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La radio que escuchamos peligrosamente. La Luna Hiena (y VI)


NOCHES DE LUNA HIENA
En la Luna Hiena se conocieron noches realmente espléndidas. Al ser el último programa de la semana no tenían límite de horario y, aunque su hora de acabar era habitualmente las dos de la madrugada,  hubo programas que llegaron a acabar ¡a las cinco de la mañana! Recuerdo en especial uno en el que empezaron a llamar oyentes contando su situación laboral precaria y vergonzosa, un tema que nos interesaba tanto, porque todos lo sufríamos en nuestras propias carnes, y con especial virulencia en aquellos tiempos; los chicos del programa también las estaban pasando canutas por entonces, ninguno tenía trabajo fijo y después de alguna que otra efímera experiencia laboral, seguían buscando trabajo con poca suerte, “como todos”.
El caso es que esa noche me encantó especialmente la llamada de un oyente (no era de los habituales, muchas veces llamaba gente desconocida que también escuchaba el programa, una muestra más de que no sólo nos gustaba a los amigos o a los fanáticos) que curraba en Telemadrid, a través de una ETT con contratos de un día, a veces incluso de horas, y que explicaba cómo estaba pasando incluso hambre, porque vivía fuera de casa de sus padres. El programa resultó de lo más interesante y, aunque tenía que madrugar, aguanté hasta que acabó a tan intempestiva hora y escuché cosas que no son habituales por desgracia en la radio. No era lo típico de “estamos contra todo porque sí” y desparrames varios, sino que se habló muy, muy en serio.
Otra noche inolvidable fue la de las navidades del 96. Los oyentes habituales habíamos pedido encarecidamente que para esas fechas prepararan algo especial y la idea que tuvieron fue emitir toda la noche de un domingo un pequeño maratón con nosotros también presentes en el estudio. Cuando lo propusieron en antena nos pareció genial, dijimos todos que iríamos, bueno todo el rollo de siempre. Es de imaginar cómo acabó la nochecita: no fue ni Peter. Estuvieron solos y encima no llamó nadie, hubo menos ambiente que nunca… Más tarde supimos que se lo montaron como pudieron, aparte de cabrearse como monas por nuestra espantada (cobardes fuimos). Todo se resumió en la ingesta de varios kilos de donuts rellenos. Los donuts eran un obsequio para los oyentes pero acabaron finalmente en los estómagos de los de la Luna, con riesgo de tragedia por zamparse tanto chocolate. De todo tipo.
Tardé mucho tiempo en visitar la Luna Hiena; no fue hasta el verano del 97, cuando ya llevaba más de año y medio escuchándoles. El problema era que empezaban a las 12 de la noche y el regreso desde Vallekas al pueblo donde yo vivía entonces era pelín complicado. Durante ese verano hacían el programa los miércoles de 10 a 12 de la noche, así que me decidí a verles. Quedé con un par de amigas a las que también apetecía la aventura y nos fuimos para allá. Yo conocía la anterior sede de Radio Vallekas, donde estuve en los programas de otros amigos. Pero RVK había ido a más y, en medio de nuestra aventura con la Luna, se cambiaron “de edificio”; de la antigua y maravillosa casa de Nueva Numancia pasaron a un local en una zona de pisos nuevos en lo alto de un parque. Jesús me mandó un plano en una de sus cartas para que encontráramos sin problemas la radio.
Y llegó la famosa visita. Después de un día de calor la noche se presentaba bastante más fresquita y amenazaba lluvia; en plan valiente yo me había plantado un vestido corto y sin mangas y pronto me di cuenta de que no era la mejor idea porque me estaba helando. Una de mis amigas me dejó amablemente su jersey y así empezamos la aventura. Me había explicado que a la nueva sede de Radio Vallekas se llegaba desde el metro de Portazgo; al lado del campo del Rayo había que bajar por la calle Payaso Fofó, siguiendo esa calle llegaríamos a un parque enorme y a partir de ahí entraba en acción el plano de Jesús: subir la colina, llegar a unos edificios muy altos de pisos nuevos que ellos llamaban las torres, buscar un bloque con una enorme antena de radio… para más inri el tiempo no acompañaba nada; un fuerte aire nos daba de cara, la lluvia empezó a calarnos, no sólo a nosotras si no al plano, en fin un poco lío.
