Syd Barrett. El efímero fulgor del “Crazy Diamond” de Pink Floyd

2:27 a. m. Conx Moya 0 Comments

"Desde pequeño me acostumbré a ir por mi cuenta, sin más trabas, y no puedo evitar pensar que rutinas y comparsas me dejarían muy pronto oxidado y ajado". Edward Lears

Otoño de 2019. De camino al trabajo en el metro me acompañan las notas juguetonas de “Lucifer Sam” y la voz de Syd, con su manera de cantar y pronunciar tan características. Se refleja en el cristal del vagón un viajero. Alto, de ojos profundos, canoso pelo abundante y ondulado. Ensimismado en lo que escucha por sus cascos, sonríe misterioso…

Siempre he sentido una especial predilección por Syd Barrett, sobre cuya desgraciada vida indagué en mi juventud. Sin embargo, apenas recuerdo haber escuchado entonces alguna de las canciones de Syd, lo que da una muestra de la fascinación por el Syd mito en detrimento del Syd músico o incluso del Syd persona. Como opinaba el músico Robyn Hitchcock, uno de sus seguidores incondicionales, “Sería genial que Barrett fuera más conocido por sus canciones y menos por la vida que llevó”.

El viaje por la discografía completa de Pink Floyd en el que estuve enfrascada a lo largo del año 2019, propició que escuchara por primera vez completo y en orden The Piper at the Gates of Dawn, primer álbum de la banda, un disco que me sorprendió gratamente y del que pronto tuve canciones preferidas como “Matilda Mother”. Aquel increíble viaje musical y la atracción por la figura del “flautista” me llevó a leer el libro de Rob Chapman Syd Barrett: El brillo de la ausencia, una exhaustiva aproximación a su figura, más allá de mitología, anécdotas trilladas y sensacionalismo.

Roger Keith “Syd” Barrett nació en Cambridge el 6 de enero de 1946 en el seno de una familia de clase media en la que reinaba un ambiente especialmente propicio para la creatividad. En su casa siempre se respiró un ambiente intelectual y Syd tuvo inclinaciones artísticas desde muy niño, con un “asombroso grado de compromiso con la creatividad”. Desde pequeño Syd se centró en el dibujo y la pintura, tenía muy claro que no buscaba el elogio, sino que el dibujo era una pura necesidad, algo que tenía en la cabeza y debía sacar.

A los 15 años Syd, centrado en su obra como pintor, se hizo con su primera guitarra eléctrica, fabricó su propio amplificador y empezó su aprendizaje musical tocando en el grupo Geoff Mott and The Mottoes. Sus compañeros de entonces le consideraban “un artista que en ocasiones hacía música”. Durante su etapa de estudios en el Cambridgeshire High School for Boys a finales de la década de 1950 coincidió con Roger Waters, dos años mayor que él y a quien conocía desde la infancia. En diciembre de 1961 murió el padre de Syd, un profesor de ciencias, lo que le marcó profundamente. Tras acabar la escuela Syd se inscribió en el Cambridgeshire College of Arts and Technology para realizar sus estudios de secundaria. Allí conoció a David Gilmour. Por entonces, Syd escuchaba a los Beatles, a los Rolling Stones y a Bob Dylan, a quien incluso vio en concierto. En 1962 Syd se trasladó a Londres para estudiar en el Camberwell College of Arts.

El germen de Pink Floyd estuvo en los primeros grupos de algunos de sus miembros, efímeras bandas como Sigma 6, formada por Roger Waters, Nick Mason y Richard Wright, tres estudiantes de arquitectura en Londres, Abdabs o Leonard's Lodgers (los Inquilinos de Leonard), en referencia a una casa victoriana situada en el norte de Londres en la que vivieron Waters y Mason durante un tiempo. Su dueño, el arquitecto Mike Leonard, fue una figura importante en el despegue de Pink Floyd. Leonard poseía un órgano Farfisa y les instruyó en los juegos de luces para sus actuaciones. Fue en aquella casa donde “se produjo el primer impulso del sonido Pink Floyd”. El uso de las luces, fundamental en sus primeras actuaciones, supondría “el catalizador principal para el cambio de dirección en la banda” y se convertiría en un elemento distintivo del grupo.

