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Mi participación en Paseo dramatizado en homenaje a Carmen de Burgos. Primavera Pez. Amigos del pueblo saharaui (marzo 2018)


Domingo 18 de marzo de 2018. C/Pez, 27. Amigos del Pueblo Saharaui.
Es bien conocida la relación de Carmen de Burgos con África. Considerada como la primera periodista profesional en España, además fue corresponsal de guerra, algo increíble para una mujer en aquellos primeros años del siglo XX. Tras el desastre del Barranco del Lobo en el Rif en 1909, Carmen de Burgos viajó para conocer la situación de las tropas españolas que luchaban en los alrededores de Melilla. Ejerció de corresponsal de guerra para el diario El Heraldo de Málaga y a su vuelta publicó el artículo “¡Guerra a la guerra!”. Pacifista convencida y reafirmada ante lo que se encontró allí, defendía con su escrito a los primeros objetores de conciencia. La conocida como Guerra de Melilla enfrentó a los españoles con los rifeños entre julio y diciembre de 1909. Las protestas contra el envío de tropas españolas, especialmente de reservistas, desembocaron en lo que se conoció como Semana Trágica.
Y hablando de la triste actuación española en sus territorios africanos, en el número 27 de la calle Pez ha estado durante casi treinta años la sede de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui. La primera asociación se fundó tras la retirada española de la que fuera su provincia 53 y la invasión mauritano marroquí. Mauritania se retiró del territorio y firmó la paz con el Frente Polisario en 1979. Sin embargo, la guerra con Marruecos se alargó hasta 1991, año en que ambas partes firmaron un alto el fuego, con el compromiso de la organización de un referéndum para que los saharauis decidieran su futuro. La consulta aún no se ha celebrado, debido a los continuos impedimentos de Marruecos.
Aquella primera Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui tenía carácter estatal y se fundó en 1977. Sus fundadores estaban fuertemente vinculados con el hasta entonces denominado Sahara Español. Militares, periodistas, profesores, se pusieron manos a la obra para colaborar en que se agilizara la solución del conflicto y para ayudar al pueblo saharaui, que se enfrentaba a un duro éxodo, con episodios tan ignominiosos como los terribles bombardeos de Um Draiga contra la población civil, en febrero de 1976. La primera sede de la Asociación estuvo en un local alquilado  de la calle Fernández de la Hoz. Allí permanecieron poco tiempo, trasladándose a la calle Hortaleza, hasta que a principios de los 90 se instalaron en la calle Pez.
Con los años se crearían cientos de asociaciones a nivel provincial y local. Son incontables las acciones, campañas, actividades solidarias, entrevistas, jornadas, caravanas solidarias, comunicados de prensa y acompañamientos organizados por el movimiento solidario a lo largo de estos más de cuarenta años. Una de las iniciativas más conocidas es el programa Vacaciones en Paz por el que cada verano llegan a España niños y niñas saharauis para vivir unos meses alejados de la cruda realidad que viven en el exilio de los campos de refugiados en Tinduf. El proyecto comenzó en 1979 gracias a la colaboración entre en Frente Polisario y el PCE y estuvo impulsado por el inolvidable Marcos Ana.
Los saharauis continúan, inagotables, su lucha por la recuperación de su tierra. En la actualidad el conflicto atraviesa por un momento muy interesante, con una serie de acontecimientos que han avivado su intensidad. Hay que resaltar el papel cada vez más activo en la cuestión del Sahara Occidental de la Unión Africana, la organización regional de la que la República Saharaui es miembro fundador. Por otra parte cabe destacar la reciente sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea en la que se señala que los acuerdos comerciales entre la UE y Marruecos deben excluir el territorio saharaui, ya que el territorio del Sahara Occidental, y sus aguas adyacentes, no forman parte de la soberanía del Reino de Marruecos, siendo Marruecos potencia ocupante del territorio, como señalan diferentes resoluciones de Naciones Unidas.
Estoy convencida de que si Carmen de Burgos estuviera aún viva podríamos contar con ella para cualquier acción de apoyo a nuestros hermanos saharauis.

* El acto central del homenaje a Carmen de Burgos tuvo lugar el domingo 18 con un paseo dramatizado, Acompañando a Carmen de Burgos, y con diferentes actividades a lo largo de la calle Pez, enseñando el barrio. Habrá paradas en las casas en las que vivió Carmen de Burgos y en los lugares que aluden a sus múltiples profesiones y proyectos. La Escuela de Música Creativa y el Conservatorio de Amaniel colaboraronn con sendas intervenciones musicales en el paseo-homenaje. (Fuente: Somos Malasaña)

De cómo se desarrolló el municipio de Vallecas antes de su integración en Madrid. En la conferencia del profesor Manuel Valenzuela


