“El balcón en invierno” de Luis Landero. Narración auténtica y emotiva sobre una España que desaparece
Una de las cosas que más me gustan del
Gabinete de la Central en el que llevo tiempo participando es la posibilidad
de escuchar a escritores hablando de sus libros y de sus experiencias en el
complicado mundo de la literatura. Ha sido un placer escucharles a todos, y ya
hemos compartido sesiones con unos cuantos.
El pasado 29 de noviembre nos visitaba Luis
Landero para hablar de su novela “El balcón en invierno”, Tusquets, 2014. El
autor nos habló sobre el oficio de escritor, la inspiración, las dudas, el
cansancio de la rutina de publicar, la obligación del escritor de no caer jamás
en “el patetismo ni la cursilería”.
En todos los oficios de la vida hay
altibajos y en especial en la profesión de escritor, muy solitaria y expuesta a
espejismos y dudas. Es un oficio lleno de inseguridad. El punto de partida de
“El balcón en invierno” surge de la duda y la pereza, del sentimiento de
empezar a formar parte de una rutina, de empezar una otra novela y luego otra… “Eso
me ha sucedido varias veces. Se me ocurrió escribir sobre lo que me estaba
ocurriendo, sobre la crisis que estaba sufriendo. Al contarla me vi en la
posibilidad de escribir algo sobre mi vida, una idea que me rondaba y que medio
habían esbozado. Este libro estaba casi escrito, aunque no lo sabía”. Una vez
que se decidió por el tema “Todo empezó a fluir con gran naturalidad. Fui feliz
mientras escribía el libro, era auténtico y emotivo”.
Aun así “El balcón en invierno” comienza
con el esbozo de una nueva novela con el hilo narrativo de un jubilado; a Jesús
Casals le recordaba a la novela de Italo Calvino “Si una noche de invierno un
viajero”. Para Landero inventar la historia y la estructura es la parte “más fácil
y divertida”, lo difícil es contar, “darle el soplo de vida” a esa historia.
Nos confesó que escribe todas las mañanas, “no sabría qué otra cosa hacer”. Habló
de la paradoja de estar encerrado escribiendo y pensar que la vida está en la
calle, y bajar a la calle y pensar que la vida está en su casa escribiendo, una
contradicción que refleja en el inicio de la novela, cuando está intentando
escribir la historia del jubilado. Landero se preguntaba si “la vida está en lo
vivido o en lo soñado”, porque al fin y al cabo “todos somos narradores”,
reflexionó, “estamos constantemente yendo de la realidad a la ficción y a la
palabra”. Porque el ser humano “necesita contar, hasta que no contamos algo
parece que no lo damos por cerrado”. Landero destacó el poder de la palabra,
“incluso es un arma”, una afirmación con la que estoy completamente de acuerdo.
Y es que como reconoce el autor “la narración es un arte milenario”. Lo añadido
en lo que contamos cuando incluimos la imaginación es “el cuerno por el que el
caballo se convierte en unicornio”.
En cuanto a la estructura del libro, Landero
explicó que no tiene mayor secreto, la estructuró así porque “la memoria es
caótica, nunca es completamente lineal”. Empezó el libro por el capítulo IV, la
noche en que salió al balcón con su madre, ese es “el anclaje del relato”.
Después retrocede a la infancia, por instinto de narrador, “para abrir dos
líneas narrativas y crear expectativas en el lector”. Landero nos confesó que
ni siquiera hizo un esbozo, “iba saliendo solo”.
Sobre la longitud del libro, el autor nos
explicó que desde el principio quería que no fuera extenso y que hubiera algo
que lo unificara, que hubiera un por qué. Finalmente el sentido vino dado por
el motivo por el qué acabó siendo escritor a pesar de haber nacido en una
familia campesina. Los recuerdos no van más allá de 1969, el momento en que
decidió dedicarse a la escritura. Eso es lo que cohesiona el libro, supone el
eje de la narración. Otro aspecto recurrente es el “sentido de tribu, del
legado recibido por mi familia” y los recuerdos, “quiero que su recuerdo
permanezca”.
Los personajes son la madre, ; la abuela
Frasca, prodigiosa contadora de historias y anécdotas; el primo Paco, sobre el
que nos confesó que el personaje de Raimundo en “El guitarrista” es una mezcla
de su primo Paco y un guitarrista que conoció en París; el padre, que es una
presencia poderosa, Landero le calificó de “musa”, su influencia siempre
aparece de una manera u otra en sus novelas, habló de “Hoy Júpiter”, la novela
en la que “creía haber ajustado cuentas definitivamente con mi padre”.
Con este libro Landero reivindica una
España rural que prácticamente ha desaparecido. En los años 80 se puso de moda
un cierto cosmopolitismo, sobre todo en la época de la movida, donde incluso
Madrid se quedaba pequeño como escenario de las novelas. “Eso es papanatismo,
paletismo, se está renegando del lugar de donde se viene”. Recordó el éxito de
Julio Llamazares con “La lluvia amarilla” (1988) al ambientar con acierto
su novela en el medio rural, lo que entonces llamó mucho la atención. Otro caso
más actual es “Intemperie” de Jesús Carrasco (2013). Nombró también a Miguel
Delibes, mal visto en algunos círculos por situar su obra en Castilla.
En el mundo rural el paisaje no es
contemplado como algo bello sino como trabajo. Los niños tampoco contemplan el
paisaje, lo viven, son parte de la naturaleza. El campesino no tiene una visión
estética del campo, viven y forman parte de la naturaleza. “Yo también tardé en
comprenderlo”, afirma Landero, “eso es un proceso intelectual y estético que viene
después”. Lo que queda en el campo es la impronta de la gente “del dolor y el
sufrimiento de trabajar la tierra”. Según Landero la cultura campesina no está
codificada, no está escrita y por eso se pierde, es de transmisión oral. “Tiene
una visión mágica que viene muy de atrás, de los mitos y leyendas”. Landero
afirma que se transmiten pedazos de conocimiento, “es como un estuche donde se guarda
sabiduría”. Hay que proteger “ese tesoro” para que no muera, para que no caiga
en el olvido.
Finalmente hizo mención a su nueva novela
“La vida negociable”, la historia de un amor fatal, sobre un hombre sin
cualidades, “aunque él piense que vale para mucho, es un perfecto inútil”. Landero afirmó en relación a la trama de la
novela, que siempre negociamos con nuestra conciencia, negociamos entre lo que
aspiramos y lo que finalmente conseguimos. “Uno no puede cargar con todo el
fardo de la culpa, todos negociamos, unos con más moralidad y otros con menos”.
El balcón en invierno. Luis Landero.
Tusquets. Barcelona, 2014. 248 páginas.
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