Roger Waters, que conocía a Syd de Cambridge desde la infancia, fue quien le invitó a unirse a su proyecto musical. Por entonces ya se le consideraba como “puro estilo” por su apostura y su forma de vestir. Durante un año se estuvieron ajustando los miembros del grupo y los puestos de cada uno dentro del mismo. Sería a finales de 1965 cuando la banda completó su alineación definitiva y el nombre, The Pink Floyd Sound, una idea de Syd resultante de unir los nombres de dos viejos músicos de blues, Pink Anderson y Floyd Council. La entrada de Barrett supuso un punto de inflexión porque, además de cantar y tocar la guitarra eléctrica, componía sus propias canciones. Syd nunca destacó como guitarrista, se movía más por la inspiración que por la técnica. Sin embargo, en lo referido a la composición, su proceso creativo era meramente artístico y basado en la yuxtaposición, en el “gusto por unir cosas dispares”. Como afirma Rob Chapman, Syd “aplicó el collage al texto” y la escritura automática para componer sus letras. Syd “conservaba un espíritu travieso y mordaz” y tenía una facilidad natural para la creación, pero la aparición en su vida del LSD le llevó a descubrir “la brillantez de su propio subconsciente”. En ese momento “los receptores de Syd estaban completamente abiertos y había pocas cosas que no le estimularan”. Sin embargo, el resto de la banda no estaban interesados por aquella apertura mental a través de sustancias, preferían la bebida a las drogas. En aquellos días todos, empezando por los Beatles, experimentaban con el ácido y lo incorporaban a la creatividad. Hay quien sostiene la teoría de que el ácido fue algo que se inoculó de manera interesada a aquella brillante juventud para desactivar el underground. Muchos se quedaron en el camino, como sucedería décadas más tarde con otra droga, la heroína, que causó estragos entre muchos jóvenes artistas a inicios de la década de 1980.

En una actuación en el Marquee fechada en marzo de 1966, el grupo conoció a Peter Jenner, entonces profesor de la London School of Economics y amigo de “Hoppy” Hopkins, Joe Boyd y Barry Miles. Jenner quedó gratamente sorprendido por el espectáculo que ofrecían aquellos jóvenes, especialmente por los efectos sonoros creados por Barrett y Wright y junto a su socio Andrew King les propuso convertirse en sus managers. Gracias a ellos y sus conexiones, Pink Floyd se hizo un hueco en la escena musical underground de Londres. Uno de sus hitos de aquellos días fue su participación en el legendario evento en el Roundhouse el 15 de octubre de 1966. Fue el primer gran concierto de la banda, se estima que participaron unas dos mil personas, en el que hubo de todo: ácido a raudales, un Cadillac pintado de Pop-Art, una performance de Yoko Ono (antes de convertirse en pareja de John Lennon), proyecciones de imágenes psicodélicas sobre la banda e invitados ilustres como Marianne Faithfull vestida de monja o el mismísimo Paul McCartney, no en vano el organizador del evento fue Barry Miles, su amigo y cofundador de la galería Indica, de la que Paul fue también socio. Poco después, a finales de 1966, Pink Floyd se convirtió junto a Soft Machine en banda residente del UFO Club, local underground fundado por el fotógrafo, periodista y activista político John “Hoopy” Hopkins y el productor y escritor estadounidense Joe Boyd. En sus actuaciones en el UFO Club la banda aparecía envuelta en humo de colores y sobre ellos se proyectaban juegos de luces e imágenes psicodélicas. Syd se parapetaba detrás de su micrófono y era complicado verle y fotografiarle, pero las luces se reflejaban en su guitarra Fender Esquire de espejos, que parecía lanzar rayos al público. La mítica guitarra permanece desaparecida, a saber en qué momento del naufragio de Syd se perdió.

