Londres, 90 Wardour Street
Se bajó en Leiscester Square. Todavía debía andar durante unos
minutos hasta llegar a casa de su amigo, donde iba a pasar la noche
aprovechando que los dos libraban aquel sábado. Recorrió a buen paso la plaza
hasta dar con el inicio de Wardour Street y subió la calle atravesando el
barrio chino. Gracias a un buen puesto en una productora, Toni podía permitirse
vivir en un micro apartamento en el Soho, no muy lejos de su trabajo. Julia,
que alquilaba una habitación con derecho a cocina demasiado lejos de allí, acarreaba
en el metro una mochila con sus cosas y una pequeña nevera portátil con la cena
y la comida para el día siguiente. Toni no podía dejar de preguntarse cómo
Julia, que en ocasiones parecía darse por vencida con respecto a la vida en
Londres, que no había sabido adaptarse a aquella metrópoli húmeda y gris, era
capaz de arreglárselas para cocinar auténticas delicias en una ciudad donde comer
bien era un lujo.
Solían juntarse en casa de Toni. A Julia le
gustaba su compañía y le reconfortaba estar en el apartamento, por pequeño que
fuera, sin la agobiante presencia de compañeros de piso. A veces, si Julia se
quedaba a pasar la noche, Toni le ofrecía algo de hierba y pastillas. Julia
andaba peor de dinero y, aunque sabía que él era desprendido y generoso, no
podía aceptar sus obsequios sin ofrecerle algo a cambio. Le compensaba
llevándole la comida que preparaba en la exigua cocina de su piso compartido,
intentando contrarrestar con comida saludable lo que se metían. Así iban
tirando. Julia sentía que la droga le hacía bien, atenuaba el dolor que le
causaba la falta de humanidad de aquella metrópolis. Toni controlaba y ella se
dejaba llevar, explorando de su mano los mundos que les ofrecían las sustancias.
Toni tenía la fortuna de residir en un lugar
repleto de historia y donde dejaron su huella escritores, músicos, poetas, comediantes
e intelectuales. Allí habían vivido, entre otros, Karl Marx, Mozart, William
Blake o Amy Winehouse. El Soho había sufrido una importante transformación
en los últimos años, aquejado de la enfermedad que corroía las entrañas de las en
otro tiempo orgullosas ciudades europeas.
El que fuera barrio de la bohemia y el activismo gay, albergaba
productoras, restaurantes mediterráneos, galerías de arte y había sido invadido
por turistas. Era la nueva cara de un lugar azotado por el cólera en el siglo XIX
y que había servido de cobijo a los sintecho durante décadas.
Se conocieron en Waldour Street por pura
casualidad. Él vestía una camiseta de La URSS, una de sus bandas favoritas.
Ella se quedó clavada cuando lo vio. Tras meses de aislamiento entre ingleses,
con la única e insuficiente relación con sus compañeros de trabajo, aquella camiseta
representaba la posibilidad de encontrar una mano amiga. Toni se paró también,
divertido por la forma en que aquella chica lo miraba.
– ¿Eres español? La URSS es una de mis bandas
preferidas.
– Tengo todos sus discos.
Así había comenzado su amistad.
Feliz por la emoción de pasar la noche en
casa de Toni, Julia subía las escaleras hasta el segundo piso. Él la recibió
con música, lo que de verdad les unía y por lo que habían comenzado su amistad.
Había pinchado en modo aleatorio la lista compartida de Spotify, “Las puertas
de la percepción”, que alimentaban entre los dos y ya superaba las dos mil
canciones. Toni metió la comida en el refrigerador. Había elegido un vino y
comprado unos chocolates para Julia, detalles que sabía que la hacían feliz. Le
ofreció una pastilla de efectos muy suaves, según le había dicho Rocket, su
nuevo camello.
Toni se había quedado sin tabaco, así que
propuso a Julia bajar con él al pub de la esquina y beber una Guiness antes de
cenar. Cogió su chupa de cuero y se metió el monedero en el bolsillo trasero
del pantalón. Estaban a punto de salir cuando empezó a sonar un tema de los
Yardbirds.
Lost woman /But I lost you, /Lost you woman. /The only woman, /Woman who
was my kind.
Toni se detuvo ante la puerta.
– En esa época había talento a patadas...
qué musicazos todos...
– Ojalá un Ministerio del Tiempo para
colarnos por allí y hartarnos a conciertos de aquellas leyendas, ¿te
apuntarías?
1.
Notaron que la habitación comenzaba a
teñirse de una luz verde, del mismo verde de la señal de descarga de su lista
compartida. La luz aumentó en intensidad hasta cubrir por completo la pequeña
sala. Apenas podían verse. Cuando se desvaneció se encontraron en la puerta de
lo que parecía un club. Repararon en que estaban en el número 90 de Wardour
Street. Ese edificio, en cuyos bajos se situaba la recepción de los exclusivos
lofts de lujo donde trabajaba Julia, había albergado muchos años atrás una
celebrada sala de conciertos en la que tocaron grandes nombres de la historia
del rock. Jimi Hendrix, The
Who, Cream, Pink Floyd, The Rolling Stones, Yes, Led Zeppelin o King Crimson habían
pasado por allí.
Miraron el cartel que anunciaba la
actuación de aquella noche.
– ¿Has visto? No puede ser…
Rodeados de numerosos jovencitos ataviados
como en la época del Swinging London que accedían al interior de la sala,
observaron que la entrada era distinta. No encontraban la placa conmemorativa
dedicada a Keith Moon en la que a menudo reparaban y un cartel lateral remitía
a aquella antigua sala, cerrada desde hacía décadas. Los dos se miraron, extrañados.
– ¿Y si entramos? – propuso Toni.
El grupo ya se estaba colocando sobre el
reducido escenario, que recordaba a una carpa de circo. La sala estaba repleta
pero Toni tomó a Julia de la mano y consiguió situarse en primera fila, donde podían
observar a los músicos a la perfección. El rubio cantante, vestido con una
camisa de satén violeta, comenzó la primera canción con una correcta voz soul.
La guitarra principal la tocaba un muchacho menudo, con una pelambrera negra
cortada a lo paje pero con estudiados trasquilones que daban un toque de
modernidad a su peinado. Le reconocieron al instante. De ojos azul metálico y
fina nariz, mantenía una extraña interacción con el otro guitarrista. Se
miraban y se sonreían cómplices pero al momento el buen rollo se convertía en
rivalidad. Los gestos se tensaban y comenzaba una pugna por ver quién tocaba
más rápido o conseguía los mejores punteos. El otro guitarra, alto, escuálido y
con el pelo bastante más largo que los demás, vestía una levita negra con
botones plateados. En un momento de la actuación sacó un arco de violoncello y
comenzó a rozarlo contra las cuerdas de la guitarra, creando unos fascinantes sonidos.
Julia se abrazó a Toni, desbordada de
emoción.
– No intentes comprenderlo, tan solo déjate
llevar.
