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“My Generation”. Festiva celebración de una década prodigiosa


El ya veterano festival de documentales In-Edit nos ofrece la posibilidad de ver en pantalla grande “My Generation”, hecho que coincide con la lectura de las primeras páginas del magnífico libro sobre The Kinks “Amanecer en Waterloo” (Manuel Recio e Iñaki García, editado por Silex), una de aquellas grandísimas bandas que surgieron durante la década prodigiosa que retrata el documental. Aquellos maravillosos sixties supusieron en Inglaterra una explosión de color que dinamitó década de los 50, marcada por la escasez y la posguerra.
Dirigido por David Batty y producido y narrado por el actor Michael Caine, “My Generation” realiza un amplio recorrido por la escena de la moda, fotografía, cine y música en el Londres de la década de los 60, una fascinante revolución cultural llevada a cabo por jóvenes, en muchos casos de clase trabajadora. Toda una década rebosante de optimismo, diversión, creación y de ruptura de reglas, que marcó los años de juventud de sus protagonistas, “los mejores años de nuestras vidas”, como afirma Michael Caine en un momento del documental.
Uno de los catalizadores de aquellos cambios fue la recuperación de la economía británica, tras la Segunda Guerra Mundial, que había dejado una Gran Bretaña devastada, y la dura posguerra que vivió la generación anterior a la de nuestros protagonistas. Roger Daltrey, cantante de The Who, explica que “todo era gris”, pero los jóvenes fueron los encargados de poner el color. Por primera vez el futuro iba a ser manejado por la gente joven. Se saltaban las reglas y rompían con lo establecido, se cuestionaron los valores morales de la anterior generación. La nueva generación se merendó con desparpajo a la de sus padres.
El delicioso montaje de “My Generation” muestra a un Michael Caine “saltando” entre pasado y presente con su característica picardía, al mezclar con acierto imágenes de su juventud con las actuales. Así, un joven Caine entra en un edificio y al traspasar la puerta aparece el Caine anciano o nos hace un guiño conduciendo aquel Aston Martin DB4 original de su película “Un trabajo en Italia” (1969). El actor introduce los testimonios (sólo en audio, no vemos su aspecto actual) de destacados protagonistas de aquel Swinging London, como el fotógrafo David Bailey, las diseñadoras Mary Quant (creadora de la minifalda) y Bárbara Hulanicki (artífice de la boutique BIBA), los músicos Paul McCartney y Roger Daltrey, la modelo Twiggy, el peluquero Vidal Sassoon, las cantantes Marianne Faithful y Sandie Shaw o la actriz Joan Collins. La ciudad de Londres se convierte en un personaje más del documental.
Michael Caine, que “no siempre fue Michael Caine”, nació con el nada sugerente nombre de Maurice Joseph Micklewhite. De origen humilde, su madre era limpiadora y su padre trabajaba en un puesto de pescado, era un poco mayor que aquellos jovenzuelos, nació en 1933 y como explica en la película ya había cumplido los treinta cuando todo estalló. Su origen y su marcado acento cockney, como se conoce a “los habitantes de los bajos fondos del East End” de Londres, habría sido un impedimento para dedicarse al cine. Pero en los dulces sixties todo era posible, incluso que aquel joven actor interpretara a un estirado oficial de clase alta en el filme “Zulú” (1964).
La calidad y variedad visual de “My Generation” deja apabullado al espectador. Una de las grandes bazas del documental es la ingente cantidad de material de archivo, en muchas ocasiones inédito, que han utilizado para su realización. La película tardó cinco años en terminarse, es de imaginar el arduo trabajo que se empleó en rastrear todo el material. Los números son apabullantes: “más de 1.500 horas de filmación, 500 horas de audio y decenas de miles de fotos fijas”, para lo que tuvieron que contactar con más de 500 personas y empresas.