La presencia de Pink Floyd en el UFO Club fue breve. El éxito que comenzaban a conseguir hizo que la sala pronto se les quedara pequeña. A partir de entonces vino todo rodado y a principios de 1967 Pink Floyd firmaron un contrato con la compañía EMI, la entonces todopoderosa discográfica de los Beatles. Entre enero y febrero de ese año grabaron en el estudio Sound Techniques en Chelsea su primer single, “Arnold Layne”. La canción, compuesta por Syd Barrett, está protagonizada por un hombre que se dedica a robar ropa interior de mujer encontrada en tendederos. El tema fue producido por Joe Boyd, a quien habían conocido en el UFO Club. El sencillo se lanzó en marzo de 1967 con “Candy and a Currant Bun” en la cara B, un tema sobre drogas y sexo casual. “Arnold Layne” fue bien recibida en un principio, pero su temática llevó a que fuera prohibida en Radio London porque, decían, animaba al travestismo y atentaba contra los valores “normales” de la sociedad. El segundo single de la banda “See Emily Play”, escrito también por Barrett, estaba inspirado supuestamente en una joven escultora inglesa a quien conocieron en el UFO, Emily Young, apodada the psychedelic schoolgirl. El propio Syd fue el autor de la portada, con un dibujo de trazo infantil en el que reprodujo un tren. Esta canción terminó de encumbrarles en toda Inglaterra, apareciendo en varios programas de televisión. Como “Look of the week” de la BBC, donde Barrett y Waters, atractivos y seguros de sí mismos, se enfrentaron a las críticas del escritor y músico británico Hans Keller, tras una actuación envueltos en sus habituales juegos de luces psicodélicas. También aparecieron en varias ocasiones en “Top of the pops”, en una de las últimas Syd mostraba ya un comportamiento extraño. Pero la vida parecía sonreírles, al mismo tiempo que Pink Floyd despegaba, Syd se había transformado en un tipo enormemente atractivo. “Syd recuperó su olfato para la moda”, se dejó el pelo largo y revuelto, se cubrió de fulares, seda y terciopelo de vistosos colores, en un estilo entre “dandy y bohemio, pero nunca chabacano”, recordaba Chapman en su libro.

La banda consiguió firmar la grabación de su primer álbum, The Piper at the Gates of Dawn, una de las obras cumbres de la psicodelia inglesa de mediados de la década de 1960. En aquellos días, Syd se había trasladado a un nuevo hogar, situado en el ático del número 2 de Earlham Street, “rodeado de láminas, cuentas y campanillas indias”. Allí había escrito la mayoría de canciones del álbum. Convertido con el tiempo en uno de los pilares del rock psicodélico, The Piper at the Gates of Dawn fue grabado en los míticos estudios de EMI en Abbey Road, Londres, entre febrero y mayo de 1967, mientras los Beatles se encontraban grabando Sgt.Peppers Lonely Hearts Club Band. Se cuenta que Pink Floyd estaba trabajando en el tema “Pow R.” en el estudio 3, mientras que en estudio 2 los Beatles grababan la canción “Lovely Rita”. El encuentro lo propició el productor, Norman Smith, quien había trabajado como ingeniero de sonido en los discos que grabaron los Beatles entre 1963 y 1965. Pero Pink Floyd no eran unos desconocidos para Paul McCartney, quien por entonces estaba muy metido en el ambiente del underground londinense a través de su colaboración con la galería Indica. Además de en el mencionado concierto en la Roundhouse, Paul había presenciado algunas actuaciones de Pink Floyd en el UFO Club. La firma con EMI y la grabación en Abbey Road fue un arma de doble filo para Syd. El disco estuvo producido por Norman Smith, quien interfirió en diferentes aspectos de la grabación y tuvo roces con Syd. La opinión generalizada con respecto al sonido del álbum es que la producción restó frescura a las canciones, las encorsetó y las convirtió en comerciales. En The Piper at the Gates of Dawn se encuentran algunos de los hitos del rock psicodélico como “Astronomy Domine”, “Interstellar Overdrive”, “The Gnome”, “Lucifer Sam” o “Bike”. Destacan los ruidos y las onomatopeyas, la perfecta dicción inglesa de Syd, el aire onírico y luminoso que impregna el disco y el omnipresente órgano Farfisa de Rick Wright. El fotógrafo Vic Singh realizó las fotos de la banda para la portada de su primer disco y recordaba así a Syd: “Se comportó como una persona agradable, feliz, extrovertida, cordial y creativa. No sólo era un músico, también era un artista con talento”.

Sin embargo, tras el verano de 1967 algo empezó a fallar en Syd. También sus letras cambiaron, abandonando los escenarios de cuento o el I-Ching, que habían dominado sus composiciones para el primer disco. Comenzó a tratar temas más oscuros, lo que supuso una nueva etapa de experimentación en su escritura. Por desgracia, cualquier comentario referido a su obra de esta etapa está impregnado de “lo que le sucedió” a Syd. “Reducir toda su obra posterior a The Piper at the Gates of Dawn al desequilibrio de Syd no le hace justicia", afirma el biógrafo de Barrett, Rob Chapman. Aquel artista que había deslumbrado a la escena underground en el UFO y cuya carrera prometía como pocas “se marchitó a la vista de todos” cuando tuvo que encarar una carrera comercial con Pink Floyd. Al margen de una posible enfermedad mental que agravaron las drogas, la presión artística y comercial que sufrió Pink Floyd a partir de la grabación y publicación de su primer trabajo con una discográfica como EMI afectó a Syd y probablemente tuvo bastante que ver con su deriva. 