La armónica y la batería aumentaban de
intensidad acompañando a los guitarristas en una improvisación explosiva. Pese
a su juventud, aquellos músicos rebosaban talento, ofreciendo un directo
enloquecido. La actuación finalizó después de cuarenta intensos minutos entre
los gritos y aplausos de los presentes. El público comenzó a abandonar la sala
en busca de otros locales donde continuar la noche pero ellos no se atrevían a
salir de allí.
– ¡Hola! Mi nombre es Vivienne.
Una joven rubia, de expresión inteligente y
vivos ojos azules se había dirigido a Toni.
– Voy a buscar unas cervezas – Julia
decidió quitarse de en medio para dejar libertad a su amigo.
– No tienen licencia para vender alcohol, hay
que pillar fuera – advirtió Vivienne –. No sois de por aquí, ¿verdad?
– ¡Hola, Vivienne! Me llamo Toni. ¿Tienes
que ver con el grupo?
– Ya me gustaría. Soy maestra. Por cierto,
¿qué es eso de Sex Pistols?
¿Cómo explicarlo?
Toni llevaba puesta la camiseta amarilla y
rosa del Never Mind the Bollocks. La había comprado en una tienda diminuta y
abarrotada de Londres en uno de sus paseos con Julia. A pesar de ser su banda
preferida nunca antes había tenido una camiseta de ellos.
A Toni no le daba tiempo a responder la
batería de preguntas que la joven lanzaba sin apenas respirar.
– ¿Eres rocker? Pero no, tu pelo no… Esos
imperdibles y los remaches… No logro ubicarte – Vivienne parecía estar
procesando toda aquella información a gran velocidad.
No sólo Vivienne alucinaba con su aspecto.
Los pantalones rotos, las Doctor Martens, el cinturón de remaches y los
pendientes y tatuajes les habían convertido en el centro de todas las miradas.
Aún no habían llegado los días en que Jimmy,
el guitarrista de pelo largo y grandes patillas, necesitaba de intermediarios
que le abastecieran de mujeres. Por entonces ya disfrutaba de gran éxito entre
las fans, el escenario y su incendiaria forma de tocar la guitarra eran un imán
al que la mayoría no podía resistirse. Aquella muchacha le había gustado desde
que la divisó. Su aspecto diferente, la melena larga y desordenada y su ropa de
vagabunda habían encendido su deseo. Era una presencia salvaje que se quedaría
para él.
Mientras Toni era interrogado por Vivienne,
Jimmy se había acercado a Julia. No había dejado de mirarla desde el escenario
durante toda la actuación. Resultaba muy difícil apartar los ojos de él, había
algo en Jimmy que anulaba su voluntad. “Qué demonios, si hemos llegado hasta
aquí, sea lo que sea esta locura, vamos a disfrutarlo”, se dijo Julia
finalmente mientras bajaba las empinadas escaleras de la mano del músico.
Los oscuros camerinos de la sala no
destacaban por la limpieza ni el orden. Jimmy la condujo hasta un rincón donde
había colocado sus cosas, un tarro de crema de manos, un lápiz de khol, varios
collares de cuentas de colores, unas velas y unas estampas que Julia no supo
descifrar. Daba la impresión de ser algo así como un altar. Jimmy prendió un
incienso de una calidad exquisita, nada comparado con las varitas que Julia solía
comprar. Trataba así de borrar el olor a sudor y colonia barata que impregnaba
los diminutos camerinos.
– Me vuelve loco tu aspecto, “Yulia”,
– Ju-lia – le respondió ella, remarcando la
jota.
Las manos de Jimmy apresaron sus caderas.
El gesto transmitía un inequívoco deseo de posesión que hizo tensarse el cuerpo
de Julia. Se retiró levemente cuando Jimmy empezó a explorar el interior de su
pantalón.
– ¿Te doy miedo?
La voz de Jimmy le sonó curiosamente nasal,
no era la mejor de sus cualidades.
No podía negarse que le gustaba pero al
mismo tiempo quería evitar caer en las redes de aquel guitarrista al que
perseguía la leyenda de maldito.
– “Yu-lia”, estarías aún más preciosa con
un vestido escotado de seda, o con unos pantalones de terciopelo de talle bajo.
Mmmm, ya te estoy imaginando – ronroneó –. Puedo ordenar a cualquiera de las
chicas, la que lleve las prendas que más te gusten, que se las quite para vestirte
a ti. Dime sólo lo que quieres y lo tendrás.
No era una buena idea despojar a una mujer
de su ropa para dársela a ella. Resultaba increíble el poder que creían tener
aquellos caballeros del rock.
El músico proseguía con su conquista.
– Me resulta muy curioso cómo vas vestida,
igual que… ¿tu hombre?
Sintió que la estaba tanteando. ¿Toni, su
hombre? Era su mejor y casi único amigo en Londres. Un gran apoyo por el que no
había abandonado una ciudad que le resultaba hostil. Se reían mucho juntos,
salían a bailar y a beber, iban a conciertos, se drogaban, se divertían,
compartían música con enorme placer. Se gustaban sin compromisos ni
complicaciones. Todo fluía sin más.
Jimmy le quitó con parsimonia la camiseta
de Ramones, un regalo que le había hecho Toni tiempo atrás. Acarició la
redondez de su vientre y se sorprendió al ver el tatuaje que cubría gran parte
de su espalda. Mientras la acariciaba, se entretuvo observando a la joven
desnuda con larga melena, sentada triunfal sobre un enorme dragón. Lunas y
llamas completaban una imagen que embrujó al músico.
Toni irrumpió de repente en el camerino, ya
no se le ocurrían más sitios donde buscar a Julia
– Lamento interrumpir pero tenemos que
irnos. Ha vuelto la luz. Sea lo que sea lo que está sucediendo, creo que se
trata de la señal para regresar.
– Deja que me ponga mi camiseta. Lo siento,
Jimmy. Adiós.
Subieron a toda prisa en busca de la luz
verde. Se encontraron de nuevo en la sala de Toni.
2.
– ¿Todavía sin vestir? Vais tarde. Barbara
está esperando.
De nuevo se había repetido aquella locura.
Tumbados sobre la alfombra del salón de Toni, fumando y bebiendo, se habían
metido una pastilla mientras escuchaban la música de su lista compartida.
Call out the instigators /Because there’s something in the air /We’ve got
to get together sooner or later/ Because the revolution’s here, and you know
it’s right.
Sonaba aquel viejo éxito de Thunderclap
Newman cuando la habitación volvió a teñirse de verde. No les dio tiempo a decirse
nada. Al aclararse su visión se encontraron a una asistente, con vestido
minifaldero, pelo rubio cardado y enormes gafas de pasta, que les apremiaba a
entrar en lo que parecía una boutique. Reconocieron la calle, Kensington Church
Street, un lugar que no frecuentaban, conocido por sus tiendas de ropa y de
antigüedades. De nuevo, un aire retro impregnaba el ambiente.
