Apegos feroces de Vivian Gornick. La imposibilidad de escapar de la madre
"La infelicidad tiene que estar viva para que pueda suceder cualquier cosa". Con la novela “Apegos feroces” de Vivian Gornick
(Nueva York, 1935), reciente premio al Mejor Libro de Ficción otorgado por
el gremio de Libreros de Madrid 2017, hemos cerrado una nueva sesión
de otoño del Gabinete de Lectura de La Central marcada por la literatura
femenina. De cinco libros leídos, cuatro han sido escritos por mujeres; se trata
de cuatro fantásticos volúmenes de gran nivel. La escritora Lucía Litjmaer
(Buenos Aires, 1977) fue la encargada de hablarnos sobre el libro y la sesión
estuvo coordinada por Yaiza Berrocal.
Publicado en 1986 “Apegos feroces” es una profunda
reflexión sobre relaciones afectivas feroces, materno filiales, de pareja,
sexuales... Una “historia de mujeres con mujeres”, como la define la propia
historia, una abanderada del feminismo y de la revolución cultural de la década
de los 60. Lucía Litjmaer nos puso en antecedentes sobre los avances literarios
de la época en la que comienza “Apegos feroces”. Comentó como, tras la psicosis
de la Primera Guerra Mundial, la narración tradicional fue dejando de tener
sentido y así las historias comenzaron a contarse de manera fragmentada. El
libro avanza a trompicones, nos ofrece “pedazos” de historias y constantes
saltos en el tiempo. Lo que realmente unifica la narración y hace de eje
conductor son los paseos por las calles de Nueva York de la adulta Vivian y la
anciana madre. También tras la Primera Gran Guerra la idea de amor romántico
tradicional dejó de funcionar. El amor “como una iluminación” acabó por
convertirse en un “anticlímax” para la generación de la autora.
“Todas
nos entregábamos a nuestros placeres. Nettie quería seducir, mamá quería sufrir
y yo quería leer”. Como se recoge
en el libro, Vivian Gornick tuvo en la infancia dos modelos femeninos muy
diferentes. Por un lado la madre, que refleja el amor romántico puro y el
duelo. Por otro lado Nettie, cuya identidad se sustenta en la atracción que
despierta, y que de alguna manera es un personaje “desdibujado porque se ve
bajo los ojos idealizados de la niña”. Resulta fascinante el luto de la madre,
parece como si hubiera esperado toda su vida para llegar a ese sufrimiento. “Es
una imagen muy típica de la tradición judía, la yidish mamma, la madre
frustradora”, explicó Litjmaer. Vivian no logrará liberarse en la edad adulta de
ese amor castrante de la madre. Lucía Litjmaer reflexionó como, curiosamente,
en el libro hay por parte de la autora una absoluta desnudez emocional, sin
embargo su cuerpo es omitido. Así, en “Apegos feroces” hay una gran elipsis que
oculta cómo rompe y despierta a la sexualidad. Una manera de quitar importancia
al amor en el discurso narrativo. Sus relaciones la dejan defraudada pero
parece que “ella misma es quien no permite que avancen sus historias más
personales”, todas las que aparecen en el libro se caracterizan por el
enfrentamiento. Con respecto a algunos de sus “apegos feroces”, en un momento
de la narración desaparecen y no se vuelve a saber nada más de ellos. No así la
madre, omnipresente en todo el texto. La madre la asfixia pero al mismo tiempo
la hace sentirse segura. Se trata de una compleja relación madre e hija llena
de ansiedad. Litjmaer califica el libro de “freudiano”, por los temas que
aborda: infancia, sexo, muerte, madre. De alguna forma el libro “puede ser una
especie de terapia”.
La escritura tiene para la protagonista una
importancia vital. Así, otro de los temas centrales de “Apegos feroces” es la
necesidad de la autora de conciliar su voz, el eterno dilema de las mujeres
creadoras y artistas: la búsqueda de un espacio para crear (la habitación
propia de Virginia Woolf). Vivian lo aborda a través de ese “rectángulo
creador” al que apela en varias ocasiones, un espacio al que le cuesta acceder por
el apego con la madre. Ese “rectángulo” del que habla en el libro es, en
palabras de Litjmaer, un concepto muy propio del psicoanálisis, sobre la
difícil convivencia entre el placer y el trabajo. A la protagonista sin duda le
cuesta gozar. No logra despegarse de las convenciones, tampoco de la angustia y
la autocompasión.
Es interesante cómo se abordan sus
relaciones con los hombres que aparecen en el libro. Como su amigo de la
adolescencia, que se convertirá con el tiempo en rabino; su marido, con el que
establece una relación que parece basada en “jugar a las casitas”, según Litjmaer,
en la que no se entienden, no consiguen relajarse ni disfrutar juntos; la
tercera relación es la que tiene con el sindicalista casado, un hombre bastante
mayor que ella, que abre la puerta para una nueva amante cuando la relación cae
en la rutina.
No podemos olvidar el contexto histórico y social
en el que se encuadra el libro. Vivian Gornick estudió en la universidad en la
década de los 50. En aquella época las mujeres se casaban a los 19 o 20 años,
no era común estar soltera con esa edad y entrar a la universidad, además
perteneciendo a la clase obrera. La madre fue de alguna manera una adelantada a
su tiempo, además de una institución en
su vecindario, tiene un marcado perfil político y en muchos aspectos estuvo
libre de convenciones, como su apoyo a Nettie, la vecina gentil que se queda
sola y desprotegida en un barrio judío donde no la aceptan.
Durante la sesión Yaiza Berrocal de La
Central nos habló sobre las diferentes escrituras del yo. Nos explicó como Gornick
de alguna manera practica un periodismo personal, una forma de autoficción, que
es un concepto un tanto controvertido en Estados Unidos, donde el género de “non
fiction”, en el que destacaron autores como Wolfe, Capote o Didion, debe ser claramente
no ficción. Gornik se vio envuelta hace años en una polémica cuando explicó que
alguna parte de “Apegos feroces” era inventada, como el encuentro con el
vagabundo, lo que le generó críticas. Además Vivian Gornick se queda fuera de
ese celebrado género al contar su vida, explicó Berrocal. Las escrituras del yo
tienen problemas con el llamado “pacto de lectura”. Se trata de un género aún a
debate. Autobiografía, memoria y autoficción son los tres subgéneros, en los
que hay que tener en cuenta el pacto con el lector, el compromiso con la
verdad, la recreación, las licencias que se toma el autor para transmitir
determinadas ideas… La crítica ha calificado “Apegos feroces” de ensayo
personal, novela autobiográfica o clásico del memorialismo norteamericano.
Personalmente, me resultan fascinantes los
recuerdos de la infancia, la descripción de la vida en el Nueva York de los
años 30 y 40, la estrecha relación entre los vecinos, la vida en un barrio
popular de la gran ciudad estadounidense.
Una lectura nada fácil ni complaciente la
de “Apegos feroces”. Un libro sobre el amor indiscutible y la imposibilidad
para abandonar el útero materno, escrito con maestría por Vivian Gornick.
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