para charlar con los clientes
sobre moda, arte, museos, viajes, cine, y por supuesto comida y vino, deportes
y el tiempo: “Eras un compendio de
información disponible que la gente aprovechaba mientras bebía y huía de su
vida diaria”. Su objetivo es hacer “que
los invitados (clientes) sientan que estamos de su parte”. La gente va al
restaurante “sólo para tener la impresión
de que la cuidaban”, pero hay que mantenerse a una cierta distancia, “Los clientes habituales no son amigos, son
invitados”.
Contada en primera persona como una
aparente historia de desamor, variante chica que se enamora de un tipo malo, Jake,
y quiere salvarle: “Amaba su fantasma.
Porque yo veía un héroe hermoso, atormentado. Rescate y redención. Nunca lo vi
a él”. Es de esperar que reciba a cambio un buen palo: “Cometí un pecado de amor: confundir la belleza y una bonita canción
con el conocimiento”. Sin embargo, se trata en realidad de una historia de desilusión,
del peligro de la confianza ciega, de equivocarse al entregar el corazón a
amigos largamente deseados: “Los había
elegido a ellos dos. Ellos eran el terreno difícil”. Tess cae en el
tremendo, y tal vez inevitable, error de la idealización,“Es un juego peligroso. Las historias que nos contamos a nosotros
mismos”.
Más allá de la historia de amor,
“Dulceagrio” una historia de mentoría e iniciación. Ahí entra en acción Simone,
una experimentada camarera, amiga (y mucho más) de Jake. Culta, brillante,
enigmática, afectada, dionisiaca, al tiempo
“desordenada y precisa”, Tess la considerará su mentora y formará con ella el
tercer vértice de ese triángulo de amor y hermandad que la joven protagonista
se empeña, erróneamente, en crear. “No sabía lo mucho que los había echado
de menos y cómo los había esperado”.
Como novela de iniciación, aparecen
numerosas reflexiones sobre la juventud de la mano de Simone, no mucho mayor
que Tess, pero sí con una mentalidad y actitud adusta e implacable. Simone mira
con suficiencia a las mujeres de las nuevas generaciones, las que se refieren a
sí mismas como “chicas” en lugar de como “mujeres”, les reprocha su ligereza, “Se les ha enseñado a expresarse en jerga,
con clichés, con sarcasmo... y todo eso es lenguaje débil. La superficialidad
del lenguaje influye en las experiencias; en vez de asimilarse se vuelven
desechables”. A Tess le recriminan su juventud, “Los jóvenes habláis como si todo fuera cuestión de vida o muerte”; “Aún
eres demasiado joven para creer que cada experiencia te mejora a largo plazo,
pero eso no es cierto. ¿Cómo supones que se supera el daño?”. Tess,
veinteañera, es la mascota, cree que la subestiman, que siempre están dándole
lecciones, “Tú contienes multitudes. Hay
una aglomeración de experiencias traspasándote. Y quieres vivir cada
experiencia sabiendo lo que es en todo momento”, pero ella se defiende: “Tenéis
pánico a la gente joven. Os recordamos las pérdidas que habéis sufrido al
volveros más cínicos, indiferentes, desencantados. (...) No tengo que hacer
nada que no quiera hacer”.
Jake, el elegido por Tess para enamorarse,
es un “tipo malo”, poeta, músico y carpintero, bebedor y bisexual, “Era un
animal que siempre tenía hambre”, consumidor de ciertas drogas, ha vivido
en diferentes países y está preparando una tesis sobre Kierkegaard, “parte de
su trabajo consistía en que lo miraran”. Un auténtico “Don Perfecto”, como lo
define Tess, “Su perfección de libro da miedo. Cuando te miraba era la única
persona que te entendía, te sorbía y te tragaba. Podía apagarse como una
bombilla y yo me quedaba a oscuras, esperando”. Deslumbrante, Jake es de
esos que siempre se está escapando: “Todos los animales bellos saben cuando
los persiguen”.
Afirma la editorial que la novela
“subvierte el arco narrativo habitual de los cuentos de hadas”. Así, en el
restaurante crean un “mundo tal como
debería ser. No debemos prestar atención a cómo es en realidad”. Ofrecen una
representación del mundo a través de la comida, “Controlamos cómo experimentan el mundo: vista, oído, olfato, gusto y
tacto”. Es una experiencia que va más allá de simplemente comer. Juegan a
crear una ilusión a partir del paladar, porque “dirigir un restaurante es como organizar un escenario”. Cuando
termina el trabajo y recogen cae el telón y cada uno se transforma en otras
personas.
Novela muy bien escrita, moderna,
brillante, entretenida. En absoluto ligera, “Dulceagrio” guarda entre sus
páginas mucho más de lo que se puede pensar al comenzar a leerla. Llena de
frases para subrayar y guardar, que no voy a reproducir en esta reseña porque
se convertiría en eterna.
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