A partir de entonces se sucedieron numerosos episodios complicados y estresantes que minaron la moral del grupo, en varias ocasiones tuvieron que sacarle al escenario, allí Syd se quedaba parado mientras el grupo tocaba. Roger Waters le llevó personalmente a una cita con un psiquiatra, pero cuando llegaron Syd se negó a bajar del coche. A pesar del estado de su líder, el grupo se embarcó en una gira por Estados Unidos, que sólo agravó el problema. En las apariciones en programas de televisión Syd se quedó mirando al vacío y no respondió a las preguntas. En una actuación en play back en uno de los programas se negó a mover los labios. Tocaron en lugares enormes, haciendo de teloneros de bandas de blues, e incluso de Janis Joplin. Syd cambiaba las melodías y una de las noches sucedió una de aquellas anécdotas que siempre se narran para explicar la locura de Syd. Descontento con el estado de su pelo, se vació en la cabeza un bote de gomina Brylcreem y se echó encima los pequeños trozos en los que había convertido las pastillas de un frasco de Mandrax, unas píldoras que usaban los jóvenes de la época para colocarse. Salió así al escenario y cuando el calor de los focos hizo que el potingue comenzara a resbalarle por la cabeza, la audiencia contempló horrorizada el efecto de que el rostro de Syd se estaba derritiendo. Tras la amarga experiencia americana, Pink Floyd regresaron a Inglaterra, pero allí no les fue mejor. Se embarcaron en una gira con Jimi Hendrix, The Move y The Nice, dos actuaciones de 17 minutos por noche durante tres semanas, demasiado para los nervios de Syd, que a menudo llegaba tarde y a veces no lograba tocar ni una nota. Sortearon el naufragio gracias a David O’List, guitarrista de The Nice, que les echaba un cable tocando con ellos cuando Syd era incapaz de hacerlo. Desgraciadamente no prendió la chispa entre las dos luminarias del rock ácido, Hendrix se movía en limusina y no viajaba en el autobús con los demás músicos y Barrett se mantenía solo y apartado de los demás. Incluso se cuenta que en una ocasión su manager, Peter Jenner, evitó que Syd se escapara en tren.

Llegado el otoño de 1967 cada vez eran menos frecuentes las ocasiones en las que podían contar con Syd para tocar. A inicios de 1968 el grupo decidió invitar a David Gilmour a formar parte de Pink Floyd para apoyar a Syd. La idea era que Barrett siguiera componiendo y grabando y Gilmour se encargara de los directos. Llegaron incluso a realizar algunas actuaciones como quinteto, hasta que un día simplemente no pasaron por casa de Syd para llevarle a un concierto. Nick Mason lo contaba con crudeza en su autobiografía Dentro de Pink Floyd: “En el coche, de camino, alguien dijo: ‘¿Recogemos a Syd?’, y la respuesta fue: ‘No, joder, no vale la pena’. La decisión fue completamente cruel, igual que nosotros”. En abril de 1968 Syd Barrett estaba ya oficialmente fuera de la banda. El grupo recordaba en ocasiones que cuando Syd se rompió pesó más un cierto “alivio” por acabar con la situación que estaban viviendo que el miedo a perder al compositor principal y líder de la banda, por no hablar del hecho de dejar a su compañero en la estacada. Aquella fue una decisión muy arriesgada y que no les dejaba en buen lugar, pero entonces no fueron capaces de encontrar otra. El grupo había resuelto abandonar los estudios y apostar por la música, por lo que la actitud de Syd era un impedimento para sus planes. Según han dicho ellos mismos en alguna ocasión, en la decisión de apartar a Syd “pudo el instinto de supervivencia” como banda. A partir de ese momento Roger Waters, que ya entonces daba muestras de tener una voluntad y una determinación de hierro, comenzó a tomar las riendas del grupo. Se aplicó en escribir canciones y con el tiempo llegó a convertirse en un gran letrista. Syd se había mudado a vivir a un apartamento en Earl’s Court, compartiendo piso con el artista Duggie Fields. Cuando Barrett dejó el apartamento, Fields convirtió su dormitorio en un taller y permaneció viviendo en el lugar hasta su muerte en marzo de 2021, convirtiéndolo en un templo de arte que fue filmado por Derek Jarman en su película de 1974 At Home With Duggie Fields.