– ¿Qué nos esperará ahora? – Julia sentía que
el vértigo le oprimía el estómago.
Una mujer de pelo platino cortado a lo
paje, con un largo vestido camisero y una raja que subía hasta la mitad el
muslo, se dirigía a los invitados.
– Nuestra boutique nació para dar color a
Londres, para satisfacer los anhelos de la nueva mujer. Tenéis dinero, queréis
comprar, sois independientes. Y nosotros os ayudamos a cumplir vuestros sueños.
Realizó una breve pausa y prosiguió.
– Quiero agradecer a Charlotte que haya
accedido a ser la madrina de esta nueva colección.
Los ojos de los presentes se dirigieron a
la modelo recostada sobre un diván tapizado con terciopelo púrpura. Vestía un
traje pantalón negro de lentejuelas, con escote palabra de honor. Las perneras
tenían sendas aberturas a lo largo, lo que dejaba a la vista sus vertiginosas piernas,
cubiertas por unas medias de color fresa. Lucía zapatos de ante con tacón ancho
y plataforma. Cubría su cabeza con una boina negra y unos guantes largos
también de lentejuelas tapaban, seductores, sus brazos torneados. Larga, etérea,
de medidas perfectas, su belleza resultaba melancólica y desvaída, a la manera
de una muñeca de porcelana. Sus ojos, tristes, estaban ligeramente curvados
hacia abajo y sus cejas eran poco más que un hilo. Unas exageradas pestañas
postizas completaban el maquillaje a juego con su impresionante ropa.
A Toni no le interesaba la moda, así que se
situó estratégicamente donde se servía la bebida y allí se quedó. Julia se paseaba
por la abigarrada boutique, cuya decoración era la antítesis del minimalismo.
Las baldosas del suelo formaban un damero en color plata y púrpura y las
paredes estaban cubiertas con un papel de estampado psicodélico. Había enormes
espejos con barrocos marcos de madera y los vestidos y complementos de la
colección que se presentaba pendían de varios percheros para que los invitados
pudieran apreciarlos.
La tienda estaba a rebosar de estrellas del
mundo del espectáculo; modelos, groupies y niñas bien revoloteaban su
alrededor. Julia pensaba que debían reivindicar un puesto propio en aquella
feria de las vanidades. Tal vez aún no era tiempo para tales pensamientos pero no
aceptaba su actitud sumisa. Sin embargo, ella misma experimentó el irresistible
magnetismo que proyectaban aquellos jóvenes dioses cuando divisó a uno de sus
músicos favoritos de todos los tiempos. No pudo evitar gritar su nombre:
– ¡George!
Pero él pasó de largo, probablemente harto
de que todo el mundo le requiriera constantemente.
Las burbujas del champán caro comenzaban a
subirse a la cabeza de los presentes y el tono solemne daba paso a un
comportamiento más festivo. Una joven de rubísima media melena con flequillo
optó por prescindir del probador. Se despojó del virginal vestido blanco que la
cubría y se quedó desnuda en medio de la tienda. Su pálida piel, fragante como
una flor, atrajo las miradas de los presentes. Eligió un vestido rojo de punto
de seda, con un turbador escote cubierto de tul plumeti. Un cuello de encaje
completaba una prenda que marcaba sus pezones y su culo perfecto. Pisando el
vestido blanco tirado en el suelo, se acercó a un expositor de maquillaje,
donde se pintó los labios de rojo sangre.
Toni, que había
disfrutado en primera fila del cambio de vestido, escuchó a la dueña quejarse en
voz baja del espectáculo que estaba ofreciendo aquella chica.
– Marianne… – pronunció el nombre con hastío
–. Nuestra señorita malcriada es una yonqui… también de llamar la atención.
– Déjala, Barbara. Al fin y al cabo ella
está ahora en la cresta de la ola gracias a su novio. Esta publicidad es
magnífica para nosotros – le respondió la asistente.
La diseñadora se paseaba por la tienda
saludando a los presentes. La expresión de su cara, forzada, pretendía ser
amable y acogedora. En realidad le costaba disimular el fastidio que le
provocaban muchos de los invitados. Julia intentaba esquivarla, temía que les
preguntara con malas formas qué hacían ellos allí. Estaba buscando a Toni
cuando escuchó que la llamaban.
– ¡Mi bella “Yu-lia”!
– Ju-lia – insistió ella.
Allí estaba de nuevo Jimmy. Escuálido y
andrógino, el guitarrista vestía como un galán prerrafaelita, con un chaquetón
de brocado, pantalones acampanados de satén y una camisa de chorreras.
– ¿Dónde has estado metida todo este tiempo?
– Ya sabes, por ahí…
– Te he estado buscando pero me ha sido
imposible encontrarte. Sueño con tu tatuaje todas las noches.
Jimmy miró a su alrededor. Parecía
inquieto.
– Ahora no puedo quedarme, “Yu-lia”, pero
no te escapes. Volveré a por ti.
Apenas se había marchado Jimmy cuando la
modelo se plantó, enfurecida, ante ella. Le gritó, con muy malos modos.
– ¡Vuelves a las andadas, puta! ¡Deja de perseguirle
o te vas a acordar de mí!
Se alejó, sollozando, dejando a Julia
abochornada.
Toni seguía apostado cerca de la bebida.
Había conseguido pegarse a Marianne, que estaba fascinada con su aspecto y a la
que hacía reír exagerando un acento español que ya apenas se le notaba. Una de
las dependientas de la boutique se les acercó. Les ofreció más champán.
– Tu amiga acaba de tener un altercado con Charlotte,
la novia de Jimmy. Todo Londres sabe lo de ellos dos, pero parece que tu amiga
no.
Preocupado, Toni la buscó con la mirada.
– Jimmy hechiza a las mujeres. Ninguna se
le resiste y Charlotte está enferma de celos.
Toni se disculpó con Marianne y se alejó en
busca de Julia.
La tienda había comenzado a teñirse de
verde cuando los dos se encontraron. Observaron que la dueña se acercaba hacia
ellos de la mano de Charlotte, que los señalaba con el dedo. La lujosa boutique
desapareció cuando estaban a punto de alcanzarlos.
3.
In a white room with black curtains near the station. Black roof country no gold pavements tired starlings
Con la música de la lista compartida de
fondo, Toni tonteaba tumbado sobre la cama revuelta. Colocada en un rincón de
su diminuto apartamento, un biombo la separaba de la sala. Decorado con motivos
japoneses, Julia lo había rescatado de un contenedor de su barrio. En el centro
hacía mucho tiempo que era imposible hallar en la basura piezas que merecieran
la pena. Los anticuarios y los nuevos vecinos arrasaban con todo.
La lluvia de junio repiqueteaba contra los
cristales mientras Toni observaba expectante cómo Julia se quitaba con
parsimonia el ligero vestido de topos y unas medias de rejilla de color rosa.
– Deja que me coma esa boquita de fresa,
principesa Julia.
