Mostrando entradas con la etiqueta Historia. Mostrar todas las entradas

De cómo se desarrolló el municipio de Vallecas antes de su integración en Madrid. En la conferencia del profesor Manuel Valenzuela


Mi infancia son recuerdos de un patio de Vallecas. El rosal, las plantas amorosamente cuidadas por las manos mágicas de mi abuela, la vieja tortuga que andaba suelta a sus anchas, la primitiva lavadora donde la abuela lavaba la ropa de un equipo de fútbol del barrio, la pila de piedra, las baldosas desaparejadas…
Mujeres cosiendo delante de las casas bajas, vecinas hablando a la caída de la tarde sentadas en sillas de anea, el pastor alemán Rocco de la señora Manuela, la vieja y para mí terrorífica muñeca de mi tía colocada sobre la cama de la habitación del fondo, los vasos de cristal azul donde la abuela hacía los flanes, los cojines de ganchillo, el precario baño situado en el patio, la bodega de Saturnina, la tienda de chucherías de la Reme, la panadería, el bar Nueva York… todo un universo que giraba en torno a aquella empinada calle 9 donde pasé mi primer año y medio de vida. Tantos recuerdos, lágrimas, trabajo y esfuerzo concentrados en aquella casita baja. Mi abuela María la habitó desde inicios de los años 50 hasta diciembre de 1983. No dejo de buscar el aroma de aquel barrio donde pasaba muchos fines de semana y días de vacaciones a la vera de mi adorada abuela. Varios personajes de mis novelas son de Vallecas y en lo próximo que preparo, el barrio será de nuevo un escenario principal. A principios de los ochenta las casas bajas de Palomeras eran derruidas y los vecinos realojados en barrios nuevos con amplias aceras, prometedores parques y edificios de buena construcción en los que se contaba con ascensores, calefacción y “gas ciudad”.
Así, tuve claro que no podía perderme la conferencia del profesor Manuel Valenzuela, Catedrático Emérito de Geografía Humana de la Universidad Autónoma. Su exposición, titulada “Vallecas, de municipio rural a suburbio de inmigración”, forma parte del ciclo “La creación del gran Madrid. Anexión de municipios limítrofes”. Como nieta de aquella inmigración me interesa la prehistoria del barrio, los hechos y las anécdotas que lo cimentaron hasta llegar a ser el gigante en que se ha convertido hoy. La conferencia del profesor Valenzuela finaliza precisamente en el momento en que mi familia se instaló en Vallecas, cuando se convirtió en un barrio de acogida y recogida de miles de personas que llegaban de diferentes rincones de España en busca de una vida mejor y huyendo de la miseria y el hambre que les mordía en sus lugares de origen. ¿A que os suena?
La didáctica conferencia ofrecida por Manuel Valenzuela, un experto en la materia, ha llamado mi atención sobre diferentes aspectos relacionados con el barrio, en especial en lo referido al Puente de los Tres Ojos, el ferrocarril conocido como La Maquinilla, la figura del alcalde Amós Acero y la casa de Peironcely, 10. Veamos.
La anexión de Vallecas a Madrid se produjo en 1950, concretamente el 22 de diciembre. Era el más poblado de los 13 municipios que se integraron en Madrid, aportó el 26% de la población, algo más de 86.000 habitantes, tantos como muchas de las capitales de provincias entonces. También aportaba una gran superficie. El último de los municipios que se anexionaron a Madrid en los 50 fue Villaverde, en 1954. Estos municipios aportaron nada menos que el 88% de la superficie de Madrid.
Vallecas se encuentra situada en el sureste de Madrid, una zona esteparia de cultivos no intensivos, cereales, algo de viñedo, sin el atractivo que podía tener la sierra. Desde finales del siglo XIX se habían construido en la sierra de Madrid casas de veraneo por algunas familias pudientes, pero eso apenas sucedió en Vallecas. La villa de Vallecas era un municipio rural en el que había amplias zonas de cultivo situadas fundamentalmente en las zonas de  Portazgo y Alto del Arenal. Vallecas era además proveedora de ladrillos, yeso, pedernal o tuberías, materiales fundamentales para la construcción de edificios o para el empedrado de muchas calles, el crecimiento de la capital se disparaba. De esta forma se desarrolló una importante actividad industrial en Vallecas, centrada en las fábricas de yeso, como La Invencible o La Vascongada, o las ladrilleras como Ladrillos Valderribas, Ladrillera Española o Cerámica Española. El profesor Valenzuela nos enseña una foto suya de los años 70 que muestra la chimenea y la estructura de una de aquellas fábricas.
Fruto de aquella actividad industrial surgió La Maquinilla, un ferrocarril inaugurado en 1888 para transportar el yeso de las canteras vallecanas. Su recorrido comenzaba en Pacífico y llegaba hasta las canteras. También fue usado para el transporte de personas hasta 1923, cuando se inauguró la ampliación de la Línea 1 de metro desde Atocha hasta el Puente de Vallecas, bajo la avenida Ciudad de Barcelona. He buscado información sobre La Maquinilla en la red y, según se cuenta, tardaba en realizar el recorrido unos 35 minutos, con una frecuencia de hora y media entre cada tren. La Maquinilla seguía circulando cuando llegó el metro al barrio, para disgusto de los vecinos. Discurría entre “calles estrechas, huertas y zonas de escuelas” y suponía un peligro “a causa de las chispas numerosas, que por tratarse de material antiguo, se desprendían de la máquina”. La tensa situación se mantuvo hasta junio de 1931, cuando un grupo de vecinos del barrio llegaron a levantar las vías del tren. Finalmente el ministro de Obras Públicas, por aquel entonces Indalecio Prieto, se hizo eco de las reclamaciones vecinales y puso fin a La Maquinilla.
Y es que el transporte ha sido siempre una necesidad fundamental en un barrio obrero como Vallecas. Durante años se contó con una línea de tranvía que llegaba a Puente de Vallecas. En abril de 1972 se clausuró la última línea que seguía operativa. Otro importante medio de transporte fue el trolebús, siendo pionera la línea inaugurada en julio de 1949 que conectaba el Puente de Vallecas con la zona del pueblo. Aquellos trolebuses que aparecen en muchas películas de la época desaparecieron en 1966.