Pero… una pista nos iba a ayudar un montón para encontrar la radio; en antena siempre había coñas a costa de las parejas que se metían en los coches aparcados cerca de la emisora, con  los cristales empañados por el vaho y con un movimiento de lo más sospechoso. Allí vimos, partidas de risa, los famosos coches, tan ardientemente ocupados. Al final unos niños que jugaba en la calle nos sacaron de dudas: aquella puerta pintada de morado era la de RVK. Ya estábamos dentro. El ambiente que presenciamos esa noche fue estupendo, con otros oyentes que se habían desplazado hasta allí para acompañarles; por fin pude ver cómo se lo montaban en el programa y poner imágenes reales al ambiente que nos llegaba por la radio y que hasta entonces sólo había podido escuchar y dar forma en mi imaginación.
Juanito se sentaba en el centro de la mesa, enfrente del técnico. El que se coloca en esa posición es el que lleva la voz cantante, el que hace las señas, el que reparte los tiempos, el que corta el bacalao vamos; pudimos apreciar la mano de hierro enguantada en seda del programa era la del doctor Malasaña. Pasamos en el programa un rato estupendo con Jesús en su papel de encantador y eterno tímido, Angel como el bicho raro y excéntrico de la fiesta y Juan haciendo de perfecto anfitrión. También estaba esa noche Sergio, guapo y divertido, aunque su intermitencia en el programa influía tal vez en que su puesto en la Luna Hiena estuviera más desdibujado que el de sus otros compañeros.
Y otra noche inolvidable fue por supuesto la última, la de la despedida; desde el momento en que soltaron la noticia del adiós no paró de sonar el teléfono de Radio Vallekas. Así que nuestros locutores favoritos no tuvieron más remedio que lanzarnos en antena una invitación para que fuéramos a la emisora todos los “lunáticos” que pudiéramos a presenciar la emisión del último programa. La despedida debía ser sonada y estaba en manos de todos hacerlo posible.
Qué decir, mi cerebro se puso a trabajar a toda máquina para cómo conseguir llegar a Radio Vallekas a las 11 de la noche teniendo en cuenta que yo salía entonces de trabajar precisamente a esa hora; encontrar alguien con quién ir hasta la radio y solucionar cómo regresar en transporte público desde Vallekas hasta el quinto pino, que era donde yo vivía entonces, a aquellas horas de la madrugada. Conseguí arreglar todo, porque si me empeño en algo no paro insensatamente hasta conseguirlo; cambié el turno para trabajar de mañana lo que me iba a proporcionar la maravillosa experiencia de estar 23 horas sin dormir, y encontré a una amiga decidida a acompañarme a la despedida de los chavales. Aquel fue el último programa, ese abril de 1998 acabó el programa, y dieciséis años después aquí estamos, aún recordándoles. Larga vida a La Luna Hiena, a los lunáticos y a aquella panda de locos en acción que tan bien se portaron y dejaron tantos recuerdos bellos… Hasta siempre!!

La radio que escuchamos peligrosamente. La Luna Hiena (V)

Y ahí que nos quedamos enganchaítos con el programa de nuestros ya queridos amigos. Colgados perdidos, no podíamos dejar de sintonizar el 107.5 de Radio Vallekas todos los domingos por la noche, qué estupendo vicio el nuestro. Agrupados en lunática hermandad, nos contábamos confidencias, nuestras penas y también muchas alegrías, en las llamadas y a través de las cartas. Problemas con el amor, los amigos, en casa, con los estudios, pudieron ser escuchados a través de la radio, problemas tanto nuestros como suyos, aunque, como suele pasar, los oyentes éramos quienes contábamos más movidas personales.
Uno de los temas recurrentes era el trabajo y la desesperante imposibilidad de encontrar una ocupación decente, elemento común a todos nosotros. Excepto los oyentes más jóvenes que estaban en el instituto o comenzando la universidad, el resto andábamos ya sumidos en la desesperación de la búsqueda de empleo, eso sí, todos con muy poca fortuna.