Antes de comerse la boquita pintada de
Julia, Toni le había ofrecido una de las pastillas de Rocket para acompañar
aquella tarde de amor. Dispuesta a acoger a Toni en su interior, el rubor teñía
sus mejillas.
– Si te ofreces así, como voy a decir que
no… – canturreó Toni.
Había estrenado para él un conjunto
transparente de color melocotón; el sujetador, sin aros ni relleno, tenía un
delicado encaje que se repetía en el tanga. El tul mostraba más que sugería y ella
ya sólo deseaba colocarse encima de aquel tipo pecoso.
Lying with you where the shadows run from themselves At the party she was…
Sonaba Cream y, mientras Julia maniobraba
con el cierre del sujetador nuevo, un manto verde cubrió la habitación. Se
miraron contrariados, allí estaba de nuevo aquella luz. Hasta entonces apenas
se habían atrevido a hablar sobre lo sucedido, temerosos de lo que pudiera
haber tras aquellos viajes.
La luz verde dio paso a un juego de luces
psicodélicas. Se encontraron en lo que parecía un club. Toni tomó a Julia de la
mano y se colocaron en un rincón al lado de un pequeño escenario. Los dos
estaban en ropa interior y pensó que era mejor que no se les viera demasiado.
La banda improvisaba una pieza
experimental. Los punteos de las guitarras arañaban sus oídos y el órgano emitía
sonidos hipnóticos, intensificados por una testaruda batería. No tardaron en
reconocer al bello guitarrista, de ojos soñadores remarcados con khol y el pelo revuelto, negro como las
noches sin luna. Misterioso e inmerso en su música, apenas prestaba atención al
público o a lo que sucedía a su alrededor. El bajista, de liso pelo negro, se
escudaba tras unas enormes gafas redondas de cristales azules. Una chica con
aspecto de sirena, vestida tan solo con un pantalón de escamas plateadas,
susurraba un estribillo, “Tonight Let's All Make Love In London”. Las luces del
escenario reflejaban brillantes destellos sobre su pelo repleto de purpurina.
Bella e inquietante, bailaba provocativa siguiendo la cadencia de la música.
Sin embargo, la ceremonia transcurría con
frialdad. Se notaba falta de entusiasmo en aquellos jóvenes que apenas se
relacionaban entre sí, sumidos en un letargo introspectivo que ralentizaba sus movimientos.
Sus bailes no parecían celebrar nada.
Observaron que varios invitados empezaban a
quitarse la ropa aunque la mayoría mantenía alguna prenda puesta. Había chicas
profusamente adornadas con collares, cadenas y brazaletes, otras estaban
cubiertas por grandes pañuelos de colores. Vieron bikinis metalizados y a una jovencita
que se tapaba con plumas de pavo real. Julia irradiaba sensualidad con aquella
ropa interior que resaltaba sus redondeces, frente a aquellos jóvenes pálidos y
raquíticos. Muchas miradas se dirigían hacia ella, también por el tatuaje de su
espalda, que definitivamente la había convertido en una atracción. Tatuarse era
una rareza tan solo reservada para unos pocos iniciados en un ritual aún muy
escondido.
Se les acercó una muchacha de cabellera
rizada. Apenas cubierta con un coulotte dorado y un pequeño chaleco abierto,
numerosos collares de estilo oriental cubrían su pecho. Se dirigió a Julia.
– Hola, chica. Me gusta tu tatuaje. Sólo
conozco a un tío que tatúa en un antro de Portobello Road pero no es fácil
acceder a él.
Les miraba con detenimiento, rebuscando en
su memoria sin obtener respuesta.
– No os conozco y os puedo asegurar que yo
conozco a todo el mundo.
Debió pensar que era mejor informarles de
dónde se encontraban.
– Jimmy ha cerrado el club para una fiesta
privada. Se rumorea que su grupo se está disolviendo y con esta fiesta quiere demostrar
su poder.
Toni se perdió con la ninfa del coulotte
dorado. Presumía de haberse acostado con todos los baterías de las bandas más
exitosas; eran su debilidad aunque no despreciaba otros instrumentos.
Un grupo se había situado en el centro de
la sala. Vestidos con finas túnicas blancas de un tejido semitransparente, un
espectáculo de luces psicodélicas se proyectaba sobre ellos. Un tipo de rala melena
larga les filmaba con una cámara Super-8. Su aspecto desastrado contrastaba con
la sofisticación del resto de asistentes.
Se acercó a Julia. Su mirada saltona resultaba
intimidante.
– Hola, soy Hoopy, el dueño del club. No te
conozco, chica, pero me gusta tu tatuaje. ¿Me permites grabarte?
No le dio tiempo a responder. Jimmy, vestido
con un lujoso caftán de seda blanca, apareció a su lado. Se dirigió al hombre
de la cámara.
– Hoopy, ella está conmigo.
El cámara se retiró de inmediato.
– Mi dulce “Yu-lia”, de nuevo nos
encontramos.
Julia se sentía aturdida. Se sabía vencida
por la envolvente seducción del músico.
– Tu coño destaca entre todos los demás –
Jimmy sonreía con malicia –. Es diferente y tú pareces salida de otra época.
El músico dirigía su mirada sin disimulo
hacia la franja de vello que se transparentaba a través del tul melocotón del
tanga. Hacía uso de su poder de persuasión y se le notaba acostumbrado a
conseguir todo lo que se proponía, también a las mujeres.
Jimmy, oh, Jimmy.
Cuando iba a llevársela a uno de los
reservados, escucharon unos aullidos acompañados de unos estruendosos trallazos
de guitarra. Jimmy se acercó a ver qué estaba sucediendo. La música era lo
único que ponía por delante de las mujeres.
I am an anti-Christ I am an anarchist Don’t know what I want But I
know how to get it I want to destroy the passerby ’Cause I want to be anarchy
Con la intención de impresionar a la chica
del coulotte dorado, Toni se había subido al escenario y acometía con brío unas
estrofas del “Anarchy in The UK”, reproduciendo el rabioso fraseo de Rotten en
la canción original.
Is this the U.D.A. or Yayarreyaaaaa
Los invitados le miraban sin entender nada. El sueño estaba próximo a acabar pero,
en pleno verano del amor, aún no era tiempo de gritar No Future.
Las luces del escenario se tornaron en un
brillante color verde que pronto cubrió parte de la sala. Era el momento de
regresar pero Julia no quería volver al presente. Al fin y al cabo aquella
década representaba una era de optimismo hacia lo que estaba por venir, de esperanza
en que el mañana llegaría luminoso y espléndido mientras que a ellos les había
tocado una época desalentadora. Su vida era monótona, trabajando sin descanso
en un empleo mal remunerado que sólo le alcanzaba para mantenerse con dificultad.
Los viajes le habían regalado aquel músico magnético y era inevitablemente adictivo
saberse su reina. La vuelta ya era impensable, no tenía fuerzas para afrontar la
realidad que le había tocado vivir. Permanecería junto a Jimmy todo el tiempo
que él quisiera. Estaba decidida.