A principios del siglo XX Vallecas ya se organizaba en distintos barrios como Doña Carlota, Nueva Numancia, Vallecas o La China. Hacia 1920 se empieza a nombrar el barrio de Entrevías, delimitado por las vías del tren a Zaragoza y las del tren a Alicante, de La MZA (Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante), fundada en el siglo XIX por José de Salamanca Mayol, marqués de Salamanca. La zona de Peña Prieta es una de las más antiguas, además del propio Puente de Vallecas. Quiero detenerme en la historia del barrio de Doña Carlota. Si bien Vallecas fue desde sus inicios un barrio eminentemente obrero, existió una quinta, la de Doña Carlota Mejía, fallecida en 1881 y propietaria de los terrenos donde se levantó más tarde el barrio. Como afirma una noticia de ABC en su edición del sábado 4 de agosto de 1916, en su testamento Doña Carlota dejó escrito su deseo de que se construyera un barrio en esos terrenos, “imponiendo un gravamen o censo” para las parcelas. Estaba bien trazado, con “calles amplias y espaciosas” que conformaban un barrio “sano y populoso”, con iglesia, escuela, “muchas tabernas” pero con problemas por entonces de abastecimiento de agua y transporte. El profesor Valenzuela nos explica que en este barrio se establecieron miembros de la judicatura y personajes como el dúo Pompof y Teddy, tíos de los famosos “payasos de la tele”, ídolos de los niños de los años 70 entre los que me encuentro. Prueba de la vinculación vallecana de los míticos payasos es la tumba de Fofó, fallecido en 1976, en el Cementerio de Vallecas. En este cementerio está enterrada mi tía María Luisa y para visitarla debíamos pasar por delante del sepulcro del artista, con el consiguiente disgusto y llantos por nuestra parte. Siempre llena de flores, cuenta con un busto de mármol negro que representa a Fofó caracterizado como el personaje que le dio fama. Vallecas ha dedicado una amplia avenida, al lado del Campo del Rayo, a la figura de Alfonso Aragón Bermúdez.
La historia del Puente de los Tres Ojos, situado sobre el Arroyo del Abroñigal, también llama mi  atención. Se proyectó en 1845 para la línea del ferrocarril de Madrid a Aranjuez. Las obras se realizaron entre 1846 y 1850. Cinco años más tarde una crecida del Arroyo del Abroñigal afectó al puente, que se hundió al paso de un tren, por lo que fue reconstruido. En 1928 se ampliaron los carriles del puente y se reforzó con una plataforma metálica. Bajo el puente, símbolo del barrio, discurría la Avenida de la Paz y posteriormente la M-30. El aumento del tráfico llevó a la demolición del puente en marzo de 1983. Actualmente hay un puente sin ningún encanto aunque más adecuado para la circulación. En torno al puente de los Tres Ojos y el Arroyo del Abroñigal surgió de manera espontánea a principios del siglo veinte un suburbio de casas precarias levantadas por el proletariado que trabajaba en las fábricas. Se trataba de inmigrantes procedentes de toda España. Se encontraba estratégicamente situado, cerca de las fábricas, próximo a Atocha pero con nulas infraestructuras. Sin servicios, sin canalización de agua o alcantarillado, las infraviviendas apenas contaban con pozos para abastecerse de agua y pozos negros para los residuos.
La Guerra Civil fue otro de los acontecimientos históricos que afectó terriblemente a Vallecas. El municipio sufrió un duro asedio durante la guerra al encontrarse en pleno frente. Además su situación geográfica la convirtió en lugar de paso entre Madrid y Valencia, donde se había trasladado el gobierno de la República. Entrevías, el Pozo del Tío Raimundo y el pueblo de Vallecas fueron las zonas más castigadas durante la guerra, sufriendo numerosos bombardeos aéreos. El profesor Valenzuela hace referencia a la casa fotografiada por Robert Capa, situada en Entrevías en la calle Peironcely 10, que puede ser víctima de la piqueta y la especulación inmobiliaria. La icónica foto de Capa, tomada en noviembre de 1936, muestra una casa de ladrillo llena agujeros de metralla y frente a ella, sentados en una acera llena de cascotes aparecen tres niños. Gracias a aquella imagen hubo asociaciones como el Socorro Rojo que comenzaron a enviar alimentos a la castigada población de Madrid. Capa publicó en diciembre de 1936 un amplio reportaje en la revista Regards, donde se incluía la foto, sobre el padecimiento del pueblo de Madrid. La casa, una de las humildes construcciones en la que habitaban los obreros vallecanos de principios de siglo, todavía conserva marcas de metralla en su fachada, aunque la mayoría han sido tapadas con yeso. La noticia de la demolición de la mítica casa saltó a numerosos medios el pasado año 2017, lográndose parar por el revuelvo popular. Por el momento hay una iniciativa para salvar la casa y desde el ayuntamiento se han comprometido a incluirla en el Catálogo de Bienes y Elementos Protegidos.
La conferencia del profesor Valenzuela encamina mis pasos hacia la figura del alcalde de Vallecas, Amós Acero, desconocida para mí hasta hace poco tiempo, y muy relacionada con aquellos dolorosos años. De extracción muy humilde, este maestro se afilió al Partido Socialista en 1920. En julio de 1927 le fue ofrecida una plaza de maestro de 1ª enseñanza en Vallecas, donde se instaló con su familia. Fue elegido alcalde de Vallecas en las elecciones de abril de 1931 con la proclamación de la II República. Fue elegido diputado a Cortes en junio de 1931 y en 1936 Acero fue restituido en su cargo de alcalde de Vallecas, cargo que mantuvo hasta el final de la guerra de España, manteniendo durante la contienda un comportamiento ejemplar. En marzo de 1939 abandonó Madrid hacia Valencia junto al gobernador civil de Madrid, siendo detenido en el puerto de Alicante y encerrado en el campo de concentración de Albatera. Fue sometido a dos juicios y, sentenciado a pena de muerte, fue fusilado el 16 de mayo de 1941 en las tapias del cementerio de la Almudena, con los ojos destapados por propia voluntad. Tenía 47 años. En los últimos años Vallecas ha querido recuperar la memoria de su alcalde. Así, en julio de 2016 se inauguró una estatua en el distrito de Puente de Vallecas y en enero de este año 2018 la Junta Revolucionaria de Vallecas realizó una pintada de homenaje al alcalde vallecano en la Avenida de la Albufera a la altura de Buenos Aires.
Vallecas ha sido desde sus inicios un barrio eminentemente obrero y “de aluvión”, en los años 20 se alimentó de los obreros que se establecieron en el municipio para trabajar en las fábricas de yeso y ladrillos. Y comenzó a crecer desmesuradamente a partir de los años cincuenta debido a la riada de personas que llegaban desde las zonas rurales de provincias como las dos Castillas, Extremadura o Andalucía, que llegaban en busca de una vida mejor. Somos orgullosos hijos de la inmigración y queremos conocer nuestro pasado.