Mi infancia son recuerdos de un patio de Vallecas. El rosal, las plantas amorosamente cuidadas por las manos mágicas de mi abuela, la vieja tortuga que andaba suelta a sus anchas, la primitiva lavadora donde la abuela lavaba la ropa de un equipo de fútbol del barrio, la pila de piedra, las baldosas desaparejadas…
Mujeres cosiendo delante de las casas bajas, vecinas hablando a la caída de la tarde sentadas en sillas de anea, el pastor alemán Rocco de la señora Manuela, la vieja y para mí terrorífica muñeca de mi tía colocada sobre la cama de la habitación del fondo, los vasos de cristal azul donde la abuela hacía los flanes, los cojines de ganchillo, el precario baño situado en el patio, la bodega de Saturnina, la tienda de chucherías de la Reme, la panadería, el bar Nueva York… todo un universo que giraba en torno a aquella empinada calle 9 donde pasé mi primer año y medio de vida. Tantos recuerdos, lágrimas, trabajo y esfuerzo concentrados en aquella casita baja. Mi abuela María la habitó desde inicios de los años 50 hasta diciembre de 1983. No dejo de buscar el aroma de aquel barrio donde pasaba muchos fines de semana y días de vacaciones a la vera de mi adorada abuela. Varios personajes de mis novelas son de Vallecas y en lo próximo que preparo, el barrio será de nuevo un escenario principal. A principios de los ochenta las casas bajas de Palomeras eran derruidas y los vecinos realojados en barrios nuevos con amplias aceras, prometedores parques y edificios de buena construcción en los que se contaba con ascensores, calefacción y “gas ciudad”.
Así, tuve claro que no podía perderme la conferencia del profesor Manuel Valenzuela, Catedrático Emérito de Geografía Humana de la Universidad Autónoma. Su exposición, titulada “Vallecas, de municipio rural a suburbio de inmigración”, forma parte del ciclo “La creación del gran Madrid. Anexión de municipios limítrofes”. Como nieta de aquella inmigración me interesa la prehistoria del barrio, los hechos y las anécdotas que lo cimentaron hasta llegar a ser el gigante en que se ha convertido hoy. La conferencia del profesor Valenzuela finaliza precisamente en el momento en que mi familia se instaló en Vallecas, cuando se convirtió en un barrio de acogida y recogida de miles de personas que llegaban de diferentes rincones de España en busca de una vida mejor y huyendo de la miseria y el hambre que les mordía en sus lugares de origen. ¿A que os suena?
La didáctica conferencia ofrecida por Manuel Valenzuela, un experto en la materia, ha llamado mi atención sobre diferentes aspectos relacionados con el barrio, en especial en lo referido al Puente de los Tres Ojos, el ferrocarril conocido como La Maquinilla, la figura del alcalde Amós Acero y la casa de Peironcely, 10. Veamos.
La anexión de Vallecas a Madrid se produjo en 1950, concretamente el 22 de diciembre. Era el más poblado de los 13 municipios que se integraron en Madrid, aportó el 26% de la población, algo más de 86.000 habitantes, tantos como muchas de las capitales de provincias entonces. También aportaba una gran superficie. El último de los municipios que se anexionaron a Madrid en los 50 fue Villaverde, en 1954. Estos municipios aportaron nada menos que el 88% de la superficie de Madrid.
Vallecas se encuentra situada en el sureste de Madrid, una zona esteparia de cultivos no intensivos, cereales, algo de viñedo, sin el atractivo que podía tener la sierra. Desde finales del siglo XIX se habían construido en la sierra de Madrid casas de veraneo por algunas familias pudientes, pero eso apenas sucedió en Vallecas. La villa de Vallecas era un municipio rural en el que había amplias zonas de cultivo situadas fundamentalmente en las zonas de  Portazgo y Alto del Arenal. Vallecas era además proveedora de ladrillos, yeso, pedernal o tuberías, materiales fundamentales para la construcción de edificios o para el empedrado de muchas calles, el crecimiento de la capital se disparaba. De esta forma se desarrolló una importante actividad industrial en Vallecas, centrada en las fábricas de yeso, como La Invencible o La Vascongada, o las ladrilleras como Ladrillos Valderribas, Ladrillera Española o Cerámica Española. El profesor Valenzuela nos enseña una foto suya de los años 70 que muestra la chimenea y la estructura de una de aquellas fábricas.
Fruto de aquella actividad industrial surgió La Maquinilla, un ferrocarril inaugurado en 1888 para transportar el yeso de las canteras vallecanas. Su recorrido comenzaba en Pacífico y llegaba hasta las canteras. También fue usado para el transporte de personas hasta 1923, cuando se inauguró la ampliación de la Línea 1 de metro desde Atocha hasta el Puente de Vallecas, bajo la avenida Ciudad de Barcelona. He buscado información sobre La Maquinilla en la red y, según se cuenta, tardaba en realizar el recorrido unos 35 minutos, con una frecuencia de hora y media entre cada tren. La Maquinilla seguía circulando cuando llegó el metro al barrio, para disgusto de los vecinos. Discurría entre “calles estrechas, huertas y zonas de escuelas” y suponía un peligro “a causa de las chispas numerosas, que por tratarse de material antiguo, se desprendían de la máquina”. La tensa situación se mantuvo hasta junio de 1931, cuando un grupo de vecinos del barrio llegaron a levantar las vías del tren. Finalmente el ministro de Obras Públicas, por aquel entonces Indalecio Prieto, se hizo eco de las reclamaciones vecinales y puso fin a La Maquinilla.
Y es que el transporte ha sido siempre una necesidad fundamental en un barrio obrero como Vallecas. Durante años se contó con una línea de tranvía que llegaba a Puente de Vallecas. En abril de 1972 se clausuró la última línea que seguía operativa. Otro importante medio de transporte fue el trolebús, siendo pionera la línea inaugurada en julio de 1949 que conectaba el Puente de Vallecas con la zona del pueblo. Aquellos trolebuses que aparecen en muchas películas de la época desaparecieron en 1966.
A principios del siglo XX Vallecas ya se organizaba en distintos barrios como Doña Carlota, Nueva Numancia, Vallecas o La China. Hacia 1920 se empieza a nombrar el barrio de Entrevías, delimitado por las vías del tren a Zaragoza y las del tren a Alicante, de La MZA (Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante), fundada en el siglo XIX por José de Salamanca Mayol, marqués de Salamanca. La zona de Peña Prieta es una de las más antiguas, además del propio Puente de Vallecas. Quiero detenerme en la historia del barrio de Doña Carlota. Si bien Vallecas fue desde sus inicios un barrio eminentemente obrero, existió una quinta, la de Doña Carlota Mejía, fallecida en 1881 y propietaria de los terrenos donde se levantó más tarde el barrio. Como afirma una noticia de ABC en su edición del sábado 4 de agosto de 1916, en su testamento Doña Carlota dejó escrito su deseo de que se construyera un barrio en esos terrenos, “imponiendo un gravamen o censo” para las parcelas. Estaba bien trazado, con “calles amplias y espaciosas” que conformaban un barrio “sano y populoso”, con iglesia, escuela, “muchas tabernas” pero con problemas por entonces de abastecimiento de agua y transporte. El profesor Valenzuela nos explica que en este barrio se establecieron miembros de la judicatura y personajes como el dúo Pompof y Teddy, tíos de los famosos “payasos de la tele”, ídolos de los niños de los años 70 entre los que me encuentro. Prueba de la vinculación vallecana de los míticos payasos es la tumba de Fofó, fallecido en 1976, en el Cementerio de Vallecas. En este cementerio está enterrada mi tía María Luisa y para visitarla debíamos pasar por delante del sepulcro del artista, con el consiguiente disgusto y llantos por nuestra parte. Siempre llena de flores, cuenta con un busto de mármol negro que representa a Fofó caracterizado como el personaje que le dio fama. Vallecas ha dedicado una amplia avenida, al lado del Campo del Rayo, a la figura de Alfonso Aragón Bermúdez.
La historia del Puente de los Tres Ojos, situado sobre el Arroyo del Abroñigal, también llama mi  atención. Se proyectó en 1845 para la línea del ferrocarril de Madrid a Aranjuez. Las obras se realizaron entre 1846 y 1850. Cinco años más tarde una crecida del Arroyo del Abroñigal afectó al puente, que se hundió al paso de un tren, por lo que fue reconstruido. En 1928 se ampliaron los carriles del puente y se reforzó con una plataforma metálica. Bajo el puente, símbolo del barrio, discurría la Avenida de la Paz y posteriormente la M-30. El aumento del tráfico llevó a la demolición del puente en marzo de 1983. Actualmente hay un puente sin ningún encanto aunque más adecuado para la circulación. En torno al puente de los Tres Ojos y el Arroyo del Abroñigal surgió de manera espontánea a principios del siglo veinte un suburbio de casas precarias levantadas por el proletariado que trabajaba en las fábricas. Se trataba de inmigrantes procedentes de toda España. Se encontraba estratégicamente situado, cerca de las fábricas, próximo a Atocha pero con nulas infraestructuras. Sin servicios, sin canalización de agua o alcantarillado, las infraviviendas apenas contaban con pozos para abastecerse de agua y pozos negros para los residuos.
La Guerra Civil fue otro de los acontecimientos históricos que afectó terriblemente a Vallecas. El municipio sufrió un duro asedio durante la guerra al encontrarse en pleno frente. Además su situación geográfica la convirtió en lugar de paso entre Madrid y Valencia, donde se había trasladado el gobierno de la República. Entrevías, el Pozo del Tío Raimundo y el pueblo de Vallecas fueron las zonas más castigadas durante la guerra, sufriendo numerosos bombardeos aéreos. El profesor Valenzuela hace referencia a la casa fotografiada por Robert Capa, situada en Entrevías en la calle Peironcely 10, que puede ser víctima de la piqueta y la especulación inmobiliaria. La icónica foto de Capa, tomada en noviembre de 1936, muestra una casa de ladrillo llena agujeros de metralla y frente a ella, sentados en una acera llena de cascotes aparecen tres niños. Gracias a aquella imagen hubo asociaciones como el Socorro Rojo que comenzaron a enviar alimentos a la castigada población de Madrid. Capa publicó en diciembre de 1936 un amplio reportaje en la revista Regards, donde se incluía la foto, sobre el padecimiento del pueblo de Madrid. La casa, una de las humildes construcciones en la que habitaban los obreros vallecanos de principios de siglo, todavía conserva marcas de metralla en su fachada, aunque la mayoría han sido tapadas con yeso. La noticia de la demolición de la mítica casa saltó a numerosos medios el pasado año 2017, lográndose parar por el revuelvo popular. Por el momento hay una iniciativa para salvar la casa y desde el ayuntamiento se han comprometido a incluirla en el Catálogo de Bienes y Elementos Protegidos.
La conferencia del profesor Valenzuela encamina mis pasos hacia la figura del alcalde de Vallecas, Amós Acero, desconocida para mí hasta hace poco tiempo, y muy relacionada con aquellos dolorosos años. De extracción muy humilde, este maestro se afilió al Partido Socialista en 1920. En julio de 1927 le fue ofrecida una plaza de maestro de 1ª enseñanza en Vallecas, donde se instaló con su familia. Fue elegido alcalde de Vallecas en las elecciones de abril de 1931 con la proclamación de la II República. Fue elegido diputado a Cortes en junio de 1931 y en 1936 Acero fue restituido en su cargo de alcalde de Vallecas, cargo que mantuvo hasta el final de la guerra de España, manteniendo durante la contienda un comportamiento ejemplar. En marzo de 1939 abandonó Madrid hacia Valencia junto al gobernador civil de Madrid, siendo detenido en el puerto de Alicante y encerrado en el campo de concentración de Albatera. Fue sometido a dos juicios y, sentenciado a pena de muerte, fue fusilado el 16 de mayo de 1941 en las tapias del cementerio de la Almudena, con los ojos destapados por propia voluntad. Tenía 47 años. En los últimos años Vallecas ha querido recuperar la memoria de su alcalde. Así, en julio de 2016 se inauguró una estatua en el distrito de Puente de Vallecas y en enero de este año 2018 la Junta Revolucionaria de Vallecas realizó una pintada de homenaje al alcalde vallecano en la Avenida de la Albufera a la altura de Buenos Aires.
Vallecas ha sido desde sus inicios un barrio eminentemente obrero y “de aluvión”, en los años 20 se alimentó de los obreros que se establecieron en el municipio para trabajar en las fábricas de yeso y ladrillos. Y comenzó a crecer desmesuradamente a partir de los años cincuenta debido a la riada de personas que llegaban desde las zonas rurales de provincias como las dos Castillas, Extremadura o Andalucía, que llegaban en busca de una vida mejor. Somos orgullosos hijos de la inmigración y queremos conocer nuestro pasado.




