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“Las acacias del éxodo”, un viaje para conocer al pueblo saharaui



*Fuente: Mugalari Kultura. Por Conchi Moya. 06/05/2019
Si me preguntan cómo se gestó mi libro “Las acacias del éxodo” debo referirme a dos momentos relevantes. Uno fue noviembre de 2010, cuando las fuerzas de represión marroquíes arrasaron el campamento saharaui de Gdeim Izik llevándose por delante de manera brutal las miles de jaimas que componían el llamado Campamento de la Dignidad saharaui. Lo sucedido en aquel mes desde que la población saharaui de la ciudad ocupada de El Aaiun levantó el campamento hasta su destrucción me dejó hondamente impresionada y fue probablemente el momento más decisivo y lleno de fervor que he vivido en estos casi veinte años de caminar al lado de los saharauis. El otro momento fue la visita a Madrid en 2012 de Ahmed Mohamed Fadel “Rubio”, un histórico de la causa desde el frente cultural, joven yeyé en su Villa Cisneros natal, combatiente con el Ejército saharaui durante la guerra de liberación y hombre del libro que hoy en día vive refugiado en los campamentos del sur de Argelia, en espera del ansiado regreso a la tierra que lo vio nacer. Las charlas con Rubio sucedidas durante aquellos días calaron hondo en mi memoria, porque cuando Rubio habla de su boca salen flores. Es un hombre de palabra pausada y profunda, con hondas convicciones e integridad irrevocable. Sus reflexiones siempre llevan el perfume de la poesía de su pueblo y es una fuente inagotable de memoria y recuerdos. Aquellas historias prendieron en mí y poco a poco se fueron convirtiendo en relatos y en personajes. Como el combatiente que pinta la señal de la paz en un proyectil, el revolucionario Salama o el soldado que recuerda la visita de Felipe González a los campamentos. Todos llevan su inconfundible voz.
A los saharauis les llaman “los hijos de la nube”, siempre en busca de la lluvia que traiga pasto y respiro en el inclemente desierto. También son un pueblo que derrama poesía. Pocos enclaves en el territorio saharaui pueden ser más venerados que los pozos y pocos tesoros más apreciados que la memoria. Rubio dice que quienes escribimos sobre el Sáhara Occidental construimos “pozos culturales” para saciar la sed del pueblo y cada vez que terminamos de construir uno de esos pozos lo entregamos al pueblo “para que recupere su cultura y no pierda su identidad”. Efectivamente, “Las acacias del éxodo” es un libro del pueblo saharaui y al mismo que espera acercar a la causa a muchas personas que no la conocen.
Los saharauis me convirtieron en escritora. La adolescente que fui escribía cartas a sus amigos contando las historias que les sucedían como forma de atesorarlas y guardarlas para siempre. El viaje que realicé a los campamentos de refugiados saharauis me llevó a emprender una tarea más ardua: narrar aquella increíble experiencia que metió al pueblo saharaui y su causa en mi corazón. Mi encuentro con Bahia Awah y los poetas saharauis que más tarde se unieron en torno a la Generación de la Amistad me animaron a escribir y a convertir aquel taco de folios grapados en mi primer libro autoeditado, “Los otros príncipes”. Las historias que escuchaba a mi familia y amigos saharauis se convirtieron poco después en un segundo libro, también autoeditado, “Delicias saharauis”.
Pero cuando vives el Sahara todos los días, nunca hay bastante escritura para contar todo lo que aprendes, escuchas, vives y descubres. Gdeim Izik y Rubio fueron el detonante de los primeros relatos. Pronto vinieron más, inspirados en las palabras, la vida y el ejemplo de mujeres y hombres saharauis. Como la militante Nueina Djil, protagonista de la mítica imagen de la fotorreportera Christine Spengler con un fusil al hombro y su bebé en brazos; Moina Chejatu, la joven saharaui que acompañó a Felipe González en su visita a los recién creados campamentos de refugiados saharauis; los activistas saharauis de derechos humanos Brahim Dahan y Hmad Hamad, cuyas historias de lucha y sacrificio por el Sahara son constante fuente de inspiración para mí; el escritor y diplomático Ahmed Muley Ali o el poeta nacional Bachir Ali, quien me descubrió la existencia de Graret Lantilagha, las acacias del éxodo, lugar que da nombre al libro. Sus testimonios y los de familiares y amigos fueron conformando esta colección de relatos donde pretendo huir de orientalismos para reflejar una visión realista de los saharauis. Porque creo firmemente en la literatura comprometida como una de las mejores vías para difundir ideas y causas. “Las acacias del éxodo” pasa a formar parte de la bibliografía de poemarios, novelas, libros de relatos y ensayos que acompañan al pueblo saharaui en su camino hacia la libertad.