– Vamos, Julia, la luz lleva un rato
brillando. Si no nos ponemos en marcha nos quedaremos aquí y no sabemos lo que podría
suceder.
– Toni, no voy a regresar.
– ¿Qué dices?, debemos volver.
Su amiga estaba yendo demasiado lejos.
– Es una pésima idea de la que te vas a
arrepentir.
– Lo siento pero estoy segura. No me
retiene nada en el presente.
Aquellas palabras eran para Toni la
confirmación de que Julia estaba hipnotizada por aquel músico que se creía por
encima del bien y del mal. Reconoció haberse encontrado ausente, disfrutando
goloso de aquellas muchachas que se le ofrecían porque representaba una novedad
con sus pantalones rotos, las pistolas del sexo y los tatuajes. Le asustaba
dejarla allí. Julia consumía más en cada viaje y estaba empezando a perder el
control, ya era algo evidente. Observó que le salía sangre de la nariz, unas
gotas manchaban su sostén formando lo que parecía una flor. Toni rebuscó en la
chupa un pañuelo para limpiarla. Se topó con una pequeña bolsa donde guardaba
las pastillas de Rocket que aún le quedaban.
– Adiós, Toni – le sonrió, con dulzura.
Le hubiera gustado abrazarla y dirigirla
con él hacia el foco de luz. Pero era su decisión. No podía esperarla más,
tenía que regresar.
En cuanto aterrizara tiraría por el retrete
las pastillas. Y, por supuesto, cambiaría de camello.
4.
Las ventanas estaban abiertas, permitiendo
la entrada de unos preciados rayos de sol que caldeaban el apartamento de Toni.
Estaba recién levantado porque, a pesar de ser miércoles, no había ido a la
oficina. Le debían demasiadas horas en el trabajo así que había acordado tomarse
el día libre. Era una mañana perezosa del mes de julio, que probablemente
desaprovecharía haciendo nada.
When I
look into your eyes, your love is there for me And the more I go inside, the
more there is to see It's all too much for me to take The love that's shining
all around you
Sonaba la canción de los Beatles en la
lista compartida de Spotify mientras daba término a su desayuno con un té con
limón y unas galletas de jengibre que provocaron en Toni un potente efecto
evocador. Recordó el sabor de las galletas de jengibre que preparaba Julia. El aroma
especiado del perfume que usaba Julia. El olor picante que dejaba en la piel de
Julia. La echaba tanto de menos. Habían pasado demasiados meses desde que Julia
se le había escapado, llevándose todas las pequeñas cosas que hacían juntos.
Suspiró, con la incertidumbre de si
volvería a verla alguna vez. Su recuerdo pareció invocar la inquietante luz
verde, que empezó a brillar una vez más, tiñendo la luminosa habitación. Aquellos
viajes sólo le habían traído problemas pero pensó que tal vez dejarse llevar
por la luz fuera la única forma de ver a Julia.
Se encontró a las puertas de un bonito
edificio de ladrillo con el bajo enfoscado de blanco y tres grandes ventanales.
Se accedía a la puerta, también blanca, a través de una pequeña escalera con
cuatro escalones, rodeada por una barandilla. El edificio le era extrañamente
familiar. Unas chicas, apostadas con flores alrededor de la puerta, cantaban
mientras parecían esperar a alguien. A pesar de que Toni estaba en camiseta y
con un pantalón de pijama, las chicas no se inmutaron al verle. Ellas mismas vestían
bastante desastradas, algunas tenían aspecto como de haber pasado la noche en
la calle.
Cuando se abrió la puerta, las muchachas
empezaron a gritar. “George”, “Paul”. Toni cayó en la cuenta de que se
encontraba ante el mítico edificio del número 3 de Savile Row, la que en
tiempos fuera calle de las sastrerías a medida. Sin embargo, tras la puerta
blanca no salió ninguno de los ídolos de aquellas muchachas, sino una joven
vestida con un traje de chaqueta de color turquesa y una blusa naranja con un
gran lazo.
– ¡Buenos días, Margo! ¡Hola, Sue John!
¿Qué hay chicas? Parece que ninguno de los cuatro vendrá hoy por aquí. No
merece la pena que esperéis.
Recogía su pelo rubio en un moño bajo y a
Toni le recordó a alguien.
Julia.
Aquella muchacha con aspecto de secretaria
pop que salía del edificio era Julia.
Toni se acercó a ella. Julia no pareció
sorprenderse.
– Sabía que volverías.
Se abrazaron, por un instante quedaron prendidos
en la emoción del reencuentro.
– Nena, creí que no te vería nunca más.
Maquillada, con el pelo recogido y unas
discretas gafas de vista, Julia mantenía el encanto pero lejos de su frescura
habitual. Le pasó la mano por el negro pelo revuelto.
– La luz te ha pillado durmiendo…
– Recién levantado.
– Te he echado de menos, Toni.
– Yo he echado de menos tu comida.
– ¡Qué bobo!
A Toni le hubiera gustado descubrir qué les
embarcaba en aquellos viajes. Durante un tiempo sospechó que tal vez tuvieran
que ver con las pastillas de Rocket, que de alguna forma se tratara de
alucinaciones producidas por la droga. Y, sin embargo, Julia llevaba fuera varios
meses.
– ¿Sabes si alguien me busca, si me han
echado de menos?
No le resultaba sencillo explicar que, al preferir
instalarse en el pasado, ya no había rastro de ella en el presente, su elección
parecía haber borrado toda su anterior existencia.
– No le demos más vueltas a cómo o por qué nos
encontramos aquí. Estamos habitando nuestras canciones y eso es suficiente
motivo para disfrutarlo.
Julia tenía tanto que contarle que no sabía
por dónde empezar. Reconoció que no le habían resultado fáciles los primeros
meses hasta que consiguió un trabajo de chica para todo en Apple Corps. Ya no
estaba con Jimmy pero su relación le había abierto varias puertas en el mundo
del espectáculo. Gracias a ello pudo trabajar para el grupo más famoso de todos
los tiempos.
– Tienes que ver esto, es alucinante. Si
logro quedarme unos meses más, espero poder estar en el concierto de la azotea.
Ellos aún no saben que lo van a hacer… pero yo sí – sonrió con picardía.
Subió para ver si podía colarle en las
oficinas. Bajó enseguida.
– Esta mañana va a ser imposible que entres.
Aquí suele haber un descontrol tremendo, pero hoy ha venido el jefe de mi jefe
y no quiero complicaciones. Me voy a inventar un trabajo fuera para quitarme de
en medio.
No tardó mucho en bajar.
– Arreglado. Tenemos el día para nosotros. No
dejes que me olvide comprar una bolsa de manzanas verdes que me han encargado para
esta noche. Será el estreno de la película de dibujos animados. Aunque ellos se
han desentendido del proyecto están obligados a ir.