Todo tipo de desgracias nos contemplaron. Casi siempre los trabajos que encontrábamos eran mediante apestosas ETTs; gustosamente nos empleaban en subtrabajos explotadores tales como telemarketing, vigilantes nocturnos, taquilleros, panaderos, comerciales, reponedores…. Empleos todos de lo más honrados y decentes peeero… subcontratados y sumamente mal pagados. Y muchos de nosotros queríamos trabajar en los medios, qué leches, que para eso habíamos estudiado y o era nuestra vocación y pasión. Vale, sí, la vida es así (no la he inventado yo) pero aún teníamos inocencia, esperanza, ilusión y esas tontas cosas que se tienen a los veinte años…
El programa era para ellos y para nosotros algo terriblemente importante, ni más ni menos que poner color, locura y arte en las vidas de los que estábamos involucrados de una manera u otra, y eso no es poca cosa. Los diferentes trabajos hicieron que en momentos puntuales algunos de ellos tuvieran que dejar el programa, aunque en cuanto les era posible volvían al rápidamente al redil radiofónico. Si les era posible llamaban desde el trabajo de turno para saludar y contar alguna cosilla. Aquellos horrores laborales también eran comentados por carta… “La noche tiene miles de sonidos”, reflexionó Jesús en una de sus cartas. Cierto, como cierta es la frase que ellos convirtieron en su lema “el día tiene ojos y la noche tiene oídos”.
Por mi parte hubo de todo en aquellos años… hice prácticas de radio en una agencia de noticias, trabajé unos meses en una radio cromañónica y rancia, e incluso sufrí un delirante “día” de trabajo en una radio situada en un polígono de una localidad madrileña… la cueva del terror… de mis intentos de seguir en la brecha mediática pasé de cabeza a ser carne de cañón de las Empresas de Tráfico de Trabajadores, pero esa es otra historia…
¿Y quién ha dicho que no existen los finales felices? Lo desmentimos pero ya, nuestros chicos tuvieron mucha suerte, porque ellos lo valían, claro. Precisamente el final de La Luna Hiena llegó porque consiguieron buenos contratos laborales en medios de comunicación importantes. Aquello fue el final de nuestra lunática aventura, y no dudo que un poco de penilla sí tendrían, pero fue por una buena causa y allí siguen hoy en día, sus proyectos laborales en los medios continúan con gran éxito y, para nuestra alegría, atesoran muchos seguidores…..
Además de nuestras aventuras y desventuras vitales, otra de las estupendas experiencias que pudimos compartir junto a ellos en aquellos años fueron las veladas de música celta. Juanito el de las mil caras se reveló también como músico. De vez en cuando yo escuchaba en el programa sus invitaciones a los oyentes para que le fueran a ver tocar en el Trisquell, una taberna celta de Malasaña. Su grupillo actuaba habitualmente allí los jueves, preparaban sesiones de música celta y la peña se empezó a animar a acompañarles. Finalmente me picó la curiosidad y me decidí, cómo no, a meter la nariz; quise descubrir por mí misma de qué iban aquellos fastuosos conciertos en la tabernilla. La primera vez que me animé a acercarme al Trisquell fue un jueves en plenas fiestas de San Isidro, un jueves de lluvia y frío, y lo cierto es que me quedé alucinada. El grupillo era realmente bueno; funcionaban a la manera de jam improvisada; según iban llegando los músicos se unían a los que ya habían empezado y así desarrollaban su espectáculo. Aquella primera noche en que fui a verles pudimos escuchar violines, flautas, guitarras (ese era el instrumento de Juanito, se encargaba del acompañamiento), laúdes, toda serie de percusiones (panderos, cucharas de madera, tejoletas) tocadas por un chica que lo hacía realmente bien, e incluso una estupenda gaita de la que se encargaba un chico que a mí me pareció un clon de Santiago Segura (pre Torrente). Estaban todos, Jesús, Angel, Sergio, Mc Gyver, Raúl (aquella noche fue cuando descubrí al tenerle cara a cara y a ras del suelo, que Raúl no era un armario de tres cuerpos) y muchos oyentes como Penélope o Elena. No fue Óscar, curiosamente nunca nos conocimos; me quedé sin saber cómo era el extraño habitante de la cabina. Nosotras tuvimos que marchar antes de que acabara la fiesta, como unas cenicientas cualquiera, porque perdíamos el autobús, pero la recuerdo como una noche llena de magia.