De un tiempo libre a esta parte. Mirada sin nostalgia a un Madrid adolescente y musical


Madrid era adolescente... saliendo de una infancia negra y con los excesos típicos de la edad. (Monje)
A principios de este año 2018 acudimos a un concierto punk en una céntrica sala de Madrid. Por circunstancias, aquel concierto inspiró Un pato de plástico, relato que disfruté mucho escribiendo, además de un collage y el descubrimiento de mucha música, cine y libros. Por esas extrañas conexiones, mientras que me documentaba para situar a mi protagonista Coco en el Madrid de 1983, me topé con el documental “De un tiempo libre a esta parte”. Me llamó la atención aquel audiovisual dirigido por Beatriz Alonso Aranzábal, porque parecía tener mucho en común con lo que yo estaba escribiendo. Por fin he podido ver el documental en el Ciclo Mujeres Hechas de Punk en la Cineteca del Matadero de Madrid y comprobar que no andaba desencaminada.
El documental, realizado en 2015, hace un recorrido por los inicios de lo que fue la nueva ola madrileña a finales de los 70 y principios de los ochenta del siglo pasado. Se centra en los testimonios de una serie de protagonistas que no fueron primeras figuras entonces pero si ocuparon su sitio como creadores y espectadores en un momento de efervescencia del “hazlo tú mismo” en el país. Nuevos aires que llegaban desde el exterior a la todavía entonces cerrada frontera española, una nación con un pasado inmediato aburrido y esclerótico que estaba empezando a desperezarse tras la muerte del dictador. Beatriz destaca la importancia que tenía entonces la creatividad por encima de la técnica o el virtuosismo. La inquietud por hacer cosas primó entre aquellos jóvenes que se lanzaron a hacer la música que querían hacer, sin pensar en un éxito o en un futuro que entonces, como ahora, no existía. La propia Beatriz tocaba el teclado en una banda, Los Monaguillosh, que llegó a aparecer en La Edad de Oro de Paloma Chamorro en junio de 1983.
Dicen que “El pasado no existe”. En el documental se recuerda de manera amable y divertida una época juvenil, pero todos los que intervienen coinciden en señalar que  no lo hacen desde la nostalgia. Así, la directora tiene el acierto de finalizar el documental con los proyectos actuales de cada uno de ellos. Algunos de los protagonistas del documental son, entre otros, Joaquín Rodríguez, bajista de los Nikis, de actualidad con su libro su libro “NPI de música”, opina con lucidez que cada generación piensa acertadamente que su juventud fue la mejor; Rafa Notario de Ángeles Caídos, aún se muestra con ganas de molestar y de llevar ropa chula; Clara Morán de Oviformia, recuerda una accidentada actuación de su banda pocos días después del golpe de estado del 23F; Juan Antonio Nieto de Alphaville, muy crítico con la movida “oficial” y con fenómenos como “Operación Triunfo”; Jesús Amodia de PVP, banda de Carabanchel que coqueteó con el after-punk con irregular éxito; Arturo Lanz de Aviador Dro y Esplendor Geométrico, abanderados en España de la música industrial; Marta Cervera de Aviador Dro, que se mantiene muy actual y lúcida ante lo que pueda deparar el futuro y que comenta que sólo se subía a un escenario porque de alguna manera lo hacían enmascarados, o Almudena de Maeztu, bajista de Las Brujas (un grupo de chicas que sólo tocó una vez), Alphaville y La Mode.
Madrid era entonces algo así como un pueblo grande. Y era diferente, no tengo claro si sólo para peor, pero desde luego diferente. En aquel Madrid en blanco y negro que se sacudía como podía los cuarenta años de dictadura, hubo un cierto vacío cuando los poderes fácticos se mostraban más interesados en dejar bien atados los aspectos políticos y financieros de aquella transición. Esa brecha fue aprovechada por los jóvenes de entonces, deseosos de experiencias y apertura. En el documental cuentan cómo se reconocían entre ellos en la calle o en el metro. En aquel Madrid uniformado, donde “sólo se vestía de azul y gris”, saltaba la alerta por unas chapas, unos pantalones de rayas, unos zapatos o unas tachuelas. En aquellos momentos en Madrid estaba todo por hacer culturalmente hablando, no había tiendas de ropa, discos o instrumentos. Los jóvenes se buscaban las mañas para crear su propio mundo, leyendo las pocas revistas de fuera que llegaban, haciéndose su propia ropa y estilismos o tirando de los “afortunados” que podían viajar a Londres, el lugar hacia donde todos ellos dirigían la vista. La directora, cuando se afirma desde el público que ahora estamos peor, parece querer decir “no sabéis lo que era aquello”.
El documental huye de los artistas de más renombre, sobre ellos ya se ha escrito y hablado mucho, como explica Beatriz. Pero sí se recuerdan muchos de los conciertos más sonados de aquella época como el de Los Ramones en Vista Alegre con Nacha Pop de teloneros en septiembre de 1980, el concierto de The Clash en el Pabellón del Real Madrid en abril del 81, Siouxie o Doctor Feelgood, o las salas más conocidas de entonces, el Marquee y sobre todo el Rock-Ola.
Todos los protagonistas se ponen de acuerdo en que el final de aquella época tuvo lugar entre 1983 y 1985, y estuvo marcado por hechos como la desgraciada muerte de Eduardo Benavente en accidente de tráfico, el incendio de la discoteca Alcalá 20 o el cierre del Rock-Ola, coincidiendo con el inicio de la movida “promovida” u oficial, de la que todos ellos reniegan.
La proyección en el Matadero y posterior coloquio ha contado con la presencia del periodista musical Jesús Ordovás, Neus Arboles, batería de Las Brujas y Las Chinas, además de algún que otro protagonista del documental.
En definitiva, más que recomendable este “De un tiempo libre a esta parte”, un documental que recoge muy bien una época que muchos no vivimos pero que nos interesa y que de alguna forma nos hizo como ahora somos. Una parte de nuestra historia más reciente contada sin nostalgias ni mitologías huecas. Porque cualquier tiempo pasado fue… pasado.
MUJERES HECHAS DE PUNK. Ciclos Cineteca + Exposición. Matadero de Madrid. Programado por Nuria Triana Toribio y Cristina Garrigós González. Desde el 25 de junio 2018 al 01 de julio 2018.