– No imaginan que con los años será
considerada una obra de culto – reflexionó Toni.
– La relación entre los cuatro va mal.
Están inmersos en la grabación del álbum blanco y salen a bronca diaria. Ayer
mismo se despidió su ingeniero de sonido habitual.
– Leí su libro hace tiempo. ¿Las cosas son
como se han contado?
– No, son mucho peor – reconoció Julia.
Se encaminaban hacia Carnaby Street, la
famosa calle que comenzaba a despuntar como lugar de encuentro de los jóvenes
interesados por la moda. Apenas un año atrás las primeras tiendas, como Mr
Freedom o TreCam, se habían trasladado a la zona, repleta de boutiques donde
chicos y chicas compraban sus ropas a la última, hartos de la gris Inglaterra de
posguerra. Querían poner color a sus vidas a base de consumir, fundamentalmente
ropa, complementos y todo aquello que les ayudara a destacar y diferenciarse. Necesitaban
ser únicos y hacían cualquier cosa por conseguirlo, en un intento desesperado
de negar a la sufrida generación anterior.
Aún no era una zona cortada al tráfico. Toni
se deleitaba viendo pasar preciosas reliquias del motor, en especial el clásico
Mini, su coche preferido de todos los tiempos. El calor de julio hacía que las
calles, engalanadas con numerosas Union Jacks, estuvieran repletas de
transeúntes que se paraban ante los escaparates de tiendas como la previsible Mates
o la sorprendente I Was Lord Kitchener's Valet, con su ropa militar antigua que
deslumbraba a los músicos.
Toni canturreó.
Everywhere the Carnabetian Army marches on, each one a dedicated
follower of fashion.
El paseo le había recordado la malévola canción
de The Kinks que se burlaba de los extravagantes y ciegos seguidores de la
moda.
– Vamos a equiparte para el estreno de la
película. A ver si al menos en uno de los viajes pasamos desapercibidos – rio
Julia.
– Te lo pido por favor, no me vistas de
mamarracho. Quiero una camisa sin chorreras ni cuello enorme. Y quiero una
chaqueta normal y un pantalón normal. Y nada más – suplicó Toni.
Paseaban entre jóvenes ataviadas con vestidos
juveniles y atrevidas minifaldas. Adornadas con pequeñas carteras de piel, zapatos
de fino tacón y puntera afilada. Cardados, melenas recogidas con bonitos
pañuelos, coletas altas, y graciosos flequillos. Rubias, morenas y pelirrojas
formaban coloridos ramilletes, avanzando apresuradas por aquellas calles que
consideraban suyas. Buscaban el look perfecto, estudiando con suma atención los
escaparates de las boutiques decoradas con creativos murales. Los chavales rebuscaban
entre las cajas de discos situadas en el exterior de las tiendas. Compras, ocio
y consumo en un universo de fantasía incrustado en tres manzanas.
– ¿Y qué hay de tu aspecto? Estás cambiada…
Julia le explicó que quería diluirse en el
entorno que la rodeaba. Mientras estuvo con Jimmy pudo participar de la irrealidad
de aquella aristocracia del rock, cuyas locuras se consideraban simplemente
excentricidades. Pero la vida cotidiana en aquella época era otra cosa y no
resultaba fácil para una mujer joven que vivía sola.
– Algo tan corriente como un tatuaje, aquí es
mi mayor atractivo y a la vez me ha causado más de un problema. Necesito pasar desapercibida.
Se retocó con un pintalabios de color
naranja, a juego con la fina blusa, mientras se miraba en el espejo retrovisor
de una moto aparcada.
– En momentos como éste echo de menos el
espejo del móvil – rió.
Mientras tomaban unas ensaladas en Cranks, Julia compartió con Toni algunas confidencias sobre Jimmy.
Le explicó que desde la noche en que
decidió no regresar se había quedado a vivir con Jimmy una breve temporada en
su casa flotante de Pangbourne, a la orilla del río Támesis. Situada en medio de
un paisaje realmente hermoso y rodeado de vegetación, desde la casa se divisaban
cisnes, patos y extensos prados donde pastaban vacas. Un descuidado porche de
madera miraba al río, en la parte de atrás de la casa. El interior tenía un aspecto
misterioso y desangelado y sus heladas estancias se encontraban repletas de
libros, reliquias, maquetas, discos, pinturas, guitarras y una incipiente
colección de antigüedades. Un gran telescopio blanco ocupaba un lugar preferente
en uno de los salones. El desorden no permitía saber si el dueño de la casa acababa
de llegar o estaba a punto de marcharse para siempre.
– Bajo la protección de Jimmy no me ha
faltado cobijo. Pero no tenía nada mío. Si necesitaba algo de dinero debía pedírselo
a él. Y en verdad es tacaño – rió –. Me incomodaba esa sensación de dependencia.
Julia trataba de sobreponerse al desencanto
de la ruptura con Jimmy. Se había enganchado a su adictivo carisma más de lo
que quería admitir. Lo encontraba guapísimo, con su cara de niño, aquella
sonrisa tímida y unas largas pestañas que enmarcaban los ojos soñadores. Las
fotos no le hacían justicia. En sus momentos de entusiasmo parecía irradiar luz
de su interior.
– ¿Y ahora?
– Duré lo que duró la novedad. Ahora está
empezando a montar la nueva banda e intuye que tiene algo muy grande entre las manos.
La música es lo primero y lo único para él en realidad.
A Toni le agradó comprobar que Julia había
madurado y hacía gala de una reparadora lucidez. No le gustaba engañarse ni que
la engañaran. No soportaba las mentiras piadosas ni dar lástima. La Julia que
se había encontrado había crecido en todos los aspectos. Admiró la valentía con
la que se había adentrado en una historia incierta persiguiendo un ideal.
Vivía instalada en una especie de
esquizofrenia, entre el loco disfrute de los músicos y los artistas y su
existencia como oficinista y recadera, que era en realidad en lo que consistía
su trabajo. Tenía planes para más adelante pero en aquel momento tomaba lo que
llegaba. Le contó que, junto al chispeante Londres de aquellos chicos de barrio
a los que la música había convertido en una colorida aristocracia rockera,
existía un Londres proletario que sobrevivía en medio de la escasez. También un
oscuro Londres de tugurios, cafés y clubs secretos donde se refugiaban los
gays. Un Londres de abusos, drogas y alcohol, en el que mandaban matones y gangsters,
por el que paseaban en sus incursiones por el lado salvaje de la ciudad. La
chica alocada y pizpireta como aquella época, vivía además otra realidad, la de
trabajadora con problemas para llegar a fin de mes y que se sentía juzgada por
una parte de la sociedad, rígida y clasista, que recelaba de su origen
extranjero y del misterio que la rodeaba. Una sociedad que tampoco aprobaba que
viviera sin la tutela de un hombre.