En junio de 1968 se publicó el segundo disco de Pink Floyd, A Saucerful of Secrets, una continuación del primer trabajo de la banda que tan solo incluía una canción de Syd Barett, “Jugband Blues”, que aparecía como último tema del disco. La letra, desoladora e irónica, tiene muchas lecturas, Syd ya se encontraba fuera del grupo y, de alguna manera, fuera del mundo: “Es terriblemente considerado de tu parte pensar en mí aquí / Y te estoy muy agradecido por dejar claro / que no estoy aquí”, escribió Barrett en el inicio de aquella canción. Tras A Saucerful of Secrets y ya definitivamente sin Syd, Pink Floyd tomaría una dirección diferente que, tras varios discos de transición, les llevaría a convertirse en una de las bandas más exitosas de la historia. A Syd le fue mucho peor. Los managers del grupo, Peter Jenner y Andrew King, tomaron la decisión de seguir representando a Barrett, pensando que Pink Floyd no podrían continuar su carrera sin su líder y compositor principal. En mayo de 1968 Syd comenzó a grabar en Abbey Road su disco en solitario, pero en julio de ese año paró las sesiones de grabación. Durante el parón musical, que duró varios meses, Syd atravesó un limbo en el que cambió de domicilio y se dedicó a no hacer nada. Intentó regresar a sus pinturas, pero “parecía incapaz de terminar ninguno de sus proyectos”. A finales de marzo de 1969 Syd regresó a Abbey Road a grabar nuevas canciones. Su productor de entonces, el joven Malcolm Jones, le encontró en buena forma y dispuesto. “Syd trabajó efectiva y diligentemente”. Cuando todo parecía marchar bien, desde la discográfica se le apremió a terminar el disco. Syd pidió finalmente a Roger Waters y David Gilmour que le ayudaran a acabarlo y el productor fue despedido. Inmersos en la grabación de su disco Ummagumma no fueron capaces de decir que no a Syd y lo completaron “en un sprint de dos días”, según contaba Rick Sanders en su libro de 1976 dedicado a Pink Floyd. Un Syd descentrado y sus excompañeros a la carrera completaron un disco calificado como “extraño y original, caótico, melancólico y casi incoherente, pero psicodélico y brillante, carente de mayores arreglos”. Efectivamente se publicó un disco “en bruto”, un antecedente del lo-fi que décadas más tarde caracterizaría a músicos como Daniel Johnston, otro artista con graves problemas mentales. David Gilmour recordaba que Syd llevaba las canciones anotadas en unos papeles y cambiaba las palabras y el ritmo en cada toma, así que era muy difícil que los músicos pudieran seguir algo tan libre. El disco lo abre la desnuda “Terrapin”, grabada en una sola toma y hay canciones que casi parecen luminosas, como “Octopus”. “¿Me echaréis de menos?”, canta Syd en “Dark Globe”, una canción en la que se palpa la angustia. La escucha del disco deja una sensación de devastación y tristeza, de un Syd opacado y en sordina, a la fuga de ese éxito que probablemente él no había esperado. Poco quedaba ya de la luminosidad y el encanto del Syd anterior.

Había tardado más de un año en grabar el LP The Madcap Laughs, que se publicó en enero de 1970. El disco también se definió entonces como “despojado, perturbador, cautivador, descarnado e íntimo”. Syd se muestra en él “desolado y vulnerable”. “Una pena devastadora se había instalado en sus canciones”, concluye Rob Chapman en su libro. El arte de la portada del primer disco de Syd Barrett en solitario corrió a cargo de Hipgnosis, autores de algunas de las portadas más icónicas de Pink Floyd como Atom Heart Mother (1970), The Dark Side of the Moon (1973), Wish You Were Here (1975) o Animals (1977). En la foto de portada, tomada por Storm Thorgerson, se ve a Syd en su apartamento de Wetherby Mansions. En la contraportada aparece una imagen del fotógrafo Mick Rock, en la que se puede ver a una mujer desnuda, ella era conocida como Iggy the Eskimo y había recalado en casa de Syd poco tiempo antes. Aquella mañana Iggy the Eskimo ayudó a Syd a pintar con rayas naranjas y moradas el suelo del apartamento, le desordenó el pelo y le remarcó los ojos con khol. Musa de artistas, sin hogar fijo, trasladándose de fiesta en fiesta, Iggy bailaba en el Cromwellian Club, compraba ropa en la boutique BIBA o revoloteaba por los parques de Londres. Envuelta en el misterio, Iggy desapareció de escena con la misma rapidez con la que había irrumpido. Tuvieron que pasar décadas para que una revista la rescatara, descubrieron entonces que su verdadero nombre era Evelyn Rose y era hija de un oficial británico. Ella afirmaba que en aquellos lejanos días no sabía que Syd era una estrella del rock y que nunca vio su lado oscuro, con ella era un tipo encantador y risueño. Fue una de las tantas chicas que “encarnaron el espíritu de los sesenta” y pasó a la posteridad al aparecer en la portada de aquel extraño disco.