Safari Urbano de MADRID STREET ART PROJECT. Un recorrido por la historia del arte urbano en Lavapiés



(21/02/2018) Cuando vimos la convocatoria del Safari Urbano (Arqueológico Artístico) por el barrio de Lavapiés, corrimos a apuntarnos. Habíamos vivido una estupenda jornada la pasada primavera en  C.A.L.L.E. Lavapiés y teníamos ganas de repetir una actividad similar.
La convocatoria, realizada por MADRID STREET ART PROJECT, una asociación que tiene el objetivo de difundir y promover el arte urbano en Madrid, consiste en un “paseo guiado por el barrio de Lavapiés en el que se muestran intervenciones a arte urbano, creando un diálogo con los asistentes en torno a distintos temas relacionados con él”.
Nuestro guía, Guillermo, atesora desde el año 2000 un amplio archivo fotográfico de diferentes muestras del arte efímero en Lavapiés de artistas de todo el mundo. Así, haremos paradas en diferentes muros que se han convertido en auténticas galerías en la calle en un barrio que empezó sufriendo los efectos de una gentrificación que ha derivado actualmente en la turistificación salvaje. Jamás habríamos imaginado en los 90 que las calles de Lavapiés estarían repletas de turistas acarreando maletas hasta los hostales y edificios de apartamentos que están despoblando el barrio de sus habitantes. Durante todo el recorrido nos acompañó el sonido de las ruedas los trolley sobre las aceras, ¿imparable?
Graffiti, intervenciones artísticas, espejos, madera, placas de calle, pegatinas, posters, arte “legal e ilegal”, relaciones con el Ayuntamiento, profesionalización. Estos son algunos de los términos que escucharemos durante el interesante recorrido, donde se hablará de artistas como Diana Larrea, Defays, Matt Curran, Laparesse, Eltono, Nano 4814, Nuria Mora, DosJotas, RallitoX, BLU, Sakristan, E1000, Alberto de Pedro, Neko, Parsec, Sfir, 1UP. Visualizaremos sus trabajos gracias al documento que nos habían facilitado con anterioridad desde MADRID STREET ART PROJECT.
Comenzamos nuestro paseo en la calle Ministriles, en la denominada Plaza de Xosé Tarrío (1968-2005), un activista político anarquista, libertario y autor del libro "Huye, hombre, huye. Diario de un preso FIES" publicado en 1997; cumplió 17 años de prisión, de los cuales 12 fueron en aislamiento, sin tener un sólo permiso o tercer grado. La plaza fue inaugurada en enero de 2009 por compañeros y familiares de Xosé y desde entonces el ayuntamiento ha retirado las placas en repetidas ocasiones, sin embargo estas siempre vuelven a ser repuestas. Se trata de una iniciativa artística para la que se hizo una placa de calle a la manera de las oficiales. Renombrar las calles es una intervención en la ciudad, que tiene un componente de activismo más allá de lo meramente artístico. Como curiosidad, entre la documentación que nos pasa Guillermo, me llama la atención una placa romboidal color crema (siguiendo el estilo de las que hay en Madrid y que rememoran habitantes ilustres de los edificios), y que reza: “Barrio rehabilitado (1998) Sin abuelitas morosas. Sin agitadores disconformes. Sin ocupantes insolventes”, una clara denuncia contra la gentrificación que comenzó a sufrir el barrio hacia mediados de los 90.
Volviendo a la Plaza de Xosé Tarrío, en la enorme pared de uno de los edificios de la plaza siempre ha habido diversas intervenciones artísticas. En la actualidad vemos un mural “legal”, encargado por el ayuntamiento. En los últimos años hay menos actividad “ilegal” o sin permiso en las calles del barrio. Guillermo reflexiona que se debe a diferentes causas, artistas que estaban de paso, otros se han profesionalizado, algunos se han centrado en la ilustración, para otros el paso de los años les ha llevado a reducir la posibilidad de realizar intervenciones en la calle.
Otra de las paredes nos lleva a la calle Lavapies, donde hablamos sobre Eltono, todo un referente del arte urbano. Su trabajo se inspira e un objeto musical, el diapasón, adaptándolo al espacio donde interviene. Guillermo nos habla de una intervención que consistía en un espejo en el que había aplicado unas cintas basadas en la forma del diapasón, que reflejaban la imagen en la pared de enfrente, mediante un juego de luz. Todavía se puede ver el espejo pero ya no refleja la imagen. También recordamos otras obras realizadas sobre chapas metálicas de la pared. Se trata de un espacio que durante un tiempo atrajo a artistas como Eltono, Nuria Mora o Mano 4814. Todos ellos han reducido su presencia en la calle, trabajando en la actualidad en diferentes formatos.
Seguimos adentrándonos en el barrio hasta llegar a la Calle de la Cabeza. Nos apostamos en una esquina y allí Guillermo nos habla de lo que se denominó “La galería de Cabeza, 6”. En ese número de la calle, cuyo nombre proviene de una curiosa leyenda, varios artistas urbanos realizaron pintadas e instalaciones sobre el muro de un edificio abandonado. Así, entre 2003 y 2010 artistas como Eltono, RayitoX, Pincho, Flix, o Diana Larrea fueron dejando diferentes obras “efímeras”; en algunos casos se trataba de variaciones sobre el tema de la cabeza. En 2011 la casa se rehabilitó y el muro se pintó de un vivo color mostaza, que es como luce actualmente. Como curiosidad, hay una placa de calle de azulejo, hecha por Diana Larrea que, cuando se hizo la obra en la casa, quedó fijada en la fachada y que reproduce lo que fuera la galería Cabeza, 6. El espacio ha cambiado y ya no se hacen intervenciones como antes. Hay una especie de fetichismo de los autores con las zonas donde pintan, durante un tiempo les resultan atractivas y en un determinado momento dejan de interesarles.
También encontramos una cabeza pegada a una pared que se mimetiza con el muro, pintada del mismo color. Es una obra de DosJotas. Guillermo nos cuenta, como curiosidad, que en visitas guiadas por el barrio se incluye esta cabeza como parte de las curiosidades de la calle, aunque entiendo que sin darle el enfoque de que se trata de una pieza reciente de arte urbano.
Otro muro que se nos muestra, lleno de anécdotas y vida, es el que se encuentra en la calle Jesús y María, pegado a una casa que estuvo deshabitada y en muy mal estado, que fue posteriormente okupada durante un breve tiempo y que en la actualidad luce rehabilitada y con un colorido mural. Allí documenta Guillermo desde 2010 intervenciones de artistas como Borondo, E1000, De Pedro, BLU, Neko, Parsek o Matt Curran. En este muro tuvo lugar en otoño de 2010 una curiosa batalla entre Neko y el Ayuntamiento de Madrid, cuando los operarios de limpieza pasaban todos los días para borrar las pintadas que dejaba Neko por la noche. Otras pinturas recogidas por Guillermo son la de un colectivo pro bici del barrio (noviembre 2010), el “Hoy es tu día” de Neko y Nuria Mora (diciembre 2010), “Go Grey” (marzo 2011) y “Mismo día, diferente gris” (mayo 2011), ambos de Neko, o las mujeres abrazadas de de Jana&Js (septiembre 2011), además de una firma de 1UP (enero 2014). Neko se hizo de alguna manera durante un tiempo “dueño” de este muro, lo que limitó un poco la participación de otros artistas. En 2015 se abrió un agujero en la pared del edificio abandonado, detrás del muro, y se okupó. Desde abril 2017, cuando se rehabilita el edificio, el muro pierde la actividad. Aprovechado el andamio que se levantó para las obras, Suso33 pintó un mural en la pared lateral del edificio, como proyecto personal.
Finalizamos nuestro recorrido en la Calle Encomienda, donde hay una esquina que ha conocido mucha actividad a lo largo de los últimos años, con cartelismo, graffiti, y otras intervenciones. Recordamos las caras de Matt Curran; algún trabajo de Uno, artista y músico que dejaba CDs con su música pegados a lo largo de la ciudad; PorFavor y su conocida recreación de la enfermera pidiendo silencio; Ciryl; Ruby, con sus caras con grandes barbas. También vemos una instalación con un crucifijo. En este espacio se ubicó desde 1912 el Cine Odeón; después, hasta 2010, había un plató de cine y televisión, quedando posteriormente abandonado. En la actualidad está tapado por un andamio y la fachada se encuentra cubierta por una malla. Lo están transformando en un enorme hostel, como una muestra más de la turistificación del barrio. Así, el 7 de enero de 2018 un artículo de Patricia Rafael en El Diario.es se hacía eco de la noticia: “Turistificación en Lavapiés: de cine abandonado a hostel en una zona con casi 1.000 plazas para turistas. La construcción de un albergue juvenil de cuatro plantas en el barrio madrileño alarma a los vecinos por la existencia de otros tres en apenas 800 metros, que se suman a las cerca de 350 camas ofertadas en la zona en Airbnb”.
El final del recorrido nos lleva a reflexionar sobre este fenómeno. Así hablamos de artistas como DosJotas, que utiliza el arte urbano para transmitir mensajes de denuncia, suele recurrir para ello a señales y letreros. Nos recomienda Guillermo al respecto el ensayo sobre la gentrificación de los núcleos urbanos, “First we take Manhattan” de Álvaro Ardura y Daniel Sorando. En este libro los autores analizan las consecuencias de un fenómeno “que destruye la vida en los barrios”, y hablan de lo sucedido en Manhattan (Nueva York), El Raval (Barcelona), Ruzafa (Valencia), Malasaña y Lavapiés (Madrid) o el SoHo (Londres). Durante el pequeño debate que se genera en la calle se menciona la injusticia de que se culpe a los artistas de la gentrificación.
En relación a este tema, Guillermo saca el caso BLU, un artista urbano de Bolonia, cuya identidad se desconoce. No pinta con spray, sino que lo hace con brocha y rodillo, creando bellos murales de gran tamaño en fachadas y que suelen llevar implícitos mensajes de crítica social y denuncia de situaciones injustas. BLU no quiere que se comercie con su trabajo y no usa grúa. Leo en la red el caso de un mural que pintó el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, que fue censurado y borrado por la organización; la obra reflejaba ataúdes cubiertos de billetes de dólar frente a un Hospital de veteranos. Se comenta cómo BLU borró en 2016 todos sus murales en Bolonia como respuesta a un magnate de la ciudad que mandó arrancar pinturas suyas de edificios y llevarlas a un museo, lo que fue considerado por el artista como una privatización sin su permiso de un bien que él realizó para la comunidad. O el mural que borró BLU de un edificio en Kreuzberg, considerado el barrio turco de Berlín, como forma de no contribuir con la vertiginosa gentrificación que sufre la zona.
Un recorrido absolutamente apasionante. Os animamos a participar en este tipo de convocatorias, que no debéis dejar escapar.
Más información
Urbanario, plataforma de publicación y divulgación sobre graffiti yarte urbano, fundada por Javier Abarca en 2008. (Página de referencia).