La banda sonora juega un papel muy importante en la película, no en vano la música fue el detonante de la revolución cultural de los sesenta. Para una apasionada de aquellos ritmos, como lo soy yo, el documental supone perderse en la más surtida pastelería o en el país de las maravillas. La banda sonora es de super lujo y junta a los tres grupos más destacados de la época: The Who y My Generation (que da nombre al documental), The Rolling Stones con Satisfaction o Jumpin' Jack Flash y The Beatles, tocando en The Cavern uno de sus primeros temas Some Other Guy. También aparecen The Animals y su We Gotta Get Out Of This Place, Thunderclap Newman con Something In The Air, The Yardbirds, Jimi Hendrix, The Kinks con maravillas como Death End Street o Waterloo Sunset y Cream  entre otros, protagonistas de la llamada “invasión británica”, con la música pop británica convertida en un fenómeno de masas a nivel mundial. Las Escuelas de Arte jugaron también un papel muy importante en aquella explosión cultural. Músicos como John Lennon, Ray Davies o Pete Townshend pasaron por escuelas donde tomaron contacto con las artes gráficas y visuales.
Otro aspecto de aquel movimiento cultural fue el acceso de aquellos jóvenes a los medios de comunicación. Consiguieron protagonizar sonadas actuaciones en programas de televisión y ocupar cientos de horas de radio. En un primer momento la cadena pública BBC se resistió a dar espacio a aquellos alocados melenudos, surgiendo una serie de emisoras piratas donde se programaba con absoluto entusiasmo a las bandas jóvenes. “My Generation” se hace eco del caso de Radio Caroline, radio pirata que inició sus emisiones en marzo de 1964. Las imágenes de aquella radio pirata, montada en un barco anclado en aguas internacionales para evitar la persecución de las autoridades, remiten a la deliciosa película “Radio Encubierta” (“The Boat That Rocked” de Richard Curtis, 2009). Los disc jockeys eran a su vez pequeñas celebridades que congregaban ante sus emisiones a miles de seguidores de aquella música.
La moda también fue protagonista de la época. La década trajo la minifalda, creada por la joven diseñadora Mary Quant. Supuso un escándalo y en el documental vemos cómo los escaparates donde se exhibía aquella mínima pieza causaban gran expectación entre los transeúntes. Las chicas que mostraban las piernas eran vistas con los peores ojos entre los mayores. La revolución en el vestir trajo además los panties de colores, estampados psicodélicos, medias blancas de rejilla, zapatos con hebillas enormes, tacones imposibles, botas hasta más arriba de la rodilla, materiales nunca vistos en ropa como el plástico, atrevidos escotes, bisutería divertida y colorido maquillaje. También tuvo gran importancia en la estética de los jóvenes de los sesenta el peinado. El gran peluquero de la época fue Vidal Sasson y sus inconfundibles cortes geométricos. Considerado el padre de la peluquería moderna, su emblemático estilo fue la compañía perfecta para la moda pop. Llegaron las primeras supermodelos como la bella Jean Shrimpton, pareja y musa del fotógrafo David Bailey, y Leslie Lawson, más conocida como Twiggy, “ramita”, en alusión a su delgadez. En el documental aparecen numerosas imágenes y grabaciones a color de Twiggy, muchas de ellas inéditas, como las que recogen una visita de la modelo a EEUU, imágenes propiedad de Justin De Villeneuve, quien fuera su manager y pareja.
Aquel florecer de la moda supuso la apertura de numerosas tiendas y boutiques en Londres, como la Apple Boutique, propiedad de los Beatles, abierta en 1967 con una glamourosa fiesta en la que estuvieron presentes George Harrison y John Lennon. En una de las paredes de la tienda destacaba un enorme y colorido mural realizado por el colectivo artístico holandés The Fool, encargados también de pintar los famosos Mini de Harrison y el Rolls-Royce Phantom V de John Lennon. Otra de las tiendas más icónicas de aquella época fue la boutique BIBA, abierta en el barrio de Kensington en 1964 por la diseñadora polaca Barbara Hulanicki. El éxito de su ropa y complementos, mezcla de art-noveau y rock and roll, convirtió a BIBA en una atracción turística de la ciudad. El enorme éxito de la marca les llevó también a vender ropa para niños, libros, papelería, muebles e incluso comida. Se trataba de ropa a precios asequibles para jóvenes que arrasaban con todo lo que se vendía.