Los veintidós años del coronel Bens en el Sahara. Historias coloniales


Mi colaboración en el blog de los escritores saharauis en El País ¿Y dónde queda el Sahara? | 30 de enero de 2017
Esta entrada ha sido escrita por la periodista y escritora Conchi Moya.
Todos los países inventan su historia pero las metrópolis inventan además la historia de sus colonias. Como recordaba el profesor Juan Carlos Gimeno en unas jornadas sobre el Sahara Occidental: “En la edad moderna todos los estados tienen su historia, y es una historia inventada que procura ser coherente con su futuro. El colonialismo tiene su historia y el estado saharaui tiene que empezar a construir su propia historia (…) Hay historias silenciadas, fundamental es sacar a luz la historia propia de cada pueblo. Lo contrario es fomentar el genocidio y etnocidio”. Durante mucho tiempo la historia del Sahara Occidental la escribió la metrópoli, en muchas ocasiones a través del testimonio de los militares que allí estuvieron. Botánica, geología, geografía, manuales de hasania (la lengua de los saharauis), historia e incluso literatura, destacando las obras de Emilio Bonelli, Ángel Domenech, José Ramón Diego Aguirre o los hermanos Vicenç y José Guarner, entre otros; incluso algunos militares novelaron su experiencia en la que fuera provincia española como Fernando Mata, Mariano Fernández-Aceytuno, Agripín Montilla o Julián Delgado, o la reflejaron a través de la poesía, caso de Julio Martín Alcántara y Luis López Anglada.
Entre esa bibliografía colonial destaca el testimonio de Francisco Bens Argandoña (La Habana, 1867-Madrid, 1949), uno de los primeros gobernadores del Sahara Español y quien puso las bases para asentar el dominio colonial sobre el territorio saharaui. Bens escribió unas apasionantes memorias publicadas en los años cuarenta, que suponen un documento de enorme importancia al ser un testimonio directo narrado en privilegiada primera persona.
Por suerte la editorial Athenaica las ha recuperado en una reedición que cuenta con la siempre rigurosa participación del periodista e historiador Pablo Ignacio de Dalmases. El pasado lunes 16 de enero estas memorias de Bens se presentaban en Madrid en el Archivo Histórico Nacional, en una mesa moderada por Severiano Hernández Vicente, subdirector general de los Archivos Estatales.
Manuel Rosal de Athenaica destacó que la editorial, “académica y universitaria”, recupera libros difíciles de encontrar y de gran valor en la historia de España. De ahí el interés por la reedición de estas memorias, publicadas en 1947, dos años antes de la muerte de Bens. La editorial decidió contar para la introducción del libro con Pablo Dalmases, como especialista en la historia saharaui y a partir de este trabajo ha surgido la posibilidad de rescatar más obras relacionadas con el África Española.
A continuación tomó la palabra Antonio Ramos-Yzquierdo, teniente general del Ejército de Tierra e integrante de Tropas Nómadas entre 1960 y 1963, para realizar una semblanza militar del autor de las memorias. Destacó las “dos partes” en que se divide la carrera de Bens, una primera en Cuba, operativa, en la que participó en numerosas batallas y una segunda en el Sahara Occidental, entre 1903 y 1925, donde “primaron las labores de diplomacia, conocimiento de gentes y la gestión administrativa”; estos veintidós años son los que se recogen en las memorias. Según Ramos-Yzquierdo “la lejanía y la carencia de comunicaciones en aquella época posibilitaron que Bens gozara de gran autonomía pero también tuviera encima una gran responsabilidad”. Gracias al conocimiento que fue adquiriendo de la sociedad saharaui Bens pudo realizar de manera pacífica su misión en el Sahara, “sin pegar un tiro”, como se recalcó en las diferente intervenciones. Bens llevó a cabo de la mano de los saharauis varias incursiones fuera de Villacisneros, que era donde se circunscribía la presencia española. Esto facilitó la posterior ocupación del territorio interior saharaui, a partir de los años 30, y el afianzamiento del dominio colonial español. En cuanto a su gestión, se construyó un nuevo fuerte, a pesar de no contar apenas con medios materiales ni humanos.
Las memorias fueron “reconstruidas” por Bens, ya que las originales fueron destruidas por su familia durante la Guerra Civil, lo que originó diferentes lagunas e inexactitudes, que son resueltas gracias a la introducción biográfica que ha realizado Pablo Dalmases con el título “Bens, el cubano que hizo español el Sahara”. También con la inclusión de una parte final formada por artículos del propio Bens sobre las tres expediciones que llevó a cabo y que contienen datos mucho más precisos.
La metrópoli había tardado más de veinte años en salir de los fortines de Villacisneros; hasta las incursiones de Bens los militares españoles sólo se habían movido dentro del núcleo del fortín. Se adentró en el desierto gracias a la invitación de los propios saharauis, sin portar “ni un lápiz” para no despertar suspicacias. En un momento, principios del siglo XX, en que no había demasiado interés en España sobre lo que sucediera en el territorio saharaui, Bens llegó al Aargub; realizó una expedición a Atar en el Adrar Stemar, espeso palmeral que ya estaba entonces en manos francesas; ocupó cabo Juby, a cuya localidad principal se le dio el nombre de Villa Bens, la actual Tarfaya (Marruecos); también ocupó más tarde La Güera, localidad saharaui fronteriza con Mauritania.
Resulta fascinante la vida y la presencia de Bens en el Sahara, un militar que había combatido con crudeza en la guerra de Cuba y que sin embargo “supo cambiar el chip” al llegar a Río de Oro, sustituyendo las armas por las palabras y la diplomacia, que usó con inteligencia y astucia. En las memorias se recogen recuerdos e impresiones, testimonios sobre la forma de relacionarse con los saharauis y su idiosincrasia, reflejando también la importancia de la mujer saharaui en su sociedad. Bens no adoptó la vestimenta saharaui, aunque sí aprendió a montar a camello sobre la rajla (montura tradicional), vistiendo serual (el pantalón que usan los saharauis para montar sobre el camello). Hay versiones encontradas sobre si Bens aprendió o no a hablar hasania, algo que no se sabe a ciencia cierta. Es difícil pensar que no lo hablara, ya que vivió codo con codo con los saharauis, haciendo las incursiones en el desierto directamente de su mano. Sí se sabe que contaba con un intérprete de su confianza, Laseny, con el que aparece en algunas fotos de la época.
Pablo Dalmases agradeció al coronel Javier Perote, que se encontraba entre el público asistente, el acceso al material sobre Bens que poseen los descendientes del autor. Como curiosidad, Bens formó una familia en Cuba, y posteriormente formó otra familia en España. De esa unión tuvo una hija, Engracia, fallecida en 2008. Gracias a sus pesquisas, Dalmases pudo contactar con la nieta de Bens, que aún vive.  Hay otros misterios en torno a su vida, como quién le ascendió a General Honorario, ya que Bens acabó su carrera militar como coronel; tampoco hay constancia de dónde estuvo durante la Guerra Civil ni qué fue de su familia cubana.
En definitiva un importante trabajo para la recuperación de la memoria histórica del Sahara Occidental, en este caso de la memoria colonial, esperando que los saharauis sigan poniendo las bases para el estudio de la historia de su país, a través de los testimonios de sus propias fuentes, la mayoría orales, y también recogidas en la poesía y en antiguos manuscritos.