Espero que los lectores viajéis al Sáhara a través de sus páginas, conozcáis a su gente y entendáis su realidad.
Sahara Libre.

Mi lectura de Esa maldita pared de Flako. Un butrón literario para A qué huelen los libros, el podcast de Valeria Surcis


Nueva colaboración para A qué huelen los libros, el podcast literario de Valeria Surcis.  En esta ocasión “Esa maldita pared”de Flako, editado por Libros del KO, un libro que huele a las cloacas por las que transitaba Flako para llevar a cabo sus “expropiaciones” de bancos. Sin embargo, no es necesariamente un olor nauseabundo, como podríamos imaginar. Las alcantarillas, cuando corre el agua, huelen a una mezcla de suavizante y humedad que las hacen soportables. Así es este libro, que ofrece una parte oscura, de robos, droga, cárcel y persecución, y otra más respirable, con familia, amor por el hijo y reinserción a través de la literatura y el cine.
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Descubrí “Esa maldita pared” gracias a una entrevista en la que el editor de Libros del KO contaba que iban a publicar las memorias de un butronero que varios años atrás había desvalijado un banco mientras los editores estaban en plena Feria del Libro en Madrid. Sucedió en el mes de junio de 2013 y el potente dispositivo policial desplegado para perseguir a los delincuentes había llamado su atención desde la caseta de la editorial en la Feria. Seis años después de ese suceso, Libros del KO ha publicado el libro de uno de aquellos atracadores. Hay que ver las vueltas que da la vida.
“La vida es infinitamente más bella si no te persigue nadie”, afirma Flako, el exbutronero de Vallecas autor de “Esa maldita pared”, memorias de un joven vallecano, hijo de un conocido “expropiador de bancos”, al que llamaban el Peque. “Hijo de tigre sale rayado”, decían para explicar por qué aquel jovencito se sentía como en su casa en el subsuelo de Madrid, accediendo a través de las alcantarillas, orientándose entre galerías y dando el palo al banco escogido con asombrosa profesionalidad.
La historia de Flako es la de un deslumbramiento, el de un chaval de 14 años cuyo héroe era su padre, al que admiraba y quería parecerse. Lo peculiar del caso reside en la “ocupación” que tenía su progenitor. “Vi a mi padre salir de una alcantarilla con 23 millones de pesetas, y me dije: yo un día tengo que atracar un banco”. Y es que, como reconoce el autor al escritor Kiko Amat en una entrevista, “A mí no me hizo atracador de bancos la sociedad sino mi padre”. Así explica en el libro aquella fascinación: “Nunca brilló tanto mi padre como cuando, después de un golpe, contaba dinero en una mesa, sin camiseta, con los tatuajes talegueros a la vista, uno en cada brazo, con un pañuelo rojo al cuello, y con un canuto de hachís en los labios”. Reconoce que si el padre aún estuviera vivo, él no se habría atrevido a escribir su historia.
Flako, nombre supuesto para preservar la identidad del autor, aún está cumpliendo con la sociedad por los hechos delictivos que cometió “gracias” a ese don de moverse como pez en el agua estancada, la de las cloacas de Madrid por las que accedía a los bancos que más tarde atracaba. Nuestro autor no cree en la reinserción de la cárcel: “Mi reinserción ha sido mi hijo, el documental y este libro”, afirma en las entrevistas. Porque además de escribir sus memorias, Flako ha protagonizado un documental, “Apuntes para una película de atracos”. Dirigido por Elías León Siminiani, el documental ha recibido diferentes premios y reconocimientos, entre ellos una nominación para los Goya.