Pude ver tocar a Juan dos veces más, una fue en verano, una noche en la que iba acompañada por varias amigas y una chica que conocí en un concierto de Javier Paxariño y con la que salí de copas varias veces y fuimos juntas a algunos conciertos. Esa noche nos despedíamos de ella (marchaba por un tiempo al extranjero), y yo, muerta de vergüenza, salí al escenario para pedir a Juanito que le dedicaran algo. Accedieron gustosos, la nombraron y le dedicaron una canción y todo resultó muy emocionante. Nuestra tercera noche musical tuvo lugar en un garito de Argüelles pero he de confesar que no recuerdo ni torta de aquella velada… *_*

La radio que escuchamos peligrosamente. La Luna Hiena (IV)


LAS SECCIONES
“Tengo un problema, problema sexual, soy una bicicleta”.  Bueno, bueno, bueno, esta delirante frase se refiere a una canción, también delirante, de Ilegales, un tema por el que sentía predilección el loco del Angel y que a mí también me encanta. Las locuras, los disparates, las chifladuras, las demencias, los desvaríos, las chaladuras varias encontraban un estupendo caldo de cultivo en nuestra maravillosa Luna y sus secciones.
De las secciones de la Luna Hiena yo destacaría los boletines, con una sintonía retro sacada de un telediario del año de la pera que Jesús encontró en el programa de Victoria Prego sobre la transición; los cortes de las noticias los grababan de todo tipo de películas, especialmente de pelis porno de sus colecciones particulares, y era estupendo escuchar lo bien que casaban con las noticias a las que servían de ilustración sonora. Dos secciones esperadísimas eran las recetas apestosas de Tortellini, el peor cocinero del planeta y el cuentecillo leído por Angelito que traía todos los domingos el profesor L’Aplast. También tenían estupendos anuncios como el del niño que exigía rabioso una solución para las almorranas de su madre, su grito de guerra “Hemoal, para la diarrea mental. ¡Riau!” se convirtió en histórico; o el anuncio del Dalai Tolai, que te adivinaba el futuro.
Y no puedo olvidar la que para mí era la mejor sección del programa, el “Joputo World”, o como reírse de manera sangrante de las desgracias que pueblan las páginas de sucesos de todas las publicaciones habidas y por haber. El Joputo comenzaba con una versión desternillante de L’America de los Doors, con unos coros de ultratumba cantados por ellos a la voz de ¡Joputo world!; la sección la dejaban para el final del programa y era realmente bestia y divertida, ahí ya sí que se sobraban, muertes violentas, accidentes, crímenes, delitos, todo tenía cabida en la sección para ser desmenuzado, troceado y convertirse en objeto de sangrante chufla. 
Las noticias del programa y del Joputo se las servían muchas veces los chicos de “La región perdida”, otro programa de la radio formado por seres que también habían sido abducidos por nuestros figuras, hasta convertirlos en Lunáticos. Los chavales les dejaban carpetillas llenas de noticias locas de todo tipo de publicaciones amarillentas del estilo de “Noticias del Mundo” (tan de moda entonces), “El Caso” y demás. La bomba…
Lo dicho, les dejo con la sintonía de los boletines de la Luna Hiena (obvien ustedes los cien días del gobierno Arias Navarro).