El mítico Hadara, el niño avestruz



El conocido niño avestruz del Sahara existió realmente.
El antropólogo Julio Caro Baroja confirma que fue discípulo del mítico Chej Malainin y tenía especial baraka con los animales. Según señala en su libro “Estudios Saharianos”, Hadara corría a gran velocidad. En el Sahara cuentan que una vez iba camino de Smara con una caravana que pasó lejos de aquel punto. Pero él corrió lo suficiente para poder hacer la oración de la tarde con el Chej y volver a dormir al campamento.
Los niños saharauis conocen la historia de Hadara como si fuera un cuento, narrado en las noches de la badia por los abuelos. Pero efectivamente Hadara vivió con un rebaño avestruces en su infancia. Incluso ya mayor en ocasiones entraba en una especie de trance que le hacía comportarse como un avestruz, moviéndose como una de ellas y comiendo todo lo que encontraba a su alcance.
Sobre su especial trato con los animales hay numerosos testimonios; se cuenta que en una ocasión, cogió a un león, le puso una cuerda al cuello y un bozal y lo llevó donde una familia que no creía en los milagros de Chej Malainin. En otra, ordenó a una pareja de chacales que no atacaran un frig donde habitaba un niño pequeño, y así ocurrió.
Cuando le conoció Caro Baroja durante su viaje en 1952 Hadara tenía la barba blanca y el pelo negro, se decía que debido a que en una ocasión pidió a Chej Malainin que no le salieran canas nunca, y éste le puso la mano en la cabeza y por donde se la pasó no le salieron.

En un tiempo lejano

Estas fotos del Sahara, de las décadas de los 30 y 40 del pasado siglo nos enseñan un Sahara muy diferente del que existe ahora. De aquel tiempo cuando la foca monje disfrutaba libre de las vírgenes playas saharauis; las avestruces, familia del niño Haddara, corrían libres por las enormes planicies; las gacelas eran aún las dueñas de aquella colosal extensión...