Aquella generación fue fotografiada por las mejores cámaras, destacando por encima de todos el fotógrafo David Bailey, que se convirtió en una celebridad a la altura de sus fotografiados. Todos los que fueron alguien en la década fueron inmortalizados por su cámara, las modelos, los rockeros, los actores. Suya es una inolvidable colección de retratos en blanco y negro, donde aparecen muchos de los protagonistas de “My Generation” como Michael Caine con gafas de pasta y un cigarrillo, unos trajeados Lennon y McCartney, Jagger con capucha de piel o un primer plano de The Who que estuvo varios años pegado a la pared de mi habitación durante mi adolescencia. Su figura inspiró la del protagonista de la película Blowup (1966), dirigida por Michelangelo Antonioni. Bailey, junto con otros fotógrafos como Terence Donovan y Brian Duffy, contribuyó a asentar la estética del Swinging London
Por poner algún pero a la cinta, “My Generation” adolece de ligereza y falta de análisis. Así, resulta un poco traída por los pelos la afirmación, en la que se sustenta parte del andamiaje del documental, de que aquella revolución la desencadenaron jóvenes de clase baja que se saltaron las rígidas normas que regían hasta entonces en el Reino Unido. Así, una de las protagonistas del documental es Marianne Faithfull, joven de la más alta sociedad inglesa, que fue musa de los Rolling Stones, además de cantante y actriz. Nacida en el barrio londinense de Hampstead, donde viven familias con gran poder adquisitivo y donde se concentra la mayor riqueza del país, su familia era noble, habiendo heredado ella misma el título de baronesa. Tal vez es el caso más extremo, pero es evidente que no todos los protagonistas de aquella prodigiosa explosión procedían de clase obrera.
Es cierto que antes de los sesenta las complicadas estructuras de clase eran las que marcaban hasta dónde podía llegar en la vida cada uno, la cuna era un aspecto determinante, quiénes eran los padres y dónde se había nacido. Pero surgen preguntas, ¿hasta qué punto eso se ha eliminado y ya no sucede?, ¿todo el mundo tiene hoy de verdad las mismas oportunidades?, ¿acaso no sigue siendo cierto que las únicas vías de ascenso social de los jóvenes de clase trabajadora son la música y el fútbol? Pero “My Generation” en ningún momento pretende ser un sesudo estudio, sino una obra entretenida con un brillante envoltorio. Y eso sí que lo consigue, resulta festiva, ligera y chispeante. Como lo fueron aquellos maravillosos años. O al menos lo parecieron.
Porque al final de la década el hedonismo y la alegría de vivir tomaron un giro más oscuro. Las drogas, entre otros motivos, fueron las causantes de que “el sueño acabara”. “My Generation” finaliza con la mayoría de nuestros héroes enredados en problemas derivados del consumo de sustancias, marihuana, pastillas (como las populares Purple Hearts) y LSD. El primero en visitar el calabozo por consumir fue el cantante Donovan, quien por cierto explica que George Harrison se apresuró a ofrecerle ayuda monetaria. Pronto llegaría la mediática detención de Keith Richards y Mick Jagger. Era febrero de 1967 y los Rolling celebraban una fiesta en la que también estaban, entre otros invitados, el creador de la portada del Sgt. Pepper’s Michael Cooper y George Harrison y su entonces esposa la modelo Pattie Boyd. En la casa de Richards irrumpió el polémico oficial de policía Norman Pilcher, que estaba a cargo de la Brigada Antidroga, cuyos métodos fueron muy criticados ya en la época. En la fiesta también se encontraba Marianne Faithfull, desnuda y envuelta en una piel de oso. Así la encontraron los policías y el escándalo costó a los dos Rolling un mes de cárcel. Como agradecimiento a sus fans por el apoyo que les prestaron en aquellos días, Jagger y Richards escribieron We love you, una canción que comienza con el sonido de la puerta de una celda cerrándose. Keith Richards explicó que aquello fue un “baño de realidad” con el que se dio cuenta que Londres no era la ciudad de las maravillas donde podían hacer lo que les diera la gana, tal y como habían creído.