Nuestro recorrido por el festival de arte urbano C.A.L.L.E. para dinamizar el barrio de Lavapiés



En los años 90, cuando en mi juventud descubrí Lavapiés, sus rincones y su inimitable encanto de la mano de mis amigos de la radio, al barrio le amenazaba un peligro. Los poderes públicos habían echado el ojo a ese castizo y maravilloso rincón del centro de Madrid, tomado por población envejecida y los primeros grandes grupos de inmigrantes que se instalaban en nuestra ciudad. Entonces la idea era desalojar aquella población para ser habitado por personas de mayor poder económico. De alguna forma aquello se frenó. Veinte años después el problema es otro, la gentrificación. El barrio se está convirtiendo, a la manera de otras ciudades europeas, en un centro para turistas. Muchos pisos se transforman en apartamentos lo que llevará, si no se frena, a la completa desaparición del barrio. Los que amamos Madrid y adoramos Lavapiés, no podemos permitirlo. Hay que presentar batalla desde la cultura y la imaginación.
Así, cuando supimos que la gente de C.A.L.L.E. Lavapiés (Convocatoria Artística Libre Lavapiés Emergente) organizaban recorridos por el barrio comentando las intervenciones artísticas que pueblan el barrio nos apuntamos sin dudarlo. Fue todo un acierto ya que pasamos una deliciosa mañana de domingo visitando las obras y viendo trabajar a algunos los artistas. Este año se celebra la cuarta edición de C.A.L.L.E., que nos lleva a (re)descubrir Lavapiés a través de 50 intervenciones artísticas realizadas en los comercios del barrio. Se trata de una iniciativa de la Asociación Comerciantes de Lavapiés, dirección artística de MADRID STREET ART PROJECT y con patrocinio de Cervezas Alhambra.
De la mano de Marta hemos realizado un recorrido bien interesante. Pintura, rotuladores, cuerdas, espejos, origami, cartón, papel pintado… caben diferentes materiales para unas obras estarán expuestas hasta el 28 de mayo, aunque algunas permanecerán en los comercios todo el año. Para alguno de los artistas es todo un reto intervenir en la calle, porque no forma parte de su cotidianeidad. No están todos los que son pero sí son todos los que están.

Comenzamos el recorrido por una tienda de la calle Ave María, La positiva. Allí el colectivo Escool, han hecho un marco de tela para la puerta, la tela ha sido plastificada y decorada con  dibujos que recuerdan al tatuaje old school, fotos vintage pintadas y alusiones a las redes sociales como #Nomesigas o #Soytufollower

La muralista Martín Corella ha pintado tres monstruos clásicos en la fachada del café cine Dr Steam. Pudimos charlar con la artista mientras terminaba el mural, y nos contó que lo más complicado era pintar desde la escalera, debido a la pendiente que tiene la calle del Olivar, una de las más empinadas del barrio.
Digodiego ha pintado el mural “Vacío” en El Perkal de Lavapiés. Se trata de una obra muy colorida y alegre que sin embargo denuncia la vida solitaria e individualista en las grandes ciudades a través de una figura pintada completamente de negro. Cómo la ciudad deshumaniza y se pierden los espacios comunitarios.

DosJotas ha empapelado las Bodegas Lo Máximo. Se trata de un artista que ve la ciudad “como un campo de acción e intervención artística”, un “terreno donde cuestionar y criticar nuestra sociedad, nuestros hábitos y nuestras ideas”. En el papel pintado ironiza sobre los hípsters, los turistas con sus trolley, las cámaras de vigilancia o los carros de los centros comerciales.

La fotógrafa Cynthia Estébanez nos invita a asomarnos por el visor de las antiguas cámaras de fotos , en su instalación del escaparate de Farmacia Lavapiés, en el edificio donde Isaac Albéniz compuso parte de la suite Iberia. Cynthia pretende “invitar a los vecinos a que exploren y jueguen con las cámaras y descubran lo que habita el edificio y en el barrio”, según nos explicó ella misma.

Erb Mon ha realizado un potente mural de brillantes colores en Decoraciones Acevedo, tienda situada en un edificio en chaflán en la calle La Fe. La pieza tiene que ver con Brasil, con el Amazonas y la Ayahuasca y sobre los estados alterados de conciencia que dan una visión distinta.