Son imágenes llenas de misterio, de antiguo perfume del desierto. Mujeres que miran curiosas al fotógrafo a cara descubierta, engalanadas con preciosas cuentas de colores y plata; las tumbas de los gigantes prehistóricos, de vertical enormidad; las ruinas de la bella Smara, erguidas en total desnudez, lejos de los burdos parches colocados después por la metrópoli y más tarde por el zafio ocupante; aquellos bisabuelos, hijos de la nube, orgullosos y altivos, con sus negros turbantes y escapularios para la buena suerte, las melenas alzadas y el mus manchado de sangre por el sacrificio del día, gacela, cabra o camello. El dromedario sí, entonces, amo y señor de la badia, y entre el nómada y su Dios, sólo la inmensidad.

Como un libro de hojas gastadas que guarda el aroma de un tiempo lejano, estas fotos de Tomás Azcárate Ristori, son testimonio eterno de un Sahara que no volverá, pero sorprende y fascina a sus hijos y a los que a ella, la madre Sahara, nos arrimamos.





Las fotos de Tomás Azcárate Ristori, se pueden visitar en una exposición en Tenerife. (Fotos sacadas de sahara-mili.net)

Sáhara occidental: cuando España traza su mapa, en el Museo de Historia y Antropología

A través de la exposición “Sáhara. Tomás Azcárate Ristori”, producida por el Centro de Fotografía Isla de Tenerife, se puede conocer la acción de España en un inmenso arenal donde, a su llegada, carecía hasta de población fija, de ciudades, carreteras y puertos... Y ni siquiera tenía de antecedentes históricos conocido. Por eso hubo que empezar de cero, a fundar la ciudad de Villa Cisneros, explorar el espacio geográfico y buscar la manera de hacerlo habitable. Las 60 fotografías de la muestra, abierta en el Museo de Historia y Antropología, forman parte del legado histórico que ha dejado Tomás Azcárate Ristori, restaurado por el fotógrafo Tarek Ode, con instantáneas tomadas hace sesenta años.

Azcárate Ristori (Cádiz, 1917), llegó al Sáhara como oficial legionario, dirigió las Mías Nómadas, y recorrió un desierto que fue retratando y estudiando desde diversos aspectos, en especial las características de tribus ambulantes, caravanas y pozos o tradiciones, trazando el esquema de un mapa territorial y a la vez científico; porque fue un valioso colaborador del antropólogo Julio Caro Baroja en sus estudios sobre el terreno; y descubridor de enterramientos megalíticos que corresponden a una etapa anterior a la desertización.

El día a día de Tomás Azcárate quedó reflejado en sus tomas fotográficas, con anotaciones que se conservan en el archivo que mantienen vivo sus descendientes, en el que se pone de manifiestos no sólo la calidad de las imágenes conseguidas, sino lo cotidiano en la historia de un lugar que se empieza a consolidar; los personajes, paisajes y la poética de unos transcursos que permanecen, porque este oficial legionario supo mirar más allá de su labor militar para tratar de conocer la geografía, la historia, y las posibilidades de una población que empezaba a entenderse en ciudades donde nadie se sentía forastero. En la exposición “Sáhara. Tomás Azcárate Ristori”, un testimonio recogido en imágenes, en el Museo de Historia y Antropología de Tenerife, el La Laguna, hasta el 29 de mayo.

La fundación de la ciudad de los manantiales


Cuentan las crónicas que El Aaiun, la ciudad de los manantiales, fue fundada en 1938 por un militar español, Antonio de Oro Pulido, un joven de poco más de treinta años con un amplio historial africano. Nacido en 1905, con 30 años había ocupado Ifni, dominaba el árabe y el hasania (obtuvo un curso de idioma árabe en la universidad siria de Hiemate, aunque no pudo finalizar los estudios por las necesidades del servicio) y había participado en varias campañas africanas, todo ello antes de hacer realidad su sueño, fundar una ciudad que fuera referencia en la zona, una ciudad de convivencia entre españoles y saharauis, y que sirviera para mitigar las inclemencias del llamado Sahara Español.

La relación de Antonio de Oro con el territorio había comenzado en febrero de 1937, cuando fue designado Delegado Gubernativo del Sahara con 32 años. En 1934 se había comenzado a realizar por parte de España una política de ocupación efectiva del interior del territorio, con la creación de puestos en lo principales enclaves saharauis, que en realidad eran fuertes militares.

En el lugar concreto donde se ubicará Aaiun se conocía, desde 1928, la existencia de un asentamiento permanente instalado en aquel lugar en el que había agua dulce del pozo Auinet Tarfa (a pocos metros de lo que años más tarde seria la Fuente de Aaiun). La gran cantidad de agua procede de filtraciones de lluvia en una grandísima extensión, que se filtra desde la capa superficial hasta la capa impermeable, quedando allí a modo de manta subterránea, sin evaporarse, y saliendo al exterior por los manantiales abiertos por la mano del hombre. En aquel asentamiento se practicaba incluso con éxito la agricultura (tomate, calabaza, maíz, hierbabuena, higueras, etc.).

Era aquel uno de los pocos sitios amables del territorio sahariano. Además del agua dulce, el oro del desierto, el asentamiento se encontraba relativamente protegido de los vientos y tenía una favorecedora orientación Norte. Estaba muy próximo a la costa y relativamente cerca de Cabo Juby, lo que facilitaba el abastecimiento del lugar.

En 1938 se fundó la ciudad, que al principio tan solo fue un puesto militar fijo, iniciándose la construcción del fuerte, que junto con las casas de los saharauis ya establecidos allí (los hermanos Attaf y Moyan uld Bachir uld Enduf), serán los primeros edificios de carácter permanente en El Aaiun. Antonio de Oro concibió una ciudad en que los saharauis quisieran asentarse, se ayudó a los nómadas que comenzaron a instalarse en ella para que no tuviesen la necesidad de abandonar el lugar en busca de zonas de pasto; se realizaron trabajos para buscar nuevos manantiales; se desarrolló una incipiente agricultura llevando arados, roturando tierras, se inició una granja avícola y se plantaron árboles frutales.