The Madcap Laughs sólo alcanzó ventas modestas. No obstante, EMI encargó a Syd Barrett otro álbum. Bajo el nombre de Barrett, se grabó en tan solo quince sesiones durante 1970. Fue producido por David Gilmour, demostrando que su amistad sobrevivió al hecho de que Gilmour hubiera ocupado su puesto en Pink Floyd. Si en el primer disco participaron varios productores y diferentes músicos en la grabación, en el segundo los músicos “fijos” fueron David Gilmour, Rick Wright y Jerry Shirley de Humble Pie a la batería, lo que ofreció cierta continuidad y conexión al álbum. Aunque hubo quien vio que Gilmour era el único que podía comunicarse por entonces con Syd, el guitarrista lo negaba, afirmando que ya entonces “nadie” podía comunicarse con Syd. Tal vez se sentía en deuda con él por haberle sustituido en el grupo, aunque explicó que había participado en el disco porque la gustaban las canciones. Por su parte Rick Wright afirmaba que participaron por su deseo de ayudar a Syd y que su principal preocupación durante la grabación fue que Syd cantara. La presencia de Gilmour y Wright dio al álbum cierto envoltorio comercial. En la portada aparece una ilustración de Syd pintada en Cambridge, doce insectos en perfecto orden sobre un fondo blanco, los animales fueron un elemento recurrente en toda la producción en solitario de Barrett. El disco lo abre “Baby Lemonade”, un tema folk con una introducción con Syd a la guitarra. En “Love Song” destaca el armonio de Rick Wright. “Dominoes”, una canción de arrepentimiento y angustia sobre la relación con la que fuera su novia durante la época de Pink Floyd, Lindsay Korner; destacan el órgano Hammond y el piano Rhodes de Wright. Lo que comenzó como una improvisación, se convirtió en una de las canciones con más fuerza del disco, “Rats”. Otro tema animado es “Gigolo Aunt”, canción en la que destaca la presencia de Wright y el solo de guitarra; este tema dio nombre a una banda de la década de 1980, lo que muestra la influencia de Barrett en generaciones posteriores. El disco se cierra con “Effervescing Elephant”, una canción de aire infantil y divertida, llena de animales y con la tuba de Vic Saywell.

Muchas décadas después Gilmour ha interpretado en directo temas de Syd como “Octupus”, “Dominoes” o “Dark Globe” como homenaje a su amigo. A pesar de todos los esfuerzos desplegados, el disco muestra el agotamiento creativo de Syd. A los veinticinco años su talento para escribir canciones se había consumido. “Hubo un torrente, un embalse de palabras que abrió las compuertas pero que al poco se secó”, opina el músico Robin Hitchcock, “Barrett no diluyó su talento, apretó bien el tubo hasta sacarlo todo. Y así lo vació”, añadía. Syd también se quedó al margen de sus amigos creativos. “Todo el mundo estaba atareado, planeando, produciendo, creando. Todo el mundo, excepto Syd”. En opinión de su círculo más cercano, Syd nunca quiso hacerse famoso. Rehuía la fama y no tenía ningún espíritu comercial.