La gaditana Marta Nieto, Miss Grandson, ha realizado su trabajo justo enfrente, también en Decoraciones Acevedo. Su mural se articula alrededor de la frase “El mapa no es el territorio”. Mezcla el dato objetivo de la cuadrícula del mapa del barrio (situado del revés, como nos explicó) con las vivencias subjetivas de cada sujeto. Para ella misma, Madrid y Lavapiés son lugares de una enorme carga emocional. 

Maransay ha intervenido en Angatá Arte Africano - Asociación Cultural. Su proyecto habla sobre la identidad del barrio como lugar de encuentro de diferentes recorridos vitales. En Lavapiés convergen personas de origen diferente y con expectativas de futuro distintas. Bahia participó en la instalación, escribiendo en las cuadrículas que aún están vacías para que participe la gente, su lugar de origen, el Sahara Occidental y el lugar donde quiere verse en un futuro, el Sahara Occidental. Golondrinas e hilos de color amarillo que unen el origen y el futuro, convergiendo en el barrio.

Hemos visto uno de los anuncios del artista social Por Favor en la calle Argumosa, un cartel sobre la próxima apertura de un restaurante de comida rápida en el barrio. Sin embargo, sus intervenciones están por todo el barrio. Sus trabajos quieren concienciarnos sobre la intención de convertir Lavapiés en un parque temático, un barrio lleno de apartamentos para turistas. Así su trabajo denuncia el intento de gentrificación del barrio. En su proyecto Lavapiés se divide en varias reservas: la gitana, la musulmana, la africana o la india y se pide a los visitantes del parque temático que “no arrojen comida a los indígenas”.
En muchos de los bares y comercios de Argumosa hay intervenciones de artistas de C.A.L.L.E., como el colectivo Brochka en EL Automático (uno de mis bares de Lavapiés preferidos) con una pintura en la cristalera para concienciarnos sobre comprar en el pequeño comercio del barrio. 
Ampparito ha realizado una intervención en el Restaurante El Económico Soidemersol, su obra tiene que ver con las advertencias sobre cómo los artistas deben preparar los muros para que queden como estaban antes de realizar las intervenciones. A la advertencia de no pintar el zócalo de mármol él lo ha pintado sesenta veces sobre la pared.
Parsec ha intervenido en el escaparate de Muebles Magarcay, con una pintura en el escaparate referida a la relación que se establece entre los muebles y las personas. El dibujo corresponde a una mujer dormida sobre una mesa, en dos espacios temporales, el presente representado por el vapor que sale de la taza de café, y otro espacio temporal representado por su cara, que ha salido del cuerpo dormido y se observa a sí misma.
Casassola ha pintado un rostro de mujer sobre la pared de teselas de La Buga del Lobo. Realiza mudras: pinturas basadas en la posición de las manos del hinduismo. 
NULO en La playa de Lavapiés ha realizado un mural con colores arena en las paredes, manteniendo un dibujo sobre una de las puertas de una intervención de festivales anteriores.
Akesi Martinez Ilustracion ha realizado un maravilloso dibujo para la cristalera de Paréntesis de olvido - Magia y Té, “Los cosmonautas, comida espacial”. Forma parte de un trabajo llamado Antropoland y es precioso verlo en vivo, tan lleno de detalles. 

Durante el recorrido nos hemos encontrado a Aleix Font, conocido como Tremendamente, trabajando en la cristalera del enorme escaparate de Muebles Magarca. Nos ha comentado que estaba trabajando con unos rotuladores de pintura. Su obra “Lluvia nutritiva” tiene que ver con su actitud cuando viene a Madrid, donde se ve arrasado por una lluvia intensa de estímulos. Consiste en una cabeza abierta de enormes ojos (yo le encuentro parecido a él), en la que bullen multitud de ideas. La lluvia le nutre de ideas. 

Hamgeo, desde Cartagena, ha realizado un grafitti wildstyle en las persianas metálica del mexicano La Jalapeña. Trabaja con letras pero no le interesa el texto, sino las formas.

Al final de Argumosa encontramos la intervención del colectivo Petronza (Son3k, Juanito Ilógico, Demeseone), que han realizado una intervención con unos extraños objetos de colores, a mí me recuerdan a ovnis, en la fachada de La Libre, librería café. Un rincón por cierto bien bonito del barrio que lleva varios años funcionando. Marta nos comentó que a los tres artistas del colectivo les encanta trabajar juntos.

Terminamos el recorrido con el colorido mural que estaba finalizando la gente del estudio artístico barcelonés Cocolia, inspirado en la idea de que “Los curiosos no tienen prisa” deben tomarse su tiempo para observar las cosas
Desde Haz lo que debas apoyamos la iniciativa de C.A.L.L.E. porque NO queremos que Lavapiés se convierta en un parque temático para turistas.

“Que Dios nos perdone”, violencia sin redención ni esperanza

“Que Dios nos perdone” es una magnífica película policiaca que transcurre en Madrid durante el verano de 2011.
En agosto de 2011 Madrid se encontraba ocupada por hordas de jóvenes peregrinos que acuden de todo el mundo para participar en una bizarra convocatoria: la Jornada Mundial de la Juventud. Varios meses después de que el 15M fuera desalojado de Sol miles de muchachos vociferantes (pero católicos practicantes) ocupaban no ya Sol, sino todo Madrid, incluidos los pueblos de la comunidad, en lo que fue un delirio de pantallas de video, rosarios, cánticos y las inconfundibles mochilas rojas y amarillas. Poniendo por delante que cada uno puede profesar la religión que desee, o ninguna, esas indigestas mezclas entre política y religión tienen mala cabida en un estado aconfesional como supuestamente es el español.
Tengo un recuerdo inolvidable de aquellos días, que coincidieron con mis vacaciones: el tremendo maremágnum causado por el sofocante calor, las pantallas llenas de cruces de colores que tomaron el Paseo del Prado, las calles invadidas de peregrinos, el metro a rebosar de jóvenes coreando lemas religiosos, chicos y chicas tirados por el suelo en Preciados, las gradas y escenario colocados en Cibeles, la misa mastodóntica celebrada por Benedicto XVI en Cuatro Vientos, aquella foto de El País de una peregrina cañón ligera de ropa y besando con lujuria a un joven, las toneladas de basura que dejaron los participantes o la caravana de “Kikos” que aún cantaban por Sol cuando ya habían finalizado las jornadas. Intentamos remediarlo con varias escapadas a pueblos de la Comunidad de Madrid como Tres Cantos y Buitrago de Lozoya pero no logramos gran cosa, allí también encontramos peregrinos. Así al menos lo vivimos nosotros.
Me llamó por tanto la atención ver que había una película española que se ambientaba en aquellos extraños días. Es hora de que nuestro cine refleje nuestra historia más inmediata e identificable, como hace la aún en cartel “El hombre de las mil caras” sobre el caso Paesa. “Que Dios nos perdone” cuenta además con el aliciente de la interpretación de dos enormes actores, Antonio de la Torre y Roberto Álamo. Había que verla.
La película comienza en los tórridos días de aquel insoportable verano madrileño de 2011. La ciudad está atestada de gente por el evento ya comentado y dos policías descubren que, lo que parece ser un accidente, encubre en realidad un horrible crimen. La víctima es una anciana que ha sido además violada. A partir de una impactante escena en el lugar del crimen, avanzamos en lo que se va convirtiendo en el caso de un psicópata que parece repetir modus operandi. Las pesquisas de los policías parecen indicar que el asesino es alguien joven que entabla contacto con ancianas que viven solas en el centro de Madrid y cuando alcanza su confianza las fuerza y mata de manera especialmente cruel. La JMJ sirve como excusa para que los crímenes no aparezcan en los medios, bastantes problemas tienen las autoridades con mantener el orden público ante la avalancha de peregrinos. Ese apagón informativo da alas al asesino para actuar más a menudo y para ser más atrevido.
Madrid es el gran plató de la película. “Que Dios nos perdone” nos lleva tangencialmente al barrio de Salamanca, distrito que tendrá su importancia en el transcurso de la investigación pero donde el depredador no mata, porque las ancianas van todas acompañadas por cuidadoras, la vejez en época neoliberal es muy distinta según la fortuna que se posea. Pero es el centro de Madrid el verdadero escenario de la película. Allí esas mujeres viven solas, desprotegidas, habitando enormes pisos que se han quedado viejos, incómodos y anticuados, feas ratoneras de donde no se puede escapar. La ambientación, muy cuidada y con afán de realismo, consigue unos escenarios opresivos, sucios, en definitiva crueles, como cruel resulta Madrid para muchos de los que la habitan. La película recrea una ciudad áspera, sin posibilidad de redención.
Una gran baza de la película es la interpretación. Los dos protagonistas principales de la película son los inspectores Velarde (Antonio de la Torre) y Alfaro (Roberto Álamo), sobre cuyos hombros recae una investigación que todo el mundo quiere quitarse de encima. Ellos deben ser los encargados de dar caza al asesino para evitar que siga matando. Soberbios los dos actores que interpretan a unos personajes que a la vez rezuman violencia. Velarde, un ser hermético, tartamudo, solitario, con dificultades para la comunicación, poco agraciado y Alfaro, de genio explosivo, charlatán, chuleta y peleón tampoco sabrán dominar sus impulsos en su desastrosa vida personal. El límite que separa lo correcto de lo despreciable es en ocasiones demasiado delgado. La violencia de la profesión acaba manchando a los que llevan la placa. No podemos dejar de mencionar a un irreconocible Javier Pereira que consigue una escalofriante caracterización en el papel de asesino. Construye un personaje verdaderamente inquietante, muy alejado de su físico y de anteriores papeles suyos; yo misma  descubrí que era él por casualidad en Twitter días después de ver la película. La torrencial interpretación de Álamo y de la Torre tal vez han hecho, de manera injusta, que la interpretación de Pereira haya sido menos destacada. Como dato, señalar que Javier recibió en 2014 el Goya al “Mejor actor revelación”, por su trabajo en la película “Stockholm”, de Rodrigo Sorogoyen, director de esta “Que Dios nos perdone”.
Film incómodo y desasosegante con un potente guion, que recibió el Premio del Jurado al Mejor Guion en el último Festival de Cine de San Sebastián, firmado por el director Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña. Si en la primera parte de la película el punto de vista narrativo es el de los inspectores, en su última mitad los espectadores conocemos quién es el asesino pasando la narración a vertebrarse en torno a él.
La violencia se impondrá también en un final sin esperanza. “Que Dios nos perdone”.
Foto: Moviementarios, Vicky Carras