Según testimonio de Galo Bullón Díaz, militar español, estrecho colaborador de Antonio de Oro y autor de la obra “Geografía humana de los territorios de Ifni y del Sáhara”, seis años después de la fundación de Aaiun, la ciudad contaba con "importantes almacenes de sociedades al por mayor, barrio comercial, plazas amplias, calles espaciosas... , escuelas españolas, escuela de Artes y Oficios, hospital, cómodas viviendas y una población indígena que se ha sedentarizado y edifica por su cuenta viviendas para sí y para alquiler, que labra tierras, posee huertas a las que aplica la enseñanza que se les da en nuestra pequeña granja de experimentación, en donde hay instalados además gallineros, vaquería, porquerizas, etc.".

Tan sólo dos años después de la fundación de El Aaiun Antonio de Oro moría el 28 de diciembre de 1940 en Tetuán, víctima de una rápida septicemia. Su viuda Pepa López Bastos recordaba la buena sintonía de los saharauis y su esposo, quien no dudaba en tomar el té sentado en el suelo de una ‘jaima’ con sus amigos saharauis, o por vestirse con ropas propias de los “hombres azules” y adentrarse en el desierto a camello. “Se sentía entre los saharauis como en familia. Y creo que la comprensión era mutua, porque ellos le mostraban una consideración que excedía los límites del respeto oficial. Su obsesión era construir escuelas, hospitales y llevar hasta el desierto los adelantos de la época”.



La ciudad, una vez desaparecida la persona que la soñó y comenzó su creación, continuó con su desarrollo y crecimiento. Para impulsar la incipiente sedentarización, se designó El Aaiún como campamento principal y sede del Gobierno de una parte del territorio. Aquellas primeras bases de la administración colonial iban a requerir la presencia de funcionarios. El impulso a la sedentarización de los saharauis conllevó las crecientes peticiones de viviendas estables en lugar de sus jaimas tradicionales. De esta forma se empezaron a realizar los primeros planes de urbanismo. Se construyeron cuatro hornos de cal y se utilizaron piedras de los alrededores, excluyendo las salitrosas para que las paredes no rezumaran salitre, al tiempo que se traían de Canarias las maderas necesarias para la construcción de puertas y ventanas y se contrataban a maestros albañiles.

El poblado fue obra de los Ingenieros y Ayudantes Militares, aunque no hay que olvidar el trabajo de los mencionados Maestros Albañiles Canarios. Las construcciones eran de baja altura, siguiendo una política de extensión de terreno y de favorecer la luminosidad y la visibilidad del terreno. La parte más antigua de la ciudad se construyó a partir de calles estrechas y de trazado irregular. Se hicieron posteriores ampliaciones, la primera una especie de ensanche hacia el sur del núcleo principal de la ciudad. A las afueras, al oeste de donde se encontraba el poblado fundacional, se situaba el frig, un campamento compuesto por las tradicionales jaimas de piel de camello, de extensión variable teniendo en cuenta el carácter seminómada de sus habitantes, ya que en aquellos años la población saharaui estaba comenzando a asentarse en Aaiun.

El proceso de construcción de la ciudad no fue fácil. Las carencias de la posguerra en España supusieron la creación de edificaciones de poca solidez, lo que unido a las inclemencias del territorio las deterioraban rápidamente. En el Sahara había además escasez de materias primas y su trasporte resultaba muy caro. El aumento de la población venida de la metrópoli y el lento proceso de integración de los saharauis en la ciudad hicieron que a pesar de las dificultades El Aaiun continuara creciendo. Según datos del INE la población de El Aaiun a mediados de los años 40 superaba los 2.000 habitantes. La gran mayoría eran saharauis, entre los europeos, el mayor número venía de las Islas Canarias, apenas había mujeres, natalidad o algún matrimonio español.

El agua quedó garantizada desde un principio con numerosos pozos que se encontraban a escasa profundidad. El pozo principal de El Aaiun (La Fuente) fue descubierto por casualidad durante la instalación de una tienda de campaña, por parte del Sargento Velasco. Sin embargo el abastecimiento de agua potable era muy complicado, lento y muy caro ya que se realizaba mediante tanques automóviles que transportaban 2000 litros de agua por viaje y además insuficiente para la población. Se puso solución a este inconveniente con la construcción de un Depósito de Agua con una capacidad de 150.000 litros. La demanda energética en los primeros años era escasa, la gran mayoría de la energía se destinaba a consumo doméstico, una pequeña parte al alumbrado público y sólo un 2% para uso industrial. En 1946 se proyectó la primera Central Eléctrica.

El Aaiun era un enclave privilegiado en cuanto a comunicaciones. Desde su fundación dispuso de dos formas de contacto, marítima y aérea, con el exterior y una pequeña red de pistas por tierra. La salida marítima se encontraba a 28 Km., en la Playa de Aaiun. Además había unos fondeaderos en la zona noroeste que permitía realizar operaciones de desembarco.

Debido a su cercanía con el Puerto de La Luz de Las Palmas de Gran Canaria, (a sólo 123 millas), hasta allí llegaban los Vapores Correos con mercancías y pasaje, que eran llevadas a la playa con barcas a remo. Esta operación resultaba dura y pesada y encarecía mucho las mercancías. Esta primera infraestructura portuaria tenía también unos pequeños almacenes, que se fueron habilitando en la playa. Las comunicaciones aéreas eran en aquellos primeros años muy limitadas. El Aaiun disponía de un pequeño Campo de Aviación, en la terraza superior de la margen izquierda de la Saguia el Hamra, donde años más tarde se construiría el Barrio de Colomina.



