“No se ama lo sumiso”. ‘Nadie ama un hombre bueno’. Carlos Zanón
Carlos Zanón (Barcelona, 1966) atesora ya
un número nada desdeñable de libros de poesía, ensayo y cuatro novelas. Es un
narrador más que notable, que juega con el lenguaje con gran poderío y a la vez
crea tramas muy bien construidas, que enganchan irremediablemente, con unos
finales siempre sorprendentes y que dejan en ocasiones en estado de shock.
También es Zanón un constructor de personajes muy potentes, quizá en especial
sus personajes masculinos, perdedores, ofuscados, desequilibrados, perdidos, derrotados
irremediablemente. Como Francis de ‘Yo fui Johnny Thunders’, un hombre que casi
fue alguien en su juventud y que a pesar de su caída en picado lucha
desesperadamente por sacar la cabeza; o Epi, de ‘Tarde, mal y nunca’,
desequilibrado y obsesivo pero que intenta pelear, de manera muy equivocada eso
sí, por la mujer a la que ama; o Bruno y Max, de ‘No llames a casa’,
chantajista y chantajeado respectivamente, que también pelean, con dignidad de
perdedores, por seguir adelante y arrebatar, aunque de manera poco edificante,
un trozo de aquello que la vida no les regala.
‘Nadie ama un hombre bueno’, (Editorial
Quadrivium, 2008) es su primera novela, y en ella ya se reflejan muchos de los
temas que interesan al autor. Sin embargo el protagonista, Martín, no llega a
los estados de desesperación que alcanzan sus personajes de novelas posteriores.
Tal vez su desorden es mucho peor. Porque Martín no cree en nada, no ama a
nadie, no lucha por nada. Es un personaje por el que no puedo sentir ninguna
empatía. Como tampoco puedo comprender a Cristina, esa mujer que intenta a base
de insistencia y casi por aburrimiento, conseguir al hombre en el que se ha
fijado y del que no obtiene, y es imposible que obtenga, ninguna felicidad. Esa
mujer que es un “plan B” para Martín, pero ella, lejos de sacarle de su vida,
insiste en perseguirle y estar con él, indiferente a sus desaires.
En esta primera novela Zanón habla sobre
personas que se sienten atraídas por quien les tratan mal. Cristina, que sale
de una relación de pareja en la que ha habido maltrato, se engancha con Martín,
que apenas oculta que la desprecia y quien poco más que la usa. A su vez
Martín, cuya táctica es abandonar a todas las mujeres con las que emprende una
relación, un hombre siempre a la fuga, está obsesionado por Laura, la única
mujer que le abandonó, la que peor le trató, con diferencia.
Personalidades obsesivas, adictivas, crueles,
personajes enganchados a tratar mal y a que les traten peor; como están enganchados al tabaco y
a la bebida, consumidores ocasionales (o no tanto) de drogas más duras y algo
peor vistas. Enganchados al sexo rápido, a las relaciones esporádicas,
hastiados, insatisfechos, sin fuerza para hacer nada más allá que quejarse. Sin
intereses, sin esperanzas, sin sueños. Martín vive su vida mecánicamente, espera
que las cosas sucedan, no hace nada por cambiarlas; así, siempre está pensando
en dejar su aburrido trabajo pero nunca se atreve; así, se deja llevar en
relaciones que no le satisfacen con mujeres que no le llenan.
El propio Martín no entiende qué encuentran
las mujeres en él. Tal vez si pudieran ver lo que esconde realmente en su
interior saldrían corriendo, o bien mirado tal vez no. El tipo de mujer que se
le acerca puede que busque el desprecio que ofrece Martín, la falta de
compromiso, de cariño verdadero. El trato áspero y desagradable con que no
tarda en obsequiarles.
Pero resultará que Martín, el gran
depredador, el manipulador, será quien resulte atrapado. En uno de esos sorprendentes
giros finales a los que nos tiene acostumbrados Carlos Zanón, Martín se verá
irremediablemente unido a quien estaba planeando abandonar, a quien deja bien
claro que no soporta.
Zanón, en esta primera novela, trabaja con
esmero una prosa poderosa, potente, dura, de gran fuerza expresiva. Como en sus
obras posteriores, no juzga la actuación de sus personajes, no se pone en
contra ni de parte de ellos, el narrador expone los hechos y los sentimientos,
sin valoraciones morales, lo que es de agradecer.
