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#CosasDelMetro Pasarela Cibeles en el metro de Madrid

Foto: ABC
Se nota, se nota quién va a la Mercedes Benz Fashion Week Madrid, vamos la Pasarela Cibeles de toda la vida. Cada temporada coincido en el metro con mujeres de diferentes edades que van a la cita del evento que reúne lo mejorcito (se supone) de la moda española mainstream.
Como curiosidad un año coincidí en el metro con la diseñadora cordobesa Juana Martín, aunque yo entonces no sabía quién era, conocida  por sus trajes vaqueros de flamenca, cómo decir, ¿trajes denim de faralaes?, no estoy muy puesta. La diseñadora iba con familiares, al menos a unas señoras muy guapetonas y arregladas las llamaba “tía”. Se entendía por su conversación que ella presentaba sus trajes en la pasarela, iban cargadas de bolsas y maletines, muy excitadas y alegres, y su animada charla puso un toque divertido al aburrimiento habitual del transporte público. Debió ser aquel su primer Cibeles. Por la noche la vi en la tele y la reconocí…
No es habitual ni mucho menos, encontrarse a uno de los diseñadores en el metro. Normalmente se distingue a periodistas, becarias, bloggeras, fashion victims, gente de prensa o amantes de la moda que han conseguido un pase para alguno de los desfiles.
La gente que se traslada a la Pasarela Cibeles es diferente. Viste distinto a las ropas que se pueden ver en nuestra línea por las mañanas en un día laborable: ropa de oficina, uniformes de empleados de mantenimiento del aeropuerto, azafatas de vuelo, o gente vestida “para viajar”… nada original normalmente, salvo cuando entran los ruidosos skaters.
Estas chicas rompen, con sus bonitas joyas de diseño, la monotonía imperante. Pelos de colores, cortes a la última, ropa superchula, manicura francesa de color amarillo, terminales de móvil de ultimísima generación. Tatuajes coloridos en los brazos, piercing a la moda, maravillosas gafas de sol, maquillaje atrevido y aplicado a la perfección… Las chicas parlotean y comentan. Se mueven con elegancia y rapidez, se las ve eficaces, destilan encanto y algunas postureo, un chorro de chispeante frivolidad.
Todos los años se repite. Yo paso de ese mundo, aunque deseé fervientemente en mi interior poder presenciar al menos una vez uno de los desfiles.

Rod Stewart y yo llevamos Kickers


1997. Primer trabajo con alta en la Seguridad Social. 50.000 pelas al mes por 7 horas de trabajo de lunes a viernes. Explotación total, vale. Primer trabajo con alta en la Seguridad Social en algo que aborrezco; tirada la toalla de trabajar en lo que de verdad me gusta. Dramón, vale. Primer sueldo del trabajo aborrecío fue a la primera cartilla que me abrí, a ver si podía ahorrar algo de aquella miseria. Aparté dinero para chaquetón negro bien chulo y otra parte la destiné a las botas con las que llevaba soñando aaaños. Unas Kickers. Me las compré azul marino, por entonces apenas había colores, ni pensar en las acharoladas tan preciosas. Y no hablo de los varios modelos que se ven ahora, botines, sandalias, chanclas, zapatos; no, no y no, hablo de las robustas botas, con cordón blanco, suela gorda de color hueso con la marca grabada, y los punticos verde y rojo decorando la parte de debajo de los talones. Anda que no tenía ganas de una pero valían una pasta, me era imposible comprarlas antes de tener aquel precario sueldo.
A mí me sonaba haber llevado unas Kickers de pequeña, tenía incluso una pelota de goma que venía con los zapatos. Mi madre me sacó del error, lo que yo usaba eran zapatos Gorila. Españoles y mucho menos glamourosos. Ni comparación.
Parece ser que la marca Gorila nació en Palma de Mallorca en los años 40; como escaseaba la materia prima, eran los años más duros de la posguerra, en la fabricación de estos zapados se usaban suelas de goma y pieles que no eran vacunas. Al poco tiempo se pasó a utilizar piel vacuna pero además añadiendo un piso de goma vulcanizado; según se explica en la web de Gorila se montaba el zapato y luego se aplicaba la goma “vulcanizándola” a una determinada temperatura durante unas seis horas. Este sistema de fabricación hacía que los zapatos fueran muy resistentes. Aquellos zapatones de posguerra llegaron hasta mi infancia y mantuvieron la fama de irrompibles a prueba de nuestra cafre y callejera generación setentera. Mi pelotita verde con el gorila agarrado a un zapato, está a buen recaudo, en una caja metálica en el desván de nuestra casa del pueblo, espero que a salvo de la furia anti Síndrome de Diógenes que ataca de vez en cuando a mi madre.
Pues nada, una vez sacada del error y asimilado que mi infancia fue de Gorila y no de Kickers, me reiteré en que quería las botas francesas aquellas… Se cuenta que la historia comenzó en 1970 cuando Daniel Raufast, el creador de Kickers imaginó las míticas botas tras observar un cartel de Hair, aquella ópera rock hippie de los años del flower power; el nombre llegó arrastrado del verbo inglés Kick (dar una patada, patear).
Qué decir de la ilusión de llevarlas, lo comodísimas que eran, e irrompibles. Se me fue un poco el color, y las tiré tras cerca de diez años de usarlas con pasión, error imperdonable porque podría seguir llevándolas hoy perfectamente. No hay quien se las cargue, doy fe. Todavía me están entrando ganas de tener otro par...


La pelotica de los zapatos Gorila