“Esa maldita pared”, titulada como la canción de Bambino que tanto le gustaba a su padre, es un libro que atrapa desde su inicio. Narrado en primera persona por su protagonista y escrito en gran parte desde la cárcel, es un libro que transmite veracidad y honestidad. Flako se expresa como le sale, con las emociones a flor de piel, con un lenguaje sencillo y auténtico, con voz propia. En la cárcel, durante las interminables horas en las que no tenía nada que hacer, y fruto de la enorme rabia por estar encerrado, Flako comenzó a escribir frenéticamente sobre su vida, de manera deshilvanada, hasta que el contacto con Elías le llevó a lecturas más provechosas que influyeron en su estilo. El cineasta le animó a seguir escribiendo y le introdujo en las obras de Edward Bunker o Allan Sillitoe y las de la saga de delincuentes como Erik el Belga o Albert Spaggiari, autor del “gran robo de Niza”, el mayor golpe de la historia, realizado a través de un túnel que se excavó durante varios meses.
Una vez fuera de la cárcel, la reconversión de Flako en padre de familia y currito ha terminado con aquel tiempo de desmadre. Se acabaron los viajes, los caprichos o las comilonas, aunque Flako apenas cambió su tren de vida. Pero la seguridad monetaria que le daban “las expropiaciones” y, sobre todo, la emoción que aportaban sus aventuras en las cloacas hicieron que aquella vida le resultara irresistible porque colmaba su necesidad de adrenalina y sensaciones fuertes. El afán por que su hijo nunca le vea a él como él vio a su padre le hace esforzarse en llevar una vida fuera de ese mundo. “Resistir es vencer”, escribió Flako en nuestro ejemplar de “Esa maldita pared” cuando estuvimos en Muga Libros, la querida librería vallecana donde se presentó el libro el pasado mes de enero. El autor lleva siempre una máscara en los actos públicos para que su pasado no interfiera en su nueva vida.
Flako distingue entre robar y “expropiar bancos”. Él lo considera como un oficio, y ya se sabe que “quien roba a un ladrón…”. En las entrevistas suele aclarar que nunca ha robado un coche ni ha atracado a un transeúnte. Sólo querían robar a los bancos. “En este país no hay mayor ladrón que un banquero”, afirma en las entrevistas. El mote de “Robin Hood de Vallecas” reconoce que salió de una broma durante un atraco, porque él no robó a los ricos para dárselo a los pobres. Robaba a los bancos para ayudar a su familia y a los suyos.
Vallecas, el barrio de Flako, es el lugar de muchas de sus correrías. Él se siente muy orgulloso de su origen, y así transita por la Avenida de la Albufera (algo así como la Gran Vía de Vallecas), el campo del Rayo, su equipo del alma, o los descampados de lo que aún se conocía como el pueblo de Vallecas, llenos de talleres, perros, y alguna hoguera (cómo me recuerda a la Ventilla de “Sin pedir permiso”).
Flako es uno de los hijos de Vallecas, que de alguna manera cumple el tópico que dice que quienes destacan en el barrio lo hacen por encontrarse “al margen”. Ha habido leyendas vallecanas en fútbol como Marqués, jugador del Rayo y del Atlético de Madrid, conocido por su indisciplina, sus trifulcas y su carácter conflictivo; en el boxeo, como Poli Díaz, “el Potro de Vallecas”, de la gloria en el ring a las escalofriantes imágenes de hace unos días en el Marca; también han destacado algunos hijos de Vallecas en el espectáculo, como los creadores de la rumba flamenca madrileña, Los Chichos y los Chunguitos. Porque no es cierto que la gente “se haga a sí misma”, a la gente la hacen sobre todo sus circunstancias. Y es que probablemente no es tan fácil escapar de las muchas trampas que también puede poner el barrio.
El libro tiene una potente banda sonora. Además de Bambino, la música la ponen los Tigres del Norte y Camarón, a quien el padre de Flako llegó a conocer y tratar. No podía faltar el “Vaquilla” de Los Chichos en esta “novela negra de neorrealismo castizo”, como han definido a “Esa maldita pared”.

Si me das a elegir me quedo con los Chunguitos


El pasado sábado 2 de febrero los televidentes españoles asistieron a la invención de la Coca Cola durante la entrega de los premios Goya en Sevilla. Después del fracaso de la gala del año pasado, en las redes sociales se notaba cierta expectación por la gala presentada por Andreu Buenafuente y Silvia Abril. Se habían anunciado además las actuaciones de dos personajes omnipresentes en los medios, James Rhodes y Rosalía.