Para finalizar, como siempre me sucede con
las novelas de Zanón, encuentro en este libro muchas frases para subrayar,
textos que no puedo pasar por alto. Dejo aquí una pequeña muestra.
"De hecho, su fortaleza era la del torturador. Sin damnificados, sin gente más débil que le necesitaran, que le demandasen su amor, sus palabras, su presencia, a Martín se lo tragaba la nada".
"De hecho, su fortaleza era la del torturador. Sin damnificados, sin gente más débil que le necesitaran, que le demandasen su amor, sus palabras, su presencia, a Martín se lo tragaba la nada".
“Somos las cosas en las que nos
equivocamos, los amores que no elegimos, los mil espejos en los que decidimos
no mirarnos al pasar”.
“Antes de irse a dormir, Martín solía
llamar a una, dos, tres, cuatro mujeres para escuchar que le querían, que
estaban ahí, que dependía de él romper el encantamiento y hacer andar una nueva
relación con alguna de ellas. (…) Y cuando escuchaba que le querían, en cuanto
sabían que seguían, como en aquella canción de Bambino, al otro lado de la
pared, dejaba de tener esa urgencia de hablar con ellas, de quererlas. El
hambre desaparecía y ellas quedaban retorciéndose como cables de alta tensión,
caídos y brillantes atrás, en el suelo, a sus espaldas”.
“¿Por qué sin violencia no hay victoria?
Sólo negociación y más negociación. Un ejército de palabras encadenadas una a
otra hasta la derrota más cruel: aquella que no tiene vencedor. Armisticios,
fraudes, mentiras. Entender al adversario es empezar a perder. Violencia
física, emocional, psicológica. Violencia laboral, familiar, sexual. Violencia
como la de Laura: arrasar con todo, no mirar atrás, no dejar prisioneros. (…)
No dejes opción: matar a tu ex amante es preferible, es mucho más eficaz que
abandonarle, que ser abandonado. Si le dejas vivo acabará por recuperarse y es
posible que te lastime, el día menos pensado, con un lejano y traicionero boomerang
de sus sentimientos”.
“Martín buscaba alguien que se
resistiera, que no supiera o quisiera mentir. Porque la evidencia era la que
era. Todos los que podían mentir mentían. Todos los que podían ser mentidos,
eran mentidos. Sin excepción”.
“¿Aún amaba Helena a Martín? No, ya no.
Echaba a faltar que la hiciera reír, que la ilusionara con la vida que no
estaba dispuesta a aceptarse a su lado, y al mismo tiempo, aceptar la
imposibilidad de aquél para ser feliz si no podía joderlo todo, de una forma
estacional, periódica. Cuando se desvaneció el hechizo, Helena miró a Martín y
le vio. Por primera vez le vio de verdad. Un farsante, un trilero, un pobre
ladrón que le pedía tiempo para marcharse y volver luego. Y entonces pensó en
su padre, tan recio, tan trabajador, tan inexpugnable”.
“La vanidad es una estrella en
permanente estado de ignición”.
“Nada puede crecer en el desierto, regado
con el agua salada de la obsesión”
“A veces no dejaba de estar bien eso de
la crueldad. El ser un perfecto hijo de puta”
“Martín se levantó de la cama, pasó por
delante del espejo, se miró y no se gustó. No entendía por qué excitaba a las
mujeres, por qué se dejaban engatusar por él. Creían ver algo más de lo que
había. Niñas que, confiadas, se iban metiendo en dirección contraria a la que
peinaban las olas hasta que ya no tocaban pie, hasta que ya era tarde. O quizá
no. Quizá la víctima fuera él, engañado, borracho de egocentrismo. Quizá ellas
si sabían quién era y por eso se quedaban a su lado”.
“Porque en la vida nunca pasa nada hasta
que sucede todo (…) La vida está inmóvil hasta que, de repente, echa a correr.
Las cosas suceden todas a la vez. El cielo se desmorona encima de ti, es un
desastre completo o bien las cartas que van llegando son tan buenas que te
miras las mangas por si has estado haciendo trampas y ni tú lo sabes”.
“Sé adictivo y depredador, sé el caníbal
de los recuerdos y de las esperanzas de otros, el cáncer que carcome huesos y
alma, la mierda que los pudre, que los hace reír, que les mata de inquietud”.
“Si abandonas a alguien y después a otro
alguien y a otro alguien, serás intocable: nadie podrá abandonarte jamás”.
Leer reseña sobre las otras tres novelas de Carlos Zanón
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