La radio que escuchamos peligrosamente. La Luna Hiena (II)
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*Ilustración Jesús Jiménez |
ELLOS
Por La Luna Hiena pasó mucha gente durante
aquellos cuatro años que duró el programa; según me contaron empezaron siendo
unos catorce, todos compañeros de un curso de radio. Con el tiempo la peña se
fue pirando del programa, y cuando yo empecé a escucharles sólo quedaban Juan,
Jesús, Raúl y el Angelito, que no era de aquel curso, y se encargaba de la cosa
técnica. Cada uno era muy diferente, dentro de que todos eran gamberros,
guasones y locos de atar.
Jesús era el único de ellos a quien conocía
en persona, y por quien me animé a escuchar el programa; un ser sumamente
capacitado para el dibujo, con una mente de lo más rápida en el chiste y la
réplica y amante de los juegos de palabras, se encargaba de la sección de cine,
de los boletines con cortes delirantes sacados de películas y de contestar las
cartas de los oyentes. En los mejores tiempos recibían unas 8 ó 9 cartas por
semana, por lo que eran la admiración y envidia de los demás programas. Él,
como dibujante inspirado, fue el autor del logo del programa, una hiena
aullando a la luna, al lado de un transistor.
El segundo en discordia era Juan Suárez, o
cómo ser absolutamente encantador con todo el mundo; nos hacía sentir siempre a
cada uno como el oyente más especial del programa, nuestras cartas eran las más
interesantes, la llamada de cada oyente
era la más importante de la noche, maravillosas nuestras palabras, cada visita
era el no va más. En definitiva, estaba encantado de habernos conocido a todos
y cada uno de nosotros, como el gran relaciones públicas que siempre fue. Para
rematar Juan era tremendamente creativo y contaba con un enorme talento para la
actuación. Era conocido como el doctor Malasaña y de su inspiración nacieron
algunos de los personajes de La Luna Hiena: el Dalai Tolai, el corresponsal
Ernesto Sarna, el cocinero Tortellini famoso por las bazofias que cocinaba y
sobre todo el profesor L'Aplast, más viejo que Matusalén, dueño de una fortuna
considerable y más salido que el pico de una mesa. L'Aplast se había dedicado por
un tiempo a hacer películas porno en las que su prótesis de cadera jugaba un
importante papel y fruto de sus amores con Marilyn mientras rodaban una de esas
pelis nació Salva, una especie de sanguijuela dedicada en cuerpo y alma a
sacarle los cuartos a su anciano padre. El profesor tenía otro hijo secreto, o
no tanto, llamado Oscar, el oyente de la cabina, pero a estas maravillosas
historias me referiré más adelante. La intervención de todos estos personajes
en el programa eran un ejemplo de la improvisación más delirante porque, crear
estas historias sobre la marcha, prácticamente sin guión de por medio, era una
misión harto difícil.
Y el tercero de los habituales era el
Angelín. Nunca llegué a enterarme de dónde salió el Angel, no venía del IMEFE
ni por lo visto fue el primer técnico de La Luna Hiena, pero pronto se hizo un
hueco en el programa y no podemos imaginar a otro ser al mando de los controles.
Angel también era “gafotas” como sus dos compañeros y lucía una espléndida melena
rubia que le llegaba hasta el culo; él la recogía en una larga coleta y en ocasiones
en una preciosa trenza, que era motivo de mi envidia; siempre llevaba perilla o
barba y en su frente se podía apreciar una enorme cicatriz. Angelito siempre
andaba desvariando con las estrellas, los planetas, el espacio exterior, el
hiperespacio y la ciencia en general, era capaz de los pensamientos más
peregrinos y poseía la voz más bonita del programa, precisamente él, que era el
técnico.
El cuarto miembro de La Luna Hiena fue el
más inconstante, el intermitente Raúl aparecía y desaparecía haciendo muy
complicado seguirle la pista. Yo conocía a Raúl de haberle visto alguna vez en
el bar donde pinchaba y me pareció entonces enorme, aunque cuando estuve a su
lado mucho tiempo después descubrí que la tarima del disjockey tenía mucho que
ver en mi poco ajustada percepción. Raúl fumaba en pipa, tenía una voz muy
guasona y siempre iba muy repeinado. Era el padre y creador de dos personajes
muy logrados: la niña del exorcista, que fue novia de L'Aplast durante algún
tiempo, y el increíble Tampax Voraz, profesor del delirante curso de inglés de
La Luna Hiena. Raúl me puso uno de mis alias preferidos, "amiga
sorda", ya que yo era incapaz de escucharle por teléfono porque no podía
parar de reír con sus cosas.
En los tres años que estuve enganchada con
el programa pasó más gente por La Luna Hiena. Recuerdo a Sergio, el primo de
Juanito, fotógrafo intrépido, abnegado voluntario de Cruz Roja, creador, en
fin, de la sección de "Histeria" o como contar la Historia de otra
forma. El día del último programa Sergio me recordó los separadores de libros
que yo les había pintado tiempo atrás como regalo. En el separador de Sergio había
escrito “Todos los domingos hay Luna Hiena en mi ciudad”. No podían imaginar
hasta qué punto era cierta esa frase. La Luna Hiena me acompañó todas las
noches de los domingos hasta el día de su despedida, y nunca me falló.
Y quizá el colaborador más efímero fue Mc
Gyver. David llegó de repente un buen día para hablarnos de ciencia en la
sección de Ciencia-Afición; sus minutillos empezaban con una preciosa música de
gaita charra y tamboril, y enseguida David Mc Gyver nos hablaba de las
estrellas, de las constelaciones, los planetas, el sueño, el cuerpo humano, y
mil y un temas de manera entretenida y siempre complementado por el Angelito, a
quien también le privaban aquellos temas. La luna de miel con Mc Gyver no duró
demasiado; una noche David dejó de aparecer en el programa y ahí se acabó lo
que se daba.
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