En 1972, tras la grabación de su segundo álbum, Syd aún hizo esfuerzos para montar una nueva banda, Stars, formada por Twink, un batería de Cambridge que había militado en grupos como Pretty Things, y un bajista llamado Jack Monk. Sin embargo, se les acusaría de haber usado a Syd para darse a conocer. En una entrevista de julio de 2014 para el portal Hit-Chanel, Twink afirmaba que la locura de Syd se había exagerado y que personas que afirmaban “velar por sus intereses” le habían aconsejado dejar la banda. Syd llegó a hacer algunos directos con ellos, pero pronto abandonó la idea. “Barrett parecía siempre distante en el escenario, reducido a tocar vagos fragmentos de tema, garabatos estúpidos de guitarra y destellos de canciones. Parecía ser sólo otro ejercicio de la extraña y confusa cacofonía inútil de Barrett”, así lo contaba el escritor y periodista musical Nick Kent, quien en abril de 1974 escribió en el New Musical Express una de las primeras semblanzas sobre Syd. En agosto de ese año hubo un nuevo intento de llevar a Syd a un estudio de grabación. No fue posible, ya no había letras ni tampoco melodías. “Era un encogimiento que bordeaba la erradicación de sí mismo”, afirma Rob Chapman. Tras varios días Syd abandonó el estudio y no regresó. “Afrontó la larga noche oscura de su alma. Con su ausencia, la leyenda floreció”. Syd no necesitó morir para convertirse en otro mártir del rock and roll.

Syd Barrett se sumergió en un absoluto caos vital. Se instaló en varios hoteles, antes de establecerse en el exclusivo complejo de apartamentos Chelsea Cloisters. Compraba todo tipo de objetos caros en Harrods y enseguida los tiraba o regalaba al primero que encontraba. Aunque Syd no volvió a tener contacto con sus compañeros, su espíritu sobrevoló la carrera de Pink Floyd y su inspiración originó algunas de sus obras más exitosas. Sin duda resulta escalofriante la conocida anécdota de la visita de Syd Barrett a Pink Floyd en 1975, mientras grababan el disco Wish You Were Here. Se presentó en Abbey Road sin avisar mientras que la banda grababa “Shine On You Crazy Diamond”, una canción dedicada a él. El resto del grupo no le reconoció en aquel extraño hombre pasado de peso y con el cabello y las cejas rapadas, vestido de blanco y que portaba una bolsa de plástico. En realidad Syd sólo tenía entonces 29 años, pero parecía mayor, realmente duele ver su foto de aquel día. Barrett tuvo un comportamiento desconcertante durante toda la sesión, asistió brevemente a la fiesta de la boda de David Gilmour con su esposa de entonces, Ginger, y se marchó sin despedirse. Syd y Roger Waters tuvieron un encuentro casual en Harrods un par de años después, pero Syd salió corriendo. Nunca más volvió a encontrarse con un miembro de Pink Floyd. Roger Waters volvería a rememorar la figura de Syd en el personaje de la estrella desquiciada que protagoniza The Wall. “Incluso después de que ya no estaba en la banda, su espíritu [de Barrett] perseguía sus discos”, diría Steven Hyden en su libro de 2018 Twilight of the Gods: A Journey to the End of Classic Rock. En una entrevista de 1987 Roger Waters lo confirmaba: “A pesar de que estaba claramente fuera de control cuando hizo sus dos álbumes en solitario, parte del trabajo es asombrosamente evocador. Es la humanidad de todo esto lo que es tan impresionante. Se trata de valores y creencias profundamente sentidos. Quizás eso es a lo que aspiraba The Dark Side of the Moon. Un sentimiento similar”.

“Las entrevistas a Syd en el cénit de su fama son pocas y espaciadas, y retratan a un hombre que se muestra muy reacio a seguir con el juego de la celebridad”. En la que sería su última entrevista como miembro de Pink Floyd, para Melody Maker, Syd había afirmado que “hacer caso a las consideraciones comerciales resulta pernicioso para la música”. Tras su salida de Pink Floyd la prensa quería reunirlos de nuevo a toda costa, al igual que especulaban con el regreso de los Beatles, o la vuelta a los Swinging Sixties. Sin embargo, aquella época había terminado para siempre. Algunos periodistas pensaban en Syd de otra forma. “Siento decir que no creo que fuera tan importante como los obituarios sugieren. Era interesante pero una figura menor, cuya reputación ha crecido gracias a sus trastornos”, afirmaba Michael Watts, periodista del Melody Maker.

Syd sentía gran “aversión al rigor, las tomas repetidas y a los ensayos”. Por el contrario, para los Pink Floyd posteriores a Barrett la inspiración quedaría supeditada a la estructura. Los temas de Syd en solitario reflejan su interés por “las bellas artes y su patológica resistencia a la disciplina”, él “se dejaba llevar por la inmediatez, la espontaneidad, la respuesta sin mediaciones, la abstracción, las perspectivas múltiples, el automatismo”. El talento que aupó sus primeras obras “vaciló al toparse con las rutinas y comparsas de la disciplina y la popularidad”. Syd rechazaba que lo estructuraran y las rígidas estructuras arquitectónicas de sus compañeros no iban con él. Antes de sacar The Piper at the Gates of Dawn “la experimentación pura manaba”, pero tras el éxito del álbum se les colocó en primer plano de la industria discográfica y eso echó para atrás a Syd.