Y llegaron las primeras bajas. Brian Jones, líder y guitarrista de los Rolling, fallecía en 1969 con 27 años, sólo una semana después de haber sido expulsado de la banda. Muchos afirman que los Rolling no volvieron a ser lo mismo sin él. Los Beatles también tuvieron sus escarceos con la droga, en el documental vemos a Paul McCartney confirmando en una entrevista que había tomado LSD “unas cuatro veces”, sufriendo a continuación la recriminación del periodista por contarlo, o a John Lennon afirmando que los cuatro “se ponían” pero él más que ninguno.
Los alegres sixties se desviaron hacia la psicodelia y los alucinógenos. Vietnam y las luchas por los derechos civiles que se disputaban en EEUU salpicaban de realidad la inocencia pop y el verano del amor. Pero esa ya es otra historia.




Por fin Quadrophenia en pantalla grande


Si me preguntan cómo conocí a los Who, podría responder sin dudar que fue a través de una maravillosa canción, “Love, Reign o'er Me”, lo recuerdo perfectamente. Con esfuerzo, eran los primeros noventa y no existía internet ni nada parecido, fui recopilando información sobre la banda, conociendo sus discos y sus diferentes etapas y sabiendo más sobre su carrera. Así descubrí que aquel tema pertenecía a Quadrophenia, la segunda incursión de The Who en un álbum conceptual, lo que entonces se llamaba ópera rock. Compré el vinilo (nosotros decíamos disco) en El Corte Inglés; 2600 pesetas me costó. La portada en blanco y negra era muy pintona. Un mod subido en una scooter en cuyos espejos se reflejan las caras de los miembros del grupo, arropado por una parka con el nombre de los Who pintado en blanco. En el interior, una serie de fotos en blanco y negro ilustran la historia. Siempre tuve la idea de hacerme una camiseta con la foto del horrendo desayuno compuesto de garbanzos, pan de molde, huevo, café y unas colillas de cigarro pero nunca la llevé a la práctica.
Completamente loca por el disco, grabado en 1973, mi siguiente descubrimiento fue que en el año 1979 se había estrenado una película a partir de la ópera rock escrita por Pete Townshend. Entonces no disponíamos apenas de medios y la mayor parte de mi información provenía de un libro de Ediciones Júcar sobre la banda, además de lo que podía leer en alguna que otra revista musical. En aquellos días aún vivían tres de sus miembros, sólo faltaba Keith Moon, fallecido en 1978, y el grupo había vuelto a la carretera en una gira donde tocaban Tommy y otros grandes éxitos. La grabación de uno de aquellos shows de 1989, que en España emitió Telemadrid, se convirtió en una de mis cintas más preciadas.
La suerte se puso de mi lado cuando programaron “Quadrophenia” en lo que aún se llamaba segunda cadena. Por supuesto la grabé en video, en una cinta Maxell de 180 minutos para la que hice su correspondiente ficha, que guardé en el interior de la funda. Le dimos mucha tralla a aquella cinta. Recuerdo verla en casa con mi hermano y amigas del colegio y también la pusimos en el pueblo, de nuevo con mi hermano y mis amigas de allí, en un improvisado cineclub que montamos en nuestra casa. Aquel verano ya teníamos video en el pueblo y recuerdo que también vimos, entre otras películas, “El sentido de la vida” de los Monty Python.
Cuando descubrí “The kids are alright”, documental sobre The Who estrenado en Cannes en 1979, leí que las dos películas se estrenaron en su día en cines de Madrid. Aquello me llamó la atención, pensando en que debió ser una gozada asistir a alguna de aquellas proyecciones con la música a toda mecha, rodeados de un público tan fanático como yo misma. Pero entonces se quedó en un deseo incumplido.