Hasta aquí la historia de la fundación de El Aaiun. Los años 50 y 60 traerían otro Aaiun, el del boom de los fosfatos, El Aaiun civil, los prósperos comercios y los coches, los primeros universitarios saharauis, las reinas de belleza y sus damas de honor, los campamentos de la OJE, el cine y los guateques, de la visita de Franco y algunas folclóricas, los campeonatos deportivos y los concursos culturales. Pero también fue El Aaiun de las desigualdades y las diferencias. El abandono de España y la Marcha Verde dieron la vuelta a la ciudad, que se fue llenando de colonos marroquíes que hoy son mayoría en El Aaiun, una urbe que según datos de 2004 llegaba a 183.691 habitantes. Las paredes blancas de la ciudad han sido pintadas de un color rojizo y poco a poco se han ido borrando todas las huellas de la presencia española en el territorio.

En medio de la represión actual, tras más de treinta años de ocupación marroquí, El Aaiun aún espera su oportunidad, el momento en el que los saharauis tomen al fin el “camino al Aaiun”. Pasó el tiempo de El Aaiun español y pasará El Aaiun ocupado por Marruecos. Ya no puede quedar mucho para el nacimiento de El Aaiun soberano y libre, de El Aaiun saharaui.
*Fuente y fotos:
“El Aaiun de los pioneros: un poblado de los años 40”, José Manuel Meana Palacio. REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES, (Serie documental de Geo Crítica). Universidad de Barcelona: enero de 2006
“El Lawrence de Arabia Español”, Francisco López Barrios. Magazine (El Mundo). Domingo, 23 de enero de 2005
“Historia del Sahara Español. La verdad de una traición", José Ramón Diego Aguirre. Kaydeda Ediciones, 1988.

Chej Mohamed El Mami y su obra




Chej Mohamed El Mami, de la familia de Ahel Barikala, originario de la zona sur del Sahara, Río de Oro, vivió entre los años 1792 y 1865. Está considerado como sabio y visionario por los saharauis.

Fue autor entre otras obras de “Yoharat Al Badia” (La perla de la badia), el poemario El delfín y su gran obra “Quitab Al Badia” (El libro de la badia), un tratado sociológico de la sociedad sahariana en la primera mitad del siglo XIX.

Chej Mohamed El Mami fue un excelso erudito con una capacidad extraordinaria para desarrollar su reflexión sobre la bidanidad. Se trató de un personaje irrepetible, decidido partidario del esfuerzo legislativo de la interpretación, lo que fue una apuesta muy singular en su tiempo, adaptar el derecho imperante en los países islámicos a las costumbres locales.

En su obra Quitab Al Badia, Chej Mohamed El Mami restituye y sistematiza las fuentes legislativas locales, compatibilizándolas con el islamismo, ya que se recogían además las prácticas y normas preislámicas de la sociedad saharaui. Muchas de las reglas del islam no se podían aplicar a una sociedad nómada como la saharaui, es el caso de las abluciones o aseo antes del rezo.

Para él las condiciones geográficas e históricas peculiares del Sahara, alejado de los poderes centrales del islam y siendo una sociedad mayoritariamente nómada, se autorregulaba de forma particular, superada la existencia de una autoridad central, el Sahara se definía como tierra “sin rey ni príncipe ni señor”.

También mencionó en esta obra, Quitab Al Badia, los límites del Jat-al-Jaof, que se podría traducir como “la línea del miedo”, las fronteras históricas que marcaban el Trab-el-bidán, el área de influencia del hasania. Según las fronteras actuales serían parte del sur de Marruecos (territorios que España cedió a Marruecos), el Sahara Occidental y Mauritania.

Quitab Al Badia supuso un gran esfuerzo para hacer visible la forma de organización social que los saharauis eligieron por sí mismos, representando un pilar de la identidad saharaui y de la construcción de la propia memoria, además de un reflejo de la diversidad y complejidad del orden social saharaui de la época.


Artículo basado en una conferencia del profesor Alberto López Bargados, profesor de antropología social en la Universidad de Barcelona; foto de Antonio Pomares.


Ver fotos de Antonio Pomares, de la Universitat de Elche, estudioso de la obra de Chej Mohamed El Mami.

“Ver Smara y morir”

El sueño de un mítico cheij en medio del desierto; un viajero que perdió su vida por contemplar durante unas horas aquella ciudad virgen; una biblioteca que contenía todo el saber saharaui arrasada por los colonialistas franceses. Ingredientes que componen el perfume de la enigmática ciudad de Smara.

La cuidad santa de los hijos de la nube es una pura contradicción. Albergó una importante biblioteca, de una cultura en la que aún hoy predomina la oralidad; en ella se alza una bella y escueta mezquita, para un pueblo cuyo lema es que no hay nadie entre uno mismo y su Dios; es la única ciudad fundada por los saharauis, un pueblo eminentemente nómada, la única ciudad del Sahara Occidental que no fundaron los extranjeros. Es una bella rareza en medio del desierto, violada hoy en día por la ocupación marroquí del territorio. Smara espera despertar pronto de la pesadilla de ser ocupada por extraños que no conocen su habla, sus tradiciones ni su hermosa leyenda y que sus verdaderos hijos regresen pronto.