#CosasDelMetro Hagamos que algo suceda; un viernes cualquiera en el Metro de Madrid



Cosas del Metro. Entra un payo de mi edad (vale, pasados ​​los cuarenta) con una brillante guitarra acústica negra. Empieza un rasgarla, vacilante. De esto que da como vergüenza ajena; así que nos sumergimos en los libros o disimulamos.
De repente empieza a tocar, suena bien. Pero cuando canta, ay, cuando canta. Su voz poderosa recuerda a la de Eddie Vedder, el de Pearl Jam. Nos ofrece una preciosa canción en inglés. "Hagamos que algo suceda". El plato que ha puesto en el suelo del vagón se llena de monedas. Yo también le dejo algo. Un viernes cualquiera en el Metro de Madrid.

Muelle, el mítico grafitero de Madrid


Los años 80, los de mi infancia y adolescencia, fueron años dorados para mi ciudad, Madrid. La capital del reino dejaba atrás décadas de dictadura política y mugre cultural. “Los 80 son nuestros” rezaba una obra de teatro muy popular en aquellos años; “Madrid me mata” era el eslogan de la movida, aquel movimiento artístico y cultural que puso a Madrid en el mundo. O al menos eso creímos los madrileños. A España todo llegaba tarde, si llegaba. El rock era un invento del diablo, la estética moderna era de sucios, las pintadas en las paredes, vandalismo. No vamos a engañarnos, las cosas no han cambiado tanto. Seguimos llevando décadas de retraso; la cultura es vilipendiada y maltratada. Así es España.
Aquellos años 80 Madrid pasaba, o lo intentaba, del blanco y negro al technicolor. Lo hacía de la mano de pintores, escritores, músicos, fotógrafos, diseñadores y artistas. Y si hablamos de colores, un joven de barrio sería el encargado de dar otro aire a las paredes de mi ciudad. Juan Carlos Argüello. Muelle, su nombre de guerra. El primer grafitero de Madrid. Un mito olvidado por las instituciones pero adorado por toda una generación. Su estilo, talante, valentía y misterio le hizo inmortal entre sus conciudadanos.
La batalla de Muelle en las calles comenzó en 1984. Loco por la batería y el punk, armado de sprays y a lomos de su inseparable moto, comenzó a dejar su firma, castiza y personal, en muchos muros de Madrid. No se consideró grafitero sino “escritor” o “flechero”. Su inconfundible creación estaba subrayada por una espiral y acabada en flecha. Imitada hasta la saciedad por muchos otros, marcó la edad de oro del grafiti madrileño. Adorado, mitificado, se ganó el respeto de la calle.
Él mismo marcó sus reglas: no pintar en cualquier sitio, ni en el metro ni en propiedad privada. Disfrutó mucho tiempo del anonimato, pero pronto su firma le trascendió. La leyenda cuenta que una marca de colchones le ofreció millones por su firma. Muelle decidió que su identidad valía más que el dinero y lo rechazó. Patentó su creación y siguió a lo suyo, perfeccionando su obra, estando en todas partes. Los medios de comunicación acabaron por fijarse en él. Alcanzó la fama, pero al final llegó el hastío, consideró que su discurso estaba agotado. Muelle colgó los sprays y se centró en otros proyectos. Dos años después de dejar la calle, en 1995, moría de una grave enfermedad. Sólo tenía 29 años.
Sobrevive una firma de Muelle en Madrid. En el muro de un edificio en litigio en la céntrica calle Montera. Espera tapada con mallas a que la administración decida si la convierte en Bien de Interés Cultural. Ese sería su indulto. Estos años de desidia y olvido político se compensan de alguna forma con la noticia de que en breve Muelle tendrá una calle en su, nuestro, Madrid,
Inmortal Muelle, maestro de “escritores”, protagonista de las memorias de tantos chicos de barrio, símbolo de toda una época. Muelle, ilustrador de una épica marginal y suburbial. Iremos a rendirte pleitesía a esa calle tuya, que ya es nuestra. Larga vida a Muelle.
“En la calamidad, hijos míos, no hay flechas de dirección / obligatoria. Por eso existió Muelle. / Y este mundo de las corazas diminutas hechas de poliéster. El cielo-periferia / color jean, / las redondas gafitas / de cien mil leguas de los niños que no pueden dibujar barcos”. (Del poemario Skinny Cap, Martha Asunción Alonso)


La firma de Muelle en la calle Montera

‘Arde Madrid’ de Kiko Herrero, descarnada “narrativa del yo”