La radio que escuchamos peligrosamente. La Luna Hiena (III)



NOSOTROS
La Luna Hiena significó mucho para los rendidos oyentes porque fuimos también una parte fundamental en aquella historia o al menos ellos conseguían que nos sintiéramos así. Para ser un programa de una radio libre recibían muchas llamadas. Realmente no tiene mucho sentido ponernos a calcular cuántos oyentes potenciales podría suponer cada llamada o cada carta o rollos de esos, pero desde luego a los chicos les escuchaba mucha, mucha gente. Algunos llamaban de vez en cuando o incluso salían en antena tan sólo en una ocasión. Pero unos cuantos nos convertimos en asiduos y solíamos llamar todos los domingos. Y ahí se creó una complicidad muy especial entre nosotros.
El oyente más explosivo y con más chispa fue sin duda Oscar. El Osquitar no se limitó en sus llamadas a dedicarles elogios y a decirles lo muchísimo que le gustaba el programa, como hacíamos los demás; fue más allá, decidido a convertirse en todo un personaje de la Luna Hiena. Y vaya si lo consiguió. Su intervención comenzó con el cachondeo de que vivía en una triste cabina en medio de la calle; con esta delirante historia consiguió enrollarse de maravilla con todos y conectó con el espíritu burlón y surrealista de Jesús, Juan y Angelito. Nos contaba las movidas de su loco “habitáculo”, pero también mezclaba estas aventuras con la desilusión por la falta de trabajo y de perspectivas, que por desgracia sufríamos todos. Seguimos con interés su último año de universidad, sus exámenes y su aprobado final; sufrimos su explotación colocando juguetes en unos grandes almacenes unas Navidades e incluso su paso por la mili, porque sí, de aquellas aún se hacía la mili. Así Osquitar se convirtió en el personaje que colocaba en los estantes de la tienda la Barbie-Sado y el muñeco Billy, un muñeco con inclinaciones de lo más dudosas. El “servicio a la patria” le tocó en Madrid y pronto nos tronchamos de risa al empezar a escuchar sus desventuras en la milicia. Osquitar fue más allá en la coña, confesando que era el hijo secreto de L'Aplast. Como el viejo tenía dinero a espuertas, la intención de Oscar era sacarle los cuartos como fuera a su padre, algo que evidentemente provocaba las iras del anciano profesor nada dispuesto a soltar la tela. Las historias de Oscar nos acompañaron casi todos los domingos, y lo cierto era que todos las esperábamos con ganas.
Entre la inclasificable fauna que formábamos los oyentes de La Luna Hiena destacaba la peña formada por Carolina, Elena y Penélope. Carolina y Elena llamaban muy a menudo; contaban cómo les había ido la semana, o no contaban nada porque no sabían que decir, así que se limitaban a contestaban a las preguntas de Juanito; Elena nos hablaba de que estaba aprendiendo a tocar el bajo y quería entrar en un grupo, pero cómo lo haría de bien que le habían expulsado de tres (jeje); Carolina les escribía preciosas poesías y cartas; Elena les escribía también; Jesús contestaba y les mandaba estupendos dibujos de monstruos, logotipos del programa, muñecajos, insectos... Nunca vi en persona a Carol, aunque a Elena, “Elenanito” como le llamaban los chicos, la conocí la noche que fuimos a ver a Juanito al Triskell.
La oyente que más se implicó con ellos fue Penélope; Penny era pequeñaja y en aquellos años cambió un montón de veces de aspecto, la vimos con el pelo tintado de rojo, de amarillo pollito, rapado casi al uno, con trencitas o mechones largos; tenía una ristra de pendientes repartidos por el cuerpo, en la lengua, en la ceja y en el labio, y además las orejas llenas de aros y pendientes pequeñitos; Penélope vestía mallas llenas de agujeros, medias rotas, su color era el negro, pintas siniestras, labios rabiosos, llena de pulseras y cadenas. Coincidí con ella en alguna visita al programa y en las actuaciones de Juan con su grupo celta; a Juan le vimos tocar varias veces durante los años que duró el programa.
