Oh, Delmore how I miss you...
(Ilustraciones: Margarita Korol. Tablet Mag)
El reciente adiós de Lou Reed me ha recordado lo mucho que me gusta un tipo de
artículos (que yo incluso elevo a género periodístico): los obituarios de los
grandes artistas, y más concretamente los de los buenos músicos de rock. Entiéndanme,
no me gusta que se mueran los artistas a los que amo pero me encantan las
buenas reseñas y estas luminarias dan para mucho. El desaparecido, eso sí, tiene
que ser verdaderamente grande; magnífico músico, haber vivido una vida más bien
extrema, ser un gran letrista, un ser intenso, y debe esprender un especial
carisma. En estos casos el que hace la reseña se la juega… puede alcanzar la
excelencia o dar una tremenda vergüenza-pena.
Cuando sucede uno de estos desgraciados
acontecimientos, ahí me veo yo rebuscando en los periódicos digitales, webs
musicales y todo tipo de blogs para revisar los artículos dedicados a la figura
desaparecida. Y en ese caso, si lo escrito merece la pena, se puede disfrutar
de verdadera escritura de calidad. Las circunstancias que envuelven a estos
personajes hacen que sus vidas hayan sido casi siempre épicas, aunque no
exentas de lirismo. La nostalgia, pero de la buena, suele envolver estos
escritos y sin excepción disfruto conociendo las anécdotas excéntricas que
suelen rodear a estos personajes.
Y sin temor a equivocarme, en estas buenas
crónicas de despedida aparecerán un sinfín de nombres interesantes que les
habrán rodeado en vida, influido en su arte o inspirado para sus creaciones. Muchas
veces esos personajes son para mí desconocidos y su descubrimiento se hace
tremendamente grato.
El caso más reciente es el de Lou Reed, fallecido
el pasado domingo 27 de octubre. El neoyorkino juega con la enorme ventaja de
su estrecha relación con leyendas sagradas como Bowie, Iggy Pop, Pattie Smith, sus
colegas de la Velvet, con John Cale su compa de “patio de colegio” a la cabeza,
Warhol y los personajes de la Factory, los grandes grupos actuales que le
veneraron en vida, escritores como su amigo personal Salman Rushdie, y tantos
otros… una lista interminable de relaciones e influencias. Los buenos textos
sobre Reed han traído descubrimientos, como el del poeta “beat” Delmore
Schwartz.
Veamos, Schwartz fue profesor de escritura
creativa de Reed y estuvo considerado como uno de los escritores más talentosos
de su época. Hombre atormentado, murió en 1966, alcoholizado y aquejado de
problemas de salud mental, en el Hotel Marlon, donde vivía aislado y apartado
del mundo. Su vida estuvo marcada por el divorcio de sus padres; precisamente
uno de sus relatos más celebrados, “En los sueños empiezan las
responsabilidades”, trata sobre un joven
que asiste, como espectador de una película, al inicio del noviazgo de sus
progenitores, en lo que sería la escalofriante observación del inicio de uno
mismo a partir del encuentro de otros dos individuos. Poderosa pieza de culto, fue
considerado por Lou Reed como el mejor relato jamás escrito. El propio Reed
dedicó a Schwartz dos canciones, y otros músicos también se consideran influidos
por el estilo de este autor.
La historia personal de Delmore Schwartz es
triste. Un éxito muy temprano y mal digerido, el mencionado divorcio de sus
padres y el fracaso de sus dos matrimonios le llevaron a una espiral de drogas,
alcohol, hospitales y problemas con la policía. Su final, solo, sin que nadie
reclamara y con un puñado de conocidos acompañando su último viaje al
cementerio, resumiría una vida que “comenzó con alegría pero finalizó con
abatimiento y locura”.
Podemos encontrar En los sueños empiezan
las responsabilidades, editado por Alpha Decay, en pequeño formato de 64 páginas.
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