El mito de Smara había envenenado a un poeta y aventurero francés, Michel de Vieuchange, que dio su vida tan solo por contemplarla. La ciudad había sido fundada hacia 1898 por el Chej Ma el Ainin, el “Sultán Azul” que pretendía hacer de Smara un centro cultural, político y religioso de la Saguia El Hamra. Michel viajó a Marruecos con su hermano Jean, quien se quedó a esperarle en Agadir para auxiliarle en caso de que lo necesitara. La expedición partió en septiembre de 1930 y Vieuchange pasó todo tipo de penalidades. Los guías intentaron venderle en varias ocasiones. Fueron atacados por bandidos. Llegó a vestirse de mujer despertando el deseo del jefe de una caravana que quedó fascinado por sus blancos tobillos. La obsesión del viajero pudo con la enfermedad, que le había debilitado terriblemente, llegando a hacer la última parte del viaje dentro de un cesto atado a un camello.

Al fin llegó a Smara el 7 de noviembre de 1930, tras más de un mes de viaje. Sólo pudo permanecer en la ciudad santa tres horas, los guías temían que los nómadas pudieran llegar a la ciudad en cualquier momento. Vieuchange dejó su huella en un frasco de cristal con una nota donde decía que había entrado en Smara formando parte de una expedición compuesta por él y su hermano Jean. Escondió el frasco bajo arena y piedras y abandonó para siempre la ciudad dormida.

La vuelta fue aún más penosa y peligrosa, a Michel no le quedaban fuerzas, enfermo como estaba de disentería, y seguía temiendo que sus guías le vendieran. Finalmente fue recogido por su hermano, quien le trasladó a Agadir. Su estado era tan grave que murió el 30 de noviembre, con 26 años.

Su hermano Jean publicó sus notas de viaje en varias revistas de la época bajo el título de “Ver Smara y morir”.


“... en la desnudez terrible del desierto sin vegetación, apenas a ochocientos metros, distinguí una ciudad como si fuera de cristal transparente. Ninguna muralla la ciñe, sólo el desierto que por todas partes la acomete”. Michel de Vieuchange, “Ver Smara y morir”.


Cuatro años más tarde tropas españolas ocupaban Smara y hallaron unos dibujos y el mensaje de los únicos ojos europeos que había visto Smara hasta entonces.





-Estudios Saharianos, de Julio Caro Baroja. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid 1955
-Relatos del Sáhara Español, de Ramón Mayrata. Libros Clam. A. Gráficas, S.L. Madrid, 2001
-Encontrar Smara, de Angel Benito (La mili en el Sahara)

La isla Herne


Hay una pequeña isla en la costa de Dajla (antiguo Villa Cisneros), llamada Isla Herne o Isla Truk. No muy conocida, en el tiempo en que los saharauis vivían en paz en su tierra era visitada por pescadores que recalaban en sus ricas y cristalinas aguas.

Quedé muy intrigada cuando escuché hablar de la Isla Herne, una joya al lado de la bella Dajla, la península amada, adonde llegó el famoso viajero Hannón. Nuestra amiga Maribel nos habló de sus recuerdos de niña de la isla mágica donde acampaba con su padre y vivió emocionantes aventuras.

Pero Isla Herne sigue hoy para mí envuelta en el misterio. Cuentan que la “Cerne” a la que se refiere el viajero cartaginés Hannón en su libro de viajes se corresponde con nuestra pequeña isla. El lo dejó escrito en su famoso "Periplo", donde afirma que construyó en el S. IV a de C. un edificio comercial en lo que sería la primera colonización del Sahara.


El periplo de Hannón fue un viaje de exploración que recorrió gran parte de Africa. Según el relato que del viaje dejó Hannón la flota partió de Cartago; entre cabo de Espartel y cabo Bojador se fundaron siete colonias y continuaron hasta llegar a un brazo de mar que llamaron "Cuerno Hesperico" desembarcando por un día a una isla denominada Cerne en el relato, enclavada esta última en la isla hoy conocida como Herne por los saharauis.

Este es el relato en palabras del propio viajero: "De día sólo veíamos bosque y más bosque, pero por la noche se encendían muchos fuegos. Oíamos el son de los tambores, las notas de las flautas y los címbalos y muchos gritos. El aire estaba lleno de perfumes. Los arroyos de turbulentas aguas se vertían ruidosamente en el mar. A causa del calor sofocante no podíamos desembarcar (…) Tras tomar a algunos lixitas como intérpretes navegamos hacia el sur a lo largo de la costa del desierto durante dos días y después un día más hacia el este y encontramos una islita de cinco estadios de circunferencia en el extremo más lejano del golfo (¿cercana al delta del río Senegal?). Nos establecimos allí y le llamamos Cerne. Por nuestro viaje consideramos que el lugar estaba completamente opuesto a Cartago ya que el viaje desde éste a las Columnas y desde éstas a Cerne era completamente semejante”.

Para finalizar esta evocación de la isla añorada, en la que sin embargo nunca he estado, sacamos esta definición del libro "Estudio general del Sahara", escrito por Eduardo Munilla Gómez y editado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC, en su colección Instituto de Estudios Africanos, IDEA, en 1973 en Madrid y en 1974 en El Aaiún. El libro está agotado y descatalogado, pero se pueden consultar dos ejemplares en la Biblioteca Nacional en Madrid. “La bahía de Río de Oro tiene la forma de un pez que se hubiese internado en tierra, con la cabeza en el fondo y con su ojo constituido por la isla de Herne y la cola sobresaliendo al océano. Su entrada tiene una amplitud de cinco kilómetros, siendo su anchura máxima de diez y su longitud de unos cuarenta. Su profundidad, en general, es pequeña. En el fondo de la bahía se encuentra la isla de Herne, que es una roca en forma de rampa ascendente, con bordes escarpados y con unas dimensiones de mil por doscientos metros”.