No pude ver la entrega de premios por asistir a un concierto y porque ya no tenemos televisión en casa, pero a la mañana siguiente me asaltaron en redes sociales decenas de publicaciones referidas a la sorpresa que guardaba Rosalía, una versión de “Me quedo contigo”. Como todo lo que rodea a la joven cantante catalana las redes habían comenzado a arder al minuto siguiente a finalizar su actuación. Vestida de rojo y acompañada por el Cor Jove de l’Orfeó Català, la cantante de moda ofreció una impactante interpretación a capella, aunque en exceso mística y solemne, despojándola de ese desgarro tan auténtico que tenía la versión original.
Estos días se me han quedado los ojos como platos leyendo en Twitter comentarios que atribuían la canción a Antonio Vega o a la propia Rosalía. Nada más lejos de la realidad, “Me quedo contigo” es tal vez la canción más conocida y reconocida de Los Chunguitos, máximos exponentes junto con Los Chichos de la rumba gitana madrileña de principios de los ochenta. El revuelo organizado me ha traído a la memoria una curiosa historia de mi infancia relacionada con Los Chunguitos. El trío ya tuvo relación hace muchos años con otra Rosalía, la actriz gallega Rosalía Dans, en un programa que era una recreación dramatizada de la vida de los Salazar y que recuerdo haber visto de pequeña en compañía de mi abuela. La magia del Youtube me ha permitido recuperarlo y recordar la Vallecas de mi infancia, ya que los hermanos Salazar vivieron en una casa baja de Palomeras en una calle cercana a la calle Nueve, donde se levantaba la casa de mi abuela María, y donde yo pasé mis dos primeros años de vida.
En 1985 TVE emitió una serie de espacios bajo el hombre de “Tatuaje”, dirigidos por el poeta y periodista José Miguel Ullán. El que dedicó a Los Chunguitos se llamó “Con el agua al cuello”. Así recogía el diario ABC en su página de Televisión, con fecha 3 de julio de 1985, la emisión del docudrama.
Al igual que hiciera con la figura de El Fary el segundo programa de Tatuaje el espacio que dirige José Miguel Ullán se parará hoy en el encastado grupo Los Chunguitos. Una biografía musical y novelada donde el trío extremeño, seguidor en un principio del sonido caño roto y última conquista de la línea dura de la posvanguardia, desenvaina entre rumbas calés la chispa de su vida, que lleva el título de Con el agua al cuello. Junto a ellos, y para hablar de los avatares de la existencia, aparecen algunos de los componentes de su familia, como sus hermanas, el ultrarradiante dúo Azúcar Moreno, que aseguran haber tenido que achicar agua muchas veces de su chabola, “por eso siempre decimos que nuestra vida ha sido como una historia del comandante Cousteau”. También aparecerá la actriz Rosalía Dans que suele prestar su paisaje a este programa.
Su visionado me depara una emocionante sorpresa. Veo a los tres Chunguitos pegando patadas a un bote al lado de la bodega de Saturnina y Evaristo y de la casa que mi abuela María levantó con todo el esfuerzo del mundo en los años 50 y donde vivió  hasta diciembre de 1983 cuando la derribaron. Es difícil explicar mi emoción mientras hacía un pantallazo de la imagen y se lo enviaba a mis padres para que me confirmaran. Poco más que comentar de un docudrama que no ha resistido el paso del tiempo y que se mueve entre momentos delirantes y sonrojantes. Tan solo salvo las actuaciones del trío en el patio de una cárcel. Si tenéis fuerzas podéis verlo en el siguiente enlace:
Los Chunguitos fueron en sus inicios los hermanos Enrique, Juan y José Salazar. Nacidos en Extremadura y sobrinos del reconocido cantaor Porrina de Badajoz, se trasladaron con su familia a Madrid siendo niños, recalando en Vallecas. Empezaron a cantar desde muy jóvenes en los alrededores de la Plaza Mayor para ganarse unas pesetas y fueron descubiertos por Ramón Arcusa del Dúo Dinámico. Con él grabaron en 1976 su primer éxito, la archiconocida “Dame veneno”. Era la época de oro de la canción ligera aflamencada, de aquella rumba gitana madrileña en la que brillaban nombres como Los Chichos, el otro gran trío afincado en Vallecas, que comenzó su carrera en 1973. “Poetas de arrabal”, “voces de extrarradio”, sus temas hablaban de amores incendiarios y arrastrados, de adolescentes marcadas por embarazos no deseados, de cárcel y deseos de libertad, de exclusión y penalidades. Historias con fuerte componente autobiográfico, en una época marcada por el paro, la crisis y la marginación social. Los Chunguitos sabían desde niños lo que era pasar hambre y todo tipo de calamidades, no les era difícil reflejarlo en sus canciones. Por desgracia perdieron pronto a su cantante y compositor, Enrique, fallecido con 25 años por una hepatitis en 1982 y que fue reemplazado por su primo Manuel. Esa es la formación de Los Chunguitos más estable y la que yo recuerdo. La saga Salazar se completó con el dúo Azúcar Moreno y el grupo Alazán, a quien mi abuela llamaba en el barrio Las Chunguitas.