Tras comprar la ropa de Toni, discreta como
él había pedido, se encaminaron hacia su última parada antes del estreno. La
Apple Boutique, conocida así a pesar de la oposición de John, se encontraba en
el 94 de Baker Street. Llevaba abierta poco más de medio año y tan sólo un par
de meses atrás las autoridades habían ordenado borrar el espectacular mural
psicodélico de la fachada.
– No te imaginas lo que he echado de menos
tener un móvil y subir fotos a Instagram. Ahora esa fachada pintada de blanco
ya no dice nada. Los chicos se han enfadado de verdad, en especial George.
George, gran amigo de los autores del mural,
el colectivo The Fool, se quejaba de que los viejos aburridos con mentes
estrechas contra los que luchaban con su música les hubieran ganado aquella
batalla.
– The Fool le han pintado a George un mural
en el salón de su casa en Kinfauns. ¿Sabes que me invitaron un día a comer? Me
he hecho buena amiga de su mujer.
Le confesó que George estaba empeñado en
ser algo más que un buen amigo.
– Le fascina lo poco que ha visto de mi
tatuaje, dice que le recuerda a su etapa en Hamburgo. George es irresistible y
peligroso. Intento huirle porque Pattie se está portando muy bien conmigo.
Los encargados de la Apple Boutique eran
Jenny, la hermana de Pattie, y un amigo de infancia de John. Julia le explicó
que todo el mundo robaba en la tienda y no había forma de remediarlo porque los
cuatro no querían poner vigilancia. Ella también distraía algo de vez en
cuando. Poca cosa porque no quería causar problemas a las hermanas.
– La boutique es un desastre financiero.
Están perdiendo dinero a un ritmo alarmante.
Una fila de maniquíes ataviados con los
increíbles modelos de la Apple Boutique reinaba en el enorme escaparate. A Toni
le horrorizó la abigarrada decoración del interior. Los altos techos de la
tienda estaban pintados con nubes y una enorme manzana hacía las veces de sol.
Había sillones de plástico transparente frente a los probadores y varios
murales psicodélicos cubrían las paredes. Observó que la caja registradora
estaba pintada de azul con estrellas blancas. Pensó que era normal que el
dinero se volatilizara si se lo tomaban a broma. La cajera, que vestía un
kimono rosa de flores y cubría la rubia cabeza con una pamela de fieltro fucsia,
entregó a Julia una boa de plumas amarilla para Pattie.
– Tengo que llevársela al estreno, no la
han recibido hasta hoy – le explicó a Toni.
A Julia le habían permitido arreglarse
allí. Le prestaron para la ocasión un traje de noche de la tienda, una delicada
prenda de lencería de color rosa con un sobrevestido de gasa plisada en
diferentes tonalidades de amarillo. Julia se soltó el moño y se alisó su melena
rebelde, ahora con flequillo cortado a la moda. En la cabeza se colocó una
tiara de tela con bordados y lentejuelas a juego con la ropa y se calzó unos
zapatos de plataforma y tacón ancho. Un bolso limosnera bordado completó su
atuendo. Jenny le ayudó a maquillarse.
Estaba preciosa. Toni no podía creer que
aquella muchacha con aspecto de hada lisérgica fuera realmente su amiga. Julia
le contó que había hecho algún intento, infructuoso, de trabajar como modelo.
– Hoopy, el dueño del club donde estuvimos
en el último viaje, ha resultado ser un alguien muy influyente en el ambiente underground.
Me hizo unas fotos estupendas. Pero las firmas de moda consideran que estoy
gorda.
Le explicó que había descartado una
propuesta del fotógrafo para posar desnuda.
– Mi dragón tenía un papel destacado en las
fotos. Es un artista excelente pero esas imágenes me habrían causado muchos
problemas.
Un enorme cartel anunciando la película
reinaba en la majestuosa fachada del London Pavilion, con miles de fans
abarrotando las calles adyacentes al cine. La histeria se había instalado
alrededor de Piccadilly Circus. A pesar de haber visto tantas imágenes
similares a aquellas en documentales y noticias, no era nada comparado con
vivirlo en la realidad. Los chillidos eran ensordecedores y se percibía la
electricidad que generaban los miles de fans, contenidos a duras penas por
cordones de policía. Los bobbies se aplicaban con gran esfuerzo para mantener
la integridad física de las celebridades invitadas que accedían al cine. Los
cuatro aún no habían llegado.
– ¡Mira, Keith y Anita!
– Sí, y allí el otro Keith y Pete. En
realidad está la banda al completo. Les he podido ver un par de veces en
directo. Aún andan un poco perdidos en busca de un sonido propio.
Los invitados vestían atuendos psicodélicos
de acuerdo a la moda de aquel verano. Predominaba entre ellos el color
amarillo, que era el del submarino, leitmotiv de la película.
Pronto el griterío se hizo ensordecedor,
llegaba el primero de los cuatro. El batería vestía un traje de color mostaza y
una camisa de chorreras amarillo limón. Su mujer, en cambio, lucía una blusa
blanca abotonada hasta el cuello y una larga falda negra. Toni se sorprendió
por su enorme atractivo, las fotos no hacían justicia a aquella mujer poseedora
de una belleza carnal y diferente. Tras ellos llegaron George y Pattie.
Sonrientes y traviesos, él había elegido un traje amarillo con gorrito a juego;
completaba su atuendo con una camisa morada de chorreras y, prendida en el
gorro, una chapa con un submarino. Pattie, bellísima como una diva de otra época,
brillaba vestida de raso. Julia le entregó su boa de plumas, envuelta en papel
morado.
– Nos vemos dentro.
El resto apareció poco después en un
espectacular Rolls Royce. Los primeros en bajar fueron John y la japonesa. Vestidos
de blanco, camuflaban sus rostros demacrados tras las frondosas melenas.
Pasaron a toda prisa ante los fotógrafos y John esbozó un ligero saludo. Toni
le encontró escuálido y con aspecto agotado. Paul iba detrás, solo, vestido con
un traje de chaqueta negro y camisa del mismo color con un gran lazo amarillo
haciendo las veces de corbata.
– Menudo revuelo ha montado John con su
romance – le explicó Julia –. Hoy es una de las primeras veces que la pareja aparece
en público.
– ¿Y Paul viene solo?
– Paul tiene sus propios problemas. Ha roto
con la actriz y ahora anda tonteando con una periodista americana. De momento
han conseguido esquivar a la prensa.
El interior del cine era un completo caos.
La proyección sufría un retraso por las oleadas de invitados y periodistas que
pululaban buscando a sus ídolos. A pesar de que las invitaciones eran
exclusivas la ola de histeria que causaban los cuatro era difícil de contener.
Unos y otros buscaban un autógrafo, verles de cerca o conseguir la mejor foto
para algún tabloide.
– Vamos a acercarnos a los chicos, debo
entregarles las manzanas. Me va a caer una buena bronca de los de la oficina de
prensa como no las tengan.
