En el adiós a Chadad Kaid Saleh
Sabíamos que su situación era delicada pero
nunca quieres acabar de creerlo. Las personas a las que quieres nunca van a
irse. Y es cierto, nadie se va del todo mientras se les recuerde. Aquí va un recuerdo
para Chadad Kaid Saleh que acaba de dejarnos, aunque se haga difícil asumirlo.
Conocí a Chadad en el ya lejano 2002. Bahia
era buen amigo suyo y de algunos de sus hermanos y a menudo me contaba historias
relacionadas con él. En una de sus visitas a Madrid quedamos con él para verle.
Chadad me llamó la atención por su exquisita educación y su elegancia. Era de
aquellos saharauis que estudiaron con la metrópoli que hablan un español más
rico, fluido y mejor pronunciado que muchos de nosotros. Fue una velada de lo
más agradable y desde entonces yo también cultivé un gran aprecio por Chadad.
Creo que no volvimos a vernos hasta 2007.
Por entonces, ya formado el grupo de escritores saharauis de Generación de la
Amistad, Bahia, Zahra Hasnaui y Ali Salem Iselmu fueron invitados por el
añorado Luis Yuguero y la Asociación de Segovia a unas jornadas sobre el
Sahara. Allí nos encontramos con Chadad. Ya por la noche, cenamos en un
restaurante muy agradable de la ciudad, y ya se sabe cómo son estas veladas del
movimiento prosaharaui, anécdotas interminables, recuerdo de tantos amigos,
innumerables historias, aquella cena se alargaba y se alargaba. En un momento
dado Chadad se levantó a buscarnos. Quería ir al hostal donde nos alojábamos.
No entendíamos la prisa pero nos marchamos con él. Pronto lo entendimos cuando
improvisó en su habitación una velada en torno al té, que el condujo con su
habitual elegancia y erudición. Ya sabemos cómo viajan muchos saharauis, con su
pequeño hornillo eléctrico y sus cacharros del té. Así que allí estuvimos durante
un buen rato con Chadad y los escritores saharauis, charlando animadamente, cómo
no sobre el Sahara. Antes de terminar la ceremonia del té, hice varias fotos al
beit, pitillera tradicional, de Chadad, que me llamó mucho la atención por
su precioso trabajo artesanal. Él era de aquellos saharauis que todavía fumaban
maneiya, ese tabaco tan fuerte que se mete en unas pequeñas pipas
primorosamente trabajadas, con las que se dan varias caladas, se tiran los
restos tabaco y se vuelve a empezar.
Tiempo más tarde, en un viaje en tren de
regreso desde Vitoria, el guitarrista Fuku nos contó una historia sobre un
combatiente saharaui en la guerra y sus utensilios para fumar. La anécdota me
inspiró un relato para mi libro Delicias saharauis, y la foto del beit de
Chadad me sirvió para ilustrar la pitillera del combatiente de “Las kabulas de
la memoria”: “(…) comprado en Mauritania a una artesana conocida por su
trabajo con el cuero. El beit siempre le acompaña con su fondo de pequeños
cuadros verdes y amarillos, y dibujos geométricos de vivo color rojo
troquelados sobre un fondo de tela blanca. La parte delantera está adornada con
siete kabulas y el broche para cerrar el beit trabajado con profusión de flecos
morados. Las diferentes lengüetas de su pitillera también están primorosamente
decoradas, hasta llegar al apartado donde se guarda la maneiya”.
Por entonces Bahia estaba escribiendo la
parte central de su libro “El sueño de volver”, dedicada a la generación del 73
saharaui, los jóvenes que se unieron al Frente Polisario y comenzaron la lucha
por la liberación de su tierra. En el capítulo llamado “Las rosas que
esparcieron su fragancia” dedicaba dos extensos relatos a narrar la vida de dos
destacados jóvenes saharauis que perdieron la vida en los primeros años de la
guerra: El Hanafi Mohamed Chej, y Buel-la Ahmed Zein, y otros relatos dedicados
a “aquella resplandeciente generación de los años de la metrópoli”. Para prepararlos
Bahia estuvo recabando información en el Colegio Mayor Nuestra Señora de África
de Madrid, se entrevistó con muchos de los integrantes de aquella generación, y
buscó artículos en revistas de la época como Irifi, del Instituto General
Alonso de El Aaiun, o el Semanario Sahara. En una de aquellas revistas encontró
un bello texto de Chadad, “Cultura para el pueblo saharaui”, quien entonces era
estudiante de 1º de Bachillerato.