No hubo mucho más después de la desaparición pública de Syd Barrett. La última entrevista que ofreció fue en 1971, y desde entonces apenas se sucedieron encuentros de fans por la calle, la persecución de algunos periodistas y un puñado de fotos robadas en las que aparecía alguien que no tenía nada que ver con quien fuera el bello líder de la psicodelia británica. Permanecen en la memoria imágenes que recuerdan retiros como el de Salinger o Greta Garbo, con Barrett subido en una bicicleta con cesta, caminando vestido con una desastrada camiseta blanca sin mangas y en pantalón corto o abriendo sorprendido la puerta de su casa. Su familia confesaba que a Syd, en realidad Roger ya que había recuperado su verdadero nombre, le molestaba hablar sobre aquellos días de vino y rosas. La conversión de Syd en mito tuvo mucho que ver con anécdotas, verídicas o no, asociadas a su locura. “La mitificación volvió la vista hasta el momento en que Syd comenzó a oler a podrido en el estado del pop y dio un paso hacia las sombras”. El Syd persona quedó borrado y sólo permaneció la leyenda. Syd conoció la idealización demasiado pronto, como músico, compositor, pintor y por su indiscutible atractivo físico. Pero desde su desaparición pública, el mito se asoció fundamentalmente a la locura. Uno de los problemas con los que tuvo que enfrentarse Syd fue batallar con las expectativas de los demás. Abogar por el silencio implica un proyecto de liberación total. Así, con Syd Barrett se produje la paradoja de lo perdurable de su obra frente a la brevedad de su carrera. “Lo que causa más consternación es que nunca aprovechó su potencial”, aunque su temprano retiro “le libró de la mediocridad”.

Syd se mantuvo unido a Cambridge, en una entrevista en 1971 explicaba “Siempre he pensado en regresar a un sitio donde puedes beber té y sentarte sobre la alfombra. Tengo la fortuna de poder hacerlo”. En 1978, cuando se le acabó el dinero, regresó a Cambridge para vivir con su madre. Volvió a Londres durante unas semanas en 1982, pero pronto regresó a Cambridge de forma permanente. Se dice que entonces completó a pie los 80 km que separan Londres de Cambridge, llegó con los pies llenos de ampollas. Sus últimos años los vivió en el nº 6 de St. Margaret’s Square. Allí vivió una vida ermitaña y solitaria, “no había nada que le resultara atractivo en compañía de otra gente”, aunque tutelado primero por su madre y después por sus hermanos, en especial su hermana Rosemary. Tenía libros y escuetos apuntes sobre literatura, sobre todo poesía, jardinería, geografía, tenía numerosos atlas repartidos por toda la casa, y en especial libros sobre psiquiatría. En sus últimos años Syd “se embarcó en un intento de diagnosticar cuál había sido su problema y si tenía solución. Sus notas revelan que estaba intentando “reparar o cortar” lo que le ocurría, en una de ellas escribió “Todos los maniaco-depresivos se recuperan”. Apuntaba a que “ciertos elementos de su dolencia estaban escritos desde el principio”.

Roger Keith Barrett falleció en julio de 2006 de cáncer de páncreas, a los 60 años, “Syd” había muerto muchos años antes. En noviembre de 2006 se realizó la subasta de sus posesiones personales, junto con algunos de los pocos cuadros pintados por él que no había destruido. La subasta recaudó 121.000 libras, que la familia Barrett donó a una beca local para estudiantes de arte. Por aquellas fechas el periódico Cambridge News anunció que Syd Barrett había dejado más de un millón de libras esterlinas en su testamento. Hasta el momento de su muerte recibía dinero de recopilatorios, álbumes en vivo y discos de versiones en los que aparecían sus canciones. Dave Gilmour explicó: “Me aseguré de que le llegara el dinero”.

“No creo que sea fácil hablar de mí. Tengo una cabeza muy irregular. Y no soy nada de lo que piensas que soy de todos modos”, Syd Barret para la revista Rolling Stone, 1971.

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