Entronizados como reyes del cassette en las gasolineras de toda España, su popularidad llegó a extremos increíbles. El exitazo de “Me quedo contigo” les llevó incluso a ser invitados al programa estrella de la modernidad ochentera “La Edad de Oro” de la inolvidable Paloma Chamorro. La canción fue compuesta por Enrique Salazar y Crescencio Ramos Prada y formó parte de “Pa ti, pa tu primo” (1980), cuarto álbum de Los Chunguitos, pero alcanzó enorme fama gracias a su aparición en la banda sonora de ‘Deprisa, deprisa’ (1981), una notable inclusión de Carlos Saura en aquel “cine quinqui” que arrasó a principios de los 80. La canción ilustra la secuencia final de la película, especialmente recordada por quienes la vieron en su día.
La canción ha tenido diferentes versiones antes que la de Rosalía. Me quedo con dos, la de Manu Chao y la de Antonio Vega, aunque en mi opinión están por debajo de la original. Manu Chao la interpretó en su álbum de 2009 “Baionarena”, un doble CD en directo grabado durante una actuación en la plaza de toros de Bayona (Francia). La personal interpretación de Manu lleva la canción a esos ritmos “interétnicos” tan del gusto del músico franco-español; su versión incluye vientos y percusiones, en una cadencia pegadiza que conducen a un crescendo de guitarras rabiosas. La historia dice que Antonio Vega grabó su versión de “Me quedo contigo” porque era la canción favorita de su pareja, Margarita del Río. Apareció en su disco de duetos y versiones “Escapadas” publicado en 2004. Marga falleció dos días después de que Antonio grabara el tema, agravando aún más la delicada situación que atravesaba el cantante. Como curiosidad, nosotros la elegimos, junto con otras músicas, para el video de nuestra boda, aunque no es una versión que me guste en especial. La voz de Antonio estaba ya irremediablemente lastimada, perdida la frescura y los matices que la hacían tan especial para mí.
Volviendo a la interpretación del pasado sábado, a pesar de la polémica absurda sobre la “apropiación” y “desgitanización” del tema, los mismísimos Chunguitos dieron su aprobación a Rosalía a través de su cuenta de Twitter: “Una gran sorpresa estar viendo los #Goya2019 en #Tve y ver a esta gran Artistaza @rosaliavt cantando nuestro tema #Mequedocontigo. No hay mejor manera de hacerlo tan bonito!!, a partir de ahora nos quedamos tambien contigo Rosalía!! Ganas de cantarla juntos Rosalia & Chunguitos”. Ahí lanzaron el guante, más o menos recogido por Rosalía, para actuar con la artista de la que todo el mundo habla.
No es mi grupo, no es precisamente mi estilo de música pero Los Chunguitos y “Me quedo contigo” forman parte de la historia de mi barrio y de mi historia personal.