El que no conoce la luz, vive en
tinieblas; y en las tinieblas anida la miseria, la desconfianza, la incultura,
la ruina y el estancamiento de los valores y del progreso de una nación; mas si
poseemos luz, habrá claridad, cultura, felicidad y el progreso de nuestro amado
pueblo saharaui. (…) El progreso y el bienestar de nuestro pueblo está en la
cultura, y la cultura está en el estudio y en los libros; leed con avidez, con
tesón, con esperanza, y tendremos ocasión de abrir un camino más fácil y más
amplio por el cual continuarán nuestro esfuerzo las gentes que nos continúen.
(…)
Un texto premonitorio. Resulta prodigioso que
un chaval tan joven como era Chadad entonces tuviera esa visión de su pueblo y
su cultura. Un ejemplo del nivel que tenía aquella inolvidable generación,
El pasado sábado 14 de marzo de 2015 nos
despertábamos con la noticia de que Chadad había fallecido la noche anterior. Nuestros
amigos Esperanza Jaén y Miguel Rivas, que ha cultivado una estrecha amistad con
Chadad por sus años pasados en Carmona, nos comunicaban el fatal desenlace.
Buscando fotos suyas para ilustrar un homenaje apresurado y siempre más breve
de lo que figuras de esta envergadura merecen, recordamos una cena en nuestra
casa, en abril de 2012, acompañados por otros buenos amigos. Recuerdo muchas
conversaciones sobre el Sahara aquella noche, mientras nos preparaba un buen té
en nuestra pequeña jaima. Le pregunté por la pitillera que tanto me había
llamado la atención en Segovia. Como buen saharaui, la había regalado a alguien
que le había comentado lo mucho que le gustaba… Hablamos sobre salud y sobre
cuidarnos, que si había que comer menos carne, que si había que tomar menos
azúcar, que si había que fumar menos... Para lo que ninguno teníamos receta era
para curar la terrible nostalgia de estar lejos de la tierra arrebatada por la
fuerza. Chadad nos habló de la importancia de andar descalzo y sentir
directamente el suelo en las plantas de los pies, de lo malo que es tener la
luz muy fuerte por la noche, ya que nos mantiene alerta y nos impide coger el
suelo, de la necesidad de relajarse y no estar activo hasta muy tarde. Le recuerdo
aquella noche como un sabio místico que nos daba recetas para el bienestar.
Se agolpan los recuerdos. Como aquel trabajo
suyo sobre la heráldica saharaui, una obra que desconocemos si llegó a terminar
pero que nos llamó muchísimo la atención y de la que llegamos a ver algunas
páginas que nos enseñó él mismo. Recuerdo la leyenda, que tiene su reflejo
heráldico, sobre el descubrimiento de las fuentes de El Aaiun. O su historia
con José Ignacio Domínguez, el militar de la UMD con el que coincidió en París
en los años 70, cuando ambos se encontraban en la clandestinidad. Su encuentro
en Madrid 37 años después fue enormemente emocionante. O cuando pidió a Bahia que
quitara una música del clásico Chej uld Abba, ya que le hacía daño, le
recordaba demasiado a su juventud, a su amado Sahara, a los que ya no estaban.
Qué poco podemos imaginar el dolor que la invasión y el exilio han causado en
los saharauis.
La causa saharaui, la cultura del Sahara
Occidental, aquella generación han perdido una de sus grandes figuras aunque su
inteligencia y su modestia le hacían estar en un segundo plano. Descansa en
paz, Chadad, nos dejaste una profunda huella que no olvidaremos.
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