Llegaron con dificultad hasta sus asientos,
situados en la primera fila del anfiteatro. Paul estaba en el pasillo. A su
lado se situaban John y su exótica novia y a continuación Ringo y George con
sus esposas. Julia ofreció las manzanas a Paul y John, los situados más
próximos a ella. Le miraron con extrañeza pero Paul, siempre profesional, cogió
su granny smith y empezó a mordisquearla ante los fotógrafos. Julia suspiró
aliviada, había cumplido con su trabajo.
– ¡OK, “Yu-lia”! – le dijo John,
dedicándole una de sus sonrisas perversas.
A Toni se le escapó una breve estrofa Julia,
ocean child, calls me / So I sing a song of love, Julia, ante la mirada
extrañada de John, que no comprendía cómo aquel chico conocía una canción que
aún no era más que un boceto.
La proyección transcurrió por el país de Pepperland,
siguiendo las peripecias del viejo Fred y los cuatro músicos enfrentados a los
temibles Blue Meanies. Los invitados reían y disfrutaban con el viaje y una
gran ovación del público llegó con el final de la película. Los muchachos sonreían,
sorprendidos por el éxito de una película que habían subestimado.
– Hay fiesta en Bayswater, en el hotel
Royal Lancaster. Va a ser un muermo, así que tengo otros planes. Nos vamos al
Bag en el Soho. Sé que te va a encantar y, si regresa la luz y quieres salir
corriendo, al menos que lo hayas visto.
La alusión de Julia a que el viaje podía
estar próximo a acabar les entristeció, aunque no se dijeron nada.
El Bag O’Nails se encontraba en el número 9
de Kingly Street, en pleno Soho. En el exterior había una gran cristalera,
recubierta de madera, que le daba el aspecto de pub del montón. Sin embargo, el
Bag se había abierto pensando en un nuevo concepto de club asociado a la
emergente música moderna. Se bajaba a lo que parecía un enorme sótano con un
escenario a un lado, una zona de mesas en el otro y en el centro una pequeña
pista de baile. Julia le contó que en la época victoriana el local había sido
un prostíbulo y que sus dueños actuales, los hermanos Gunnell, eran managers
musicales y tenían fama de matones.
– Llevan, entre otros, a John Mayall y no,
no es buena idea meterse con ellos.
Por allí recalaban todas las figuras de la
música inglesa, a salvo de miradas indiscretas y fans desagradables. Los
Gunnell mantenían a raya a cualquiera que intentara sobrepasarse con alguna de
las muchas estrellas que frecuentaban el local. Su extraordinario éxito se
sustentaba en las actuaciones en vivo, la buena comida, un montón de chicas
guapas y sus clientes famosos.
– En ocasiones los cuatro vienen a tomar
algo con Mal cuando terminan de grabar. Aquí todavía pueden disfrutar de una
relativa calma.
Se sentaron en uno de los reservados del
local y pidieron cena. Toni, preocupado por si seguía consumiendo más de lo
aconsejable, le preguntó sin rodeos por las drogas.
– Mi sueldo no da para muchas alegrías.
Pero siempre se puede pillar en las fiestas hierba, pastillas y algo de coca.
La diferencia es que en el presente me drogaba para atenuar la angustia y aquí
sólo las asocio a la pura diversión.
Escucharon murmullos y notaron un ligero
revuelo. Todas las miradas se dirigieron a la escalera, por donde bajaba una
imponente presencia. El desordenado peinado afro enmarcaba una cara de rasgos
duros, en la que destacaban los labios carnosos rodeados de una perilla no muy
cuidada. Vestido con pantalones estrechos, una casaca militar y una colorida
camisa, el joven tomó asiento en un reservado cercano al suyo. A pesar de haber
visto a tantos héroes musicales a lo largo de aquellos viajes, Toni se mostró
en verdad emocionado con la aparición de su guitarrista preferido.
A Julia, lectora insaciable de historias
relacionadas con el rock, le apenaba el destino que le aguardaba.
– Espérame aquí – le pidió Julia.
Se acercó a pedirle un autógrafo y, mientras
Jimi garabateaba una desganada firma, ella le deslizó con disimulo un papel en
el bolsillo de su pantalón.
– No me siento con ninguna autoridad para advertirle
que modere su modo de vida. Pero le aviso en la nota de que se guarde de los
meses de septiembre, que evite alojarse en el Hotel Samarkand y que no le quite
ojo a Monika.
Julia se burló de las películas de viajes
en el tiempo en las que los protagonistas rechazaban con temor cualquier
intervención que pudiera tener consecuencias en el futuro.
Aquella jornada les había recordado lo bien
que lo pasaban cuando estaban juntos. Toni se vio sorprendido por la petición de
Julia.
– Me gustaría que te quedaras.
Pensó que tal vez empezaba a cansarse de
caminar sola.
– Aún no ha aparecido la luz – fue todo lo
que Toni acertó a decir.
Cuando Julia emigró a Londres buscaba un
buen trabajo en una ciudad que tenía idealizada, aunque lo que encontró fue
desencanto. Londres era una ciudad hostil y despiadada, un parque temático para
turistas que vivía de las glorias del pasado, un mal común en la envejecida
Europa del siglo XXI. Pese a las dificultades, sus viajes en el tiempo, aquella
alegría de vivir, toda la locura desatada, le habían reconciliado con la ciudad.
– Y lo estoy viviendo en primera persona.
No soy más que una figurante entre luminosas estrellas, pero estoy aquí.
¿Quieres vivirlo conmigo?
La mente analítica de Toni sopesaba los
pros y los contras de una decisión como aquella.
– He de reconocer que me atrae y me asusta.
– ¿Qué importa lo que sucederá mañana?
Vivamos el hoy. Bueno o el ayer. O lo que sea esto.
Se había hecho tarde. Agotados, decidieron retirarse
a casa de Julia.
– A Wardour Street – indicó al taxista.
Toni pensó que Julia se había salido con la
suya, al fin vivía en su calle preferida del Soho.
– Me alegro de que aquellos lofts horteras no ocupen el número 90.
Al entrar en el apartamento de Julia,
pequeño y sombrío, se besaron con pasión.
– Conoces a muchas chicas de las que hacen
lo correcto. Probablemente yo no sea la compañía más aconsejable pero te he
echado mucho de menos.
– Julia, para mí todos estos meses han sido
un tiempo muerto… que me ha servido para darme cuenta de lo mucho que deseo estar
contigo.
Era lo que Julia ansiaba escuchar.
Comenzó a quitarle las crujientes capas del
vestido de fiesta con la sensación de estar desenvolviendo un regalo. Tras la
gasa y los pliegues aparecía la Julia que él conocía, con su largo pelo, revuelto
y salvaje, el gran dragón tatuado y su apasionada forma de vivir el amor. Miró
sus pupilas encendidas, era como regresar a casa.
Tumbados sobre la estrecha cama, Toni
observaba a Julia, desnuda, dormida y feliz.
Amor e incertidumbre. Pensó que no era una
mala combinación.
1 comentarios:
Gracias Conx por tan apasionante relato, me ha encantado
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