De cómo se desarrolló el municipio de Vallecas antes de su integración en Madrid. En la conferencia del profesor Manuel Valenzuela


Mi infancia son recuerdos de un patio de Vallecas. El rosal, las plantas amorosamente cuidadas por las manos mágicas de mi abuela, la vieja tortuga que andaba suelta a sus anchas, la primitiva lavadora donde la abuela lavaba la ropa de un equipo de fútbol del barrio, la pila de piedra, las baldosas desaparejadas…
Mujeres cosiendo delante de las casas bajas, vecinas hablando a la caída de la tarde sentadas en sillas de anea, el pastor alemán Rocco de la señora Manuela, la vieja y para mí terrorífica muñeca de mi tía colocada sobre la cama de la habitación del fondo, los vasos de cristal azul donde la abuela hacía los flanes, los cojines de ganchillo, el precario baño situado en el patio, la bodega de Saturnina, la tienda de chucherías de la Reme, la panadería, el bar Nueva York… todo un universo que giraba en torno a aquella empinada calle 9 donde pasé mi primer año y medio de vida. Tantos recuerdos, lágrimas, trabajo y esfuerzo concentrados en aquella casita baja. Mi abuela María la habitó desde inicios de los años 50 hasta diciembre de 1983. No dejo de buscar el aroma de aquel barrio donde pasaba muchos fines de semana y días de vacaciones a la vera de mi adorada abuela. Varios personajes de mis novelas son de Vallecas y en lo próximo que preparo, el barrio será de nuevo un escenario principal. A principios de los ochenta las casas bajas de Palomeras eran derruidas y los vecinos realojados en barrios nuevos con amplias aceras, prometedores parques y edificios de buena construcción en los que se contaba con ascensores, calefacción y “gas ciudad”.
Así, tuve claro que no podía perderme la conferencia del profesor Manuel Valenzuela, Catedrático Emérito de Geografía Humana de la Universidad Autónoma. Su exposición, titulada “Vallecas, de municipio rural a suburbio de inmigración”, forma parte del ciclo “La creación del gran Madrid. Anexión de municipios limítrofes”. Como nieta de aquella inmigración me interesa la prehistoria del barrio, los hechos y las anécdotas que lo cimentaron hasta llegar a ser el gigante en que se ha convertido hoy. La conferencia del profesor Valenzuela finaliza precisamente en el momento en que mi familia se instaló en Vallecas, cuando se convirtió en un barrio de acogida y recogida de miles de personas que llegaban de diferentes rincones de España en busca de una vida mejor y huyendo de la miseria y el hambre que les mordía en sus lugares de origen. ¿A que os suena?
La didáctica conferencia ofrecida por Manuel Valenzuela, un experto en la materia, ha llamado mi atención sobre diferentes aspectos relacionados con el barrio, en especial en lo referido al Puente de los Tres Ojos, el ferrocarril conocido como La Maquinilla, la figura del alcalde Amós Acero y la casa de Peironcely, 10. Veamos.
La anexión de Vallecas a Madrid se produjo en 1950, concretamente el 22 de diciembre. Era el más poblado de los 13 municipios que se integraron en Madrid, aportó el 26% de la población, algo más de 86.000 habitantes, tantos como muchas de las capitales de provincias entonces. También aportaba una gran superficie. El último de los municipios que se anexionaron a Madrid en los 50 fue Villaverde, en 1954. Estos municipios aportaron nada menos que el 88% de la superficie de Madrid.
Vallecas se encuentra situada en el sureste de Madrid, una zona esteparia de cultivos no intensivos, cereales, algo de viñedo, sin el atractivo que podía tener la sierra. Desde finales del siglo XIX se habían construido en la sierra de Madrid casas de veraneo por algunas familias pudientes, pero eso apenas sucedió en Vallecas. La villa de Vallecas era un municipio rural en el que había amplias zonas de cultivo situadas fundamentalmente en las zonas de  Portazgo y Alto del Arenal. Vallecas era además proveedora de ladrillos, yeso, pedernal o tuberías, materiales fundamentales para la construcción de edificios o para el empedrado de muchas calles, el crecimiento de la capital se disparaba. De esta forma se desarrolló una importante actividad industrial en Vallecas, centrada en las fábricas de yeso, como La Invencible o La Vascongada, o las ladrilleras como Ladrillos Valderribas, Ladrillera Española o Cerámica Española. El profesor Valenzuela nos enseña una foto suya de los años 70 que muestra la chimenea y la estructura de una de aquellas fábricas.