Hasta que veinte años después el Matadero de Madrid me ayudó a cumplir aquel deseo. “Quadrophenia” era una de las películas programadas dentro del ciclo “Sonido, subcultura y cine” sobre “las fascinantes relaciones que existen entre la escena underground, la música y la delincuencia”. Bien por el Matadero, que está ofreciendo una excelente programación a un precio muy asequible y en ocasiones incluso de manera gratuita. Como esperaba, resultó muy emocionante el visionado en pantalla grande y una experiencia maravillosa escuchar en cine la banda sonora, que no hace sino ganar con los años. También es un punto a favor verla en versión original, aunque yo era fan del doblaje del desaparecido actor catalán Enric Arredondo.
El guión de la película desarrolla la idea del disco de Pete Townshend sobre un joven de clase obrera llamado Jimmy con una “personalidad dividida en cuatro facetas distintas”, en un “estado avanzado de esquizofrenia”, desdoblado en cuatro personalidades: “Un tipo duro, un bailarín indefenso. Un romántico, ¿soy yo por un momento? Un maldito lunático, te llevaré el equipaje. Un mendigo, un hipócrita, el amor reina sobre mí”, como aparece en el disco. Con pocas perspectivas en la vida, lo que le hace sentirse diferente es su pertenencia a la corriente mod. Vacío, su único respiro lo encuentra en su ropa, sus amigos, su música y su moto.
Ambientada en los años 60, la película recoge todo el dolor de vivir, la desorientación y la falta de expectativas que caracterizan a la juventud de cualquier época. Los protagonistas son jóvenes escasamente cualificados, con empleos basura, disparados el fin de semana “gracias” a las anfetas y cantidades ingentes de alcohol. Individualistas, egocéntricos, hedonistas, vanidosos, superficiales… y autodestructivos.
Dirigido por Franc Roddam en 1979, el film cuenta con Phil Daniels, inolvidable en su papel de Jimmy; como curiosidad a Daniels se le pudo ver años después en el video de la canción “Parklife” de Blur. Leslie Ash interpreta a Steph, la chica de la que está enamorado y un joven Sting rubio platino es el mod “Ace Face” (As de Oros). El film recoge una de aquellas batallas campales que tuvieron lugar a mediados de los 60 en Inglaterra, en concreto la de 1964 en Brighton, localidad costera del sur, que por cierto inspiró el nombre de una gran banda barcelonesa de los ochenta. Los mod con sus Levi’s ajustados, sus trajes de doble botón a medida, sus peinados lamidos, las scooters “secadores de pelo” llenas de espejos, frente a las chupas de cuero, los zapatos de puntera afilada, la gomina y las motos de mayor cilindrada de los rockers. Cada uno con sus músicas. Enemigos irreconciliables.
En España “Quadrophenia” se estrenó en el Cine Urquijo, en Argüelles, y míticas fueron sus proyecciones en el Cine Covadonga, situado en la calle López de Hoyos-161 y al que apodaban el “Covacha”. Yo ya intuía que los pases de la película a inicios de los ochenta debían ser la pera pero no es nada comparado con lo cuentan numerosas crónicas sobre un cine muy peculiar donde se fumaba de todo, se bebían litronas, se comían pipas y de vez en cuando se alborotaba el gallinero más de la cuenta. Por supuesto guardan su propia leyenda urbana, que hablan de un mod saltando desde el palco del cine a la manera de Jimmy en el “ballroom” de Brighton cuando intenta llamar la atención de una Steph deslumbrada por el bello y lacónico Ace Face. Otros cuentan que en realidad el que salió volando fue un rocker, “ayudado” por unos mods, en un delirante programa doble donde juntaron “Quadrophenia” con una peli de Elvis. A saber…
La película no tuvo muy buenas críticas en su día. Se la definió como una mezcla no del todo lograda entre el free cinema inglés de los 60, el cine musical y un pretencioso ejercicio de nostalgia. Más allá de apreciaciones, Quadrophenia se ha convertido con los años en un clásico, con momentos inolvidables como los del callejón, los bailes de Ace Face, la turba que vocifera aquel “We are the mods, we are the mods, we are, we are, we are the mods”, cuando Jimmy descubre al “bell boy” llevando las maletas y por supuesto la cabalgada en moto rozando el precipicio. Una película iniciática que está entre los mejores recuerdos de mi juventud.
Sábado 14 de julio de 2018. QUADROPHENIA. Ciclo “Sonido, subcultura y cine”. Cineteca del Matadero de Madrid.