Y otro grupo de lo más estrafalario fue el formado por Salva y toda su panda. De repente un buen domingo empezaron a llamar chavales de un instituto que saludaban a la gente de su clase. No fallaba: “Saludo a Ed-du, a Salva, a Zamorano a tal y cual y pascual”, y al ratillo llamaba otro de la peña y volvía a saludar a todos los demás. En realidad parecía como si sólo escuchasen el programa hasta que acababan de oír todos los saludos y luego pasaran de seguir. Lo cierto fue que al menos Salva se hizo un habitual del programa, llamaba todos los domingos, también se convirtió en hijo secreto de L’Aplast y por lo tanto en hermanastro de Oscar, les inundaba de cartas y de dibujos porque por lo visto competía con Jesús en habilidad pictórica y se ganó a pulso ser otro miembro más de aquella excéntrica hermandad.

La radio que escuchamos peligrosamente. La Luna Hiena (II)


*Ilustración Jesús Jiménez
ELLOS
Por La Luna Hiena pasó mucha gente durante aquellos cuatro años que duró el programa; según me contaron empezaron siendo unos catorce, todos compañeros de un curso de radio. Con el tiempo la peña se fue pirando del programa, y cuando yo empecé a escucharles sólo quedaban Juan, Jesús, Raúl y el Angelito, que no era de aquel curso, y se encargaba de la cosa técnica. Cada uno era muy diferente, dentro de que todos eran gamberros, guasones y locos de atar.
Jesús era el único de ellos a quien conocía en persona, y por quien me animé a escuchar el programa; un ser sumamente capacitado para el dibujo, con una mente de lo más rápida en el chiste y la réplica y amante de los juegos de palabras, se encargaba de la sección de cine, de los boletines con cortes delirantes sacados de películas y de contestar las cartas de los oyentes. En los mejores tiempos recibían unas 8 ó 9 cartas por semana, por lo que eran la admiración y envidia de los demás programas. Él, como dibujante inspirado, fue el autor del logo del programa, una hiena aullando a la luna, al lado de un transistor.
El segundo en discordia era Juan Suárez, o cómo ser absolutamente encantador con todo el mundo; nos hacía sentir siempre a cada uno como el oyente más especial del programa, nuestras cartas eran las más interesantes, la  llamada de cada oyente era la más importante de la noche, maravillosas nuestras palabras, cada visita era el no va más. En definitiva, estaba encantado de habernos conocido a todos y cada uno de nosotros, como el gran relaciones públicas que siempre fue. Para rematar Juan era tremendamente creativo y contaba con un enorme talento para la actuación. Era conocido como el doctor Malasaña y de su inspiración nacieron algunos de los personajes de La Luna Hiena: el Dalai Tolai, el corresponsal Ernesto Sarna, el cocinero Tortellini famoso por las bazofias que cocinaba y sobre todo el profesor L'Aplast, más viejo que Matusalén, dueño de una fortuna considerable y más salido que el pico de una mesa. L'Aplast se había dedicado por un tiempo a hacer películas porno en las que su prótesis de cadera jugaba un importante papel y fruto de sus amores con Marilyn mientras rodaban una de esas pelis nació Salva, una especie de sanguijuela dedicada en cuerpo y alma a sacarle los cuartos a su anciano padre. El profesor tenía otro hijo secreto, o no tanto, llamado Oscar, el oyente de la cabina, pero a estas maravillosas historias me referiré más adelante. La intervención de todos estos personajes en el programa eran un ejemplo de la improvisación más delirante porque, crear estas historias sobre la marcha, prácticamente sin guión de por medio, era una misión harto difícil.
Y el tercero de los habituales era el Angelín. Nunca llegué a enterarme de dónde salió el Angel, no venía del IMEFE ni por lo visto fue el primer técnico de La Luna Hiena, pero pronto se hizo un hueco en el programa y no podemos imaginar a otro ser al mando de los controles. Angel también era “gafotas” como sus dos compañeros y lucía una espléndida melena rubia que le llegaba hasta el culo; él la recogía en una larga coleta y en ocasiones en una preciosa trenza, que era motivo de mi envidia; siempre llevaba perilla o barba y en su frente se podía apreciar una enorme cicatriz. Angelito siempre andaba desvariando con las estrellas, los planetas, el espacio exterior, el hiperespacio y la ciencia en general, era capaz de los pensamientos más peregrinos y poseía la voz más bonita del programa, precisamente él, que era el técnico.