Fruto de aquella actividad industrial surgió La Maquinilla, un ferrocarril inaugurado en 1888 para transportar el yeso de las canteras vallecanas. Su recorrido comenzaba en Pacífico y llegaba hasta las canteras. También fue usado para el transporte de personas hasta 1923, cuando se inauguró la ampliación de la Línea 1 de metro desde Atocha hasta el Puente de Vallecas, bajo la avenida Ciudad de Barcelona. He buscado información sobre La Maquinilla en la red y, según se cuenta, tardaba en realizar el recorrido unos 35 minutos, con una frecuencia de hora y media entre cada tren. La Maquinilla seguía circulando cuando llegó el metro al barrio, para disgusto de los vecinos. Discurría entre “calles estrechas, huertas y zonas de escuelas” y suponía un peligro “a causa de las chispas numerosas, que por tratarse de material antiguo, se desprendían de la máquina”. La tensa situación se mantuvo hasta junio de 1931, cuando un grupo de vecinos del barrio llegaron a levantar las vías del tren. Finalmente el ministro de Obras Públicas, por aquel entonces Indalecio Prieto, se hizo eco de las reclamaciones vecinales y puso fin a La Maquinilla.
Y es que el transporte ha sido siempre una necesidad fundamental en un barrio obrero como Vallecas. Durante años se contó con una línea de tranvía que llegaba a Puente de Vallecas. En abril de 1972 se clausuró la última línea que seguía operativa. Otro importante medio de transporte fue el trolebús, siendo pionera la línea inaugurada en julio de 1949 que conectaba el Puente de Vallecas con la zona del pueblo. Aquellos trolebuses que aparecen en muchas películas de la época desaparecieron en 1966.
A principios del siglo XX Vallecas ya se organizaba en distintos barrios como Doña Carlota, Nueva Numancia, Vallecas o La China. Hacia 1920 se empieza a nombrar el barrio de Entrevías, delimitado por las vías del tren a Zaragoza y las del tren a Alicante, de La MZA (Compañía de los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante), fundada en el siglo XIX por José de Salamanca Mayol, marqués de Salamanca. La zona de Peña Prieta es una de las más antiguas, además del propio Puente de Vallecas. Quiero detenerme en la historia del barrio de Doña Carlota. Si bien Vallecas fue desde sus inicios un barrio eminentemente obrero, existió una quinta, la de Doña Carlota Mejía, fallecida en 1881 y propietaria de los terrenos donde se levantó más tarde el barrio. Como afirma una noticia de ABC en su edición del sábado 4 de agosto de 1916, en su testamento Doña Carlota dejó escrito su deseo de que se construyera un barrio en esos terrenos, “imponiendo un gravamen o censo” para las parcelas. Estaba bien trazado, con “calles amplias y espaciosas” que conformaban un barrio “sano y populoso”, con iglesia, escuela, “muchas tabernas” pero con problemas por entonces de abastecimiento de agua y transporte. El profesor Valenzuela nos explica que en este barrio se establecieron miembros de la judicatura y personajes como el dúo Pompof y Teddy, tíos de los famosos “payasos de la tele”, ídolos de los niños de los años 70 entre los que me encuentro. Prueba de la vinculación vallecana de los míticos payasos es la tumba de Fofó, fallecido en 1976, en el Cementerio de Vallecas. En este cementerio está enterrada mi tía María Luisa y para visitarla debíamos pasar por delante del sepulcro del artista, con el consiguiente disgusto y llantos por nuestra parte. Siempre llena de flores, cuenta con un busto de mármol negro que representa a Fofó caracterizado como el personaje que le dio fama. Vallecas ha dedicado una amplia avenida, al lado del Campo del Rayo, a la figura de Alfonso Aragón Bermúdez.
La historia del Puente de los Tres Ojos, situado sobre el Arroyo del Abroñigal, también llama mi  atención. Se proyectó en 1845 para la línea del ferrocarril de Madrid a Aranjuez. Las obras se realizaron entre 1846 y 1850. Cinco años más tarde una crecida del Arroyo del Abroñigal afectó al puente, que se hundió al paso de un tren, por lo que fue reconstruido. En 1928 se ampliaron los carriles del puente y se reforzó con una plataforma metálica. Bajo el puente, símbolo del barrio, discurría la Avenida de la Paz y posteriormente la M-30. El aumento del tráfico llevó a la demolición del puente en marzo de 1983. Actualmente hay un puente sin ningún encanto aunque más adecuado para la circulación. En torno al puente de los Tres Ojos y el Arroyo del Abroñigal surgió de manera espontánea a principios del siglo veinte un suburbio de casas precarias levantadas por el proletariado que trabajaba en las fábricas. Se trataba de inmigrantes procedentes de toda España. Se encontraba estratégicamente situado, cerca de las fábricas, próximo a Atocha pero con nulas infraestructuras. Sin servicios, sin canalización de agua o alcantarillado, las infraviviendas apenas contaban con pozos para abastecerse de agua y pozos negros para los residuos.