Larga, eterna vida a The Who. Concierto en Madrid, Mad Cool Festival. 16 de junio de 2016



Fotos: Álvaro Pérez Pintor y Conx
Como dice mi amigo Elvis ha abandonado el edificio esta es una ResaCrónica, empezada con dolor de cabeza y cansancio pero también con emoción y escalofrío. No quiero comparar rock con religión, mesianismo ni nada por el estilo pero pocas cosas pueden elevar más alto que los cincuenta años de “Maximum R&B” de una banda más que mítica, The Who, la banda de mi vida. Les sigo desde el ya tan lejano 1990, cuando les descubrí con diecinueve años gracias a Quadrophenia, en aquellos tiempos pre-internet en que para saber sobre un grupo había que comprar libros y revistas, cuando escuchábamos los vinilos hasta que echaban humo, cuando aún no teníamos CDs y nos grabábamos los discos en cinta de casete. Acaparaba instantes y tesoros como mi preciado pin de The Who, que compré en unos puestos en mi época universitaria y que hace años que no me pongo por miedo a que se me pierda, o un libro de ediciones Júcar sobre la banda, mis vinilos, mi copia en VHS del mítico documental de 1979 ‘The kids are alright’, mis pelis de Quadrophenia y Tommy (aquella locura de Ken Russell), y un concierto épico de 1989 celebrado en EEUU, cuando aún eran tres, que he visto decenas y decenas de veces.
Las canciones de The Who, más grandes que muchas vidas, hablan de angustia juvenil, de esa incomodidad que te asalta por no encontrar tu sitio en el mundo, cuando nada te sale bien y no tienes los mecanismos para superar con relativa facilidad las frustraciones, fracasos y decepciones inevitables en toda vida; hablan del amor como una catástrofe, como un enigma incomprensible e ingobernable. Las canciones, muchas ya himnos, de The Who nos han acompañado desde nuestra adolescencia, han calmado nuestras inseguridades y miedos, han aliviado el dolor de vivir, nos han inyectado energía, nos han hecho arder y nos han enamorado para siempre y sin remedio. Aún hoy, cuando ya estamos afrontando la madurez, siguen con nosotros y no han perdido un ápice de frescura y autenticidad. No está mal para unos chicos salvajes de Londres, deslenguados y procaces, convertidos en mito gracias a un puñado de canciones redondas, de explosivos directos y de unas vidas al límite que manejaron como mejor pudieron.
El pasado mes de marzo saltaba la noticia de que la banda de Daltrey y Townshend regresaba a Madrid diez años después de su última actuación, que yo tontamente me perdí en un momento de mi vida en que tenía la música un poco abandonada. No era cuestión de desaprovechar una ocasión que podía ser la última, así que nos aseguramos las entradas lo antes que nos fue posible. Y por fin el jueves 16 de abril nos pusimos en marcha hacia la Caja Mágica, donde se celebraba el Mad Cool, ese macrofestival que intenta paliar la falta de grandes eventos musicales en Madrid. Pocas cosas me podían apetecer menos que acudir a un festival mastodóntico, romperme la cabeza para activar las pulseras para entrar, echar cuentas sobre cuántos euros meter en un modernísimo sistema de pago para las consumiciones, pensar en cómo llegar hasta un lugar desangelado y con sospechosa comunicación en transporte público (luego resultó no estar tan incomunicado), tener claro que iba a ver el escenario muy, muy lejos… Yo soy de disfrutar de la música en directo en recintos pequeños pero la ocasión de tener a The Who en Madrid merecía todas las incomodidades e inconvenientes. 