El cuarto miembro de La Luna Hiena fue el más inconstante, el intermitente Raúl aparecía y desaparecía haciendo muy complicado seguirle la pista. Yo conocía a Raúl de haberle visto alguna vez en el bar donde pinchaba y me pareció entonces enorme, aunque cuando estuve a su lado mucho tiempo después descubrí que la tarima del disjockey tenía mucho que ver en mi poco ajustada percepción. Raúl fumaba en pipa, tenía una voz muy guasona y siempre iba muy repeinado. Era el padre y creador de dos personajes muy logrados: la niña del exorcista, que fue novia de L'Aplast durante algún tiempo, y el increíble Tampax Voraz, profesor del delirante curso de inglés de La Luna Hiena. Raúl me puso uno de mis alias preferidos, "amiga sorda", ya que yo era incapaz de escucharle por teléfono porque no podía parar de reír con sus cosas.
En los tres años que estuve enganchada con el programa pasó más gente por La Luna Hiena. Recuerdo a Sergio, el primo de Juanito, fotógrafo intrépido, abnegado voluntario de Cruz Roja, creador, en fin, de la sección de "Histeria" o como contar la Historia de otra forma. El día del último programa Sergio me recordó los separadores de libros que yo les había pintado tiempo atrás como regalo. En el separador de Sergio había escrito “Todos los domingos hay Luna Hiena en mi ciudad”. No podían imaginar hasta qué punto era cierta esa frase. La Luna Hiena me acompañó todas las noches de los domingos hasta el día de su despedida, y nunca me falló.
Y quizá el colaborador más efímero fue Mc Gyver. David llegó de repente un buen día para hablarnos de ciencia en la sección de Ciencia-Afición; sus minutillos empezaban con una preciosa música de gaita charra y tamboril, y enseguida David Mc Gyver nos hablaba de las estrellas, de las constelaciones, los planetas, el sueño, el cuerpo humano, y mil y un temas de manera entretenida y siempre complementado por el Angelito, a quien también le privaban aquellos temas. La luna de miel con Mc Gyver no duró demasiado; una noche David dejó de aparecer en el programa y ahí se acabó lo que se daba.

La radio que escuchamos peligrosamente. La Luna Hiena (I)


En abril de 1998, tras cuatro años de más que exitosa trayectoria en Radio Vallekas, se despedía un programa que llegó a ser mítico para el grupo de oyentes incondicionales que lograron unir en torno suyo, La Luna Hiena. Comenzaba nada más dar las 12 de la noche y terminaba nadie sabía bien cuando… Fueron cuatro años de unión a través de cientos de horas de radio; creamos una estrecha relación entre locutores y oyentes, y en torno a La Luna Hiena sucedieron muchas cosas hermosas que me gustaría contar.
Comenzamos. Sucedió que un domingo estalló la bomba; Juanito, Jesús y Angelín, los perpetradores del programa, lanzaban la gran noticia: el invento se acababa definitivamente. Ellos, más herméticos que nunca,  no soltaron prenda en antena del por qué. La noticia causó conmoción entre los oyentes, fue una hecatombe sentimental; y es que se les había cogido muchísimo cariño, lo habíamos genial con el puñetero programa y en aquellos años que duró la emisión dio tiempo a que ocurrieran un montón de locas historias y se creara un ambiente de lo más especial con ellos y con los demás oyentes. Vaya, todo fue muy bonito.
Por ahora es suficiente. A lo largo de varias entregas intentaré resumir cómo transcurrieron aquellos divertidos años de escucha y participación, llenos de buenas vibraciones, sensaciones, sentimientos, cariño y pasión por la radio. Lo haremos en varias entregas ya que estamos en la era de las redes sociales, y ya se sabe que si leemos mucho de golpe nos puede estallar el cacumen…
En definitiva espero ser capaz de reflejar un rollo tan lleno de vida como fue la Luna Hiena. Será un recuerdo emocionado y nostálgico a esa panda de “locos en acción” que me quitaron el sueño los domingos por la noche durante los tres años en que fui una atolondrada seguidora del programa. Así que, hasta la próxima entrada, amiguitos.