La Guerra Civil fue otro de los acontecimientos históricos que afectó terriblemente a Vallecas. El municipio sufrió un duro asedio durante la guerra al encontrarse en pleno frente. Además su situación geográfica la convirtió en lugar de paso entre Madrid y Valencia, donde se había trasladado el gobierno de la República. Entrevías, el Pozo del Tío Raimundo y el pueblo de Vallecas fueron las zonas más castigadas durante la guerra, sufriendo numerosos bombardeos aéreos. El profesor Valenzuela hace referencia a la casa fotografiada por Robert Capa, situada en Entrevías en la calle Peironcely 10, que puede ser víctima de la piqueta y la especulación inmobiliaria. La icónica foto de Capa, tomada en noviembre de 1936, muestra una casa de ladrillo llena agujeros de metralla y frente a ella, sentados en una acera llena de cascotes aparecen tres niños. Gracias a aquella imagen hubo asociaciones como el Socorro Rojo que comenzaron a enviar alimentos a la castigada población de Madrid. Capa publicó en diciembre de 1936 un amplio reportaje en la revista Regards, donde se incluía la foto, sobre el padecimiento del pueblo de Madrid. La casa, una de las humildes construcciones en la que habitaban los obreros vallecanos de principios de siglo, todavía conserva marcas de metralla en su fachada, aunque la mayoría han sido tapadas con yeso. La noticia de la demolición de la mítica casa saltó a numerosos medios el pasado año 2017, lográndose parar por el revuelvo popular. Por el momento hay una iniciativa para salvar la casa y desde el ayuntamiento se han comprometido a incluirla en el Catálogo de Bienes y Elementos Protegidos.
La conferencia del profesor Valenzuela encamina mis pasos hacia la figura del alcalde de Vallecas, Amós Acero, desconocida para mí hasta hace poco tiempo, y muy relacionada con aquellos dolorosos años. De extracción muy humilde, este maestro se afilió al Partido Socialista en 1920. En julio de 1927 le fue ofrecida una plaza de maestro de 1ª enseñanza en Vallecas, donde se instaló con su familia. Fue elegido alcalde de Vallecas en las elecciones de abril de 1931 con la proclamación de la II República. Fue elegido diputado a Cortes en junio de 1931 y en 1936 Acero fue restituido en su cargo de alcalde de Vallecas, cargo que mantuvo hasta el final de la guerra de España, manteniendo durante la contienda un comportamiento ejemplar. En marzo de 1939 abandonó Madrid hacia Valencia junto al gobernador civil de Madrid, siendo detenido en el puerto de Alicante y encerrado en el campo de concentración de Albatera. Fue sometido a dos juicios y, sentenciado a pena de muerte, fue fusilado el 16 de mayo de 1941 en las tapias del cementerio de la Almudena, con los ojos destapados por propia voluntad. Tenía 47 años. En los últimos años Vallecas ha querido recuperar la memoria de su alcalde. Así, en julio de 2016 se inauguró una estatua en el distrito de Puente de Vallecas y en enero de este año 2018 la Junta Revolucionaria de Vallecas realizó una pintada de homenaje al alcalde vallecano en la Avenida de la Albufera a la altura de Buenos Aires.
Vallecas ha sido desde sus inicios un barrio eminentemente obrero y “de aluvión”, en los años 20 se alimentó de los obreros que se establecieron en el municipio para trabajar en las fábricas de yeso y ladrillos. Y comenzó a crecer desmesuradamente a partir de los años cincuenta debido a la riada de personas que llegaban desde las zonas rurales de provincias como las dos Castillas, Extremadura o Andalucía, que llegaban en busca de una vida mejor. Somos orgullosos hijos de la inmigración y queremos conocer nuestro pasado.