Aún brillaba el sol en un cielo de Madrid cubierto de nubes cuando un “Manténgase tranquilos. Aquí viene The Who” daba paso a los señores Daltrey y Townshend. Da igual que hayan superado los 70 años o los huracanes que les han pasado por encima en sus azarosas vidas, 50 años de carrera con insuperable brillantez les contemplan. Mientras rugíamos de gusto y celebración los músicos se situaban en el escenario. Por primera vez encontré a Roger Daltrey algo mayor, ha tenido una madurez espléndida de tipo que ha debido cuidarse mucho, fuera de las adicciones y trampas que tiende la vida salvaje del rock; las pantallas nos lo mostraban vestido con una camisa oscura y entallada, gafas de sol azules y aún con buena mata de pelo rizado, aunque ya nada que ver con la que lucía en la época de Tommy. Pete Townshend, abrigado con una cazadora Harrington azul marino y gorro de lana, también se protegía con gafas oscuras. Rodeados de verde y árboles escuchamos los primeros compases de su primer éxito ‘I Can't Explain’, la locura; una canción de 1964 que sigue de actualidad plena. En la gigantesca pantalla situada detrás de la banda pasaban imágenes de unos Who con veinte años, pelo corto, impecable elegancia mod: Daltrey, Townshend más Moon y Entwistle, los dos miembros que tristemente se quedaron en el camino.
El concierto continuó con otros temas de su primera época como ‘Substitute’, ‘The Kids Are Alright’ o la icónica ‘My Generation’, los mitos indiscutibles pueden permitirse sin problemas cantar aquello de «I hope I die before I get old» con más de setenta años, vi a través de las pantallas al ahora entrañable Roger Daltrey sonreírse mientras lo decía. Él y un todavía fiero Townshend son mitos andantes, aún en pie de guerra aunque falten Keith y Entwistle. La actuación pintaba bien, se les veía a ambos con mucha energía, entrega y buena forma, la banda sonaba a la perfección y la escenografía resultaba espectacular. Además para esta gira Daltrey y Townshend se acompañan de magníficos músicos como, entre otros, Pino Palladino al bajo, Simon Townshend a la guitarra o el maravilloso Zak Starkey, sí el hijo de Ringo, a la altura de un grupo con batería de leyenda, el inconmensurable Keith Moon, que fue quien regaló su primera batería a Zak.

Es una locura elegir hora y media de canciones cuando se tiene un repertorio como el de The Who. Sonaron la psicodélica ‘I Can See for Miles’, o dos temas que no me esperaba, ‘Join Together’ y ‘You Better You Bet’. Inolvidables momentos como la estremecedora ‘Behind Blue Eyes’, «My love is vengeance», con un enorme ojo azul proyectado en la pantalla. También nos regalaron un repaso a las dos óperas rock del grupo, Quadrophenia y Tommy, con imágenes que rememoraban la película, convirtiendo el recinto en un clamor al sonar ‘Pinball Wizard’. El final del concierto, un tanto abrupto, con la presentación de la banda a cargo de Townshend y sin bises, llegó con las épicas ‘Baba O'Riley’ y ‘Won't Get Fooled Again’.
Sobre el escenario principal del Mad Cool disfrutamos de un concierto montado con absoluta inteligencia. Sonaron sus canciones más conocidas, disfrutamos de un montaje espectacular pero sin abandonar jamás el buen gusto, el grupo se acompañó por una banda solvente y espléndida, interpretando su repertorio con maestría, elegancia y energía, sin efectismos, con la calidez frente a un público entregado, sin gestos de estrellas. Músicos de su talla y con su historia no necesitan de tonterías. Vimos una banda viva, llena de fuerza, tocando temas redondos con gusto y con ganas, compartiendo su leyenda con total generosidad. No podían defraudarnos, no lo hicieron. Larga, eterna vida a The Who.
Banda: Roger Daltrey, voz, pandereta y armónica; Pete Towshend, guitarra y voz; Zak Starkey, batería; Pino Palladino, bajo; Simon Townshend, guitarra; John Corey, teclados , coros; Frank Simes, teclados, coros armónica, arpa de boca; Loren Gold, teclados , coros.
Set list (16 de junio de 2016): I Can't Explain; Substitute; Who Are You; The Kids Are Alright; My Generation; I Can See for Miles; Behind Blue Eyes; Join Together; You Better You Bet; I'm One; 5:15; Love, Reign O'er Me; Amazing Journey; Pinball Wizard; See Me, Feel Me; Baba O'Riley; Won't Get Fooled Again.