Me confieso seducida y a la vez asustada por la novela testimonial de no ficción, que tiene en Karl Ove Knausgård uno de sus máximos exponentes a nivel internacional. Se trata de un tipo de narrativa “descarnada y radical, que viene de vuelta de las convenciones de la ficción en Occidente y que busca no expresar sino crear en su lector la emoción y el sentimiento por encima del artificio”, como dice Cristina Rivera-Garza. En España Carlos Pardo y ‘El viaje a pie de Johann Sebastian’ son un ejemplo de esa “escritura del yo” que ejerce a la vez fascinación y una cierta repulsión, si se puede decir así, en el lector por ese ejercicio de desnudarse y vomitar intimidades que realizan los autores en estas obras. Por encima de todo defiendo que cada escritor haga con su obra lo que crea conveniente y se arriesgue y experimente hasta donde sea capaz y desee.
A estas obras, radicales y duras, se une la novela ‘Arde Madrid’ de Kiko Herrero, un arriesgado ejercicio también confesional y en la que el autor hace un ajuste de cuentas con su familia, su infancia, su juventud y a la vez con su ciudad natal, Madrid, omnipresente en el libro desde su título.
‘Arde Madrid’ está repleta de curiosidades a destacar. Para empezar Herrero no es escritor, o no lo era hasta publicar esta novela. Herrero, uno de los anónimos (o no tanto) protagonistas de la movida madrileña, es un artista y promotor cultural afincado en Francia desde que la buena mala vida casi le llevó a “arder”. En su primera novela retrata un Madrid que fascina a los franceses; como explica Herrero, Madrid debía salir obligatoriamente en el título de la novela. El público francés no ha debido quedar defraudado, no en vano la novela fue finalista del último premio Goncourt. Otra curiosidad es que Herrero la escribió en francés y ha sido traducida al español por su amigo Luis Núñez Díaz, quien también estuvo en la presentación madrileña de la novela en la mítica Vía Láctea, donde se congregaron familiares y amigos de la época de la movida y a la que tuve el placer de asistir el pasado mes de octubre.
El libro surgió a partir de unos textos cortos sobre su infancia y juventud que realizó para acompañar un trabajo en video. Aquellos textos llegaron a un editor francés, quien le pidió que escribiera unos “setenta o cien” capítulos similares. Y esa es la estructura de esta obra de “narrativa vivencial”, formada por relatos cortos sobre la infancia y juventud de Kiko Herrero en el Madrid de los 60, 70 y 80 hasta su marcha a París con la finalidad de “(…) huir de la hoguera madrileña, purgatorio de pasiones”. ¡Arde Madrid, sálvese quien pueda de Madrid!, pareció gritar el autor al marcharse.
Me resulta fascinante la parte en la que el autor rememora su infancia, sus retratos costumbristas del Madrid de los 60 y 70. Hijo de un médico republicano, uno de aquellos “rojos” que perdieron la guerra, para quienes sólo quedó “la enfermedad, la venganza (…) y el olvido”. Aquellos perdedores mantuvieron sus ideales, principios y honor, lo que le faltará a sus hijos, integrantes de aquella generación de jóvenes de los ochenta a quienes se les dio todo hecho, muchachos nihilistas y desencantados.  Me han gustado especialmente las historias de infancia, como la de la ballena, la truculenta visita al laboratorio donde trabajaba su padre, las historias del Liceo Francés, el costumbrismo tan bien logrado de las historias de la familia, los vecinos y el barrio. Pero incluso los recuerdos de infancia reflejan historias en algunos casos muy tremendas: “La naturaleza se nutre de desechos y podredumbre”.
En aquellos años infantiles el autor, hijo de familia numerosa, vivía con sus padres, hermanos, una tía y el que pasara por allí, en un piso del barrio de Moncloa, conviviendo con tanta gente sin “intimidad ni tranquilidad”. Aquel bullicio familiar, el paraíso infantil, se convertirá con el tiempo en un horror para el adolescente Kiko. La intimidad, prohibida debido a las puertas siempre abiertas, hacía que el quicio de la habitación compartida fuera “la reja de una cárcel, las lindes de mi fantasía”.
Herrero refleja, desde su mirada de niño, aquella “España atrasada y cateta. Con un atraso endémico, de siglos atrás, y del que es tan difícil, tal vez imposible, escapar”, que se le irá desvelando a medida que vaya creciendo, dividiendo el mundo en dos bandos: “Los que ven las cosas, las sienten, las analizan, y los que viven y vivirán ciegos, ajenos a las asociaciones de las formas y de los colores, a la musicalidad de las criaturas y de los objetos”.
Retrata la impostura de los represores: “Deja que tu perversión circule libremente, pero que sea en secreto, a escondidas, protegida de las miradas ajenas”, la doble cara de los honrados padres de familia, las solícitas madres y demás gente de bien. La caída de aquellos a los que odian “nutrirá sus insatisfechas fantasías”, las de esos falsos santurrones.
También aborda con lucidez y distancia la muerte de Franco y el inicio de lo que aún no se conocía como Transición, que sucedió cuando él era un adolescente: “¿Qué va a pasar? Nada”. Define al príncipe Juan Carlos, “el heredero de Franco”, como un “pobre de espíritu” que a su vez se mantendrá en el poder cuarenta años.
No hay piedad tampoco hacia sí mismo. Herrero se define como un joven burgués al que se lo han dado todo hecho, abúlico y sin principios: “Debería asumir responsabilidades, ayudar a mis padres, no drogarme, tener conciencia política, cultivarme, leer, estudiar”. La falta de empuje, de perspectivas, de ideales le llevará simplemente a dejarse llevar. Imposible la regeneración en ese Madrid de la movida y de Tierno Galván, que fue una eterna fiesta: “Madrid conmemora diariamente la libertad recobrada y yo soy su abanderado”. Convertidos en vampiros, aquellos jóvenes creían devorar la noche; pero la noche, plagada de placeres y peligros, les devoraría a ellos: “La noche es una máquina de picar carne. Has caído en sus garras y todas las noches te roerá el corazón en un bucle infinito. Perderás tu savia, te cubrirás de pústulas y los mismos perros huirán de ti”.
El sexo, homosexual, prohibido, culpable y sórdido, le dejaba “frustrado e insatisfecho”, convirtiéndose para él en un engorroso trámite más que un disfrute. Sus encuentros a escondidas tan solo suponían “descargar la savia infernal y recobrar la serenidad”. Muy tremendas las historias sobre cómo perdió la virginidad con una puta de la calle Ballesta, la historia del homosexual acuchillado en su casa y la reacción de su familia, o la de los ciegos y los curas de la calle Pelayo, cuando Chueca aún no era el barrio gay.
Por desgracia toda aquella explosión de creatividad, aquellos supuestos aires de libertad, se quedaron en nada; aquella chispeante década murió de frivolidad, no dejó un rastro de profundidad, no dejó nada útil. “Las modas se suceden y se mezclan”; “La superficialidad de una vida sin normas, sin freno, en la que solo importa el presente”. Inevitablemente aquella forma de vivir le llevará a la ruina: “Me he convertido en un desecho sin voluntad (...) Me fundo entre vampiros a punto de inflamarse al contacto de los primeros rayos de sol. Putas, transexuales, drogadictos, macarras y noctámbulos (...) La claridad del día expone nuestra degradación”.
Consumo, descreimiento, individualismo, nihilismo, posmodernidad, crisis, liberalización, desidia, “no future”, desintegración, ¿muerte? Su destrucción emocional y física le lleva al exilio a París: “Tengo que jugarme mi eternidad aquí, en la tierra. Comprar, salir beber, bailar... en el más allá no hay repesca (...) Soy un individuo que ha perdido el sentido de lo colectivo y que se repite hasta el infinito. (...) Vivo sin objetivo ni creencia y mi vida es un paréntesis”.
La novela finaliza con la vuelta del autor a Madrid debido a la enfermedad terminal de su hermana, veinticinco años después. La ciudad a la que regresa Herrero es otra, poco tiene que ver con el Madrid de su juventud o su infancia. La vuelta es dolorosa, va de la mano de la enfermedad, la locura, las adicciones, la decrepitud, la vejez: “Los viejos se han vuelto inmortales pero a qué precio”.
Kiko Herrero ofrece en ‘Arde Madrid’ una mirada lúcida, amarga, sin maquillaje ni piedad, cruel. Un valiente ajuste de cuentas con el pasado y los errores.
Presentación de ‘Arde Madrid’ en la Vía Láctea, octubre 2015
Arde Madrid. Kiko Herrero. Editorial Sexto Piso, 2015. Traducción: Luis Núñez Díaz. Páginas: 288. ISBN: 978-84-16358-25-0